26M, el día después

Cartel electoral de Podemos.

Cartel electoral de Podemos.

Cartel electoral de Podemos.

Paco Tomás expresa el sabor agridulce que le ha dejado la jornada electoral del domingo. Por un lado, el triunfo de Podemos, aunque no comparte el tono de su discurso, le anima: «Ha hecho más Pablo Iglesias, en tres meses, por combatir la desilusión y la abstención que todo el arco parlamentario español en una década». Pero no entiende ese desinterés por votar, esa abstención del 54,16%, con la que está cayendo y con la ultraderecha entrando a codazos en países como Francia y Grecia.

***

No milito en ningún partido pero sí tengo una ideología. Solo le debo fidelidad a mi modo de entender la libertad individual, la igualdad, el respeto, la diversidad, la convivencia; no tengo ningún compromiso con ninguna sigla y detesto la palabra disciplina, aún más la de partido. Disciplina siempre me ha sugerido una manera de instruir más próxima a la imposición que a la motivación, más cercana al adiestramiento militar que a la educación para la ciudadanía. Prefiero las palabras enseñanza, formación, pedagogía… Ofenden menos.

Imagino que ese pensamiento es el que me anima a participar en una cita electoral y a vivir los resultados como si fuese una evaluación de fin de curso. Soy de los que piensan que la jornada de reflexión previa al día de las votaciones es una formalidad absolutamente inútil. Si al menos en esa jornada la Junta Electoral prohibiese a los políticos aparecer en medios de comunicación, aunque solo fuera para animarnos a acudir a las urnas, serviría para algo. Al menos descansaríamos de ellos. Dudo que alguien reflexione ese día. Presiento que todo el mundo tiene su voto pensado y bien pensado desde hace meses, incluso años. Hasta la idea de no ir a votar está tomada con anticipación. No creo que hubiera un ciudadano indeciso en un mitin de cualquiera de los partidos políticos que se presentaban a estas elecciones. Sería como encontrarse un ateo en misa; que va de oyente, a ver si es verdad eso de «ver la luz». Me parece más eficaz trasladar la jornada de reflexión al día después. Compaginar el análisis de los resultados con nuestras cavilaciones. Quizá así empezásemos a comprender las consecuencias de nuestros actos.

En las recientes elecciones al Parlamento Europeo, los escrutinios demuestran que hemos suspendido. No sólo los viejos políticos –que llevan acarreando asignaturas pendientes desde hace décadas- sino nosotros, los ciudadanos.

No voy a negar que el pasado domingo se celebró en España algo que muchos deseábamos desde hace tiempo: el comienzo del fin del bipartidismo. Hemos padecido tanto un establishment entre una élite política, que en la mayoría de los casos ni siquiera estaba capacitada y que su única valía era disponer de carnet del partido, que su derrota nos agrada. Habían convertido un servicio a su país y a la sociedad en su profesión y eso, como el torero que defiende la fiesta nacional, les impide pensar en otra cosa que no sea el mantenimiento de su estatus y el brioche de su familia. Es lógico, pero no es ético. No en política. Se habían acostumbrado a la alternancia, pero algunos intuíamos que, desde la bajada a los infiernos del PSOE, nada iba a ser igual. Hasta el PP se equivocó interpretando la debacle socialista como un camino despejado a su política del austericidio. Han ganado las elecciones, pero saben que no tienen nada que celebrar.

No soy fan de Podemos ni de la dialéctica de Pablo Iglesias. Puede que suscriba lo que dice pero no cómo lo dice. Sus expresiones me suenan a pantalón de pana, a discurso izquierdista trasnochado y algo pretencioso. Soy de los que piensan que se puede decir lo mismo, defender lo mismo, sin parecer que nos hemos quedado anclados en el concierto de Raimon en 1968. Sin embargo, me ilusiona su victoria porque les demuestra a los escépticos en el sistema que nada es para siempre, que las cosas se pueden cambiar votando. Ha hecho más Pablo Iglesias, en tres meses, por combatir la desilusión y la abstención que todo el arco parlamentario español en una década. Eso sin contar la gracia que me han hecho determinados comentaristas políticos que hablan de la «radicalización» de la izquierda y jamás escribieron una línea sobre la radicalización del capitalismo que anteponía rentabilidad a vida. Con lo pro-vida que son ellos.

Pero cuando decía que los ciudadanos también habíamos suspendido en estas elecciones me refería a la que aún sigue siendo la gran asignatura pendiente de la democracia: la participación. Un 54,16% de abstención no es un dato para sentirse orgulloso. Hay un desencanto mayor que el que provoca la clase política; es cuando te decepcionan tus contemporáneos. Y, para mí, un 54,16% de abstención es muy decepcionante. La acepto dentro del juego democrático, pero es la opción que menos respeto. Es como mirar a otro lado cuando un maltratador está golpeando a su víctima porque “total, para qué me voy a meter si luego entran por una puerta y salen por la otra”. Aceptar no participar me parece un ejemplo de insolidaridad e irresponsabilidad.

Siento que hemos suspendido porque el triunfo de la extrema derecha en Europa es un fracaso de la evolución humana. Que no hayamos aprendido la lección histórica es razón suficiente para sentirse decepcionado. No ha sido sólo Francia, donde han barrido, sino también Dinamarca, Austria, Grecia. Incluso VOX, en España, hubiese obtenido un escaño en el Parlamento si extrapolásemos los datos de estas elecciones a unas generales. La extrema derecha volvería al Congreso de los Diputados. Y, en gran medida, gracias a esos que no participan. Todos ellos practican un nacionalismo feroz, pero solo necesita hablar un minuto con cualquiera de ellos –con cualquiera de los casi 245.000 votantes de VOX, por ejemplo- para comprender que no dudarían un instante en volver a bordarnos en el pecho un triángulo rosa, amarillo, azul, verde, negro o marrón. ¿De verdad no les asusta?

Por eso no me abriga la euforia que siento a mi alrededor. Estoy instalado en una sensación agridulce que me preocupa mucho más de lo que me ilusiona.

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Comentarios

  • Nely García

    Por Nely García, el 28 mayo 2014

    Me identifico con la mayor parte de lo expresado; en particular la desilusión porque la sociedad, todavía no es capaz de utilizar el medio más poderoso que posee, para expresar sus convicciones, «el voto». También pienso que gracias a PODEMOS, algo ha empezado a cambiar, aunque la forma no sea del agrado de todos, es el comienzo de una toma de conciencia, que espero se vaya perfeccionando y dilatando en el tiempo.
    http://nelygarcia.wordpress.com.

  • Ana

    Por Ana, el 28 mayo 2014

    Suscribo todo lo que dices, menos una cosa… La extrema derecha ya está en los congresos europeos y en el americano también… Nunca se fue… Se quedaron camuflados de neoliberales… Pero me temo que mas de un ministro de nuestro gobierno sería muy feliz poniendonos estrellitas de colores… De hecho vivimos en un país en el que si hablas claro y lo dices alto te pueden vetar y te vetan….

  • Inadaptado

    Por Inadaptado, el 28 mayo 2014

    Unos apuntes: El diccionario tiene otras acepciones de disciplina.
    Estoy de acuerdo con que el día de reflexión es una estupidez. En cuanto a que uno tiene el voto decidido hace mucho tiempo te aseguro que yo, y no creo fuera el único, hasta unos minutos antes estuve en la duda si UI o Podemos. Finalmente me decidí por el último.
    Un saludo.

    • srpacotomas

      Por srpacotomas, el 11 junio 2014

      Hola. Gracias por comentar.
      No digo que se dude del voto, me refiero a que se dude de la ideología. Usted debatió entre IU y Podemos, no entre IU y PP. A eso me refiero. A la ideología,

  • blueNan

    Por blueNan, el 28 mayo 2014

    Sin quitarle ni un ápice de mérito, creo que Podemos es mucho más que Pablo Iglesias. Es un grupo de gente inteligente y muy preparada que ha recogido las ideas y el espíritu del movimiento 15M, y les ha dado viabilidad desde un espíritu humanista, sensato y bien informado del funcionamiento del sistema actual y del entramado de medios actual.

    Lo importante no es si Pablo es muy rojo, verde o azul, si tiene coleta o si compra en el Alcampo; lo que importa es que lo que quiere no es conseguir el poder, sino devolvérselo a la ciudadanía de una manera efectiva, y regenerar (modernizándolas) las instituciones para que vuelvan a servir a la voluntad popular y no a cuatro adinerados. Igual que en Podemos está gente con una ideología más de izquierdas, también hay otra que no son tanto de chaqueta de paña o revolución bolivariana, y me imagino que también habrá gente originariamente de derechas que se ha hartado del cachondeo padre de los políticos y los banqueros.

    En el fondo nos tendría que dar igual quién lo consiga, y si el cambio lo precipita alguien inteligente preparado y con visión global como Pablo, yo lo celebro por lo mucho de cambio que supone respecto a algunos botarates con traje que salen en la TV y gestionan presupuestos públicos.

    Recordad que sus propuestas y decisiones no se van a imponer a base de decreto ley, sino que van a pasar por la evaluación de expertos en la materia y por el control en última instancia de los ciudadanos a los que les afecten.

    En relación con la participación, para que el voto despegue, hace falta una alternativa política que se perciba como VIABLE, que haga ver a la gente que realmente ES POSIBLE, es decir que su voto realmente SIRVE de algo.

    Eso es lo que ha ocurrido en estas elecciones, que de pronto la gente ha visto que ES POSIBLE, y eso ha generado una ilusión como la de las elecciones de 1982.

    Vamos a asistir a la campaña más larga de nuestra historia democrática, ya ha empezado, como habréis podido ver en los medios convencionales. No me sorprendería si en las próximas generales se alcanzan cifras cercanas o superiores al 80% de participación de 1982.

  • mig

    Por mig, el 02 junio 2014

    ¿Podemos olor a pana? ¿Puedes contarnos cual es la izquierda que no suena trasnochada? Si es algo que se puede criticar a Podemos desde luego no es eso.
    No lo pillo.

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