Alejandro Palomas: «No sé convivir; aprendí a desconfiar»

El escritor Alejandro

El escritor Alejandro Palomas con su perro.

Tras nueve libros de ficción y tres poemarios, al escritor y traductor barcelonés Alejandro Palomas le llegó el éxito en 2014 con ‘Una Madre’, que ya va por su novena edición. Ahora ha retomado los mismos personajes en ‘Un Perro’ (Destino), que supone la continuación de una entrañable y extraña familia, que se parece mucho a la suya. Hablo con él de familias, soledades y desconfianzas.

Llevas mucho tiempo escribiendo. Publicando desde 2002. Pero hasta ‘Una Madre’ no te había llegado el éxito y el reconocimiento. ¿Qué pasó?, ¿por qué crees que esta novela conectó tan bien con el público?

Sí, con Una Madre cambió todo. Creo que hay algo fundamental en ese cambio: las redes. Yo hasta Una Madre, nunca estuve en las redes. Y como un año antes de publicarla, empecé a funcionar en las redes, y creo que funciono bien. Era un mundo desconocido que me daba reparo, miedo, por la cosa ésa de la intimidad… Lo mío es, sobre todo, Facebook. Me tienes que dar un poco de espacio para expresarme. Parece que expongo mucho de mi intimidad, pero en realidad expongo la que tiene que ver con mi obra.

La pregunta viene sola: ¿Tus novelas salen de tu vida?

Todos mis libros tienen mucho que ver conmigo; hilo muy fino entre mi realidad y mi creación, no sé poner mucha distancia.

¿La familia de ‘Un Perro’ y ‘Una Madre’ tiene mucho que ver con la tuya?

Esa familia tiene mucho que ver conmigo. Cojo los arquetipos que tengo cercanos, y a partir de ahí construyo y los mejoro. Cojo la versión 1.0 y la hago 3.0. Construyo a partir de lo cercano.

¿También tienes una madre y dos hermanas, como Fer, el protagonista de ambas novelas?

También.

¿Y qué dice tu madre de tus novelas y de Amalia, la madre?

Mi madre está encantada con Amalia.

Amalia es un personaje disparatado, divertido y entrañable, que no ve tres un burro.

Por supuesto que Amalia tiene cosas de mi madre, que, por ejemplo, tiene un 64% de discapacidad visual. Un dato que yo vivo y sé lo que provoca tener esto y cómo se lo toma ella. Y mi madre se lo toma como Amalia. Es lo que hay. Me tropiezo, me caigo, me río… Porque es lo que hay y qué le voy a hacer. Tiene mucho sentido del humor. Nos reímos mucho.

¿Tu madre de dónde es?

Chilena.

Qué bien tener una madre con tanto sentido del humor.

Pero es que además tiene una risa súpercontagiosa. Cuando tú te enfadas con ella, el enfado dura 10 segundos, porque somos incapaces en casa de aguantar el contagio de su risa.

Vives en un pueblo catalán. ¿Tienes una vida muy ligada a tu familia?

Estamos en contacto permanente. Somos muy grupo. Aunque no estamos físicamente juntos, sí muy en contacto. Los hermanos tenemos un grupo de whatsapp y estamos todo el día diciéndonos cosas; lo que no nos decimos en la vida real, nos los decimos por whatsapp. Y cuidamos mucho a mi madre. Estamos muy alrededor, muy pendientes de ella.

Tus libros tienen como eje las relaciones domésticas, familiares…

Sí, sí, es lo que tengo más cerca.

Hay quienes opinan que la familia ha perdido peso en nuestras vidas, frente a hace 30, 40 años; que ahora tenemos círculos más amplios de relaciones que han relativizado su poder… ¿Tú crees que sigue siendo tan decisiva en la vida de uno?

Yo creo que todo el mundo busca crear una familia. Todos buscamos seguir siendo gregarios. Si no, la oscuridad es muy complicada. Y si ya la tienes… En este caso, ya que la tengo…, prefiero trabajármela a buscar otra.

Te trabajas mucho las personalidades femeninas; sin embargo, los hombres están muy ausentes en ‘Una Madre’ y ‘Un Perro’.

La figura paterna está ausente porque, si no, me desequilibraba mucho la historia. Necesitaba que hubiera alguien ausente para que todos tuvieran una mirada lejana, un punto de convergencia fuera… Pero yo conozco muy bien esa ausencia. Yo hablo de lo que conozco muy bien. Siempre.

Te veo todo un experto en psicología femenina…

Bueno, a ver, tengo una madre y dos hermanas. Y tuve una abuela que era tremenda.

Abuela que sale continuamente en referencias en estas dos novelas.

Sale permanentemente en mis libros. Mi abuela nos marcó mucho a todos. Ya se encargó ella de marcarnos mucho a todos. Era catalana, como mi abuelo, que eran, por cierto, tío y sobrina; y los dos se fueron a Chile a hacer las Américas. Y tuvieron a mi madre allí. Luego volvieron todos.

¿Era de esas mujeres que lo llenan todo?

Mi abuela era así. Una de esas mujeres que no dejan espacio a nada. Porque para ellas la nada son nervios. Y hay que ocuparlo todo. Para que todo esté bien, todo tiene que estar ocupado.

Alejandro, ¿eso de vivir en un pueblo diminuto?

Vivía en Barcelona, tenía a Rulfo, mi perro, y llegó un momento en que había demasiado ruido para los dos. Yo no soy nada amigo del ruido, no me gusta nada. Pero ni en el ambiente ni en la gente. Me gusta hablar para decir, pero hablar por ruido… Lo llevo mal. Y tenía esa especie de casita rara en ese pueblo. Era la antigua escuela del pueblo, de una sola aula. La vi cuando estaba aún con las mesas y los tinteros, y le pregunté al dueño que si me la podía alquilar. Está sola en mitad de los campos, no hay nada alrededor. Y la convertimos en un apartamento en mitad del campo, de fin de semana. El pueblo es un ayuntamiento y siete casas. Primero fue casa de fin de semana. Pero yo ya veía que iba a terminar allí. Por lo silenciosa. Y desde hace tres años vivo ahí.

¿Y bien?

Feliz.

Me llama la atención la dedicatoria de ‘Un Perro’: «La soledad es quizá el momento más ruidoso del día: callan los de fuera, vuelven los de dentro». Si no te gusta el ruido…

Por eso precisamente, no me gusta el ruido externo porque ya tengo mucho ruido, mucho ruido interior, todo el día. Por eso no me hace falta el estímulo externo.

¿No echas de menos más gente alrededor, a nadie?

A nadie.

¿Cómo haces vida social?

No hago vida social. Bajo a Barcelona, que queda a hora y media en coche, un par de veces a la semana para todas las gestiones de mi trabajo. Bajo y me vuelvo a subir al pueblo.

¿No te agobia un pueblo tan pequeño?

¿Tú sabes lo que es dormir en verano con la puerta de tu casa abierta? Para que Rulfo salga y entre y entre y salga. Tener esa libertad de saber que nunca va a venir nadie… Eso es… brutal….

Saber que nunca va a venir nadie… Ni para mal. Ni para bien.

Ni para nada (Sonrisas).

Gente de ciudad a menudo idealiza la vida en el campo, hasta que se dan cuenta de lo duro de tratar con quienes siempre han vivido en los pueblos. Gente que no es tan…

No, no, no son tan…, no. No son nada… Es que no tengo relación con ellos, porque también veo eso, cómo tratan la naturaleza, a los animales. Yo no sé si terminaré en el campo viviendo para siempre, lo que sí sé es que ahora mi lugar en el mundo es ese apartamento con ese campo, y con ese no haber nadie. Yo me pongo a escribir ahí y sé que nadie ni nada me van a interrumpir.

¿Has notado algún cambio en tu manera de escribir al pasar de vivir en Barcelona a ese pueblito?

Noto que tengo más colores distintos metidos en la misma obra, que estoy más suelto, que juego con un pantone más amplio. Antes me daba mucho miedo el sentido del humor, porque no estaba seguro de que se me fuera a entender…

¿Porque tienes un humor raro?

Bueno, tengo un humor… muy mío. Un humor muy destroyer, políticamente incorrecto, súper incorrecto.

Esos retiros son buenos para concentrarse, pero ¿no existe el riesgo de que conocer menos gente, relacionarte con tan poca gente, pueda debilitar tu facilidad para construir personajes y diálogos, que se pueda empobrecer tu recreación de personajes por ese no encontrarte con nadie?

Creo que no. Al revés. Es lo que les pasa a mi madre y a Amalia. Ven poco, pero cuando ven, realmente ven. Yo me relaciono poco, pero cuando me relaciono estoy muy atento y soy una esponja. Y asimilo my bien y muy concentrado. Lo aprovecho mejor.

Y la ciudad te parecía puro trajín y ruido…

Yo sufría por el perro…

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El escritor Alejandro Palomas con su perro.

¿Siempre has tenido perro?

Nunca. Este es el primero. Y no sé si habrá otro, porque cuando falte este, creo que me moriré de pena. Desde pequeño, el sueño de mis hermanas y mío era tener un perro, pero no nos dejaban tenerlo. Y lo primero que hice cuando viví solo fue buscar a Rulfo, un golden.

Algo que te da la ciudad es la posibilidad de conocer más gente… Para todo… Sin embargo, en un pueblo sabes cómo va a acabar el día. Casi como empieza, sin posibilidad de sorpresas. En una ciudad, te pueden pasar cosas… En un pueblo, hay una mínima posibilidad de que te suceda algo… exterior…

Y no sabes la tranquilidad que me da eso…, que no pase nada… Qué relajación saber que empieza el día y no me va a pasar nada. Es que yo soy muy controlador, me gusta controlar lo que va a pasar. Luego ya la vida se encarga de que, aunque estés en un pueblo diminuto, en la nada, te pase, porque la vida circula y te mira de vez en cuando. Pero a mí me da mucha tranquilidad eso de decir: yo voy a decidir lo que pase hoy… Pero, bueno, me imagino que también te refieres a las relaciones humanas, el sexo… También te refieres a eso, ¿no?…

A la posibilidad de una pareja.

Bueno, si tiene que salir saldrá, aunque yo esté en un pueblo. Todas las parejas que he encontrado; bueno, no las he encontrado, me he tropezado con ellas, han salido de los sitios más insospechados, y no en lo que se suponía que era su caldo de cultivo… Bien, claro, así he encontrado lo que he encontrado…

Te condenas en cierto modo a estar solo…

Es que, fíjate, soy incapaz de pensar en alguien a mi lado que no sea Rulfo; no sé cómo se hace…

¿Cómo se hace el qué?, ¿convivir?

Sí… No sé cómo se hace el confiar. Yo no confío. Hay una parte de mí que…, que aprendió a no confiar.

¿Porque te maltrataron?

Bueno, digamos que no he tenido mucha suerte. Entonces… no me fío. Y, claro, la no confianza es una mala base para la convivencia. No soy capaz de fiarme del todo de alguien que no es mi familia. Porque sé que mi familia no se va, están ahí…

Dicen que una de las base de la felicidad es vivir en la confianza… Confiar en el mundo y en la gente…

Para eso tienes que haber tenido suerte. La confianza es un alivio, te quita un peso de encima que te permite mirar de otra manera… Y te permite funcionar relajadamente. Ya ves que yo relajado no soy mucho. Es que estoy muy habitado… No sé cómo decirlo de otra manera. Estoy muy habitado, con muchas voces internas…

Estoy muy habitado… Me gusta eso…

Y yo no quiero cambiar el mundo ni nada, aunque desde mi pequeño, pequeño granito de arena, me gusta embellecerlo… Crear emociones para embellecerlo.

Me recuerdas en algo a otro escritor chileno, Pablo Simonetti, cuyo eje fundamental de sus novelas también es la familia, la madre, los hermanos…

Sí, me han comparado a veces. Nos linkean… Pero yo soy más español.

En su familia hay mucho peso de las clases altas y mucho problema con admitir que su hijo sea gay…

Claro, claro. Nada que ver con mi familia. Ahí sí que no congeniamos nada. Ya ves que Amalia se pasa la novela buscándole un novio a su hijo. Y en concreto un novio veterinario.

¿Tienes algún referente literario?

Me cuesta mucho encontrar escritores que realmente me gusten. Por ejemplo, me gusta David Foenkinos, porque es original, fresco, nuevo; es lo que más valoro, las mismas cosas pero contadas de otra manera. Porque está todo contado, no hay más que contar… También me gusta la primera Jeanette Winterson. Y Gertrude Stein, y mira que le gusta a poca gente, porque es tan desatada, descarada, ingeniosa… La publican muy poco porque es un personaje que no cae bien, pero la escritura que tiene es como automática, y eso me encanta… Porque veo esa mente, la oigo bien… De ella traduje Guerras que he visto, en la editorial Alba. Y es brutal… Es muy, muy, muy buena.

Pero tú escribiendo no eres así…

Bueno, voy muy a lo que voy.

Y con mucho diálogo.

¡Me encanta el diálogo! ¿Sabes lo que pasa?, que yo proyecto las obras para cine, escribo pensando en cine… Escribo como si tuviera una pantalla delante.

O sea, te haría ilusión que ‘Una Madre’ y ‘Un Perro’ fueran adaptadas al cine…

A ver, yo creo que son muy peliculeras… Muy película francesa, es fácil y barato hacerlas. Hice el guión de una, lo compró una productora, pero llegó la crisis, la mala gestión, varias cosas, y no se llegó a materializar en nada… Yo voy viendo en la pantalla lo que va pasando, y yo lo que hago es ir transcribiendo, pero las cosas van sucediendo en una pantalla. Los diálogos son de película. Son diálogos naturales.

¿Te gustó la película ‘Agosto’, muy familiar ella?

El problema es que no hay humor en ella. Es todo drama. Y cuando vives en el puro drama todo el rato, ya no hay drama. Cuando hay exceso, sólo vives eso. Para que haya drama, tiene que haber comedia, para bajar y volver a subir. Yo desde siempre, para crear, me he fijado mucho en una película, La boda de Muriel. Es un drama contado como una comedia. Va girando. Es como un caleidoscopio.

Pues pongamos ya cara a los personajes de tu futura película.

Tengo claro quién quiero que sea la madre. Soy muy tozudo, y siempre he pensado que voy a trabajar con esa actriz. Parezco de la meseta, cuando se me pone algo, voy, voy, voy… Esa mujer es Norma Aleandro. Quiero a esa mujer en mi vida. Y en algún momento estará.

¿Y Fer, el protagonista?

A ver… Hay dos prototipos de Fer. Uno, Javier Cámara; me encanta, porque le daría un toque súpertierno. Para el otro prototipo, o Dani Rovira, sé que es el actor de moda, pero también le va muy bien, porque es muy expresivo en la cara, o Paco León. Gente que venga de la comedia y darles mucho peso.

¿Y Silvia, una de las hermanas?

Fernanda Orazi, una actriz argentina de teatro que trabaja mucho con Pablo Messiez.

Y nos queda Emma, la otra hermana, ¿la tienes en la cabeza?

Hay otras dos actrices con las que siempre he querido trabajar: Silvia Abascal y Alexandra Jiménez, que se hizo famosa con la teleserie La pecera de Eva. Son para comérselas, muy dulces… Es un elenco atractivo, ¿no?

Sin duda. Pues nada, dicho está… Alejandro, terminamos con otro párrafo de tu novela del que también quiero que opines. Has escrito: «Cuanto más queremos, más cuesta perdonar, porque el miedo al dolor repetido es también mayor y porque cuando alguien muy querido nos falla, la vida se derrumba entera, el niño que hay dentro se queda desnudo y todo duele más».

Claro, cuanto más inviertes, más duele perder la inversión… Es la falta de confianza. Y cuando ya has perdido una vez, a la hora de volver a invertir, piensas: a ver cuánto voy a invertir por si pierdo. Aquí me sale un poco la vena catalana. Pero es un automatismo. Y yo lo tengo. El automatismo de detectar: Esas señales que me están dando quieren decir que el porcentaje de confianza va bajando… Soy muy desconfiado, porque estoy dolido… Y no, ya no… Me acuerdo de los errores cometidos. Que son míos, porque proyecté donde no tenía que proyectar, y lo veía, pero…, bueno, yo qué sé… Ahora ya no.

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Comentarios

  • Vidal i Bas

    Por Vidal i Bas, el 07 enero 2018

    Tal vez no somos tan diferentes en el fondo como aparentamos. La sociedad se ha vuelto ( la han vuelto ) ultra individualista, y en esta tesitura, la gente más sensible ( e inteligente ) está más expuesta. Por eso al final nos convertimos en castillos roqueros ( los que sobrevivimos ), y la comunicación con ‘el otro’ es imposible. Hay que aceptar y vivir con la soledad y estar preparado para la insolidaridad. Sólo es el idealismo el que alimenta la acción. Buen día.

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