Para leer con un ‘relaxing’ café con leche

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Frente a indigestas tazas de café con leche, un libro que nos ayuda a desatascar el pensamiento: ‘Algo va mal’, de Tony Judt, un pensador fundamental para entender hacia dónde vamos. Los saqueadores se han apoderado del liberalismo. Quienes propugnan adelgazar el Estado en realidad quieren decir fulminar los servicios públicos para los más desfavorecidos. La economía globalizadora ha amordazado la política. Y, sí, mientras se relajan en la Plaza Mayor.

 

Domingo por la mañana. Mientras leen esta columna, seguro que muchos de ustedes disfrutan de un merecido relaxing café, atrincherados en sus casas para que nadie les estropee el día. Como no deseo amargarles su café postolímpico, quiero recomendarles un libro que no es una estricta novedad editorial (en este Área de Descanso tampoco la buscamos), pero cuya lectura o relectura es aún más necesaria, alentadora y estimulante que cuando se publicó. Hablo de Algo va mal (Taurus, 2010), de Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), un pensador a quien debemos leer para entender el siglo XX y lo que nos espera en el XXI.

Si Pensar el siglo XX (Taurus, 2012) es la biografía intelectual del historiador británico, Algo va mal es su testamento político, «escrito» a contracorriente antes de que la enfermedad degenerativa que padecía desde hacía años le arrebatara definitivamente la vida. Judt, incapacitado para moverse, conservó la lucidez hasta el final. Como una metáfora de su propia lucha, el libro es un apasionado alegato a favor de lo público, del bienestar colectivo, asediado desde hace décadas por el individualismo mercantilista y a punto de fenecer si no hacemos algo para evitarlo. Desde su publicación en España (con merecidos elogios en una parte de la prensa), la situación en el mundo y en Europa en particular ha empeorado. No solo es que estemos mal, es que estamos muy mal.

¿Más Estado o menos Estado? ¿El capitalismo de Keynes o el de Hayek?, se pregunta el historiador británico. Si hasta los años sesenta la sociedad del bienestar era incuestionable, incluso para la derecha democrática, a partir de los años setenta y sobre todo después de la caída del Muro de Berlín, el discurso dominante ha sido el de menos intervención del Estado (salvo para salvar los bancos), más privatizaciones y más mercado, con los resultados que ya conocemos: saqueo de lo público y venta a los amiguetes para que hagan negocio. Menos bienestar para los ciudadanos, más proletarización. La palabra liberal es demasiado bonita como para dejarla en manos de unos saqueadores.

El lema de esta vieja escuela habría que buscarlo en el feudalismo, o más recientemente en la contrarreformista Margaret Thatcher: «La sociedad no existe, sólo hay individuos y familias». Si el gobierno es el problema y la sociedad no existe, el papel del Estado vuelve a quedar reducido al de facilitador, concluye. Nada nuevo. De ahí que sea tan importante leer a historiadores como Judt, para que nos refresquen la memoria, tan necesaria en un mundo en el que el futuro se mide en instantes. «Los gobiernos ceden cada vez más sus responsabilidades a empresas privadas, que ofrecen administrarlas mejor que el Estado y con menores costes. En el siglo XVIII esto se llamaba tax farming: la venta de los derechos de recaudación», nos recuerda Judt. Como ya ocurrió en el siglo XVIII, al vaciar al Estado de competencias y de responsabilidades, hemos debilitado su posición pública. Al paso que vamos, en el siglo XXI regresamos al XVIII, a una época preilustrada.

Las fuentes intelectuales de lo que hoy se conoce como neoliberalismo proceden de la Escuela de Chicago, cuyos miembros a su vez bebieron de Hayek o Popper. «Pero ni siquiera a Hayek se le puede considerar responsable de las simplificaciones idelógicas de sus acólitos. Como Keynes, consideraba la economía una ciencia interpretativa que no se presta a la predicción y la precisión», señala el autor de Sobre el olvidado siglo XX.

Una de las virtudes de Judt es que desmitifica la supuesta base liberal del capitalismo financiero, el que nos gobierna. Dos de sus fundadores, Adam Smith y John Stuart Mill, ya alertaron del peligro del egoísmo y del individualismo como fundamentos del contrato social. «La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva», escribió Mill. Cuando los próceres del neoliberalismo y sus voceros hablan de menos Estado, en realidad se refieren a menos servicios públicos y, en consecuencia, más desigualdad, menos oportunidades y más pobreza. Judt demuestra que tanto Thatcher como Reagan, o más recientemente George Bush y Tony Blair -éste desde las filas del laborismo-, adelgazaron el Estado como proveedor de servicios, pero lo engordaron generosamente en su lado represivo. En la guerra contra el terrorismo, Blair no dudó en impulsar el control del individuo en aras de la seguridad.

Judt se lamenta de que frente a este ataque a lo público gran parte de los intelectuales progresistas de las dos orillas (Europa y Estados Unidos), acomplejados quizás por el derrumbe del bloque socialista, hayan doblegado la rodilla. Y no solo los intelectuales, como nos recuerda Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido (Seix Barral). También los políticos, la socialdemocracia, que ya no está representada en ningún partido.

«El verdadero problema que afrontamos después de 1989 no es qué pensar del comunismo. La visión de una organización total -la fantasía que animó a los utópicos de Sidney Webb a Lenin, de Robespierre a Le Corbusier- se ha desplomado. Pero la cuestión de cómo hemos de organizarnos en beneficio común no ha perdido un ápice de su importancia. Nuestro desafío es recuperarla de entre los escombros», sugiere el historiador británico. Una organización que ha de basarse en la libertad y en la igualdad -ambas son indisociables- y, por supuesto, en la fraternidad.

Judt nos previene de la ingenuidad. Una ingenuidad que nos lleve a pensar que, una vez adquiridos, nadie nos puede arrebatar los derechos conquistados. Y nos alerta contra el nacionalismo, que alimenta el germen de la crisis en Europa, y sobre una globalización que excluye la política y el gobierno.

«Si pensamos que algo está mal, debemos actuar en congruencia con ese conocimiento. Como sentencia la famosa frase, hasta ahora los filósofos no han hecho más que interpretar al mundo de diversas formas; de lo que se trata es de transformarlo». Con los ecos del viejo Marx termina un libro que Judt dedica a sus hijos adolescentes y que, aparte de una lúcida radiografía del mundo actual, es también una llamada a la acción, una reivindicación de la política, tan denostada hoy en España por la corrupción, como la única vía para llegar a ver la luz después de las tinieblas.

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