Andrés Santana, la noche más mágica (I)

Andrés Santana, pronuncia un discurso en la plaza de su pueblo

EL AUTOR NOS CUENTA UN ÍNTIMO HOMENAJE AL PRODUCTOR DE CINE ANDRÉS SANTANA. FUE EN SU PEQUEÑO PUEBLO EN EL CENTRO DE GRAN CANARIA, ISLA QUE ABANDONÓ A LOS 19 AÑOS PARA NO VOLVER. UN HOMBRE DESCONOCIDO QUE OSTENTA EL RÉCORD DE NOMINACIONES A LOS PREMIOS GOYA: 19 POR DÍAS CONTADOS EN 1995

LUIS ROCA ARENCIBIA

Tanto la lírica del texto como la de las fotografías pertenecen al autor.

http://www.observatorioaudiovisualdecanarias.com/

Ocurrió que el sábado 7 de julio de 2012 estaba previsto que el productor de cine Andrés Santana subiera solo al escenario a pronunciar sus palabras con motivo del homenaje que había programado la Asociación de Vecinos Barranco de La Mina de Las Lagunetas –el lugar de Gran Canaria donde nació en 1949- y su madre, Sofía Quintana, se empeñó en subir con él. Y ocurrió que ahí estaba uno de los principales productores de cine de España, de pie aferrado como un cantante al micro de pie, mientras Sofía, sentada en una silla de madera de tijera que alguien de la organización había colocado con presteza oía las palabras, casi todas, sentada con una mano en la empuñadura del bastón y los ojos azules clavados unas veces en la delgada tarima y otras en el cielo.

Casi todas, porque en el momento mágico en que Andrés dedicó sus palabras a Sofía, cuando ante ella y seiscientos vecinos declaró que era la mujer más importante de su vida, cuando explicó que en 1969 se marchó a los 19 años de la casa familiar a Madrid sin contar que se iría para no volver con la intención de ser actor de cine, en ese momento ocurrió que ella levantó el rostro, apretó el puño en la empuñadura y clavó una nueva mirada de reprimenda en él, como si aunque quisiera no pudiera perdonarlo. O al revés. Volvió a bajar la mirada al escenario. La plaza entera murmuró. Sintió desencajarse el corazón.

Había ocurrido entre altísimas montañas nada más anochecer en la trasera de la iglesia del precioso pago de la cumbre de la isla donde Santana había nacido. Especialmente, donde había vivido los dos años más bonitos de su infancia. En medio de su exuberante naturaleza había conocido el cine por primera vez cinco décadas antes justo enfrente de donde ocurrió la escena, en la trasera de la misma casa parroquial. En sus 20 minutos de discurso sobre el escenario, Santana rememoró la voz del pequeño ruiseñor en Campanera, su primer recuerdo de una película. Y también cómo después de ver a Joselito en las sesiones dominicales vespertinas los jóvenes del pueblo salían a dar vueltas a la redonda a esa misma iglesia. Mujeres y hombres en direcciones opuestas para poder reconocerse. Para sin detenerse -porque no se podía- comunicarse entre ellos con señales de los ojos, muecas, gestos de las manos. Que más tarde en la soledad de sus casas debían ocuparse de descifrar.

Entre sollozos se declaró unos quince minutos Andrés. En ocasiones con prolongados silencios hasta que la voz volvía a aparecer. Contó secretos. Allí mismo se había pegado por una niña por primera vez. Recordó a un amigo de correrías infantiles que esa misma tarde había vuelto a ver después de cincuenta años sin saber de él. Y con voz firme, ahora sí, reivindicó la necesidad de devolver el agua al barranco de la Mina. Se comprometió públicamente a ayudar al alcalde Antonio Ortega para lograr reconducirla hacia la tierra que se seca. El agua se entubó cinco años atrás para alimentar campos de golf para turistas del sur de la isla. “Si muere la naturaleza, muere el barranco, morimos todos,” les dijo. Tras las palabras, Andrés Santana y Sofía Quintana bajaron del escenario. Los vecinos se acercaron a estrechar la mano del ilustre paisano. A Sofía le llovieron mil besos. Y juntos visitaron la exposición de fotos que habíamos montado con la ayuda de amigos y vecinos la tarde anterior.

Antes de las palabras

Antes de las palabras, nada más hacerse la noche, proyectamos este vídeo sobre la pared de una de las casas del pueblo, después de que los operarios del ayuntamiento nos comunicaran que la pantalla prevista no podía instalarse por el peligro de que una racha traicionera de viento la tumbara.

[youtube http://www.youtube.com/watch?v=1HxNKrJ9fv4]

Y antes, pronuncié yo mismo sobre el escenario unas palabras que había empezado a preparar esa misma mañana en el hotel rural Las Calas del pago de La Lechuza donde nos alojamos el fin de semana. Las había estado corrigiendo en el smartphone hasta el segundo antes de salir. No llegué a imprimirlas. Las leí desde el mismo teléfono.

No dije nada de sus inicios como figurante en superproducciones americanas en los estudios Sevilla Films. Nada de su etapa de meritorio sin paga, ayudante de cocina, auxiliar de producción. Ni una mención a su amigo el productor José Luis García Arrojo, que conoció en sus primeros años, o al entonces productor Enrique González Macho, que también conoció en los setenta. Nada de divertidas anécdotas en locas películas de José María Zabalza o Jess Franco. Nada de su lentísima caminata cuesta arriba nada más entrar los ochenta. Fernando Fernán Gómez, Pedro Almodóvar, Fernando Trueba y Mario Camus, entre muchos otros. Nada de su participación en la eclosión esos años del cine vasco de la mano de su productora Ariane Films y su socio Imanol Uribe (Aiete Films). Nada, en fin, de Los santos inocentes, Laberinto de pasiones, El viaje a ninguna parte, El vuelo de la paloma, Mambrú se fue a la guerra, El sueño de Tánger, Bajarse al moro, Yo soy esa, El mar y el tiempo, La fuga de Segovia, Opera prima, Pares y nones, Estoy en crisis, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, Cateto a babor, La tonta del bote.

(Mañana, segunda parte)

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