Boccherini, entre lo bucólico y lo sexual, para cerrar el otoño

El c ompositor Luigi Boccherini.

El c ompositor Luigi Boccherini.

El c ompositor Luigi Boccherini.

El c ompositor Luigi Boccherini.

Música de otoño, de hojas secas y luces doradas, nostálgica. El invierno, a la vuelta de la esquina. Días cortos y noches largas. Se nos va el otoño, pero se mantiene cercana su banda sonora. La de Vivaldi, Erik Satie, Tchaikovsky o Fauré. ¿También la de Boccherini? Reivindiquemos sus composiciones, múltiples, que se desarrollaron entre lo bucólico de las montañas de Gredos y los excesos sexuales del infante que decidió darle protección, Luis Antonio de Borbón y Farnesio, todo un personaje. Esta es su historia, pocas veces contada.

No, Boccherini no, dirá más de uno, identificando al compositor y violonchelista italiano con la música galante de la corte de Carlos III y el gusto por el Madrid castizo de majos, manolas y bandoleros, donde los nobles alegraban sus anocheceres veraniegos con alegres danzas populares. Pero sí, Boccherini también fue un músico otoñal, como reivindica un reciente disco con algunos de sus cuartetos de cuerda menos conocidos publicado por la formación Trifolium para el sello Lindoro y que ofrece una lectura muy personal de su universo cuartetístico. Unas composiciones nacidas en el campo, en el mundo rural, pues el italiano pasó la mayor parte de su vida profesional en Arenas de San Pedro (Ávila), en el agreste y bello parque regional de la Sierra de Gredos.

Luigi Boccherini (Lucca, 1743 – Madrid, 1805) era toscano, natural de la ciudad de Lucca, pero con 25 años llegó a España desde París persiguiendo un amor, el de la cantante Clementina Pelliccia, y ya nunca regresó a Italia. Vivo, se entiende, porque en 1927 el dictador Benito Mussolini, en un capricho más de megalómano, trasladó el cadáver al panteón de los hijos ilustres de su ciudad natal. Aquí dejó siete hijos de los que solo uno pudo mantener el apellido que actualmente lleva con orgullo su descendiente José Antonio Boccherini, la sexta generación hispana, madrileña. El caso es que en 1769 fue nombrado violoncelista y compositor de la capilla real del infante Luis Antonio, sexto hijo de Felipe V, hermanastro del rey Fernando VI y hermano del futuro Carlos III. Lo que en ese momento parecía un chollo al final no lo fue tanto.

Luis Antonio de Borbón y Farnesio era todo un personaje. Con apenas ocho años fue nombrado cardenal arzobispo de Toledo y primado de España. A los 14 unió a su currículo el cargo de arzobispo de Sevilla. Hombre impetuoso, la atracción de la carne le pudo más que la del alma, así que para disgusto de su madre, la ambiciosa Isabel de Farnesio, abandonó la carrera eclesiástica (pero no las buenas rentas provenientes de ella) y pasó de vestir sotana a desvestir faldas. Para cuando en 1769 contrató a Boccherini ya llevaba por los Reales Sitios una vida pelín licenciosa pero ilustrada, interesada por la música, las artes y las mujeres. Siete años después el infante se había convertido en lo que hoy llamaríamos un adicto al sexo. Y encima se enamoró de quien no debía. Para poner fin al escándalo, su hermano mayor, el rey Carlos III, lo exilió de la corte obligándole a casarse a los 49 años con su amante, una joven zaragozana 32 años más joven que él. Era una “persona desigual”, plebeya, circunstancia que automáticamente lo apartó de la línea sucesoria y que en el fondo era lo que más le preocupaba al celoso monarca.

A Luis de Borbón esta circunstancia no le importó demasiado pues había heredado una considerable fortuna de su madre y ante todo ansiaba libertad. Convertido en conde de Chinchón se hizo a su medida una pequeña corte rural en el hermoso Palacio de la Mosquera que construyó en Arenas de San Pedro y llenó con obras de arte, libros y valiosos objetos. Allí se entregó con pasión a sus mundanas aficiones, la música, la danza, la lectura, el tiro, la caza, la esgrima y el sexo, no necesariamente en este orden. Y allí se llevó a su orquesta y maestro de cámara. También a un joven pintor que por entonces apuntaba maneras, Francisco de Goya, a quien además de encargarle muchos trabajos logró introducir en la corte de su hermano Carlos III y de allí lanzarle al estrellato.

En ese ambiente híbrido se movía un poco a su pesar el músico Luigi Boccherini para ganarse la vida, rodeado de bosques, montañas, refinamiento algo impostado y muchas pasiones. Quizá por eso su música rescatada por Trifolium sea “muy nostálgica”, como reconoce Carlos Gallifa, violinista y uno de los miembros del cuarteto. “No tiene nada de frívola; está compuesta en un tono menor, lo que la dota de una gran profundidad”, asegura. ¿Otoñal?, le pregunto. “Algo así, pues se nota influenciada por esos jardines de naturaleza domesticada como los de Aranjuez o La Granja que él conocía bien, de lujo palaciego tan del gusto francés de la época, donde el racionalismo ilustrado trataba de superar al que entonces se consideraba caos natural”. En esos años, vivir fuera de Madrid era igualmente un seguro de vida, pues la capital se había convertido en un foco de infecciones donde las enfermedades campaban a sus anchas, mientras en el campo la vida saludable les alejaba de ellas.

Volvemos así de nuevo al estereotipo de Boccherini como compositor de música galante madrileña, urbana y ombliguista, que los estudiosos desmienten con contundencia. “Él vive a la sombra de una nobleza rural, pero a pesar del aislamiento en ese entorno natural y algo salvaje mantenía el recuerdo de la música más profunda que había conocido al comienzo de su carrera en Viena y París. Además estaba muy al tanto de lo que se hacía en Europa gracias al contacto que mantenía con las grandes casas editoriales que publicaban sus composiciones”, explica Gallifa.

Desgraciadamente, tan solo dos piezas le han dado fama. La Música nocturna de las calles de Madrid (Quinteto para cuerda en do mayor, Op. 30) suena en películas como Master and Commander (2003), protagonizada por Russell Crowe, o Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen (2010). Su otro éxito fue el minueto del Quinteto op.11, nº5, muy conocido como la música de un viejo anuncio televisivo de miel de La Granja San Francisco.

La obra de Luigi Boccherini es sin embargo muy extensa. 124 quintetos de cuerda, 90 cuartetos, 48 tríos, 21 sonatas para violonchelo y bajo continuo, 28 sinfonías, 12 conciertos para chelo y orquesta e incluso una zarzuela. Una brillante carrera desarrollada en noble competencia con su contemporáneo Joseph Haydn, hasta el punto de que no está claro quién de los dos fue realmente el inventor de los cuartetos de cuerda. Son composiciones siempre de carácter íntimo y recogido, tan del gusto por otra parte de los ambientes privados de aristócratas y diletantes para las que fueron creadas. “Una delicada obra miniaturista de sonoridad aterciopelada”, en sensible definición  del profesor de música en la Universidad de La Rioja Miguel Ángel Marín.

El fallecimiento del infante en 1785 devolvió definitivamente a Boccherini a Madrid, pero no a la Corte. La vida de un músico ya era entonces muy dura. Viudo, con 42 años y seis hijos, aunque disfrutaba de una pensión real, necesitaba de la ayuda de algún mecenas que le asegurara una paga más sustanciosa con la que subsistir. Lo encontró en el rey Federico Guillermo II de Prusia, quien le permitió seguir viviendo en Madrid a cambio de enviar composiciones nuevas a Berlín.

Pero también la estrella teutónica se apagó pronto. En 1797 falleció el monarca alemán y se quedó sin valedores y sin sueldo. Angustiado por las desgracias, pues perdió pronto a cuatro de sus hijos y a su segunda mujer, fue cayendo en picado. Y así acabó sus días en Madrid, en el número 6 de la calle Jesús y María del barrio de Lavapiés. Con 62 años de edad, olvidado, tuberculoso, más reconocido y difundido por músicos e instituciones francesas que por las españolas y, quizá, recordando con nostalgia esos otoñales días de erotismo en Gredos y esas largas conversaciones con Goya.

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Comentarios

  • Pepone

    Por Pepone, el 20 diciembre 2017

    Interesante artículo. Creo recordar que, cuando yo era pequeño, emitían una serie animada en TVE que se llamaba «Érase una vez el Espacio» hermana de «Érase una vez el Hombre». La banda sonora de esta hermana televisiva era el Quinteto op.11, nº5 de Boccherini, así como el Minuetto del Septimino, Op20 de Beethoven era la banda sonora de “Érase una vez el Hombre». Ambas reinterpretadas, claro, no literales.

  • Francisco

    Por Francisco, el 20 diciembre 2017

    Buenos días. Acabo de leer con mucho interés su artículo sobre Boccherini, coincidiendo con las vísperas de la publicación de mi libro ( novela histórica) BOCCHERINI EN ESPAÑA. Coincidimos ( deduzco de la lectura de su estupendo resumen) en el amor por la
    m´sica de Boccherini y en el interés por su vida. Mi libro amplía más la segunda parte de su vida en España ( la etapa de Madrid) pues es la menos conocida. Me baso en el trabajo musicológico de J. Tortellas y en mi experiencia de biógrafo de compositores.
    Me gustaría seguir en contacto con usted, en torno a Boccherini y su parecer sobre mi relato.
    Muy cordialemnte
    Francisco Delgado Montero

  • SU

    Por SU, el 05 marzo 2022

    Gracias por la información y darle un toque humano!

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