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Aleksiévich, historias con minúsculas

Por bonsauvage, el 20 de junio de 2016, en Buensalvaje Opinión

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Jean-François Martin

Ilustración de Jean-François Martin

POR JUAN GÓMEZ BÁRCENA
El escritor Juan Gómez Bárcena se adentra en la obra El fin del «Homo sovieticus», de Alexandra Aleksiévich, y en los cambios experimentados por la sociedad soviética en su paso del comunismo al capitalismo.

La primera vez que escuché hablar de Svetlana Aleksiévich (1948) fue después de que le concedieran el Premio Nobel, o para ser más exactos unos días antes, cuando su nombre empezaba a sonar entre los favoritos. Por aquel entonces Aleksiévich era una gran desconocida en España, y sólo podía encontrarse traducido al español su libro Voces de Chernóbil. Confieso haber acogido la noticia del premio con algo de frialdad, incómodo ante otro nombre raro que venía a arrebatar su justo reconocimiento a autores de la talla de Phillip Roth, Milan Kundera o Margaret Atwood.  Me ha bastado la lectura del libro que hoy nos ocupa, El fin del “Homo sovieticus”, para saber que afortunadamente estaba equivocado, y sobre todo para preguntarme por qué negligencias editoriales Aleksiévich no estaba más difundida en nuestro país.

Su originalidad como narradora comienza en el momento en que descubrimos que ni siquiera somos capaces de definir el género de su obra. El fin del “Homo sovieticus” no es una novela ni un libro de relatos, como tampoco puede considerarse sólo un libro periodístico. Propone un tejido polifónico de voces, testimonios reales entresacados de todos los rincones de la antigua Unión Soviética, para dar cuenta del paso del mundo comunista al capitalista. Pero no se limita a recoger una sucesión de entrevistas. Su objetivo es crear un retrato personal y profundo de cada uno de los entrevistados, para lo cual escoge desaparecer ella misma de la narración. No llegamos a saber cuáles son las preguntas que les dirige, ni las circunstancias en que dichos encuentros tienen lugar: es el propio testimonio el que se erige en protagonista. Una sucesión de vidas que van desde los albores de la guerra civil rusa hasta las elecciones en Bielorrusia en 2010; desde el íntimo rincón de las cocinas rusas hasta los inmensos salones del Kremlin; desde la salvaje represión de los nazis hasta los no menos terribles campos de muerte de Stalin. Todas estas tragedias tienen algo en común: le han ocurrido a un tipo muy específico de ser humano, que Aleksiévich ha bautizado como “Homo sovieticus”. A esa clase específica de ser humano dirige algunas líneas en su prólogo: “El comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre antiguo, al viejo Adán. Y lo consiguió. Tal vez fuera su único logro. En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre: el Homo sovieticus. Algunos consideran que se trata de un personaje trágico; otros lo llaman sencillamente sovok (pobre soviet anticuado). Tengo la impresión de conocer bien a ese género de hombre. Hemos pasado muchos años viviendo juntos, codo con codo. Ese hombre soy yo. Ese hombre son mis conocidos, mis amigos, mis padres”.

La obra tiene la profundidad de análisis y la capacidad de impactar de Si esto es un hombre, de Primo Levi –y la comparación no es casual, pues en ella asistimos al reverso soviético de Auschwitz; los gulags de Stalin–, pero Aleksiévich se las arregla para retratar con ternura las vidas de sus interlocutores.

Y lo que es más importante: reúne los testimonios adecuados para brindarnos una comprensión global y compleja de la época que estudia. Como sucede en el género historiográfico de la llamada “microhistoria”, Aleksiévich recoge docenas de historias mínimas e individuales para acabar alumbrando por acumulación la llamada Historia con mayúsculas. Los propios entrevistados son en ocasiones conscientes del valor de su testimonio: “Una cláusula secreta del Pacto Mólotov-Ribbentrop firmado en 1939 cedió a la URSS los territorios de Bielorrusia occidental y miles de colonos osadniki fueron deportados a Siberia junto con sus familias (…). Pero ésa es la historia con inicial mayúscula, la Historia, y yo tengo la mía, una historia personal, íntima…”.

Tal vez lo más interesante de la obra es que esa Historia (con mayúsculas) que acaba formándose en nuestra cabeza por decantación de los testimonios no se parece demasiado a la que estudiamos en los libros de texto. Gracias a las voces convocadas por Svetlana Aleksiévich sabemos, por ejemplo, que la transición al capitalismo no fue vivida como una liberación por la sociedad rusa: que la clase media se ha hundido hasta unas cotas de miseria nunca soñadas durante la era comunista, y son muchos los que miran con nostalgia el “Terror rojo”. Sabemos también que en plena II Guerra Mundial, muchos aldeanos ucranianos o rusos temían más a sus propias tropas que a los invasores nazis: “Los alemanes llegaron a nuestra aldea subidos en camiones enormes. Sólo alcanzábamos a ver sus cascos brillando al sol. Eran jóvenes. Se los veía alegres. Pellizcaban a las chicas. Al principio, pagaban por todo: por los huevos, las gallinas. Ahora lo cuento y nadie me cree. ¡Es la pura verdad, oigan! ¡Y pagaban con marcos alemanes! Para mí la guerra…para mí la guerra es una historia de amor”. Y también descubriremos, espeluznados, que es posible ser torturado durante un año por los agentes de Stalin y ver morir por esa misma causa a tu esposa, y sin embargo continuar luciendo orgulloso el carnet del Partido cincuenta años más tarde, como hace uno de los entrevistados: “Volví a casa con dos heridas y tres condecoraciones. Me convocaron al comité regional del Partido. “Desgraciadamente, no podemos devolverle a su mujer. Su mujer murió. Lo que sí podemos es devolverle el honor…”, me dijeron. Me devolvieron el carnet del Partido. ¡Me sentí tan feliz! Sencillamente, era un hombre feliz…”.

“A veces pienso que el dolor es un puente que une a las personas, un lazo secreto” reconoce Aleksiévich en el prólogo de una de las entrevistas “y otras veces, desesperada, pienso que el dolor es un abismo que las separa”. Sólo puedo recomendar a los lectores que se dejen llevar por las páginas de este libro para conocer una galería de personajes distantes y cercanos al mismo tiempo, comprensibles e incomprensibles, accesibles y herméticos; tal vez en sus experiencias de dolor nos topemos con algo que nos acerque o nos aleje de nosotros mismos.

Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) es licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada e Historia por la y en Filosofía. Su libro de relatos Los que duermen (Salto de Página, 2012) fue considerado una de las mejores óperas primas del año por El Cultural, y recibió el Premio Tormenta al Mejor Autor Revelación.  Su novela El cielo de Lima (Salto de Página, 2014) ha alcanzado ya la tercera edición.

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