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Canciones de amor, Ted Gioia

Por bonsauvage, el 4 de julio de 2016, en Buensalvaje Reseña

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Alejandro-Sanz

POR JOAN LOSA

Joan Losa reseña Canciones de amor, de Ted Gioia, publicado por la editorial Turner (Madrid, 2016).

Qué tenían de amoroso los cantos y danzas de la fertilidad en la antigua Mesopotamia, qué de romántico puede haber en el contoneo espasmódico de una lujuriosa Miley Cyrus. Aparentemente nada. El conflicto entre lo carnal y lo espiritual, el ritual del cortejo frente a la invitación sexual han jalonado la siempre peliaguda historia de lo amoroso y, por extensión, de la canción de amor. El crítico y musicólogo Ted Gioia, autor de la magnífica Historia del jazz, se atreve ahora en Canciones de amor. La historia jamás contada con la historia cultural del romanticismo narrada a través de sus melodías.

A favor de lo terrenal, como siempre, Darwin. A fin de cuentas, puede que haya muchos eslabones evolutivos perdidos entre un gorrión cuelliblanco y un homo sapiens que toca en una banda de rock, pero la funcionalidad básica parece ser la misma; una llamada al acoplamiento. Dicho más finamente, o como lo expresaría Geoffrey Miller, psicólogo evolutivo: “La música es lo que sucede cuando un simio antropoide inteligente y social entra en el paraíso evolutivo de la selección sexual desbocada de las exhibiciones acústicas complejas”. Déjese caer, despliegue sus alas cual pavo real, y si no ocurre nada, entonces gruña o aporree algo. Ritmo y melodía al servicio del apareamiento.

Frente a esta tradición, más enfocada hacia el amor y la sexualidad conectados con los rituales y el culto religioso, el autor sitúa el lirismo y la intimidad de los egipcios, una imaginería sentimental que hace hoy en día mucho daño en otra tradición mucho más prosaica: la de la almibarada canción melódica. Dos visiones difícilmente conciliables del amor –la platónica y la orgásmica– han tensionado una música radical y disruptiva como pocas, cuya capacidad de empoderar al personal a base de individualismo y autonomía no siempre ha sido bien vista por los poderes establecidos.

Y en esa pugna, sobra decir, siempre ganan los mismos. Cada vez que el paria de turno tiene a bien cantarle al amor de un modo aún por inventar, ya sea por medio de un destartalado laúd, una Rickenbacker o entonando un madrigal, la reacción por lo general ha variado entre la mofa, el vilipendio público, si no directamente la soga. Poca broma. Digamos que la canción de amor, reiteradamente a lo largo de los siglos, se convierte en su opuesto. Tras el rechazo primigenio de las élites –ya sean los antiguos eruditos confucianos, los aristócratas cantores de la era de los trovadores, o los actuales gobernantes criados con el rock ’n’ roll–, estas terminan por adoptar y legitimar dicha música.

El relato oficial siempre pertenece a los vencedores. Gioia lo sabe y trata de reescribirlo. Indaga en la revolución trovadoresca que tuvo lugar en Francia a finales del periodo medieval y que, por su impetuosidad a la hora de invocar a Eros, ha trascendido como el verdadero germen de la música popular actual. La historiografía oficial parece obviar, en cambio, la herencia de los esclavos del mundo islámico, cuyo énfasis en la subyugación y servidumbre para con la mujer amada no era más que la extensión de una necesidad obligada a deferir y servir. Quién lo iba a decir, las desventuradas soflamas de Dante, el corazón partío y el sin ti no soy nada se pergeñaron por primera vez en sórdidas mazmorras castellanas.

En definitiva, una histórica cortina de humo que Gioia desvela mostrando cómo, las en su día escandalosas canciones de amor de los excluidos, fueron impunemente incorporadas al respetado acervo cultural de los incluidos.

Joan Losa es periodista. Trabaja como redactor de opinión y culturas para el diario Público.

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