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Patria, de Fernando Aramburu

Por bonsauvage, el 23 de febrero de 2017, en Buensalvaje Reseña

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Pintadas a favor de miembros de ETA en el centro de Hernani (Guipúzcoa). Por Javier Hernández

Reseña de Patria. Fernando Aramburu, (San Sebastián, 1959), 648 páginas, 22,90 euros

 Por Mateo de Paz

¿Estábamos preparados para leer Patria hace cinco años? ¿Lo estamos ahora que la ficción ha llamado a la puerta de la derrota literaria de ETA? Uno pregunta a las generaciones posteriores, a jóvenes estudiantes de secundaria que no vivieron aquellos años desgraciados, o que eran unos críos cuando la organización criminal anunció el cese definitivo de la actividad armada, y su respuesta es que desconocen lo que ocurrió, o que algo han escuchado al respecto. La amnesia llama a la puerta con su silencio revulsivo, pero aquellos que queremos recordar, no revivir, disponemos de la ficción para construir el relato que cuente lo que sucedió a lo largo de medio siglo –casi olvidado– de nuestra infame historia. Entonces ¿este el fin de la novela al que muchos llaman cada poco tiempo? Una novela no solo debe contar el acontecimiento vivido por sus personajes, sino que el narrador, la voz que autentifica los hechos, también tiene que emplear su habilidad y destreza narrativas y aportar, si fuese posible, alguna novedad en la técnica. En mi opinión, la última novela de Fernando Aramburu reúne todos los requisitos para perdurar con el paso del tiempo: es una gran historia ficticia construida sobre los pilares de una historia real. Su tema, el terrorismo etarra, con sus víctimas de uno y otro lado, nunca se había afrontado con tamaña ambición y calidad narrativas.

Pero ¿qué cuenta exactamente Patria? Miren y Bittori, dos mujeres unidas por la amistad y separadas por el fanatismo, contraen matrimonio con dos amigos, Joxian y el Txato. A este último, dueño de una empresa de camiones, la organización lo extorsiona mediante el impuesto revolucionario. Al principio se muestra solícito y paga, pero cada vez le piden más y más dinero y él suplica una entrevista en Francia para fraccionar la obligada demanda económica con que liberar al pueblo vasco de los opresores españoles; sin embargo, su expediente empresarial no está limpio de sospecha: el Txato ha tenido problemas con el sindicato abertzale y se ha enfrentado, en días de huelga, con un sindicalista cercano a la organización. Al final, sin remedio, aparecen pintadas en las calles del pueblo: Txato, txibato, represor, fascista y, la peor de todas: Txato entzun pim pam pum… Hasta este punto del relato el conflicto parece alejarse de la antigua amistad familiar, pero Joxe Mari, el hijo mediano de Miren, un joven con un futuro prometedor en el balonmano, acaba huyendo a Francia para dirigir un talde de ETA. En un momento dado, a él y a los suyos les pasan una lista con los objetivos que deben ejecutar. La sorpresa le llega cuando ve el nombre del Txato en la lista, el amigo de su padre, el hombre que le compraba helados cuando eran niños.

La narración no es cronológica, sino que hay saltos en el tiempo, de tal forma que la linealidad progresa porque el lector la reconstruye con ayuda de las pocas marcas temporales que Aramburu ha ido diseminando por la obra: las bodas de ambas parejas en los años sesenta, la muerte en Argel del carismático líder Txomin Iturbe, la ejecución de Yoyes, la Expo de Sevilla y las olimpiadas de Barcelona, el secuestro y ejecución de Miguel Ángel Blanco, las Jornadas sobre Víctimas del Terrorismo y Violencia Terrorista, organizadas por el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco en San Sebastián, donde Fernando Aramburu se homenajea a sí mismo con la presencia de un escritor que expone sus motivos para escribir un libro sobre ETA («Hay libros que van creciendo dentro de uno a lo largo de los años en espera de la ocasión oportuna de ser escritos»), y, por supuesto, el día en que ETA anunció, en su solemne escenario de siempre, el cese definitivo de la actividad armada, aquel 20 de octubre de 2011. Son ciento veinticinco capítulos en los que los nueve personajes principales (la familia de Bittori, el Txato, Xabier y Nerea, por un lado; y la de Miren, Joxian, Arantxa, Joxe Mari y Gorka, por el otro) van centrando la atención de dos o tres capítulos cada vez, sus anhelos y temores, sus expectativas de futuro y relaciones de pareja, su alegría y su dolor, su atormentada y dichosa manera de vivir.

Uno de los personajes más interesantes, que funciona como punto de unión entre las dos familias, y al que este lector ha tomado especial cariño, es Arantxa, la hija mayor de la fanática Miren y el triste Joxian. Casada con un español de Rentería llamado Guillermo, vive la radicalización de su hermano y de su madre y el asesinato del Txato y la restitución de Bittori con gran pesadumbre. Ella, a pesar de sus circunstancias, hace lo posible para encontrarle las gritas de amor que el fanatismo y el olvido dejan a la tolerancia y al recuerdo. El perdón que su hermano le debe a la mujer del asesinado será el motor de su vida, a pesar de su ictus, de la silla de ruedas y de que tenga que comunicarse con el exterior a través de un Ipad. Si lo pensamos bien, la comunicación parece ser (o su ausencia) el tema de la novela: todo se resuelve a través de la palabra, hablada o escrita, conversaciones, correos electrónicos y cartas, discursos, letras de canciones, como aquella pieza de Mikel Laboa, “Txoria txori”, que Joxe Mari escucha en su interior mientras afuera la Guardia Civil lo tortura hasta la asfixia:

 

Si le hubiera cortado las alas,

habría sido mío.

No habría escapado…

Pero así, habría dejado de ser pájaro.

Y yo… yo lo que amaba era un pájaro.

 

Sin duda, este es el libro más importante y exitoso de su autor. En él todo resulta satisfactorio, aunque su lectura, por el tema que trata, no sea agradable. Sin embargo, uno disfruta y llora a lo largo de sus páginas y recuerda, sobre todo si ha respirado el aire contaminado de aquellos tiempos, la intransigencia de un puñado de seres que trataron de doblegar a la mayoría por la consecución de una idea, y se pregunta, al llegar al final del relato, si aquellos asesinatos merecieron la pena. Todo, parece decirnos su autor, podría haberse evitado con un simple abrazo.

Para finalizar únicamente puedo insistir en la idea de que estamos ante una obra maestra. Solo el transcurrir de los años me dará la razón, pero nadie me podrá negar después de su lectura que Patria es un documento extraordinario sobre la estúpida violencia terrorista.

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