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¿Qué es un editor?

Por bonsauvage, el 19 de enero de 2017, en Puesta en abismo

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Ilustración de Leonardo Sonnoli

Alberto Olmos reflexiona sobre el papel del editor al hilo de su labor como tal desarrollada en Caballo de Troya a lo largo de 2016

Por ALBERTO OLMOS

Como los seis libros que finalmente saldrán este año en Caballo de Troya han sido seleccionados por mí, podría decirse que soy editor. De hecho, la figura que han inventado en Penguin Random House para mantener el pequeño sello que dirigiera durante diez años Constantino Bértolo se denomina “editor invitado”, pues su duración se limita a un año. En determinadas notas biográficas que he tenido que aportar a medios o eventos cuando me las han pedido, he incluido mi condición de “editor”. También ha habido quien, libremente, me ha considerado tal a la hora de definirme en una ficha o de adjudicarme una declaración o afirmación.

¿Puede uno considerarse editor por haber elegido qué seis libros aparecerán durante un año en un determinado sello? Obviamente sí. Uno, en el campo literario, puede considerarse escritor sin haber publicado, crítico sin haber cobrado una crítica, editor sin haber vendido un libro y lector sin haberlo abierto. El mundo de los libros es el mundo de los sueños, y los sueños apenas tienen pudor.

Recuerdo que fue con mi quinto libro publicado (Tatami) cuando dejé de sentirme incómodo ante la afirmación por parte de una tercera persona de que yo era escritor. El respeto cercano a la adoración que sentía por la figura del escritor (digamos, por los Kafka, Cervantes, Shakespeare o Tolstoi) me hacía sonrojarme si me veía apelado por alguien como escritor, pues eso abarataba mi propia aspiración a serlo. Lógicamente, lo mismo sucede hoy en día cuando me veo considerado editor. No, no soy editor; pero la labor mínima que en ese terreno he llevado a cabo me ha servido para reflexionar sobre esta figura tan ambigua. Creo que antiguamente el editor era al mismo tiempo el impresor, y muchas veces hasta el librero de su propia producción editorial. También hubo autores (Valle-Inclán) que se encargaban no sólo de escribir sus libros, sino de todo el trabajo anterior a que estos fueran a la imprenta. Hoy en día la figura del editor es un estamento de criterio, y ni siquiera tiene que jugarse su propio dinero para ser considerado un profesional a todos los efectos.

Recuerdo que David Mamet afirmaba en algún sitio que, entre las pocas condiciones señalables para tomarse en serio una obra de teatro -esto es, para que el teatro fuera teatro-, estaba el hecho de que el público hubiera pagado por su asistencia a la representación de la obra. La idea me pareció estrambótica, pero en el fondo creo que Mamet llevaba razón. Lo único que pone el arte en circulación es el dinero: siempre hay alguien que cobra, alguien que paga, alguien que exige un precio. En el mundo editorial, el actor que piensa más en el dinero es el editor.

Así las cosas, elegir seis libros para Caballo de Troya en 2016 con la absoluta libertad que da no ir a sufrir ninguna represalia, amonestación o destitución si acaso entre esos seis títulos se vendieran a final de cuentas, y en toda su vida comercial, un miserable puñado de ejemplares es lo que hace que yo no quiera ni pueda considerarme editor. No me juego nada.

El editor puro, por ello, es aquel que pone su dinero en una empresa editorial y empieza a publicar libros que, en primera instancia, no hunden el sello y, a medio plazo, dan algún dinero para pagar a los empleados y colaboradores y, finalmente, hasta producen enormes beneficios.

Jorge Herralde, sin ir más lejos. Jorge Herralde no es editor porque haya publicado decenas de libros extraordinarios y haya descubierto no sé cuántos autores hoy establecidos, sino porque consiguió vender libros, prolongar la vida de su empresa y afianzar su marca en este negocio.

Otra consideración que he hecho al fingir durante un año que era editor es que eso de “descubrir autores” está sobrevalorado. Cuando se habla o se presenta o se traza al vuelo una biografía de Jorge Herralde, Constantino Bértolo o Pote Huerta, se suele decir que descubrieron a tales o cuales autores; esto es, que los publicaron por primera vez. Sin embargo, ¿llegan a diez las personas que en España hoy en día deciden si un escritor español inédito acabará viendo su libro en las librerías? Lo cierto es que los pocos editores que hay no tienen más remedio que descubrir autores. Lo curioso es que, si rechazan lo que luego será un gran libro o un escritor excepcional, nadie se lo tiene en cuenta. Queda hasta coqueto.

Y digamos más: ¿alguien cree que un Julio Llamazares o un Enrique Vila-Matas, descubiertos en su día por algún editor, no iban a ser descubiertos por otro si acaso el primero los hubiera rechazado? En definitiva, descubrir autores para un editor es como meter goles para un delantero: va en la posición. Si uno se pasa diez o veinte o treinta años publicando libros, ¿cómo no va a descubrir a Ray Loriga?

Elvira Navarro seleccionó ocho libros para la misma Caballo de Troya en 2015, y uno de ellos (El comensal, de Gabriela Ybarra) es el libro de más éxito de todo el catálogo en sus doce años de historia. ¿Es, por tanto, mejor editora que Constantino Bértolo? Popularmente se cree que un editor, un buen editor, es alguien con un gusto excelente, o, dicho de un modo más directo, alguien que sólo publica buenos libros. Sin embargo, ¿”buenos libros” para quién? Sin duda, para el propio editor. Entonces un buen editor sería aquel que publica los libros que le gustan, y, por tanto, todos podríamos ser buenos editores porque a todos nos gustan los libros que nos gustan.

Lo cierto es que sería más exacto decir que un buen editor es el que publica los libros que no le gustan. Publicar en España por primera vez a Sebald es ser un buen editor, pero podría suceder que al editor que estrenara a Sebald en nuestro país justamente ese autor no le entusiasmara (hay gente muy culta y formada y leída a quien no le gusta Houellebecq o Banville o Franzen, por aclararnos), lo que ratificaría que estamos ante un buen editor.

De modo que la labor del editor no es imponer su criterio, sino contribuir al criterio intelectual de la sociedad con una oferta de libros que dialoguen con unos y con otros, que sean malos y buenos (según quien), que sigan modas, pero también que vayan contra las modas, que den algún dinero (muchas veces sin esperarlo) y, sobre todo, que mantengan la coralidad de la literatura, su condición plural.

Ser editor es justamente lo contrario de ser lector, porque el editor es un lector subrogado por la comunidad, y no importa en lo más mínimo su gusto, sino su servicio, que no es otro que el de dar voz a aquellos que los lectores todavía no saben que quiere leer.

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