Con Chaves Nogales en el Thyssen

Rotella Cleopatra

Mimmo Rotella. ‘Cleopatra’, 1963. Décollage sobre lienzo. 134 x 137,6 cm. Colección privada. ©Mimmo Rotella. VEGAP. Madrid, 2014. Una de las obras de la exposición Mitos del POP en el Mueso Thyssen

El autor visita la exposición Mitos del POP en el Mueso Thyssen con la lectura de dos obras de Chaves Nogales. Una forma de unir en un mismo gesto el optimismo constructivo con la lectura de uno de los autores que son un antídoto contra el fanatismo y la tentación totalitaria.

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Las buenas exposiciones, como las lecturas imprescindibles, son aquellas a las que regresas. Asistí a la presentación a la prensa de Los mitos del Pop, la espléndida retrospectiva de este movimiento que acaba de inaugurarse en el Museo Thyssen de Madrid y de la que dio cuenta nuestra crítica de arte, Julia Luzán.

Los cuadros de Hamilton, Warhol, Lichteinstein, o de otros artistas menos conocidos como Lindner o Adami, se han convertido en mitos de nuestra cultura y han forjado la educación sentimental de varias generaciones, de la mía al menos. Rodeado por cuadros que son más que cuadros, por pinturas y obras de arte que se han convertido en iconos, uno puede llegar a sentir que está en el salón de su casa. O dentro de un televisor imaginario, catódico, viendo el relato de su propia vida. Y claro, como Ulises, siempre deseamos regresar al hogar. Pero lo que me hizo visitar de nuevo la exposición fueron una palabras de la comisaria, Paloma Alarcó: “En el pop nada es lo que parece”. Una afirmación que bien podría aplicarse a numerosas narraciones que llevan la semilla chejoviana. Y entronca con la levedad, una de las propuestas que nos legó el escritor Italo Calvino para el próximo milenio, un milenio que ya es el nuestro.

Regresé, pues, para encontrar lo que “calla” el Pop Art, lo que está más allá de lo visible, el reverso del mito, y lo encontré, primero en los cuadros y luego, de nuevo, en las palabras de Alarcó. “Los mitos de la vida diaria que tanto interesaron al pop, presentes en la cultura de consumo y en los medios estables de comunicación de masas, también poseían una doble cara: por un lado, un optimismo constructivo derivado de la nueva fe en el progreso, y por otro, un síndrome de decadencia y temor al desastre”, explica la comisaria en el catálogo de la exposición.

Optimismo constructivo y síndrome de decadencia. Palabras que retumban en mi cabeza mientras camino a una de las terrazas del Thyssen, un bancal urbano en el corazón del Paseo del Prado. Sentado allí, rodeado de otros visitantes, me acuerdo de ese cuadro de Hopper, Gente tomando el sol, pero en lugar de un paisaje árido, unas suaves montañas peladas, nosotros vemos el  reconfortante y arbolado Paseo del Prado, el mismo que un sedicente exalcalde ilustrado y actual ministro quiso degollar.

Con una cerveza en la mesa, impresincible para sobrellevar el calor mesetario, es el momento perfecto para sacar uno de los libros que ando releyendo, A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales (1897-1944), de quien ya hemos hablado en esta Área de Descanso.

Editado por Libros del Asteroide, incluye dos relatos (novelas las llama Chaves, qué mas da) inéditos que se añaden a los nueve que ya conocíamos del escritor sevillano y en los que nos legó una mirada única sobre la Guerra Civil. A sangre y fuego,  que lleva el esclarecedor subtítulo de Héroes, bestias y mártires de España, debería ser de lectura obligatoria en los institutos. No se me ocurre mejor vacuna contra el fanatismo y la tentación totalitaria.

Este azañista, “pequeñoburgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”, como se autodefine en un prólogo memorable, fue fiel hasta el final a los ideales republicanos. Antifascista, ajeno a los fervores revolucionarios,  su lealtad a la República (aunque les moleste a algunos, en España la República es algo más que una república) no le impidió narrarnos su desenlace sin anteojeras ideológicas. Los relatos, novelas cortas, vibran en cada página y con una prosa exiquisita (quien quiera aprender a escribir que lea a Chaves Nogales) enganchan al lector desde la primera frase. Están basados en episodios conocidos de primera mano por Chaves Nogales o, como el del bombardeo de Guernica, que investigó ya en el exilio (al respecto nos cuenta: “Caí, naturalmente, en un arrabal de París, que es donde caen todos los residuos de la humanidad que la monstruosa edificación de los Estados va dejando”).

Salvando las distancias, A sangre y fuego bien podría compararse con otra obra cumbre del siglo XX, Vida y destino, del también periodista y escritor Vasili Grossman. Ambos denuncian los efectos de los totalitarismos, de cualquier signo. Chaves Nogales no escribe al servicio de la guerra sino de la condición humana.  Como Camus, tampoco cree que los fines justifiquen los medios y nos advierte de que el horror puede convertirnos en monstruos, aunque uno lleve razón.

El escritor sevillano es un ejemplo a seguir para quienes nos dedicamos a este oficio de contar historias, de ficción o no. A sangre y fuego no solo es una de las mejores obras que se han escrito sobre nuestra Guerra Civil, es una de las mejores obras que se han escrito contra la guerra. Les dejo con sus palabras: “En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad”.

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Comentarios

  • Joaquín

    Por Joaquín, el 15 junio 2014

    Los relatos de ‘A sangre y fuego’ son buenos, el prólogo que les precede es insuperable. Aquí van cuatro párrafos para convertir en fuego la llama que ha encendido Javier:
    http://bit.ly/1kVQgmd
    Feliz domingo.

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