Contra la Ley de Conservación del Libro

Contra la ley de conservación del libro. Biblioteca Vasconcelos en Ciudad de México.

Contra la ley de conservación del libro. Biblioteca Vasconcelos en Ciudad de México.

Contra la ley de conservación del libro. Biblioteca Vasconcelos en Ciudad de México.

Contra la ley de conservación del libro. Biblioteca Vasconcelos en Ciudad de México.

No podemos mantener un crecimiento infinito de libros (en España se publican 80.000 títulos al año) en un planeta que sabemos que tiene límites finitos. No hay árboles para hacer libros sin medida, ni espacio para guardarlos, ni tiempo para leerlos, sobre todo desde que hay ‘smartphones’ y series cojonudas de televisión. Si sobrecargamos la Tierra de libros, puede modificar su inercia e incluso salirse de su órbita. Sería una muerte horrible para la Humanidad. El autor apuesta desde ‘Buen Salvaje’ por el decrecimiento libresco.

Romper libros: hace más de 20 años, siendo yo un joven asilvestrado, me convertí junto a algunos compañeros bachilleres en uno más de la histórica e infame lista de los destructores de libros (véase Historia universal de la destrucción de libros, de Fernando Báez, en Destino). Como Hitler, como la Inquisición Española. Había acabado el curso escolar y, antes de irnos a casa a tocarnos los genitales y fumar droguillas, la emprendimos con los libros de texto, recuerdo que sobre todo los de Filosofía y Biología, por aquello de ser ecuánime entre ciencias y humanidades.

Les arrancamos las páginas, les rajamos las portadas, los tiramos contra la pared y saltamos encima de sus restos. Era liberador. Entonces entró en el aula un joven profesor de inglés que era bastante enrollado, Don Lorenzo, y nos explicó muy amablemente (aunque su cara mostraba una mueca de horror ante tal espectáculo) que los libros no se tiran, ni se rompen, ni se destrozan nunca, porque nunca se sabe cuándo van a volver a ser de utilidad o qué otra persona los va a necesitar. Los libros son, nos vino a decir Don Lorenzo, un sagrado e intocable vehículo del conocimiento. Fue la primera vez que enuncié en mi cabeza el Principio de Conservación de los Libros, similar a otros principios de la física semejantes referentes a la masa, la energía o el momento angular.

Una vez creados, los libros nunca se destruyen y fluyen por el Universo de librería en almacén, de casa en casa, de puesto callejero a punto de bookcrossing a librería de viejo. Hay muchos libros en el mundo y cada vez hay más y a nadie parece preocuparle. Pero no podemos mantener un crecimiento infinito de libros (en España se publican 80.000 títulos al año) en un planeta que sabemos que tiene límites finitos: no hay árboles para hacer libros ad infinitum, ni espacio para guardarlos, ni tiempo para leerlos, sobre todo desde que hay smartphones y series cojonudas. Si sobrecargamos la Tierra de libros, puede modificar su inercia e incluso salirse de su órbita. Sería una muerte horrible para la Humanidad. Apostemos por el decrecimiento libresco.

Yo siempre quise tener muchos libros, no leerlos, simplemente tenerlos, que eso da mucho empaque en la casa. Empecé a recolectarlos en la veintena, y uno de los mayores placeres era admirar sus lomos y dejar que mis amigos los hojearan un ratito (¡nunca se prestan!). Pero los libros fueron tomando mis casas de forma desproporcionada: estaban los que me compraba, los que robaba compulsivamente en grandes superficies, a los que ahora, que sumo una provecta edad y una dilatada carrera, se unen los que me mandan todos mis amigos letraheridos y las editoriales, dada mi profesión de periodista. A eso hay que añadir mis frecuentes arrebatos de apilar grandes libros ilustrados sacados de librerías de segunda mano y, sobre todo, rastrillos. Cada vez que hago una mudanza, el 90% de los bultos son la biblioteca. Apenas tengo nada más: tres gadgets, un poco de ropa superguay, los ansiolíticos y una afeitadora eléctrica.

Los libros se reproducen como células cancerígenas, como musgo, por todas las esquinas, rebasan las estanterías y forman columnas en los rincones, o al lado de la cama, o sobre el bidé. Augusto Monterroso escribió sobre esto en su cuento Cómo me deshice de 500 libros. En Bibliofrenia (Melusina), de Joaquín Rodríguez, en Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas (Universidad de Sevilla), de Miguel Albero, o en Tocar los libros (Fórcola), de Jesús Marchamalo, se habla de diferentes patologías librescas y hasta de gente que falleció por culpa de tener una biblioteca que se le fue de las manos, como lo oyen. Los libros crecientes, además, no solo roban metros cuadrados que pagas religiosamente en el alquiler (es como si les estuvieras poniendo un pisito), sino que también producen la ansiedad de lo inabarcable: probablemente aunque leyese toda mi vida a buen ritmo no lograría acabar con el material que se desparrama por el salón.

Pero es que es muy difícil deshacerse de ellos. Yo los dono al centro municipal de la calle Olivar de Madrid, o a una librería de lance cooperativa, otras veces viene un librero y se lleva unos cuantos, me da un euro por cada uno. A mí el euro me da igual: lo que quiero es recuperar mi espacio. Lo difícil, en realidad, es tomar la decisión de deshacerse de cada uno, porque les coge uno cariño a todos, hasta a los peores, como si fueran hijos trastos. Siempre parece que te van a resultar de utilidad en el futuro, que contienen alguna cita valiosa, que te recuerdan a un momento clave de tu vida, que tienen las tapas bonitas o que, si ni los has leído (lo más probable), tal vez te animes la semana que viene, cuando andes menos liado. Hermoso, sí, pero falso. Lo guay sería tener una piscina, como Paco Umbral, para tirar allí todo el material literario sobrante. Lo he intentado en el bidé, pero no queda tan dandy.

Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es periodista y poeta. Colabora en medios como ‘El País’, ‘El Asombrario’ o ‘Vice’. Ha ganado el Premio de Poesía García Baena con ‘Inventario de invertebrados’ (La Bella Varsovia, 2015) y ha publicado ‘Pertinaz Freelance’ (Visor, 2016).

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Manuel

    Por Manuel, el 02 diciembre 2017

    Lo que hay que evitar es el síndrome de Diogenes en su variante librera, no son los libros, es la obsesión compulsiva del ser humano por acumular, eso es lo que hay que controlar, la codicia humana por cualquier bien, si no existiera la codicia compartiríamos tanto como hay por compartir… entonces todos seriamos ricos… en conocimiento, pues es lo único que nos haría grandes.

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.