Cuentos muy recomendables sobre la memoria, la culpa y la redención

El escritor Kike Parra.

El escritor Kike Parra.

El escritor Kike Parra.

La memoria nos acecha y cuestiona nuestra identidad. La individual y la colectiva, como sucede ahora en Europa con la crisis de los refugiados; aunque a menudo levantemos muros de mentiras para autoengañarnos, a nivel individual y también social. Hoy nos detenemos en dos libros de relatos que nos enfrentan ante la realidad en sus más duras y múltiples aristas. Como colofón a este gran fin de semana de celebración de las letras, dos recomendaciones: ‘Y no me llamaré más Jacob’, de David Aliaga, y ‘Me pillas en mal momento’, de Kike Parra. Dos libros que a nosotros nos pillan en un momento estupendo.

Ciudadanos globales, recibimos al día tantas imágenes a través de las pantallas que es difícil retener alguna de ellas. Por hablar de las que nos impactan de verdad, un día vemos en la televisión, en el ordenador o en el móvil a un niño muerto en la playa, a las víctimas de un atentado o de un terremoto o una guerra más o menos lejana, y a la mañana siguiente tenemos otras igualmente desgarradoras. Se superponen y al final conforman una especie de nebulosa con la que transitamos por la vida.

Sin embargo, desde hace unos días, no dejo de pensar en la imagen del primer barco que devolvía a los refugiados sirios a Turquía, a un país que dista mucho de ser democrático y en una condiciones que casi podrían definirse de limbo jurídico. No es Guantánamo, claro, pero tampoco quedaría muy lejos la comparación.

La suerte de los refugiados sirios me ha hecho recordar la de los refugiados españoles tras la Guerra Civil. Buscaron cobijo en Francia, pero muchos de ellos acabaron en trenes con destino a los campos que los nazis iban levantando por la Europa ocupada. A los refugiados españoles se les obligó a construir gran parte de estos campos. Y me he acordado de ellos porque es una de las historias que se cuentan en Petrarca para viajeros (Pre-Textos), la última novela de Clara Obligado, a quien recientemente hemos entrevistado en El Asombrario.

“Hice una larga entrevista a María Luisa Ramos, una mujer asturiana que me contó cómo había huido de España durante la guerra, cómo los franceses la habían internado en un campo y cómo luego los habían entregado a los nazis. No veo demasiada diferencia entre estos hechos y lo que estamos haciendo ahora a los refugiados. Se los interna en condiciones infrahumanas, se los deja en un limbo legal y luego, con pretextos que son inmorales, se los devuelve a un destino que puede implicar la muerte. Todo esto sucede ante la vista de todos, lo vemos en los telediarios. Resulta insoportable. La decisión de no ver de los gobiernos es tan criminal como lo fue el maltrato a los exilados españoles o la indiferencia ante lo que pasaba a los judíos. Repetimos las historias. Ojos que no ven –o que no quieren ver, o que deciden no ver- corazón que no siente”, nos contó Obligado.

Como vemos, la memoria nos acecha y cuestiona nuestra identidad. Uno de los temas que vertebran también el segundo libro de relatos del joven autor barcelonés David Aliaga, Y no me llamaré más Jacob (La isla de Siltolá). Si en su primer libro, Inercia gris (Editorial Base), podían verse las huellas de la fecunda tradición del cuento norteamericano, en su nueva colección de relatos da un giro de 180 grados, cambia de escenario, de propuesta narrativa, y se adentra en el tema de la identidad, la memoria, la redención y la culpa con la excusa de su conversión al judaísmo. Creo que detrás de esa conversión late también una búsqueda que no es solo religiosa sino más bien literaria. “Escribir es como un baño ritual”, narra en el relato que cierra el libro, Mikvé.

Con un buen manejo del punto de vista del narrador, Aliaga ha evolucionado hacia un lenguaje más reflexivo y expansivo, y aparece ahora como personaje de varios relatos, un poco al modo del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, a quien rinde un homenaje. Las historias avanzan en círculos concéntricos, abandonan la linealidad de su primer libro de relatos. Incluso algunos de ellos están relacionados, aunque funcionen de forma independiente. Aliaga abre y cierra puertas a lo largo del libro. Conocemos a la actriz Edith Wasserman, por ejemplo, a través de tres perspectivas diferentes. O la historia del niño que visita a un antiguo oficial nazi, narrada en dos cuentos diferentes, Plomo en la mirada y Escribir la memoria, que en mi opinión son de los mejores del libro. Unos relatos muy recomendables.

Como lo son también los de Me pillas en mal momento (Editorial Relee), el segundo libro del escritor valenciano Kike Parra. Con una apuesta formal que bebe de los narradores norteamericanos que citábamos antes –Carver, Ford, Wolff–, en los cuentos de Parra “prevalece la voluntad de narrar, de contar vidas, destilarlas con cada párrafo, ir a la esencia”, como señala en el prólogo el escritor Gonzalo Calcedo, quizás el mayor exponente de esta corriente del cuento en España.

Una corriente que hoy pasa por horas bajas, en parte por las modas literarias, que van y vienen y a las que no hay que prestarles demasiada atención (veamos el ejemplo reciente de Chirbes, denostado ayer, alabado hoy), y en parte también por el abuso de este tipo de relato como referente de los talleres de escritura. La aparente sencillez de la escritura y del estilo de muchos de ellos, el mal llamado minimalismo, la coincidencia en algunos temas comunes (parejas deshechas, la soledad, la inadaptación) han confundido a muchos aspirantes a escritor y a no menos críticos/reseñistas, quienes no han sabido distinguir el grano de la paja. Carver, Ford o Wolff son deudores del gran maestro Antón Chéjov (como Munro, Cheever, Updike) y creo que no exagero si digo que para entender al autor ruso hay que haber vivido y/o tener una sensibilidad especial.

Decía Faulkner que para escribir una buena novela era necesario tener más de 30 años. Creo que algo así ocurre si alguien quiere escribir al “modo Chéjov”. Lo reconocía el propio Richard Ford en el prólogo de la edición española de los cuentos imprescindibles del autor de La dama y el perrito. Sobre este cuento en concreto confesaba que no entendió su profundidad ni su importancia en la literatura universal hasta pasados los 30.

¿Por qué cuento todo esto? Porque los cuentos de Parra son chejovianos/carverianos, sí, pero están pasados por el tamiz de su mirada y ya sabemos que la mirada es lo que define a un artista. Ha ido al fondo y ha dejado al lado la cáscara, donde suelen quedarse muchos escritores de relato. En sus cuentos, no encontraremos piruetas estilísticas. Su estilo es directo, cercano, alejado de eso que Marsé llamaba la prosa sonajero. Porque lo que le interesa a Parra es ir al hueso, al corazón de las historias, para hablarnos de la soledad de un niño, de huidas, de paternidades frustradas, de perdedores, de las mentiras que todos nos buscamos para salir adelante. Y de perros, quizás el animal que mejor conozca al ser humano, de quienes recibe todo su amor y toda su ira. En los relatos de Parra late siempre una violencia más o menos contenida y mantiene en todo momento un ojo puesto en la realidad que nos rodea, la más cercana, la que podemos vivir cualquiera de nosotros, pero no para mimetizarla, sino para interpretarla. Sus cuentos nos ayudan a conocernos un poco más. No dejen de leerlos.

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Comentarios

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 24 abril 2016

    Un artículo estupendo sobre dos buenos libros.

  • luis

    Por luis, el 16 octubre 2016

    Hay un cuento sobre una persona que tiene una memoria excepcional, el es idiota perotiene el don de la memoria el cuento esta ambientado en el sur de usa, lo lei hace mucho tiempo y no he podido encontrarlo nuevamente. Talvezpuedes ayudarme a identificar al autor. Saludos

  • luisa

    Por luisa, el 17 septiembre 2019

    Tal vez es Funes el memorioso de Borges

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