Para 2017, déjate llevar por ‘el curso natural de las cosas’

‘Journal de Marrakech’, herman de vries.

Terminamos las entregas 2016 de esta ‘Ventana Verde’ con una de nuestras exposiciones favoritas del año: ‘El curso natural de las cosas’, en La Casa Encendida, en Madrid. Una invitación a relajarse y disfrutar, a tender una mano a lo sencillo y lo natural, a la honestidad, lo básico, lo primigenio, lo pequeño, los orígenes, que es la mejor manera de afrontar lo complicado de la vida, y, por tanto, del año que viene. Tiempo al tiempo. ‘Sé arte, my friend’, y deja que fluyan las cosas.

La exposición parte de algunas ideas de Joan Miró publicadas por Yvon Taillandier, tras una serie de conversaciones con el artista español, en el primer número de la revista parisina XXe Siècle, en febrero de 1959, bajo el título Miró, yo trabajo como un jardinero: «Trabajo como un hortelano o un viñatero. Las cosas vienen lentamente. Las cosas siguen su curso natural. Crecen, maduran. Es preciso injertar. Hay que regar… Así maduran en mi espíritu».

«En ese texto, Miró reincide en la sencillez con la que aborda su obra al compararse con un hortelano, y habla del tiempo, de la pausa, de la importancia de los pequeños gestos y de las manos como vehículo de creación. Es precisamente en esa conjunción del gesto sencillo y la naturaleza donde situamos a los artistas que componen esta exposición», subraya la comisaria de la muestra, Tania Pardo. «Todos ellos parten de elementos naturales para elaborar sus obras. El título de la exposición alude, por tanto, a todo aquello que fluye, a una determinada manera de entender el arte y la vida, y de asumir cualquier tipo de adversidad sin grandes pretensiones y siempre bajo la consigna de la humildad». Buena guía para 2017.

«En esta exposición no hay lugar para la grandilocuencia», continúa Tania Pardo. «Y apreciamos también en todas las obras un cierto avance hacia atrás, un progreso hacia lo más primitivo, un viaje hacia el pasado en busca de raíces ancestrales y un diálogo con la artesanía popular».

Miró y no sólo él. «También podríamos mencionar como fuente de inspiración a Paul Klee, por su vínculo con la poética de lo pequeño y su interés por motivos naturales como la madera, las flores, el sol, la luna, las estrellas, el viento, las nubes o las montañas, representados a través de la apariencia más sencilla».

«Siempre me han interesado los márgenes, los límites, que nos alejemos del arte grandilocuente e impostado, y volvamos a la pausa, la contemplación y el disfrute de lo pequeño y lo sencillo; propongo una mirada desprejuiciada, una mirada hacia un land-art humilde», nos explica Tania Pardo.

Volver a lo local y lo pequeño como entidad de lo universal.

Nos vamos a ver las flores, el sol, la luna, las estrellas, el viento, las nubes y las montañas a través de 15 artistas en tres salas de La Casa Encendida, de la Fundación MonteMadrid.

Y la primera sensación es la de armonía y vitalidad, dos elementos que al confluir se traducen en energía.

Quince artistas que parten de su experiencia vital y nos hablan con toda la naturalidad del mundo, desde generaciones muy diversas, con edades que van desde los 30 a los 86 años.

Obras de Betty Woodman.

Obra de Nicolás Paris.

Ahí está la vasca Elena Aitzkoa (Apodaka, Álava, 1984), con diez esculturas en las que emplea objetos cotidianos y de desecho, desde camisetas y calcetines, a peinetas, pinzas y flores y piedras de vivos colores, para generar formas escultóricas. Su práctica artística se puede relacionar con lo artesanal dentro de una línea poética naturalista muy vasca, con un romanticismo muy pegado a la tierra y lo básico.

Fernando Buenache (Buenache de la Sierra, Cuenca, 1958) compone animales y constelaciones con las piedras que encuentra en el campo. Y crea verdaderos paisajes de rocas y fósiles; primitivismo que conecta a la primera, entre la artesanía y el art brut más brut.

herman de vries (todo en minúsculas por su oposición a las jerarquías y reivindicación de lo pequeño) (Países Bajos, 1933; vive y trabaja en Alemania) realiza diarios visuales de sus viajes a través de catalogaciones etnobotánicas, por algo se formó como biólogo; busca así apreciar y valorar lo pequeño. Diarios-herbarios para reivindicar el paseo, como Elena Aitzkoa; el arte como recogida de lo que ya es arte puro en la naturaleza, exaltando la grandeza y perfección en la humildad y grandeza de una semilla, una hoja, una hierba.

Fernando García (Madrid, 1975; vive y trabaja en Barcelona) notó que había mucha tierra en esta expo, vio que faltaba el agua y se propuso traer el Mediterráneo al centro de Madrid. Recorrió la costa de Girona transportando enormes telas azules que sumergía en el agua del mar y después dejaba a la intemperie para que fueran los efectos de los elementos naturales sobre estas superficies los que pintaran los lienzos. La sal del agua mediterránea, los golpes de sol, el aire o la arena proyectada por el viento provocaron azarosos pero armónicos resultados en estas enormes telas, «convertidas en una especie de contenedores del suceso medioambiental y biológico». El artista trae el azul y el agua del mar, y el resultado son inmensos cielos estrellados, infinitos, como los de Miró.

Obra de Adolfo Schlosser.

Obra de Francis Alÿs.

Irene Grau (Valencia, 1986; vive y trabaja en Santiago de Compostela), como Buenache y como Aitzkoa (y como también ha subrayado Richard Long) apuesta por el camino y el paseo; empezó marcando en un mapa diferentes puntos del bosque que, luego, recorrió a pie, depositando montones de pigmento en esas localizaciones. «Así, genera un nuevo paisaje dentro del paisaje», pequeñas montañas cónicas e icónicas de potentes colores, que registra en hieráticas imágenes que exaltan la belleza del fondo del bosque a través del contraste con esa pequeña intervención. Es el land art doméstico, del detalle.

El curso natural de las cosas de Francis Alÿs (Amberes, Bélgica, 1959; vive y trabaja en Ciudad de México) con el vídeo Cuando la fe mueve montañas; de Polly Apfelbaum (Pensilvania, EEUU, 1955; vive y trabaja en Nueva York), que exalta la plasticidad de lo manual; de Federico Guzmán (Sevilla, 1964), con su gran macetero que es una bola del mundo; de Karin Ruggaber (Stuttgart, Alemania, 1969; vive y trabaja en Londres), que trae composiciones abstractas y pétreas; de Daniel Steegmann (Barcelona, 1977; vive y trabaja en Río de Janeiro y Sao Paulo), que fluye entre el diseño y la botánica, entre el caos de la naturaleza y el orden de la geometría.

Milena Muzquiz (Tijuana, México, 1972) se centra en la cerámica y en las tradiciones locales mexicanas. En su instalación en La Casa Encendida de llamativos jarrones de arcilla esmaltada notamos una relación directa con la cultura popular autóctona y con la artesanía.

Nicolás Paris (Bogotá, 1977), que siempre se ha caracterizado por relacionar los procesos de producción artística con su potencial pedagógico, las instalaciones como aulas de aprendizaje, realmente se lo ha trabajado como un hortelano. En su instalación de 50 metros cuadrados de tablones de madera usados, propone un paseo por la sala para ir explorando y descubriendo la poética de las pequeñas cosas, de sencilla plantas o de unas canicas o una llave incrustadas en el suelo. «Del hipermínimo se generan acontecimientos», es una de sus máximas.

Obra de Nicolás Paris.

Matthew Ronay (Kentucky, EE UU, 1976; vive y trabaja en Nueva York) nos ofrece un estallido de color y plasticidad, piezas de madera de tilo de colores flúor y redondeadas y orgánicas formas que nos trasladan a un mundo fantástico y alegórico con referencias al pop de los años sesenta. Tradición folclórica, mitología y psicodelia juntas. Obras primitivas y futuristas.

Obra de Polly Apfelbaum.

Del gran Adolfo Schlosser (austriaco afincado en España desde los años 60 y que murió en 2004 en Bustarviejo, en la sierra madrileña), vemos una obra compuesta por 50 troncos de pino dispuestos en nueve círculos concéntricos de altura ascendente, que recuerdan formas ancestrales y reflejan el cosmos. Ligereza y determinación, exaltación de la potencia de lo sencillo y pequeño.

Betty Woodman (Connecticut, EE UU, 1930; vive y trabaja entre Nueva York y Antella, Italia), cuyas obras de cerámica aluden a la tradición escultórica griega y etrusca y a la cerámica ornamental china y azteca, nos sitúa frente a un enorme mural que recuerda a Matisse. Ávida exploradora de nuevas técnicas relacionadas con la cerámica, su propuesta se caracteriza por la mezcla de lo tradicional y los nuevos códigos; alegres piezas que reivindican el uso de las manos.

‘El curso natural de las cosas’. La Casa Encendida, Madrid. Hasta el 8 de enero de 2017. 

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