Desolvidar: La obra de Francisco J. Satué

Juan Gracia Armendáriz y Francisco J. Satúe.

Juan Gracia Armendáriz y Francisco J. Satúe.

Perfil de Francisco J. Satúe, periodista, escritor y poeta que colaboró en algunos de los mejores medios (ya desaparecidos) de la era pre-Internet. Un autor que se situó en los márgenes de lo que se llamó la nueva narrativa española.

Por JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ 

“… porque si puedes contarlo después de tantas guerras y libros y todo lo que creíste perdido, no es grave. No demasiado grave.”

La eternidad en sesenta segundos. F.J.S.

En 1989 su indumentaria era una declaración de intenciones: boina guerrillera, cazadora de cuero, camiseta heavy, botas, bufanda y una bandolera cruzada al pecho repleta de libros, cuadernos y un subfusil que disparaba ráfagas de palabras. Parecía un miembro de la resistencia francesa dispuesto a sabotear trenes rigurosamente vigilados. Francisco J. Satué (Madrid, 1961) contaba entonces veintiocho años, pero desde los dieciséis había escrito guiones para Radio 3 y Radio Cadena Española; más tarde colaboró en Radio Vallekas y la COPE. Ya entonces había recorrido miles de kilómetros de páginas y era firma habitual en Cuadernos del Norte, Cuadernos Hispanoamericanos o Ínsula. Cuando me lo crucé en la entrada del periódico había saltado del suplemento “Disidencias” de Diario 16 a las páginas culturales de El Mundo. Más tarde, conocería las redacciones de El Sol y El independiente: Sí, entonces se fundaban periódicos; nadie podía imaginar que una cosa llamada Internet iba a triturar las redacciones; los móviles tenían el tamaño de una cafetera y sus usuarios eran objeto de mofa. En la desaparecida El Urogallo, en Cinemanía o Rolling Stones, Satué dejó su firma incansable. Llamaban la atención las largas noches de insomnio que se le acumulaban en las ojeras y en el bigote, que unos días amanecía nietzscheano y otros recrecido, como si regresara de una velada de boxeo entre las paredes donde colgaban las fotografías de Leonardo Sciascia y de Eduardo Haro Ibars. Su labor como periodista corría paralela a su obra literaria. Al menos hasta el 2000, se refugió en un bajo del barrio de San Blas donde la instalación eléctrica saltaba, sonaban los riffs de Glenn Tipton y se bebía whisky. En realidad, Satué fue –es–, un escritor que quiso vivir de su escritura. Trabajaba en una “pecera” de la antigua sede del diario El Mundo donde escribía los fascículos semanales de la Historia del comunismo. Acababa de caer el Muro de Berlín y había que hacer recuento de la distopía. Conocía como pocos la historia del marxismo y, aunque hombre de profundas convicciones de izquierdas, miraba con poca simpatía las liturgias totalitarias de una ideología que chocaba frontalmente con sus principios anarquistas. Cuando entonces, ya era autor de una obra narrativa considerable: El círculo infinito (Plaza y Janés, 1983), El desierto de los ojos (Laia, 1985); Las sombras rojas (Libertarias, 1986); La pasión de los siniestros, Premio Ateneo de Santander, Plaza y Janés, 1987); Desolación del héroe (Alfaguara, 1988) y Múltiples móviles (Tantin, 1989). Más tarde, publicaría La carne (Alfaguara, 1991) y Piel de centauro, (Alfaguara, 1995). Por convicción, por rebeldía o porque le dio la real gana, Francisco J. Satué se situó en los márgenes de lo que se dio en llamar Nueva narrativa española. Por edad, pertenecía a una generación que estaba a punto de eclosionar, pues no era demasiado joven para el rock and roll ni demasiado viejo para morir, pero cuando la llamada Generación Kronen marcó el nuevo paradigma literario y las editoriales buscaban nuevos autores hasta en las ferreterías, él ya estaba de vuelta. En su obra, el rock, la pornografía, la violencia y la distopía no eran testimonios generacionales sino motivos tratados de forma elusiva, a veces experimental, atravesada de elementos alucinatorios y simbólicos. Desde el punto de vista formal, estaba muy lejos del realismo sucio. Bebía de influencias muy diversas, tanto centroeuropeas, italianas y francesas como americanas: la novela negra, el expresionismo, Albert Camus, Onetti, Dino Buzzati, Kafka, Rulfo, pero también Sade, Bataille, Foucault o Walter Benjamin. Literatura, filosofía, cine, cómic… Su obra está traspasada por el conflicto personal y social y sus manifestaciones culturales: el punk, el heavy, así como del postpunk de Joy Division y The Durutti Column… No olvidemos las largas noches de merodeo por barrios y bares, del cultivo de la amistad y las historias escuchadas. Eran los años en que la posmodernidad repartía carnés de eclecticismo acomodaticio. Las ideologías habían muerto. Qué risa. Un día se lo dije: “La literatura comprometida volverá”. Gruñó. Aunque su literatura no era comprometida en el sentido de la mal llamada “literatura de la berza”, lo era en una medida mucho más amplia, entendida no solo como forma de ser y estar en permanente estado de sitio ­–como sus personajes­–, sino de una rebeldía agitada por el peso de la memoria, los muertos olvidados, la violencia física y simbólica, el sexo y la sociedad pre y postindustrial, motivos que ya estaban señalando un terreno literario que hoy es recurrente. Su estilo era complejo, exigente, generaba atmósferas desasosegantes, a veces brutales, pero siempre desde la hiperconciencia de un narrador torrencial que de una ensoñación construía una pesadilla y del sexo una forma de resistencia. Él siguió a lo suyo y, siendo nuevo, era viejo. Sé de lo que hablo. Pero lo suyo no era solo la literatura de creación, sino todo lo que tuviera que ver con la palabra. Escribió ensayos sobre Guns and Roses, la historia del rock o David Bowie, así como relatos, reseñas, columnas, críticas de televisión… Satué disponía de veinticuatro horas sin sueño para leer, analizar, beber, meterse en líos y escribir sin tregua. Siempre a la contra. Lo suyo no era postureo. En los años del tardofelipismo, además de avanzar en su obra literaria se dedicó a meter el dedo en el ojo del poder –uno de sus impulsos favoritos– con investigaciones sobre los GAL, el caso Galindo y una biografía, Alfonso Guerra, el conspirador, que no le granjeó muchos amigos. Dedicó un amplio ensayo a la obra de Manuel Vázquez Montalbán (Espasa Calpe, 1996) titulada, precisamente, El poder. Satué admira profundamente la poesía, y como el fallecido escritor barcelonés, nada literario le es ajeno. Tanteó la literatura infantil y juvenil en tres obras: La ciudad de las mil noches, Mágica Radio y Y el gato dijo fu, publicadas entre 1992 y 1994 por Anaya. En 1999, como integrante de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Naciones Unidas, intervino en la elaboración del informe Guatemala. Memoria del silencio. Por cierto, ¿alguien ha oído hablar de la “memoria histórica”? Continuó su labor con la crónica Padre coraje y Los secretos de la Transición (2005). A partir de aquí, llegó el silencio. Durante estos años no se ha convertido en un bartleby. En 2015 colaboró para Revista de Occidente y está a punto de publicar un poemario. Satué poeta, quién lo iba a decir, pensarán quienes lo recuerden, pero no nos sorprende a quienes lo conocimos. Voto para que sea el regreso de quien trae consigo un mundo amasado en años de retiro y lectura. Que Satué, buen salvaje, vuelva para quedarse. Si quiere.

Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) es escritor y periodista. Es autor, entre otras obras, de Cuentos del Jíbaro, La línea Plimsoll. Es autor, entre otras obras, de Cuentos del Jálido, Piel Roja y La pecera.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Ana

    Por Ana, el 01 noviembre 2019

    Hace más de 20 años tuve el privilegio de cartearme con Satue. Me gustaría volver a saber de él. Hay alguna forma de sirigirle una carta? Gracias

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.