El día que mi amigo dejó de comer pollos, gambas y caracoles

El escritor y periodista Javier Morales. Foto: Isabel Wagemann.

El escritor y periodista Javier Morales. Foto: Isabel Wagemann.

El escritor y periodista Javier Morales. Foto: Isabel Wagemann.

El escritor y periodista Javier Morales acaba de presentar ‘El día que dejé de comer animales’. Foto: Isabel Wagemann.

El periodista y escritor Javier Morales, buen amigo y autor de libros como ‘Trabajar cansa’, ‘Pequeñas biografías por encargo’ y ‘Lisboa’, colaborador de ‘El Asombrario’ (‘Área de Descanso’), acaba de publicar ‘El día que dejé de comer animales’ (editorial Sílex), con la intención de hacernos reflexionar sobre lo que tenemos en el plato. Y vaya si lo consigue…

Dice la contraportada del libro: la intención primordial es que “el lector cambie la mirada que tiene hacia los animales más próximos, los que acaban en nuestro plato, que deje de verlos como un producto, una mercancía, algo que no siente ni padece, como un objeto que nunca tuvo vida, sin pasado, presente, ni por supuesto futuro”.

¿Cuánto tiempo sin comer carne, Javier?

Un poco más de 2 años. Recuerdo perfectamente cuando tomé la decisión, el 15 de septiembre de 2015.

¿Qué pasó ese día?

Llevaba ya mucho tiempo dándole vueltas a este tema, y por esa época leí un libro de un escritor que a mí me interesa muchísimo, Comer animales, de Jonathan Safran Foer, donde cuenta cómo se trata a los animales en la ganadería industrial, que es la que predomina en la sociedad occidental. Además, poco antes, ese verano, había estado escuchando en Madrid al premio Nobel Coetzee, que es un gran defensor de los derechos de los animales y que vino a cerrar los eventos de Capital Animal. Unas cosas y otras me llevaron a tomar la decisión el 15 de septiembre; lo recuerdo bien porque ese día participaba como jurado en un premio literario.

Cuentas muy bien en el libro cómo te marcó de pequeño el episodio en que tu padre mata una gallina que le habían regalado en el piso donde vivíais en Plasencia: “Lo peor es que había que matar al animal allí mismo, en la cocina de un piso de apenas 60 metros cuadrados. Como era el pequeño de cinco hermanos, solía librarme de asistir a mi padre en el sacrificio del animal. Hasta que un día me tocó. Con una gallina. Aún recuerdo cómo se agitaba en la caja, los preparativos, la pequeña banqueta frente a la ventana de madera, las persianas bien subidas para que nos limpiara el cielo azul, el plato y el cuchillo que había sacado mi madre. No he olvidado el gesto consternado de mi padre, el pulso del animal, que se confundía con mi propio pulso, el cuerpo caliente, las miradas cruzadas de miedo y espanto, el grito agudo y desesperado de la gallina. Un grito que no supe descifrar entonces y que solo ahora, tantos años después, creo haber comprendido”.

Todo esto se me quedó en la cabeza inconscientemente. A mi padre le regalaban animales vivos, y teníamos que matarlos, con mucho sufrimiento, toda la familia intentaba evitarlo. Hasta que una vez, esa vez, me tocó a mí participar de esa matanza, y lo recuerdo con gran conmoción, la verdad.

Ilustraciones de Joaquín Secall para la agenda de 2018 que ha editado la organización animalista 'Capital Animal'.

Ilustraciones de Joaquín Secall para la agenda de 2018 que ha editado la organización animalista ‘Capital Animal’.

¿Piensas que este auge del vegetarianismo tiene que ver con un modo de sentir y vivir muy urbanos, desligados del campo, de lo rural?

Puede ser. Mi punto de partida con este libro era sobre todo una crítica a la ganadería industrial, aunque luego he ido evolucionando para incluir también un concepto ético, el de hasta qué punto alguien tiene derecho a matar un animal y comérselo. Más del 90% de la carne que nos llega a la mesa procede de la ganadería industrial. Y mi primer punto de partida fue, más que una crítica absoluta a comer carne, un rechazo absoluto a la forma en que se produce esa carne. Algo que Safran Foer lo cuenta muy bien. Desgraciadamente, la forma de producir carne hoy día nada tiene que ver con cómo se hacía hace 50 años, cuando había una relación muy estrecha en los pueblos con los animales. También puedes cuestionarte ese modelo desde el punto de vista ético, pero al menos los animales eran tratados con una dignidad de la que carecen ahora. Los ganaderos llamaban a las vacas o a las cabras por su nombre, que vivían en libertad o semi-libertad; tenían una relación muy estrecha con sus animales, pero eso ya nada tiene que ver con cómo se produce la carne hoy día.

¿Crees que acabar absolutamente con la ganadería podría ser un desastre para el planeta, el hachazo final al ya convaleciente mundo rural y todo su acervo cultural de una mayor relación con la naturaleza?

Puedo entender esa preocupación; pero lo que no es admisible desde ningún punto de vista es la ganadería industrial, porque está haciendo mucho daño a los animales, a los trabajadores, al medioambiente, para mí es un imperativo ético que debería aplicar cualquier persona con sensibilidad y principios. El siguiente paso es preguntarse: ¿incluso aunque ese animal haya sido tratado dignamente tenemos derecho a comérnoslo? A día de hoy, en mi caso personal, considero que no, y creo que hay una cuestión ética que cada uno debe resolver. Porque no es necesario, porque no necesariamente tenemos que comer carne para vivir. Es que no hace falta. Y yo creo que en absoluto sería un desastre. El mundo rural también puede vivir de la agricultura. Y, de hecho, otro de los efectos perniciosos de la ganadería industrial es el despoblamiento de las zonas rurales, por los bajísimos precios que pagan. Por ejemplo, a los ganaderos de la leche les ofrecen auténticas miserias. Esto es una revolución, una revolución global, la de la defensa de todos los animales, que ya está en marcha. Es una revolución también en contra de las multinacionales y de determinadas maneras de entender el capitalismo.

Últimamente surgen frecuentes choques entre ecologistas y animalistas.

Sí, de hecho los dos filósofos que entrevisto en el libro representan corrientes diferentes. Óscar Horta, en la línea del antiespecismo, y Jorge Riechmann, más en la onda del ecologismo. Son formas diferentes de verlo. El ecologismo adopta un visión más global, mientras que los antiespecistas tratan a los animales como individuos. Sé que cuesta asumirlo, que es difícil, y por supuesto que necesitamos una transición. Ese es mi punto de partida; el punto de partida de un recién llegado a este tema. Javier Moreno, de Igualdad Animal, me reconocía que al principio de lanzar su organización eran más radicales en sus mensajes, pero se dieron cuenta de que eso no es viable, porque la sociedad necesita una cierta transición, y hay muchas formas psicológicas de que uno entre. Así que si tú vas con unos mensajes muy radicales, eso puede generar rechazo en la gran masa de la población. Por eso yo este libro lo he escrito pensando en esa población que es sensible y que tiene que tomar conciencia de cómo están viviendo ahora mismo miles de millones de animales, y luego ya que se hagan vegetarianos o veganos, o no, no son tan importantes las etiquetas, eso ya es una decisión personal. Pero sí que se detengan un momento a pensar en un sistema de producción que trata como objetos a miles de millones de animales. Yo creo que ese es el gran debate. Y eso irá en beneficio de la calidad del mundo rural, de la naturaleza, de los animales, de todos nosotros…

¿Qué es el antiespecismo?

Una corriente relativamente reciente en España, pero ya con gran implantación en países como Reino Unido, Estados Unidos y Australia, que viene a decir que todos los animales, incluidos los seres humanos, claro, somos individuos y tenemos una serie de derechos. Hasta el momento los seres humanos hemos visto al resto de los animales desde una visión muy antropocéntrica, pensando que somos superiores y que el resto de los animales están a nuestro servicio. Lo que plantea esta corriente filosófica es que todos somos individuos con nuestros derechos. Lo que se ha demostrado, por ejemplo en muchos estudios de primatólogos como Frans de Waal, es que muchos animales son más inteligentes de lo que pensábamos hasta ahora; lo que sucede es que nosotros hemos aplicado un concepto de inteligencia y de sentimiento pensado para los humanos, y no para los otros animales, a los que igual no les interesa nada las pruebas de inteligencia que nosotros les aplicamos. Digamos que son inteligencias distintas.

Percebes tampoco comes, ¿no?

Yo no como nada que proceda del reino animal, salvo leche y huevos. En lo que quiero insistir es en que realmente no hay necesidad de comernos animales, de infligir ese daño a miles de millones de animales.

Después de estos dos años largos, ¿te encuentras igual, física y psicológicamente?

Igual.

Ni mejor ni peor.

Ni mejor ni peor.

¿Tu problema de hipertensión ha mejorado?

Igual, porque lo tengo por causas genéticas; no está tan ligado a la alimentación.

En ‘El día que dejé de comer animales’ vas presentando a grandes personas que han reflexionado sobre este tema, en España y fuera de España, desde Coetzee, Peter Singer, Melanie Joy (‘Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas’), y De Waal (‘¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales?’a Jorge Riechmann, Jesús Mosterín, Ruth Toledano, Rafa Doctor. ¿El que más te ha influido, la lectura definitiva?

Coetzee. El hecho de que sea un gran novelista ha hecho que tenga una influencia mayor sobre mí. Su novela y personaje, Elizabeth Costello, que es su alter ego y habla de los derechos de los animales, fue fundamental para mí. Es el referente indiscutible.

Otro grandísimo escritor que sé que te gusta mucho, John Berger, tuvo como uno de los ejes prioritarios de su obra la preocupación por la desaparición del campesinado.

Claro, es que la principal amenaza a la vida rural es la ganadería industrial. La primera decisión, el primer deber ético, aparte de que luego uno vaya más allá, es rechazar esa forma de producir a todos los niveles. El capitalismo ha arrinconado y ninguneado a ese campesinado. Si hay una amenaza a la ganadería tradicional no viene precisamente de los vegetarianos y veganos sino de la ganadería industrial.

Ya Thoreau decía en el siglo XIX que una sociedad más avanzada, más civilizada, dejaría de comer animales. Pero hay paleontólogos que señalan que procedemos de una rama de homínidos carnívoros que triunfaron frente a otros vegetarianos y que ese código genético, esa evolución de millones de años, no podemos cambiarla de la noche a la mañana.

Es indudable que en el origen de los tiempos comíamos carne, pero no se comía como lo hacemos nosotros hoy, sino en proporciones mucho más pequeñas, nada que ver con el peso de la carne en nuestra dieta occidental actual. Además, como muchas tradiciones y gran parte de lo que somos, las cosas se pueden cambiar. Por eso somos seres inteligentes, tenemos una cultura y también la capacidad de reflexionar. En cualquier caso, numerosos estudios han demostrado que los vegetarianos y los veganos viven igual o mejor que los carnívoros, no afecta para nada a la salud. Ni la empeora ni la mejora. Influye más que sea una alimentación equilibrada que el hecho de que uno sea vegetariano o no. Comer carne con moderación tampoco es malo para la salud; es otro el debate que importa. Mira, la dieta mediterránea era una dieta equilibrada, y en su origen no incluía tanta carne, sino una o dos veces a la semana. ¿Pero qué ha pasado? Que con la ganadería industrial se ha abaratado tanto la manera de producir carne, porque se machaca tanto a animales y trabajadores, en unas condiciones laborales pésimas, que hemos caído en un exceso absurdo de consumo de carne en Occidente.

¿Es monstruoso que se promocionen hamburguesas a 1, 2 o 3 euros?

Monstruoso, sí.

¿No vendrá gente a deciros que es la única manera que tienen de alimentarse las personas con menos ingresos?

Yo creo que eso es demagogia, porque no es así desde ningún punto de vista. Ser vegetariano es más barato; repito que en España básicamente la dieta mediterránea era de legumbres y verduras, pero los hábitos de consumo de las últimas décadas lo cambiaron. Creo que todo esto con lo que tiene que ver es con el modo de vida que nos impone el sistema capitalista, un modo de vida en el que no hay tiempo para nada, y la gente recurre a la fast food, a la comida rápida, que es lo peor, y eso ya al margen de ser vegetariano o no. El sistema nos obliga a amplios sectores de la población a no tener tiempo para nada; entonces la gente busca salidas rápidas, pero eso no es más barato.

¿Os preocupa también la agricultura industrial?, ¿lo tenéis en cuenta a la hora de confeccionar vuestra dieta, porque puede suceder, por ejemplo, que por comer mucha soja se estén talando bosques y contribuyendo a la extinción de determinadas especies de animales salvajes?

Sí, claro, a mí personalmente me interesa y preocupa mucho. Vamos a ver, es que no se puede pedir que todos los veganos y vegetarianos seamos iguales, cada uno ha llegado a ese modo de vida de una manera distinta, cada uno tiene su propia conciencia. En mi caso, y yo no represento a nadie sino a mí mismo, la ecología es una parte fundamental de entender la vida, y me he hecho vegetariano por muchas razones, y entre ellas por el daño que esa producción industrial de carne de la que hablábamos hace al planeta; en concreto, es responsable de un 25% de las emisiones que inciden en el cambio climático. Uno es vegetariano y eso se une con otras revoluciones pendientes, desde el movimiento obrero, al ecologismo y el feminismo. Son revoluciones pendientes y que se solapan. En un primer momento hay un rechazo de la sociedad, porque lo ven como algo extraño. Cuando en Londres se manifestaron las primeras mujeres pidiendo el voto, se rieron de ellas: Mirad, estas que quieren derechos, que quieren votar. Ja, ja, ja. Y de eso no hace tanto. Con el tema de los animales yo creo que ocurre lo mismo. ¿Estar a favor de las mujeres es estar en contra del planeta? Pues no. Son revoluciones paralelas, frente a un capitalismo que nos impone un modo de producir y de vivir. Es absolutamente rechazable producir mucho y barato a costa del medioambiente, del sufrimiento de miles de millones de animales, y también de la salud de la gente, porque esa carne va llena de hormonas, de antibióticos… España es uno de los países que más antibióticos usa en la ganadería industrial, hasta el punto de que ha tenido un toque de la Comisión Europea por este tema. Ser sensible a los derechos de alguien no quiere decir que dejes de ser sensible a otras problemáticas. Defender a los animales no quiere decir, por ejemplo, que me olvide de las reivindicaciones del colectivo LGTBi, para nada. Para mí forma parte todo de la empatía, de ponerte en el lugar del otro.

¿Siguiente paso, vegano?

No lo sé. Esto es un camino abierto. Eso siempre está en el horizonte. Una vez que tomas conciencia del tema, vas evolucionando. Al principio, me apetecía comer carne…

¿Se echa de menos?

Al principio, sí. Ahora ya no… A mí me ayudó mucho no tener un dogma. Cuando decidí dejar de comer carne, también me di la libertad de que si un día me apetecía, me la iba a comer. No me lo quería poner como una imposición absoluta, que podría resultar contraproducente, sino como una decisión libre, y eso me permitió que no lo hiciera nunca. Solo un par de veces muy esporádicamente. Ahora mismo me produce ya más rechazo que otra cosa. Pero por ejemplo sí me planteo dejar de comprar ropa que contenga piel, que mi perro Antón coma pienso sin componentes cárnicos… Son pasos que uno va dando.

Son muchos pasos, y a veces uno se puede ver bloqueado…

Es que es muy difícil en esta sociedad ser rápidamente coherente con todo. ¿Qué hay detrás de las camisetas a 3 €? ¿Y detrás de un móvil y cómo se obtiene el coltán? Me lo iré planteando todo con calma.

Tu libro parece enviar el mensaje de que lo importante por lo menos es pensar y planteárselo. Que estamos mal acostumbrados a comprar rápidamente de todo sin plantearnos nada.

Eso es fundamental.

No has abordado el libro con la soberbia del absolutamente convencido sino con la humildad de quien va preguntando, con la curiosidad y apertura de miras de quien quiere saber más…

Sin duda, soy un recién llegado a este tema, me surgen dudas continuamente, y el libro me ha ayudado a ir despejando algunas. Mi punto de partida era dejar de comer animales, pero yo no quería evangelizar, porque, claro, para empezar, llevo dos años sin comer animales, pero los he comido el resto de mi vida; sería incongruente que fuera yo ahora como una especie de apóstol. Pero sí quería contar mi experiencia, por si le podía servir a otra gente que de pronto se podía plantear una serie de cosas, y que este libro le puede dar ese pequeño empujón, o no, para tomar una serie de decisiones. Por ejemplo, que digan: a lo mejor este hombre lleva razón y no hace falta comer tanta carne, sino que con comerla una o dos veces a la semana es suficiente.

¿Qué vas a cenar para celebrar la llegada de 2018?

Yo me haré un plato vegetariano, y mi familia, mi hijo Nicolás incluido, pues seguirá con sus tradiciones. Mira, es que también me dan igual estas fiestas, no tengo como gran objetivo hacerme algo especial y muy rico esa noche.

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Comentarios

  • Lana

    Por Lana, el 27 diciembre 2017

    Me relamo pensando en el cochinillo que nos vamos a comer el día 1 🙂

    • miguel

      Por miguel, el 28 diciembre 2017

      ese comentario representa muy bien tu personalidad, si se gira algún día la tortilla, ya verás que risa te da…

  • Víctor

    Por Víctor, el 27 diciembre 2017

    Paré cuando insistí en que no es necesario comer animales pero confiesa comer leche y huevos. Necesitamos carne. Nuestro cerebro es el que es gracias a la carne, sin embargo sí podemos vivir sin leche de vaca y sin huevos. Sufre menos un cerdo bien matado por un veterinario que haya vivido en libertad que una vaca lechera o una gallina ponedora. Esto es así y él pierde la razón al tratar este tema.

    • Ivan

      Por Ivan, el 27 diciembre 2017

      Lo primero : no necesitamos carne. La carne se come porque se ha comido siempre. La proteína animal se puede conseguir de igual manera que los animales la consiguen : de las plantas. La vitamina B12, que es lo único que una dieta vegana necesita incluir de manera extraordinaria se les suministra también a los animales que te comes tan a gusto. Por lo tanto si me la tomo yo directamente no tengo que comerme al animal.
      Lo tercero : la agricultura intensiva, a parte de tratar muy mal a los animales, hincharlos de antibióticos incluso de manera profiláctica (con lo que se está creando en muchos casos que las infecciones humanas no se puedan tratar con antibióticos porque las bacterias son resistentes a ellos), necesita cantidades ingentes de pienso. Este pienso, que en su mayoría se compone de soja por el alto contenido de proteínas que tiene, se cultiva en grandes superficies en la zona amazónica. Para conseguir tener tierras de cultivo para cultivar la soja que necesita el animal que tú te comes hay que deforestar millones de hectáreas de selva amazónica.
      Lo cuarto: las vacas que dan la leche que tú te tomas con el café (que seguramente compras en el supermercado por 6-8 euros el kilo), producen tres kilos de mierda que es un problema deshacerse de ella. Esta caca que se utiliza como abono está contaminando las aguas subterráneas llenándola de nitritos, superperjudiciales para la salud.
      Otro aspecto es que la producción de carne, leche, y huevos supone más emisiones es de C02 que todas las emisiones que producen los medios de transporte juntos. Esto sin contar las emisiones de C02 que producen los medios de transportes utilizados para el transporte de productos cárnicos para que tú puedas comprar tu carne, huevos y leche.
      De hecho deberían ser las personas que comen productos lácteos y cárnicos los que tendrían que excusarse por el consumo de los productos ya mencionados.
      Deja decidir a los demás lo que quieren hacer con su vida, que nadie te ha criticado a ti por su dieta carnívora.

  • EleX

    Por EleX, el 27 diciembre 2017

    Somos omnívoros. Así lo demuestra nuestra dentición. Eso no es discutible. Violar la naturaleza tiene consecuencias graves para la salud. Ser vegetariano es una aberración. Dale de comer vegetales a un tigre o carne a un elefante y verás lo que sucede. Pandilla de catetos.

    • Azul

      Por Azul, el 28 diciembre 2017

      «Pandilla de catetos». Toda una argumentación, claro que si.

  • Jose

    Por Jose, el 27 diciembre 2017

    Salva una lechuga.
    Comete un bistec

  • Mar

    Por Mar, el 28 diciembre 2017

    15 de septiembre de 2015. El mismo día en el que también dejé de consumir animales. Lo tengo grabado a fuego y fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

  • Sílver

    Por Sílver, el 29 diciembre 2017

    Darle la enhorabuena a Morales por su elección de camino. Pero, si me permites, dos apuntes: ojo con la hipertensión si vas a comer muchos cereales: los hidratos de carbono suben la glucosa en sangre y con ésta la insulina, verdadera causante de la hipertensión, además, con el tiempo, de la diabetes B y de problemas cardiovasculares (no, no es el colesterol sino los azúcares, y la glucosa lo es). En segundo lugar, ¿no te parece un poco bastante ‘especista’ obligar a tu perro a alimentarse con ese pienso pajizo y no hacerlo con tu hijo a base de alimentos como los que tú tomas? Llegar hasta ahí, disculpadme, es no entender nada.

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