El cine de Kieslowski y su idea de Europa a través de un contenedor de vidrio

Montaje con los tres carteles de la trilogía de Kieslowski sobre Europa.

Montaje con los tres carteles de la trilogía de Kieslowski sobre Europa.

Montaje con los tres carteles de la trilogía de Kieslowski sobre Europa.

En ‘Azul’, ‘Blanco’ y ‘Rojo’, la maravillosa trilogía de películas de Krzysztof Kieslowski, hay una escena que se repite y que sirve de eje al conjunto: la de una anciana ante un contenedor para reciclar vidrio. A muchos se nos pudo escapar, pero al director polaco le sirvió de metáfora de su idea de una Europa basada en los ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Una Europa que ahora tan a menudo nos decepciona en esos principios.

Ahora que de casi todo hace ya 20 años, que decía el poeta Gil de Biedma, recuerdo esa época de mi juventud, a principios de los noventa, en la que iba al cine a diario. Fue allí donde vi por primera vez Azul, la primera película de la trilogía Tres colores, del director polaco afincado en Francia Krzysztof Kieslowski (Varsovia, 1941 / Varsovia, 1996), en la que reflexiona sobre los tres colores de la bandera francesa y la vigencia de su simbología: azul (libertad), blanco (igualdad) y rojo (fraternidad).

Kieslowski, que empezó su carrera como documentalista (algo habitual entre los artistas que tenían que trabajar bajo la férula del realismo socialista), evolucionó pronto hacia la ficción y saltó a la fama fuera de Polonia gracias a Decálogo –una serie para la televisión en la que aborda el tema de los Diez Mandamientos– y por el filme La doble vida de Verónica.

Después del primer impacto, volví a ver Azul varias veces y aún hoy recuerdo como si fuera ayer escenas memorables, como el azucarillo que se derrite en el café durante cinco segundos (el director se empleó a fondo y a todo su equipo para que fuera así) de la mano de Juliette Binoche o el desgarro de su mano al rozar una pared como forma de cauterizar el dolor que sentía por la pérdida de su familia en un accidente de coche. Le habían preparado una mano de cera para la escena pero ella prefirió hacerla al natural. El filme, en el que Kieslowski sobrevuela sobre la búsqueda de la libertad cuando uno se queda solo en el mundo, se convirtió enseguida en una película de culto y lanzó a la popularidad a Juliette Binoche. ¿Cómo no enamorarse de ella después de su interpretación?

En la película aparece además una imagen, que en apariencia nada tiene que ver con la trama, y que una y otra vez regresa a mi memoria, por su simbología: la de una anciana que intenta tirar una botella a un contenedor de vidrio, que se repetiría en las otras dos de la serie.

Después de Azul llegó Blanco y, aunque la primera sigue siendo mi preferida de la trilogía, esta comedia triste, que narra el desencanto de un inmigrante polaco en Francia, el fin del sueño occidental tras la caída de la dictadura comunista, consiguió cautivarme también y nos mostró a una Julie Delpy en el que probablemente ha sido uno de sus mejores papeles. “Esta es una historia sobre la negación de la igualdad. El concepto de igualdad sugiere que todos somos iguales. Sin embargo, yo creo que esto no es cierto”, dijo no sin cierta ironía Kieslowski. Sus palabras me recuerdan a las del gran poeta francés René Char, para quien su bandera, la de la Revolución Francesa, debería ser más bien la de la libertad, la desigualdad (no en el sentido capitalista) y la fraternidad.

La última película de la trilogía, Rojo, fue también la de su despedida. Valentine (Irène Jacob), el juez Kern (Jean-Louis Trintignant) y Auguste son tres extraños que van a cruzar sus caminos aunque aún no lo sepan. “La ciudad de Ginebra se abre como un entramado de relaciones donde la fraternidad puede mover montañas (Valentine y el juez) o agarrotarse en la garganta como un trago amargo (el novio celoso de la protagonista). Kieslowski sitúa la acción en un país como Suiza, donde diferentes comunidades culturales y religiosas conviven con relativa placidez, y dota al color rojo del calor del amor y de la vida”, ha señalado el crítico Manel Carrasco.

Aparte de la simbología de los colores de la bandera y de los cameos (los protagonistas de cada entrega de la trilogía se dejan ver en las tres películas) que aparecen en cada una de las películas de la serie, ¿qué más recursos utiliza Kieslowski como argamasa de unión entre las tres? Según apunta Carrasco en una reseña sobre las claves de la trilogía: “Entre los múltiples elementos comunes a las tres películas destaca la imagen de una anciana que intenta colocar sin éxito una botella de cristal dentro de un contenedor de reciclaje. La reacción de los protagonistas ante este hecho anodino determina la voz y el punto de vista de Kieslowski sobre los grandes temas que trata. En Azul, la anciana no alcanza la boca del contenedor y Julie ni siquiera se fija en la escena, porque la libertad en ocasiones implica la necesidad de enfrentarse a los propios obstáculos en la más absoluta soledad y asumir un coste. En Blanco, la mujer logra colocar la botella en la ranura con membranas del contenedor, pero no logra empujarla dentro, mientras Karol la observa con una mueca, siguiendo la idea de la igualdad como un concepto mal entendido donde la solidaridad está ausente. En Rojo, en cambio, Valentine ayuda a la anciana, que logra al fin su propósito, en una referencia a la fraternidad como motor para la esperanza”.

Cuando a Kieslowski le preguntaron acerca del significado de estas escenas afirmó que tan sólo se trataba de gente mayor tirando botellas a un contenedor, haciendo gala de su peculiar sentido del humor e interpretándolo como si de una pequeña broma particular se tratase.


Para el cineasta Antonio Bazaga, colaborador de El Asombrario y que trabajaba entonces como gestor en Euroimages (el organismo de la UE encargado de la producción, distribución y promoción de las películas europeas, con sede en Estrasburgo), “es muy probable que Kieslowski no pretendiera darnos ningún mensaje como tal, pero lo cierto es que la actitud del protagonista-espectador y el hecho de que al final la anciana logre depositar la botella con ayuda, símbolo de la fraternidad, no puede dejarnos indiferentes”.

Para su realización, los productores de Tres Colores pidieron una ayuda a Euroimages y, de hecho, la solicitud pasó por las manos de Bazaga y de otros gestores, quienes aprobaron por unanimidad una subvención considerable. “Para la UE, la película se convirtió en una especie de símbolo, de embajadora de lo que entonces quería ser Europa, un continente unido y solidario, donde tuvieran cabida los ideales de la Revolución Francesa”, señala este cineasta. De hecho, añade, “es significativo el esfuerzo que realiza la anciana para tirar el vidrio, alguien que tiene más pasado que futuro y a quien, sin embargo, le preocupa la herencia que va a dejar”.

Justo cuando empieza a rodar los Tres colores, Kieslowski anuncia por sorpresa que al culminar la trilogía se retirará de la dirección por problemas de salud. “En la cumbre, consciente quizá de la envergadura de su obra, el cineasta polaco se marcha demasiado pronto. Y demasiado pronto muere también, en 1996, de un ataque al corazón. En ese momento se encuentra lidiando con los anticuerpos del sida, pero nada hace pensar en un desenlace tan brusco. Parece como si, igual que el juez Kern, Kieslowski tuviese un control casi divino sobre la realidad y supiese que su tiempo se acababa”, escribe Carrasco.

Su tiempo se acababa, sin duda, y visto con retrospectiva creo que con su muerte se fue también la Europa optimista de los noventa, la de la Francia de acogida (Kundera, el propio Kieslowski, tantos exiliados del Este que encontraron allí su refugio), la de la Europa que buscaba una unión más fuerte para hacer frente a los retos de la globalización. La idea y la esperanza de construir una Europa solidaria y cosmopolita que tal vez, como señalaba Antonio Bazaga, representaba muy bien el gesto de la anciana anónima, su esfuerzo casi titánico por echar un vidrio en el contenedor para crear un mundo un poco más sostenible y habitable.

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Comentarios

  • Jose Lazaro

    Por Jose Lazaro, el 24 octubre 2015

    Imagino q si Kieslowski hiciera hoy una película sobre Europa, la escena de la anciana acabaría con el vidrio resbalando de su mano y haciendose añicos al estrellarse contra el suelo… // A mí tb me cautivó la trilogía y me enamoró Juliette Binoche. Gracias por el artículo.

  • Jan Kowalewski

    Por Jan Kowalewski, el 24 octubre 2015

    ¡¡¿¿ SIDA ??!! ¿Alguna prueba para sustentar una afirmación tan sorprendente? (algo que no sea «dice nosequién que le comentó nosecuantos que…»)

  • Tralalá

    Por Tralalá, el 25 octubre 2015

    Sí había reparado en esta escena que se repite, aunque no le había dado una interpretación relacionándola con cada parte. Quizá el hecho de que la mujer consiga por fin tirar sus vidrios en la última no sea más que una forma de cerrar el ciclo y darle un minúsculo final feliz a una trilogía más bien melancólica.

    Por cierto, Javier Morales, tienes una errata en tu semblante: pasas de hablar en primera persona en la primera frase a hablar en tercera persona en la segunda. Y es que es horrible escribir esos semblantes: nunca sabemos muy bien cómo abordarlos.

  • Les Marionettes

    Por Les Marionettes, el 14 abril 2018

    En «La double vie de Veronique» también vemos a la anciana caminando con bolsas de reciclaje, y Veronique, (Irene Jacobs), que la mira desde la ventana, la llama, la anciana la mira, pero continua con su camino.

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