El derecho sexual

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El poder es muy dado a ‘matizar’ los derechos fundamentales, incluidos los de libre expresión y manifestación en Estados oficialmente democráticos. Pero hay un grupo de derechos que sufre la violación constante desde los gobiernos: los sexuales y reproductivos. Paco Tomás se pregunta qué clase de Estado es aquel que muestra más interés por lo que hacemos con nuestro cuerpo en nuestros dormitorios que por asegurarnos una vivienda y un salario dignos.

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Imagino que algún día, espero que no muy lejano, un antropólogo decidirá estudiar la contradictoria relación que tiene el ser humano con sus propios derechos. Se detendrá a examinar por qué redactamos constituciones, declaraciones universales, organizamos conferencias internacionales, para hablar de derechos que, nosotros mismos, nos encargamos de vulnerar. No hace falta vivir en un régimen dictatorial para que tus derechos sean cuestionados. Basta con que no sean rentables para que dejen de denominarse derechos fundamentales y pasen a ser derechos circunstanciales.

Tenemos claro, independientemente de nuestra ideología, que disponemos de unos derechos inherentes a nosotros mismos, que afianzan la dignidad del ser humano. Lo que sucede es que en la práctica diaria del derecho ya entran unos más y unos menos que lo transforman en algo relativo cuando debería ser incuestionable. Nadie discute el derecho a la integridad física y moral. Sin embargo, en nombre de una confusa seguridad ciudadana, los antidisturbios pueden insultarte, vejarte, golpearte, retenerte y malherirte si resulta que te manifiestas demasiado. Nadie objeta sobre el derecho a manifestación. Excepto una gran demócrata, la alcaldesa de Madrid Ana Botella, que prefiere que las manifestaciones se vayan al extrarradio, donde no las veamos y así no molesten. Y como esos derechos el de la libertad de creencia, el derecho a la vida, el derecho a la información, a un trabajo suficientemente remunerado, a la libertad de enseñanza y cátedra…

Aunque cualquier derecho sea susceptible de quebrantamiento, nadie se atreve, en una sociedad democrática, a manifestar abiertamente su intención de violarlo. Sin embargo, existe un derecho fundamental, un derecho humano en sí mismo, que está permanentemente vulnerado, sometido, perseguido, cuestionado, juzgado, criminalizado como ningún otro. Se trata de los derechos sexuales y reproductivos. De hecho, son muchas las personas que ignoran que vivir libremente su sexualidad es un derecho fundamental.

Son derechos que nos permiten decidir, de forma libre, informada, voluntaria y responsable, sobre sexualidad y vida reproductiva sin sufrir discriminación, coacción ni violencia. Estos derechos -reconocidos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1976) y el Programa de Acción de la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de El Cairo (1994), entre otros instrumentos legales- protegen a las personas, sea cual sea su género, edad, orientación sexual, identidad de género y configuración familiar, y defienden que todo ser humano tiene derecho a llevar o no una vida sexualmente activa, a mantener relaciones sexuales de mutuo acuerdo (sean heterosexuales o no), a tener una vida sexual satisfactoria, segura y placentera, a escoger a su pareja y decidir si desea contraer matrimonio con ella y cuándo, escoger el tipo de familia que desea crear, decidir el número de hijos, espaciamiento de nacimientos e intervalos, y no sufrir ningún tipo de violencia de género o prácticas nocivas, además de buscar, suministrar y recibir información sobre sexualidad y reproducción, así como recibir educación sexual.

Pues son los únicos derechos que se encuentran amenazados en todo el mundo por igual; da lo mismo occidente que oriente, norte o sur. Las decisiones sobre nuestros cuerpos, especialmente en niñas, mujeres y población homosexual, están controladas por las instituciones religiosas y el Estado y sus creencias, los profesionales médicos y sus creencias, y las familias y, por supuesto, sus creencias. O sea, que los Estados en lugar de proteger, respetar y hacer valer los derechos sexuales y reproductivos, lo que hacen es someterlos a un control que acaba siendo una violación.

Por eso el pasado 6 de marzo, Amnistía Internacional lanzó la campaña global ‘Mi Cuerpo, Mis Derechos’ en la que se pedía a los líderes mundiales un compromiso en el respeto y protección de estos derechos. Se solicitaba a los Estados, representados permanentemente en Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, el fin del uso discriminatorio de la legislación penal para regular la sexualidad y la reproducción; el fin del control de terceros de las decisiones personales; el fin de las barreras para acceder a servicios de salud y educación sexual y reproductiva.

Mientras los Gobiernos se lo piensan, en 2009 más de 100 mujeres fueron violadas al día en Marruecos; en El Salvador, el aborto es ilegal incluso en casos de violación y en casos de alto riesgo de la vida de la madre; en Irlanda, las mujeres se enfrentan a 14 años de cárcel por abortar; el Tribunal Supremo de India declaró constitucional un artículo que criminaliza las relaciones homosexuales; en Sierra Leona y Burkina Faso no se respeta la edad legal mínima para contraer matrimonio y casa a niñas de 10 años; la homosexualidad es ilegal en 76 países del mundo; 24 países de Europa exigen la esterilización de las personas transexuales para conseguir el reconocimiento legal de su identidad de género…

Podría continuar, pero no quiero aturdirles. Solo piensen en qué clase de Estado es aquel que muestra más interés por lo que hacemos con nuestro cuerpo dentro de nuestros dormitorios, y sus consecuencias, que por asegurarnos una vivienda y un salario dignos, por poner solo dos ejemplos.

Puedes escuchar el último programa de Wisteria Lane dirigido por Paco Tomás en RNE

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Comentarios

  • AireLibre

    Por AireLibre, el 01 abril 2014

    En la declaración universal de los derechos humanos no hay ningún derecho que nos de titularidad ni de nuestro cuerpo, ni de nuestra vida. Son los poderes políticos y religiosos, de turno, quien se encargan de decidir sobre cada uno de nosotros; aquí es donde vemos lo mucho que queda por recorrer en el progreso del ser humano. Efectivamente Paco,nunca dormimos solos y curiosamente siempre hay alguien oliendo nuestras braguetas.

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