El juego como motor de la vida, de David Graeber a Clara Obligado

durante una charla en la Universidad de Ámsterdam. Foto: Guido Van Nispen

durante una charla en la Universidad de Ámsterdam. Foto: Guido Van Nispen

A la izquierda, David Graeber durante una charla en la Universidad de Ámsterdam. Foto: Guido Van Nispen

Nuestra ‘Área de Descanso’ de hoy se detiene en David Graeber y en su idea de que es el juego el motor de la vida, y en Clara Obligado y en su nueva obra, ‘La muerte juega a los dados’, un libro de relatos que puede leerse como una novela, y que, como un juego, puede leerse de distintas formas.

El número de marzo de la revista Letras Libres incluye un artículo del antropólogo David Graeber que me parece fascinante. Al parecer, el juego y no la lucha por la supervivencia, sería el motor de la vida. Todos los animales juegan, incluidas las hormigas, mal que les pese a los etólogos. Aparte de competir por la comida, a los animales también les gusta pasárselo bien, porque sí, por el puro placer de hacerlo. No busquemos un fin economicista a todas sus conductas. Esta teoría, poco estudiada hasta el momento, echaría por tierra tanto el darwinismo social imperante en la actualidad como la escuela rusa, que a principios del siglo pasado sostenía que el apoyo mutuo y la solidaridad eran factores clave en el desarrollo y en la evolución. “Nuestras mentes son solo una parte de la naturaleza. Podemos comprender la felicidad de los peces (o de las hormigas o de los gusanos mediocres) porque lo que nos mueve a pensar y a razonar sobre estas cuestiones es, en última instancia, exactamente lo mismo”, sostiene Graeber.

No se sientan culpables, pues, si en lugar de encadenar tareas deciden bajarse en un Área de Descanso, para no hacer nada, jugar o leer, por ejemplo, otra forma de jugar. No se sienta un fracasado ni piense que el mercado le va a expulsar definitivamente al ostracismo. Tómeselo, no solo como un derecho que mejorará su bienestar, sino también su competitividad.

Cuanto más jugamos, más humanos nos hacemos, de modo que cuando crecemos y nos convertimos en adultos no deberíamos abandonar nuestro lado lúdico, tan inseparable de la infancia. Los adultos no jugamos o jugamos poco. A Dios tampoco le gusta el juego, menos el azar. Sobre todo al dios panteísta y platónico. Ya lo dijo Einstein: “Dios no juega a los dados”. El físico alemán cuestionaba los descubrimientos de la mecánica cuántica de principios del siglo pasado. Heisenberg, con su principio de incertidumbre, otorgaba cierta libertad a los electrones, una idea que a Einstein le chirriaba.

A quien sí le gusta jugar es a la muerte, el reverso de la vida. Lo sabe bien la escritora Clara Obligado. Acaba de publicar La muerte juega a los dados (Páginas de Espuma), un libro de relatos que también puede leerse como una novela. Comprobamos enseguida que a la narradora hispano-argetina le gusta jugar, bucear en busca de las palabras apropiadas, combinarlas, explorar con la sintaxis, llevar al límite los relatos para ver qué pasa, como cuando somos pequeños e inflamos globos hasta que están a punto de estallar. Solo que cuando sus relatos estallan nos dejan ese poso de hondura y sabiduría que encontramos en la belleza, en la buena literatura.

El juego comienza desde el principio. En una nota preliminar, la autora, en un guiño cortazariano y rayuelesco, nos propone dos itinerarios de lectura: una lineal, en la que conoceremos la historia de la familia Lejárrega, y otra más caprichosa, a voluntad del lector. “Es mi manera de plantear una historia descolocada, fuera de los límites, extranjera”. Una declaración de principios del trabajo que viene realizando Clara Obligado en los últimos años en torno al relato breve y sus límites, una exploración que la ha convertido en una referencia en el género en español.

Como yo soy obediente y conservador por naturaleza, mi lectura ha sido lineal. Empecé a leer, pues, el primero de los relatos, Un cadáver en la biblioteca, y ya no pude parar. Obligado sabe tirar del hilo para “secuestrar” al lector. Para ello combina relatos muy breves con otros más tupidos. Los primeros sirven de gozne para arribar a las historias de más largo aliento (cuando lleguen a La huida o La peste, léanlos varias veces).

Una de las virtudes de La muerte juega a los dados, y que a mí más me gusta, es la sabia mezcla entre la literatura popular y la más culta, sin que se note. Algo que solo está al alcance de los grandes (ahora que se celebra el Día del Libro, pensemos en El Quijote), de los escritores que tienen oficio y, claro, algo que contar. Por eso escriben.

“Escribo para desentrañar lo que leo”, me dijo Obligado en una entrevista que publica la revista Leer en su número de abril. Porque a la autora de El libro de los viajes equivocados (Páginas de Espuma), libro con el que ganó el Premio Setenil, también le gusta jugar con las lecturas. Frente a quienes sospechan de las influencias y las demonizan, Obligado las reivindica, las hace suyas y las reinventa. Se las come. Al fin y al cabo, un buen escritor nunca deja de ser un buen lector. «Ante todo, me considero un lector, dijo Borges», afirmó no hace mucho otro borgiano, Roberto Bolaño. Obligado podría situarse en esa estela.

“Estupendos cuentos, espléndida estilización novelesca, literatura de verdad”, escribe también en Leer José María Merino sobre el libro de Clara Obligado. No puedo estar más de acuerdo con el maestro. Es un placer recrearse en la prosa de esta escritora mestiza, donde el lirismo siempre está al servicio de la historia. A uno le reconcilia con la literatura y con la vida. Si la muerte juega a los dados, juguemos nosotros a despistarla con buenas lecturas.

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