Ella le había dejado varias veces… Y la mató a puñaladas

Foto: Victoria Iglesias.

Foto: Victoria Iglesias.

Matilde murió asesinada a puñaladas por un novio al que había denunciado por agresión. Foto: Victoria Iglesias.

Matilde murió asesinada a puñaladas por un novio al que había denunciado por agresión. Foto: Victoria Iglesias.

El año 2017 empezó mal de muchas maneras. Una de ellas con la noticia de otra mujer víctima de la violencia de género, del machismo, asesinada por un novio al que había denunciado por agresión. Era la hija de los primos de Mérida… Fue en Rivas-Vaciamadrid. Se llamaba Matilde. Y murió a puñaladas en plena Nochevieja. Mientras la gente brindaba, un hombre decidió que si esa mujer no era para él no sería para nadie. El año volvía a comenzar mal para nosotras.

Antes de que acabara el año apenas sabía de su existencia, y ahora, en esta mañana de enero, creo haberla conocido. Son los segundos que caen de un lado o de otro los que deciden, y yo termino el encuentro escuchando la voz de Matilde.

Su madre me habla de ella y me pone una grabación que empapa el aire, que anula los rayos de sol para dejarlos detrás de la cortina, que no se atreven a entrar ahora, en un salón de madre, acogedor, de olor a paellas y sopa de cocido, y de comida de domingos y siestas; mientras mueve su melena cana y se ajusta las gafas, toca la pantalla del móvil para dar paso a una voz fina y alegre que entona un cumpleaños feliz y que ahora suena celestial; y en un estado incomprensible, que la mantiene erguida, me acerca el teléfono para que escuche la voz de su hija de apenas hace un tiempo.

Su marido nos ha dejado a solas, tras los ladridos de Newton desde la cocina, el perro de Matilde que ahora vive con ellos. Antes de irse me ha salido darle un abrazo porque mientras me hablaba no he podido dejar de fijarme en sus ojos. Conozco las miradas que sufren, que están perdidas, confusas, las miradas que se clavan en una punta de la nada.

Cada puñalada que recibió su hija está en sus ojos, en los ojos de ellos. La madre de Matilde los tiene azules, líquidos y tristes a través de las gafas. Las puñaladas y el dolor se hacen hueco en las entrañas, como sacudidas en las sienes, como látigos en el cerebro que pronuncia una y otra vez unas malditas palabras y le hace preguntarse por qué.

El día 1 de enero fue tan sólo una noticia en la radio del coche. “¿Ya empezamos?”, pensé. Subimos el volumen: “La primera víctima del año por violencia de género, en Rivas-Vaciamadrid… Pero, una vez desconectada la radio, seguimos a lo nuestro.

Lo nuestro era un entierro, en el pueblo de Salamanca, el de los veranos de cuando yo era niña. Mi tío también había muerto en Nochevieja, casi a la misma hora que Matilde.

Las campanas repican a muerto a las cinco de la tarde, entre el frío que corta el camino siguiendo el cortejo. 90 años de ser un hombre a caballo con chaleco y camisa blanca, boina y bastón colgado del brazo. Ahora va ahí, envuelto en negro y flores, y le recuerdo tras escuchar el sonido hueco de los cascos del caballo a paso por el corral.

Y es justo allí, entre las imágenes del pasado y la tumba de mis abuelos, cuando mi primo dijo que ella se había muerto, que la hija de los primos de Mérida había muerto. Primero mi familia hablaba de un accidente de coche. Luego, a medida que pasaron las horas, dejó de serlo, la noticia era confusa…, pero en el recorrido de vuelta a casa, ya de noche, un 1 de enero, hablaron de ti, Matilde. Y de esa noche que…, que ahora sé que sólo presenció Newton.

Newton está triste, raro, debe de estar sintiendo que ella ya no está, dice su madre, la prima de la mía. Son ocho años de mimos; la hermana melliza de Matilde, quería siempre buscarle una Madame Curie al westin, me cuenta con una sonrisa.

Me enseña, esa mañana, muchas imágenes de ella, de sus ojos azules, de la camisa que se ha comprado para la boda de su otro hermano: “Mamá ¿te gusta esta?”, le pregunta a través de una foto de Whatsapp.

Veo fotos de viajes en Ámsterdam, en Jordania… y en medio de toda esa pequeña historia gráfica me doy cuenta de que, sobre todo, esta mujer que nunca conocí era una mujer feliz y fuerte.

“Cuando tuvo el cáncer de colon, yo me puse a llorar perdidamente y sin embargo ella lo afrontó desde el primer momento de forma estoica”.

Entonces, me quedo mirándola fijamente porque me sorprende imaginar a su hija en esos tres años que duró el tratamiento.

“Ella estaba llena de energía, tenía ganas de salir, de divertirse. No hacía tanto que lo había dejado con su novio, y un día debió de conocer a éste”. Lo dice, como yo misma lo siento, sin querer mencionar su nombre, como yo cada minuto que pasa le siento: un malnacido.

“Tenía una puñalada en la espalda. Estará todo lleno de sangre. Todavía no he podido ir a su piso, a coger una foto para ponerle en la lápida. Le había dejado varias veces, pero él la perseguía. Le apuñaló por la espalda. Ella le había dejado varias veces. Yo sólo le había visto de pasada alguna vez”.

El relato sigue atropellado, pero muy lúcido… Habla de sus ganas de trabajar, de su responsabilidad, del cariño que le tenían su alumnos: “Y gracias, Mati, por ayudarme a aprobar tanto la química orgánica como la analítica, por tu paciencia, por tu saber…”, escribe uno de ellos en una carta de despedida.

Un día del mes de noviembre su madre la vio desmejorada. Su hermana notó que en el ojo tenía los rastros de un golpe. Llevaba unos días sin aparecer por la casa de sus padres y cuando lo hizo la encontraron más delgada y decaída. Fue cuando ella le acababa de denunciar por agresión. “Lo hemos sabido ahora. Las amigas nos han ido contando, tampoco sabíamos de los antecedentes de él, salvo que era colombiano…”.

Se hace tarde. Nos vamos hacia la cocina y el perro viene a olerme. Una cazuela se pone al fuego. La madre de Matilde echa unos espaguetis al agua hirviendo, de forma mecánica les da vueltas. Es la comida para su otra hija que sale, a las 2 de la tarde, de sus clases de Administrativo. Esa misma tarde será el funeral y la parroquia del barrio estará muy, muy llena.

Quiero fotografiar a Newton, pero se esconde debajo de una silla. Ya he dicho que está nervioso y triste.

Sólo al final, cuando abrimos la puerta del piso y me despido…, Newton me mira de esa forma que sólo saben hacerlo ellos y consigue que esos ojos perrunos me acompañen escaleras abajo y en el camino de vuelta. En el reloj de la estación de Atocha, cerca ya de mi casa, dan las tres. Alrededor de mí hay un montón de gente en la calle, de un lado para otro que parece normal. Parece normal el día, pero para mí no lo es. Ningún día que vaya cayendo, a partir de ahora será ya normal para esa parte de mi familia. Es también normal pensar que este tipo de noticias están lejos. Siempre creemos que sólo suceden en otras vidas, en otro tipo de hogares, sin estudios, con desarraigos y sin cultura. Lo normal es creernos inmunes hasta que algo sucede de improviso. Esa casualidad maldita. Ese destino incierto. Esa desgracia de trazar un camino que sin querer ha rozado levemente los pasos de un malnacido.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • carmela sanchez

    Por carmela sanchez, el 29 enero 2017

    Gracias Viki por tu articulo. Contagia emotividad, admiracion, cariño y respeto. Me uno a tu condena hacia los mal nacidos. Que Dios le perdone y que reconozca el daño ocasionado a toda la familia, especialmente a sus padres. Sigue escribiendo.

    • victoria iglesias

      Por victoria iglesias, el 29 enero 2017

      Gracias. Un abrazo, enorme.

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.