Elvira Lindo y San Antón animalista

Elvira Lindo y el Padre Ángel durante el pregón de San Antón. Foto: Micaela de la Maza / SrPerro.com

Elvira Lindo y el Padre Ángel durante el pregón de San Antón. Foto: Micaela de la Maza / SrPerro.com

Elvira Lindo y el Padre Ángel durante el pregón de San Antón. Foto: Micaela de la Maza / SrPerro.com

La escritora y periodista Elvira Lindo abrió el viernes con su «pregoncillo» -ella quiere llamarlo así- las fiestas de San Antón, que se celebran en el centro de Madrid y a las que el nuevo equipo municipal ha querido dar un giro para, sin perder su carácter tradicional, convertirse en La Gran Fiesta de los Animales y en la reivindicación de sus derechos. Publicamos su texto, que subraya la necesidad de que Madrid recupere sus valores de ciudadanía y recuerda a grandes escritores amigos de los animales, como Galdós y Chéjov.

POR ELVIRA LINDO

Pregoncillo de San Antón

Tiene nuestra ciudad un encanto de barrio y de pueblo, o de poblachón, como así tantas veces se la ha nombrado, que lejos de avergonzarnos nos tiene que animar a reivindicarla y seguir reforzando ese encanto nada pretencioso y un poco manga por hombro que la confiere un aire mestizo y cimarrón.

Estar aquí, celebrando al santo que amaba a los animales, me trae recuerdos de cuando me vine a vivir a la calle Pelayo, en tiempos en los que este distrito era más pueblerino si cabe que ahora, en 1992, cuando Chueca aún no era Chueca, y todavía se encontraba una con señoras en bata en la cola de la panadería y con los jubilados que se asomaban a los balcones en camiseta. Yo tenía un perro, Paquito, al que paseaba a diario por estas calles y al que trajimos a esta iglesia tal día como hoy hace 24 años. Pensaba entonces y ahora que estos pequeños actos de encuentro y de celebración son los que construyen una comunidad, y las grandes ciudades han de defenderse de su tendencia a crecer desorbitadamente barriendo en su desmesura esos actos cotidianos que nos permiten sobrevivir a las durezas de la vida. A mi perro, a mis perros, he de agradecerles la costumbre diaria de los vagabundeos por este entramado de calles que me permitieron ser una más entre los vecinos, porque aún en sociedades más individualistas que la nuestra la presencia de un animal nos permite acortar las barreras que nos separan de los otros.

Aquí, en este corazón de Madrid, yo diría que incluso más que en el campo donde su presencia es dada por descontado, los seres inocentes hacen más cálida la vida, la completan. En ese apartado de seres inocentes están incluidos los niños, los animales, los vulnerables, los que carecen de impulsos para hacer el mal y dependen tan íntimamente de la mano que les acaricia la cabeza o el lomo. Los animales ayudan a hacer barrio y nos recuerdan, con sus pasos, la necesidad que tenemos de conocernos, de saber nuestros nombres, y entablar esas relaciones que siempre existieron entre vecinos y que hacían más segura y cálida la convivencia.

Los santos que celebramos en Madrid también tienen una raíz popular y las fiestas que provocan en torno a su nombre no se distinguen por su empaque sino por ser verbeneras y humildes. La figura de San Antón se nos pierde en las marismas de la leyenda y nos queda de él la imagen que representa al hombre bueno y compasivo. Yo tengo en mi vida algunos altarcillos poblados de santos, de santos laicos: uno con el que dialogo muy a menudo, a través de sus obras y de sus personajes, es Benito Pérez Galdós, cuyo alma aún se puede sentir por estas mismas calles en donde hoy celebramos el cariño hacia los animales.

Don Benito fue, en una época en la que el respeto hacia los animales no se daba por supuesto, un gran amante de sus compañeros domésticos, hasta el punto de posar, cosa infrecuente en aquel entonces, con su perro o su gato. Recordamos aquel famoso retrato que le hiciera Alfonso en el que aparece abrazando el cuello de un perrazo enorme, o ese otro, más casero, con uno de sus gatos sentado sobre su piernas. Se sabe por su epistolario que hasta llegó a traerse a Madrid una ovejita desde Santander, una oveja que por ser negra iba a ser sacrificada a los pocos días de su nacimiento. Don Benito se trajo a su Mariucha -así la llamó- en el tren, en brazos y con el biberón en el bolsillo. La mantuvo durante un año correteando por su piso de la calle Aguilera, hasta que la devolvieron al prado del norte.

A mí esa humanidad, esa empatía hacia los que nada material van a proporcionarnos, pero sí cariño, compañía y cuidados -porque los animales no cuidan tanto o más que nosotros a ellos-, esa capacidad de comprender cómo los animales nos enriquecen la vida en tiempos en los que hablar de amor y respeto hacia ellos hubiera sonado extravagante, me conmueve y me hace amar todavía más al madrileño de adopción que mejor y más abundantemente ha contado la vida de esta ciudad. Admiro a esos hombres y mujeres adelantados a su tiempo, modernos a fuerza de ser humanos, compasivos y de tener ideas propias, a menudo en contradicción con las de la época que les tocó vivir.

Galdós sabía que no hay mejor compañero para un novelista o de un artista en su estudio que ese amigo perruno o gatuno que nos acompaña y comparte la tarea solitaria de contar historias, y que además, cuando se da por terminada la jornada nos obliga a salir, nos saca de nuestro mundo interior y nos proyecta hacia la calle. Es curioso que en los mismos años hubiera un escritor ruso, Anton Chéjov, otros de mis santos laicos, San Anton Chéjov, que compartiera su vida con perros y gatos, hasta el punto de aparecer estos también en sus retratos y poblar de anécdotas su inmenso epistolario. Si San Benito hablaba en su cartas de la presencia de la oveja Mariucha y escribía a un amigo, “no me hable usted de soledad, que voy por el tercer perro enterrado”, San Anton Chejov relataba las anécdotas de sus perros a los amigos, y cuando se marchaba de viaje escribía a su madre y a su hermana para que extremaran los cuidados tanto hacia los animales como hacia los árboles. Parecen hombres sin tiempo, hombres que podrían ser de ahora mismo, que ojalá fueran de ahora mismo para que siguieran perfumando la tierra con su humanidad.

Uno de los cuentos más hermosos de nuestro santo ruso trata de un perro, está escrito con su voz, nos cuenta una azarosa existencia de las manos de un amo a otro. Para los que amamos a los animales, leer ese cuento es comprobar que todos los que convivimos con ellos escuchamos su lenguaje, dialogamos con ellos y entendemos su personalidad; siempre un poco menos de lo que ellos comprenden la nuestra, porque los animales nos observan con una atención tan pertinaz que no hay en el mundo quien nos conozca más y mejor que ellos; para quien no ha convivido jamás con animales, el precioso cuento de Chéjov les desvelará la voz interior de un ser que siente, acusando el maltrato unas veces y agradeciendo el cariño otras.

También, al otro lado del océano, unos años más tarde, hubo una escritora, Dorothy Parker, que escribió agudos poemas a sus perros. Pocas fotos hay de ella en las que nos aparezca con sus amadas mascotas. Leer los poemas que compuso sobre ellos es sonreír y reír, porque reconocemos en sus versos algo que a diario observamos: cada animal tiene su carácter, cada animal es diferente, hay animales serios, tímidos, cómicos, hay animales muy chistosos, que por ignorar su comicidad nos hacen todavía más gracia. Yo he tenido un perro nervioso, sufridor, temeroso de perder tu compañía; he tenido otro perro tímido, dócil, sereno, y ahora tengo una cómica, una perrilla que podría ser la protagonista de un libro de cuentos, independiente, extrovertida, muy suya, reticente a obedecer, más bien mandona, pero sabe, porque ella lo sabe, que su encanto nos tiene rendidos.

Decía Dorothy Parker que cuando pasaba por la noche al lado de los caballos que esperan para pasear a los turistas en Central Park le entraban ganas de robar alguno y llevárselo a su casa, que siempre deseaba robar un caballo para apartarlo de vida tan triste. Yo siento lo mismo, el mismo imperioso deseo, no de llevármelos a mi casa, obviamente, sino de devolverlos a su hábitat natural. La ciudad no es un lugar para los animales de intemperie y entrenarlos para esa servidumbre estúpida es robarles el derecho a ser libres, como corresponde a su natural condición. En cambio, para los animales domésticos, como nosotros, la felicidad está en el hogar, en el recogimiento de los tuyos y en los placeres de las noches a resguardo.

Todos deseamos una ciudad habitable en la que los inocentes se sientan protegidos. Una ciudad que es buena para los niños y los perros será acogedora para todos nosotros porque favorecerá el paseo, la conversación, el pequeño parque, la esquina donde pararse, y la concepción de lo urbano como un lugar de encuentro e incluso de calma, no siempre cediendo a la acción estresante, el tráfico y la agitación.

Celebramos este día para agradecer la presencia en nuestras vidas a aquellos seres que nos dan tanta felicidad diaria, que nos completan y nos enseñan lealtad, bendecimos el hecho de tenerlos en nuestras vidas y hagan la soledad más llevadera y las calles más propicias a las conversaciones improvisadas.

Benditos seáis, amigos, por estar ahí: los que no os conocen no saben lo que se pierden.

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Comentarios

  • Rafael Santaella

    Por Rafael Santaella, el 17 enero 2016

    Gracias, mil gracias, Elvira, por este golpe de aire fresco tan agradecido como necesario en estos tiempos de turbulencias y tragedias. Bienvenida de regreso a celtiberia. Yo también me mudé de aquellos «estados juntos» a este «estado comatoso» en que se ha convertido España, y con la mudanza he ganado a Rufián, un mezcla de bodegero-ratonero-andaluz rescatado de un refugio. Gracias de uevo.

  • Juan Gómez Morillo

    Por Juan Gómez Morillo, el 17 enero 2016

    Un artículo lleno de sabiduría. Gracias, Elvira.

  • Anxela

    Por Anxela, el 17 enero 2016

    Encantador pregoncillo por su sencillez y sensibilidad.
    Me alegra que la autora sea animalista, imaginaba que no era así, porque hace algún tiempo leí una crítica suya hacia los animalistas que protestaban a la puerta del cine donde se proyectaba la peli «Blancanieves» de Pablo Berger, donde se torturan y matan varios toros.

  • Egwene

    Por Egwene, el 18 enero 2016

    Gracias, Elvira. Yo tengo tres gatos adoptados de protectora y colaboro en un refugio de animales sin hogar. Como bien dices, quien no tiene el cariño de un animal cerca no sabe lo que se pierde.

  • mariai

    Por mariai, el 23 enero 2016

    ¡Qué bonito! Es cierto, no saben lo que se pierden. No recuerdo si gracias a ti o a tu compañera Rosa Montero descubrí Teaming, por un artículo en el periódico en el que escribís. Desde entonces colaboro con un par de protectoras de animales de mi comunidad, aunque la aportación económica es pequeñita, entre muchos se consigue mucho. Gracias.

  • Utopía

    Por Utopía, el 23 enero 2016

    Me sorprendo cada vez que veo un famoso o una persona influyente defendiendo los derechos de los animales. Sé que no debería ser así, pero no puedo evitarlo. Luego siento alegría porque las voces de todos ustedes llegan más lejos y suenan más alto y eso hay que aprovecharlo.
    Me ha gustado mucho su pregón y sus sentimientos. Siga expresándolos, por favor, hasta que llegue el día en que celebrar «el día de los animales» no sea ya necesario. Gracias.

  • Ignacio

    Por Ignacio, el 23 enero 2016

    Gracias por tus palabras. Básicamente creo que quien no siente amor por los animales, es signo de inferioridad mental.

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