Escapada otoñal y literaria por el Jerte, el valle de las cerezas

Los colores del otoño en el valle del Jerte. Foto: Soprodevaje.

Los colores del otoño en el valle del Jerte. Foto: Soprodevaje.

Los colores del otoño en el Valle del Jerte. Foto: Soprodevaje.

Son muchos los que visitan el Valle del Jerte en primavera, con la floración de los cerezos, atraídos por un espectáculo efímero, de apenas un par de semanas, cuando se tiñe de un blanco algodonoso, casi irreal. Podríamos decir que se trata de una hermosura juvenil, el esplendor de un momento irrepetible. Pero hoy queremos huir de lo ya sabido, y descubrir algo distinto, escaparnos a esta comarca del norte de Cáceres ahora, en otoño, cuando la belleza del paisaje es más matizada, permanente. Y también única.

En España hay muchos lugares para disfrutar del otoño, una estación que invita a la reflexión, a encontrarnos con nosotros mismos. La diferencia está en que en el Valle del Jerte no sólo nos encontraremos con el paisaje abigarrado, con la policromía de los robles, castaños, nogales y la vegetación de altura de otros sitios. Además del paisaje asociado a esta época, en esta comarca que bebe del río Jerte, el rojo intenso y casi sanguinolento que adquieren las hojas de los cerezos confiere al otoño una singularidad que no hallaremos en otros sitios.

“Es que el cerezo es un árbol muy agradecido en cualquier época del año”, me comenta el poeta Álvaro Valverde. Nos citamos en Plasencia, un buen punto de partida para explorar el valle de los cerezos. Valverde, maestro de profesión y uno de los poetas más destacados del panorama nacional, con varios premios y libros a sus espaldas –el último Más allá, Tánger (Tusquets)–, trabajó a finales de los ochenta en el colegio público de Jerte, uno de los once municipios de la comarca, a 40 kilómetros de Plasencia. Cada día, durante varios años, recorría el valle casi de punta a punta a lo largo de la Nacional-110, carretera que transcurre paralela al río y que une Plasencia con Soria. Navaconcejo, Cabezuela, Jerte. Tornavacas es el último pueblo antes de emprender el puerto del mismo nombre y que nos sitúa ya en Ávila. Un trayecto en coche que le permitía disfrutar del cambio de las estaciones en esta tierra abancalada, donde los cerezos son los señores, el corazón de la comarca. Y aunque no de una manera explícita, este paisaje, su naturaleza exuberante, ha inspirado algunos de sus poemas. “De todas las estaciones, sin duda el otoño es la mejor para conocer el Jerte, la que más me gusta”, asegura Valverde, quien recomienda a los visitantes una ruta sencilla, la Noguelada, que parte del municipio de Navaconcejo.

A diferencia de otras zonas rurales pintorescas, que se han convertido en decorados de cartón piedra, el valle del Jerte (un 90% de su territorio pertenece a la Red Natura 2000), es una comarca viva gracias al cultivo de la cereza, el pulmón que marca el pulso de esta tierra. De la cereza viven la mayor parte de sus 13.000 habitantes, aunque el turismo ha ido ganando peso en los últimos años.

El éxito de la cereza en el Jerte, a pesar de la competencia cada vez más feroz que llega desde otros lugares de España y Turquía, se debe a la excelencia del fruto, que ha encontrado en este entorno unas condiciones naturales óptimas para desarrollar todas sus cualidades organolépticas. La orografía y el cultivo en bancales, como grandes escalones de tierra en la montaña, obligan además a que la cereza se recoja a mano. Un fruto exquisito que necesita de una buena comercialización. Y ahí nos encontramos con otra singularidad. La agrupación de los agricultores en cooperativas, que viene de los años treinta del siglo pasado, ha permitido exportar la cereza jerteña y sus derivados a medio mundo, con lo que los amplios márgenes que suelen llevarse los intermediarios se quedan en casa.

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De todo esto me informa José Fernández, presidente de la Denominación de Origen Cereza del Jerte, en Barrado, un pueblo fronterizo, a mitad de camino entre el Valle del Jerte y La Vera. “Aquí tenemos una simbiosis entre la agricultura y el entorno que no se da en otros lugares”, dice Fernández. Y aunque el cerezo es el rey, destaca la gran riqueza natural de la zona, su biodiversidad. “Hay decenas de rutas, cualquier lugar es bueno aquí para disfrutar del otoño”. La certeza de sus palabras saltan a la vista. Basta adentrarse hacia Cabrero o Valdastillas, hacia el otro lado, la Nacional-110, para sumergirse entre los robles y castaños. Cerca de aquí hay varias cascadas de agua, gargantas, que bajan furiosas en esta época del año.

“En el Jerte destacaría la presencia machacona del agua”, asegura Fernando Flores del Manzano, escritor y autor de varios libros sobre esta comarca, alguien que la conoce palmo a palmo. “El del Jerte es el valle del agua. Agua que se expresa con el ímpetu saltarín de chorreras y cascadas, agua remansada y cristalina fluyendo dulcemente por el fondo del valle, entre un frondoso palio de alisos, fresnos o almeces”.

Una visión compartida por Elisa Esteban, gerente de Soprodevaje, entidad sin ánimo de lucro involucrada en el desarrollo sostenible de la zona: “En el Valle del Jerte, el viajero encontrará infinidad de posibilidades, desde la subida a los míticos Pilones en pleno corazón de la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos, o un paseo por cualquiera de las rutas en torno al agua: garganta Nogaledas, la Puria, la cascada del Caozo, la garganta Marta, los Papuos… Para los amantes del senderismo hay más de 200 kilómetros de senderos señalizados, que nos adentran en frondosos bosques y en paisajes espectaculares”, explica. Esteban destaca que el auge del turismo ha propiciado el incremento de la oferta gastronómica: “En los últimos años, el sector de la restauración en el Valle del Jerte está haciendo un importante esfuerzo para adaptarse a la exigencias de los visitantes; una prueba de ello son las jornadas gastronómicas pastoriles que se organizan en otoño por un grupo de restaurantes de la comarca, que hacen una oferta muy interesante de los platos ligados a la gastronomía pastoril y a los productos de esta época”.

Desde Valdastillas podemos seguir a Piornal, el pueblo más alto de Extremadura, donde las nevadas y el frío han conformado un paisaje propio, de piornos, pinos y matorrales. Si continuamos por esa misma carretera sinuosa, hacia Garganta la Olla, ya en La Vera, volveremos a encontrarnos con la policromía otoñal gracias a los robles y los castaños que nos acompañan en el descenso.

Pero en lugar de subir, también podemos bajar. Desde Valdastillas llegaremos a la Nacional-110 pasando por Las Casas del Castañar. Enfrente, en las montañas, dos manchas blancas: El Torno y El Rebollar.

Ya en la Nacional-110, bajo un cielo azul, sigo mi camino hacia el Puerto de Tornavacas, pero antes hago un alto en Navaconcejo. Allí me reúno con la poeta Irene Sánchez Carrón. Aunque vive en Cáceres, donde es profesora, Carrón, ganadora entre otros del prestigioso Premio Hiperión, regresa cuando puede a Navaconcejo, donde nació. Si el cultivo de la cereza ha facilitado una cierta prosperidad económica a la zona, también ha tenido a veces secuelas indeseables en la conservación de la arquitectura popular. Aun así, en la mayoría de los pueblos, sobre todo en Jerte y Cabezuela, encontramos calles y plazas donde se han preservado las casas tradicionales, con estructura de adobe y piedra. “El turismo está sirviendo para que se tenga más cuidado a la hora de construir”, asegura Carrón.

Esta poeta suele disfrutar del otoño –“que para mí es sinónimo de lluvia, colores y humo”, dice– paseando a lo largo del río, a través de la senda que une Navaconcejo y Cabezuela, el siguiente pueblo. “De vez en cuando me paro a contemplar las montañas, parece que estuvieran ardiendo por el llamativo color rojo que adquieren las hojas de los cerezos”, dice.

Antes de proseguir mi camino, como despedida, le pido un poema en el que de alguna forma habite lo que nos rodea en ese momento, el cielo azul, las montañas ardientes en su zona más baja, el carnaval de colores en las cumbres. Y me deja estos versos que evocan sus días de infancia, un poema por el que siente una gran predilección.

 

El escondite

Tengo miedo.

Jugábamos al escondite.

Yo me ocultaba

y tú me perseguías.

Pasaron largas horas

y tú no me encontrabas.

Pasó la primavera,

se esfumaron los largos días de verano

y vino el otoño con su crujir de madera seca

y vino el invierno con su dolor de corazón sepultado en la nieve.

Te espero en mi rincón

y tengo miedo.

 

Pistas para organizar una visita

En la página de la Sociedad para la Promoción y Desarrollo del Valle del Jerte podemos encontrar las principales rutas y lugares de interés del Valle del Jerte.

En noviembre suele celebrarse la ruta de Carlos V, que sigue los pasos del Emperador Carlos V en su viaje hacia el Monasterio de Yuste, donde pasaría los últimos años de su vida. Comienza en la localidad de Tornavacas y finaliza en Jarandilla de la Vera. Recorrido: 25 km. Duración estimada: 8-9 horas. 

Turismo del Valle del Jerte. 

Otoñada en el Valle del Jerte.

Asociación de turismo del Valle del Jerte.

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Comentarios

  • Nely García

    Por Nely García, el 10 noviembre 2014

    Los paisajes otoñales señalan la preparación para el letargo del árbol: las hojas se visten de colores vivos ocres y rojizos, para señalar el deber cumplido y su inminente muerte, que dará paso al nacimiento de otras hojas, mostrando el eterno comienzo de la vida.

  • evelio

    Por evelio, el 10 noviembre 2014

    Añoro el rumor de las gargatas y los silencios de las laderas, especialmente en estos dias de otoño. Desde la distancia recuerdo esas tardes soleadas de paseos por los campos solitarios.

  • Miguel

    Por Miguel, el 13 noviembre 2014

    El valle es precioso. No se necesita de fotos retocadas hasta ese extremo grotesco para reflejarlo…

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