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Ignacio Ferrando: “Para ser escritor hay que estar dispuesto a darlo todo a cambio de casi nada”

Por manuelcuellardelrio, el 13 de mayo de 2016, en entrevistas

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Ignacio Ferrando.

Ningún buen profesor se limita a repetirse o a funcionar a través de esquemas o recetas, asegura en esta entrevista el escritor Ignacio Ferrando (Trubia, Asturias, 1972). Si en la entrada de la semana pasada nos explicaba cómo crear tensión en una historia y proponía las bases para participar en nuestro concurso mensual de escritura, en esta entrevista Ferrando, nuestro profesor del mes y jefe de Estudios del Máster de Narrativa de la Escuela, nos habla de su última novela, Nosotros H, y nos desvela algunas claves del oficio de escribir, de su enseñanza y de su aprendizaje.

Tu formación es científico-técnica. ¿Cómo llegaste a la escritura?

Lo cierto es que mi formación y mi pasión siempre han ido de la mano. Cuando era niño, escribía cuentos y novelas. Eran textos que ahora, al releerlos, me producen cierto sonrojo. Pero recuerdo las madrugadas, cuando me levantaba a escribir y a continuación iba al trabajo. Y luego los fines de semana, siempre enclaustrado. Era joven y tenía energía. Cada cierto tiempo, mandaba aquellos textos a editoriales y certámenes de relato. Y de repente, ocurrió algo con lo que no contaba. En poco más de dos años, gané los principales certámenes de relato. Los jurados eran escritores como Vargas Llosa, Luis Mateo Díez, José María Merino o Luis Landero, y todos ellos, recuerdo, me aconsejaron lo mismo: «hazlo, si no lo haces ahora te vas a arrepentir siempre». Federico Luppi, que dramatizó “Simetrías”, me dijo que hacía años que no veía a alguien hablar tan entusiásticamente de su trabajo y que, a la fuerza, debía irme bien. Y eso hice. Justo en esa época, tuve la suerte de conocer a Javier Sagarna, actual director de la Escuela —entonces no lo era— y me ofreció un lugar y la posibilidad de desarrollar una carrera como docente en Escuela de Escritores. Desde entonces y hasta hoy, no tengo más que agradecimiento para él, que me brindó una profesión que adoro y que me permite leer y desarrollarme, no solo como profesor, sino como escritor y persona.

¿Por qué enseñar a escribir?

¿Por qué no? ¿Por qué la pintura y la escultura sí y la escritura no? ¿Qué tiene la escritura para que sea una cuestión genética y de talento y no de aprendizaje? ¿Por qué otras disciplinas no son discutidas y esta sí? Este tipo de preguntas las alimentan espíritus escépticos que no saben lo que es un taller de escritura. Un taller -y hablo de los míos- es o debiera ser un lugar donde, además de la técnica, se experimenta con el lenguaje, donde se incentiva la creatividad y donde, sobre todo, se aprende a leer. Porque solo aprendiendo a leer, como paso previo, se puede enseñar a escribir. Mis alumnos lo saben. Tengo la sensación de que hoy se lee peor que hace unos años. Incluso existe un cierto desinterés entre las nuevas generaciones. “Leer es un rollo”, dicen. Lo más terrible es que este desinterés se debe al desconocimiento del “acto de la lectura”. Es decir, que, para gran parte de los lectores, en el texto solo existe lo que está explicitado. Eso explica por qué las mesas de novedades están llenas de toneladas de literatura explícita, compuesta por esquemas narrativos replicados hasta la saciedad. De ahí el debate sobre la muerte de la novela. El mejor modo de destruir la literatura es incurrir en ese perverso ejercicio de repetición. Es decir, en el de considerar que lo que quiere el lector es eso. Dado que la enseñanza reglada no enseña a leer (más allá de la decodificación de signos) en los talleres aprendemos a transitar esa distancia entre lo que el autor dice y lo que ha querido decir, tanto en los textos propios como en los ajenos.

Uno puede ser un buen escritor, pero un mal profesor. Los hay que son malos en ambas cosas. ¿Qué cualidades se necesita para enseñar a escribir?

Para mí, por pretenciosos que suene, enseñar es una mezcla de autoridad intelectual y cercanía. También en la escritura. Un buen docente debiera estar siempre en auto-formación. Siempre recuerdo aquella novela de Dag Solstad, publicada hace años, en la que un profesor de secundaria lleva 25 años repitiendo la misma lección sobre El pato salvaje, de Ibsen, y se da cuenta, en mitad de una de sus clases, del verdadero sentido de la obra. Lo importante no es el momento epifánico, ni la evidencia que ha preferido no ver estos años atrás, sino la certeza de que estado equivocado toda su vida. Por supuesto, el texto es una alegoría, no solo sobre el drama de Ibsen, sino sobre las certezas subjetivas y su “enfoque artístico”. No me gustaría verme como el protagonista de Pudor y dignidad, ese es el nombre de la novela. Por eso trato de que mis certezas literarias se diluyan convenientemente o, al menos, estén en movimiento. Me cuestiono. Es importante, para un profesor, tener opiniones propias, no sectarias, capacidad para gestionarlas. Ningún buen profesor se limita a repetirse o a funcionar a través de esquemas o recetas. Al menos no cuando trabaja con intangibles, cuando se gestiona la subjetividad de otros. Por último, como decía antes, también me parece fundamental ser capaz de provocar empatía en los alumnos, que no te vean como algo ajeno, que no va con ellos, sino como parte importante de su propio proceso creativo.

En los últimos años se ha multiplicado tanto la oferta como la demanda de clases de escritura creativa. ¿A qué crees que es debido?

La verdad, no tengo ni idea. Lo que sí sé es que cualquiera que se apunte a un taller de escritura, debería informarse bien de la competencia de su profesor, de su trayectoria y, en última instancia, de la solvencia del centro. Como en todas las profesiones, también en la docencia de la escritura creativa, hay de todo. Buenos, malos y funestos.

Sin embargo, no parece que ocurra lo mismo con la lectura. Y es un contrasentido, ¿no?

Sí, es curioso. Pero como decía antes, la lectura debiera estar integrada y ser una parte indistinguible del aprendizaje de la escritura.

Se acaba de convocar la VIII edición del Máster de Narrativa de la Escuela. Como jefe de Estudios, ¿qué balance haces de todos estos años?

Él balance, en mi opinión, es inmejorable. A pesar de lo complicado de estos últimos años, el máster comienza ahora su octava promoción. Esto se debe, creo yo, al espíritu dinámico y de renovación del programa, a la atmósfera creativa que se propicia, no solo por parte de los alumnos, sino también por quienes componemos el claustro. Para mí era inimaginable, hace unos años, cuando comenzamos la andadura, pensar que contaríamos con profesores tan excepcionales como Marta Sanz, José Ovejero, Sanchis Sinisterra, Luisgé Martín o Carlos Castán (por mencionar solo algunos cuya parte docente pasa más desapercibida) o autores como Vila-Matas, Luis Goytisolo, Caballero Bonald, Baricco, Luis Mateo Díez y un larguísimo etcétera. Pero sobre todo, es una satisfacción para nosotros, y para mí en particular, ver como un gran porcentaje de nuestros alumnos ven sus proyectos publicados, otros dan clases de escritura o han abierto sus propios talleres en España o Sudamérica, y cada vez más, empresas del mundo editorial y publicitario, demandan el perfil que ofrecemos y que permite a nuestros alumnos, esto es lo importante, desarrollar en libertad su carrera literaria

¿Qué les exiges a los alumnos que van a tus clases?

Compromiso consigo mismos y unos gramos de pasión por la literatura. A partir de ahí, se hacen milagros.

¿Te han puesto en aprietos los alumnos alguna vez, con alguna pregunta, un texto, un comentario?

Sí, claro, habitualmente.

Tú última novela, Nosotros H (Tropo), los protagonistas son un grupo de individuos que responden al mismo nombre. Todos se llaman Hoffman y viven aislados del mundo exterior, hasta que un encargo parece desbaratar su mundo. Cuéntanos el proceso de escritura de esta novela.

El proceso de escritura de Nosotros H es muy diferente de otras novelas que he escrito. Esta es una novela orgánica, que se generó a sí misma, casi como un juego lingüístico. No hay prevaricación consciente en ese texto. La novela está escrita en primera persona del plural y recuerdo que era como si, cada vez que me sentaba escribir, me convirtiera en portavoz de todos ellos. Era una sensación real. Había algo mágico en aquella escritura, uno de esos estados hipnóticos en los cuales nada más que la escritura importa. Escribí el borrador en tres meses. Esto es muy poco. Suelo tardar dos años en escribir una novela. Y luego apenas corregí el texto. No quería que mi propia inseguridad (o los diferentes “escritores hegemónicos” que somos, usando el símil de Tabucci) ensuciara la frescura y la inmediatez que tenía el texto en su creación. Recoloqué muchos pasajes, eso sí, y eliminé casi cincuenta páginas del original para favorecer el dinamismo del texto.

Puede leerse como una alegoría del mundo actual, en la que a veces el individuo parece haberse diluido en un grupo más amplio.

Así es. En ese sentido, es una novela contemporánea. La idea central del libro es que los Hoffman constituyen un grupo porque tienen los mismos valores identitarios. Es decir, nuestra sociedad occidental lo es porque participa y se sustenta de una serie de ideas indiscutidas: Cristóbal Colón descubrió América, Einstein enunció la Teoría de la Relatividad, Shostakóvich compuso la ópera Lady Macbeth… Creemos esas verdades, no porque tengamos la convicción personal de que son ciertas, sino porque el grupo dice consensuadamente que lo son. Esas verdades, vamos a llamarlas culturales (pero también religiosas o políticas) nos configuran como sociedad. En Nosotros H, lo que sucede es que un día los protagonistas son obligados a demostrar una verdad que creían inmutable (algo así como nuestra idea de Dios) y eso les obliga a abandonar su zona de confort y salir al exterior. Gran parte de la novela es ese viaje homérico en el que los Hoffmans son tentados por el mundo exterior, por la muerte, por el sexo, por las tormentas… El narrador plural irá siendo escindido hasta convertirse en uno al final del camino. Lo importante, parece decir el texto, no es lo indemostrable de esa verdad o el camino hacia su demostración, sino el hecho de que nuestra identidad, como grupo, carece de sentido.

Tienes en tu haber varios libros de relatos. ¿Afrontas el proceso de escritura de una novela de la misma forma que un libro de relatos?

La escritura de un libro de relatos (el proceso) tiene poco que ver con el de una novela. Para mí, es mucho más exigente, a nivel creativo, escribir un libro de relatos. La novela, sin embargo, exige un compromiso mayor y el trabajo diario. En mis libros de relatos suelo favorecer las historias en detrimento de los personajes, que son dibujados por apenas dos o tres rasgos, los necesarios. En las novelas, sin embargo, disfruto entrando dentro del personaje, alimentando su complejidad y consolidándolo a través de capas sucesivas (unas conscientes, otras no tanto).

A la hora de escribir, ¿cuál es tu método de trabajo? ¿Cuáles son tus rutinas y tus manías?

No soy maniático. Mi única rareza es mi obsesión con los horarios. Es como si distribuyera mi tiempo en compartimentos estancos y nada que no pertenezca a él pudiera perturbarlo. Siempre escribo de 8:00 a 11:00 de la mañana, y leo de 21:00 a — , y fuera de esas franja me cuesta mucho.

Un libro que odies por encima de todos.

Odiar, odiar… ninguno. Reconozco que hasta hace poco profesaba una idolatría ciega al papel impreso. Pero ahora, cuando un libro me indigna —indigna de verdad—, lo destruyo. Voy arrancando sus páginas una a una, las portadas, todo. Hay cierta inquina en el gesto. Reconozco que es algo catárquico y recomiendo su uso terapéutico. El último libro con el que hice esto fue con Azul Petróleo, de Boris Izaguirre.

Otro que ames por encima de todos.

Amar, amar… tampoco. Me gustar rodearme de los libros que me han acompañado siempre. Eso me da seguridad. Certezas. Dentro de esos libros está la obra de Samuel Beckett, de Pinter, de Cheever, de Antunes… de tantos otros.

¿Qué le dirías al lector de esta entrevista que quiera convertirse en escritor?

Simplemente que crea en él, en su deseo, y que no haga demasiado caso de quienes le dicen que nunca lo logrará. El mundo está lleno de tipos grises que jamás irán a ninguna parte porque no salen del binomio “hago esto /para obtener aquello”. Un escritor debiera pensar: “hago esto /para ser esto”. No seamos ingenuos. Para ser escritor hay que estar dispuesto a darlo todo a cambio de casi nada, hay que aprender a tolerar el propio fracaso y a convertirlo en parte del aprendizaje, pero frente a otros colegas agoreros, estoy convencido de que la literatura siempre te devuelve lo que le das, si se lo das de un modo serio y honesto. El problema está en plantearse expectativas demasiado altas a priori. Con ese tipo de escritores, la literatura es implacable y despiadada, y no tarda en acabar con ellos.

¿Cuáles son tus siguientes proyectos como escritor?

El año pasado terminé una novela sobre la paternidad y estoy a la expectativa de que se concrete su edición. Hace no demasiado, estuve comiendo con mi amiga Clara Obligado y me dijo que ya era hora de que algún hombre tuviera la valentía de hablar sobre la paternidad. Hay miles de libros sobre la maternidad, pero pocos, creo yo, que hablen de la paternidad desde una perspectiva sin clichés y sin cortapisas, sin hipocresías, de un modo contemporáneo y bastante personal. La escritura de La quietud sirvió para que me diera cuenta de que la paternidad, para mí, había sido un perverso mecanismo para perpetuar tu identidad en el otro. Vamos, que al final da igual sobre lo que escribas, siempre vuelves a lo mismo.

Concurso de Escritura Escuela de Escritores / El Asombrario

Aún puedes participar en nuestro concurso de mayo. Como explicaba Ignacio Ferrando en la entrada de la semana pasada, se trata de escribir una historia donde combinemos las siguientes estrategias de tensión dramática: intriga anticipada, suspense, ambigüedad y reloj narrativo. El protagonista de tu historia debe formar parte de una familia en la que hace tiempo murió una hermana deficiente en circunstancias poco esclarecidas y seguramente violentas. El caso fue cerrado, pero nadie cree la versión oficial. Uno de los hermanos (no el protagonista) ha alquilado una cabaña en un lugar apartado, sin posibilidad de comunicación y donde los teléfonos no tienen cobertura. A todos les ha dicho que ha de comunicarles algo importante y todos (incluido tu protagonista) piensan que tiene que ver con aquella muerte. La familia se reúne. El texto comienza cuando todos llegan a la cabaña. Todos, menos el hermano que conoce la verdad.

A ver qué se te ocurre para crear tensión y atrapar al lector. El texto debe tener como máximo 500 palabras y debes enviarlo antes del 19 de mayo para participar en el Concurso.

El ganador podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos que ofrece la Escuela de Escritores, tanto presenciales como por internet, y el texto se publicará en El Asombrario.

Para enviar tu texto y participar en el Concurso pincha aquí

Todos los cursos de la Escuela de Escritores

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