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‘La promesa’, relato ganador de la narración del deseo

Por manuelcuellardelrio, el 23 de marzo de 2016, en concurso

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Foto: Manuel Cuéllar.

Foto: Manuel Cuéllar.

La escritora Isabel Pérez, con el relato ‘La promesa’, ha ganado la convocatoria de marzo del Concurso de la Escuela de Escritores / El Asombrario. En esta ocasión, se trataba de escribir un texto en torno al deseo en la narración, tal y como se explicaba en la entrada del 5 de marzo. El jurado, presidido por nuestro profesor del mes, Ángel Zapata, ha valorado en ‘La promesa’ su intensidad y emotividad, a la vez que su consistencia como narración. Además del relato, publicamos el análisis completo del texto realizado por Ángel Zapata. La ganadora podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela de Escritores, tanto presenciales como por internet. Las bases de la nueva convocatoria se publicarán con la primera entrada de abril.

‘La promesa’

Por Isabel Pérez

Qué bien lo pasaba Sonia cuando su madre le enseñaba sus joyas. Se sentaban las dos al borde de la cama y su madre sacaba una a una todas las piezas que guardaba en un bonito joyero de madera. Las colocaba encima de la colcha con mimo y después le iba explicando cómo había conseguido cada una. Algunas las había heredado de su madre, otras se las había regalado su marido y algunas había conseguido comprarlas después de ahorrar durante años. Aunque eran más bien pequeñas y humildes, para Sonia eran totalmente deslumbrantes. Allí había largas cadenas de plata con colgantes de distintas formas, adornados con piedras brillantes de colores, broches con pequeñas esmeraldas, también había pulseras finas de oro con abalorios intercalados, anillos de oro y plata y la alianza de la boda, formada por tres aros de distintos tonos. Pero había una joya en especial que a Sonia le causaba una emoción incontrolable. Era un anillo de oro con una piedra rosa en el centro que había pertenecido a su abuela. Sonia se lo ponía y lo veía brillar al mover la mano de un lado a otro. Pero le quedaba grande y le bailaba en el dedo y si bajaba la mano se caía al suelo. Tanto le gustaba que su madre le prometió que se lo regalaría cuando creciera y le sentara bien.

Sonia siempre había sido una chica delgada y menuda, de ojos claros y piel morena. Se llevaba bien con todo el mundo, no parecía tener ningún problema. Pero de repente empezó a comer más de la cuenta. Comía a escondidas, sobre todo por las noches, cuando todos dormían. Se aficionó al pan, a los embutidos y a los bollos. Siempre era un buen momento para comer chocolate y dejó de jugar al baloncesto con sus amigos. Poco a poco su cuerpo se fue transformando y en solo unos meses engordó más de quince kilos. Cada día que pasaba Sonia se veía más gordita y más feliz, algo extraño en una niña de solo doce años. No le importaba nada que sus amigas empezaran a criticarla y que los chicos ya no la miraran como antes. Su madre estaba muy preocupada, no entendía qué le pasaba a su hija, por qué había cambiado así. La llevó al médico en distintas ocasiones para que le pusieran dietas, incluso la llevó al psicólogo sin ningún resultado positivo. Sonia no explicaba nada, no lo necesitaba. Pero el día en que volvieron a abrir juntas el joyero lo comprendió todo. Sonia se probó el anillo prometido y su cara se iluminó de felicidad al comprobar que ya no se le caía del dedo regordete.

 

Comentario de nuestro profesor del mes, Ángel Zapata

Lo primero que habría que decir sobre La promesa es que es un relato intenso y emotivo, en el plano de la sensibilidad, y a la vez consistente como narración. Tiene, además, el acierto de estar focalizado sobre dos personajes (una economía ineludible en el territorio del cuento), y muy bien organizado como historia, con un planteamiento, un nudo y un desenlace nítidamente definidos. Por lo mismo, la representación se apoya sobre elementos plásticos y concretos (resulta destacable, en este sentido, la enumeración del contenido del joyero). Y en el plano del estilo, se trata de un texto que “suena muy bien”, es decir: un texto con una buena respiración prosódica, en el que las frases se suceden con naturalidad, fluidez y ritmo.

También en la dimensión semántica, o del significado, el acierto del relato es indudable. De entrada, porque la historia pone en escena un tema arquetípico, el crecimiento, lo que ya desde el principio nos garantiza, o casi, el interés del lector. Y en segundo lugar, porque el tema del crecimiento, aquí, está tratado no sólo con inteligencia, sino con una notable intuición artística para el manejo de los símbolos. El relato, sí, se estructura alrededor del anillo que pasa de madres a hijas. Y en este sentido lo que la historia narra es la equivocación de la protagonista (en la línea de la hamartía: del error que cometen los héroes y heroínas de la tragedia), en relación al valor y al significado de ese anillo.

En efecto: un anillo es una pequeña estructura circular, en donde encontramos lo más valioso del mundo, el oro, rodeando lo más inane e insignificante: un vacío.

El anillo no tendría valor sin el oro.

Pero esa pequeña masa de oro, a su vez, no tendría valor de anillo sin el vacío que aloja en su interior.

En este relato, pues, la protagonista ve el anillo de oro, y eso desata en ella —nos dice el narrador— “una emoción incontrolable”. Sonia, sí, quiere de repente el oro del crecimiento. Lo que su abuela tuvo, lo que tiene su madre, ella lo quiere ya, ahora mismo, de la manera que sea… Y lo que no ha captado, obviamente, es que un anillo es el oro y el vacío juntos, el oro y el vacío a la vez. No ha entendido, en suma, que ese oro que anhela resulta inseparable del vacío; o —lo que es lo mismo— de la disposición para controlar su urgencia, su voracidad, para no llenarse compulsivamente de cualquier cosa, para soportar el vacío, para esperar y —en definitiva— para desear.

El relato, pues, muestra bellamente, sutilmente, que lo se transmite de madres a hijas con el anillo es el oro alquímico del deseo (por más que el brillo de ese oro pueda dañarnos o extraviarnos, como le sucede a la protagonista). Y por eso el trabajo merece un premio, qué duda cabe, y con él un aplauso largo y cerrado.

¿Habría algo mejorable en este cuento?

Sí, desde luego, en todos los textos lo hay.

Sin ser exhaustivo, a mí me parece que convendría retocar, sobre todo, dos cosas.

La primera de ellas, el tono. Al tratarse de un relato intimista, a un cuento como La promesa le puede convenir un tono dulce, es cierto. Y es verdad también que el tono admitiría una leve veladura ingenuista, puesto que el narrador se identifica sobre todo con la perspectiva de Sonia, que no es aún un personaje adulto.

Ahora bien, el tono no debe deslizarse hacia lo dulzón (y en algún momento del texto ocurre: hay que eliminar, por ejemplo, el almíbar que añaden los diminutivos). Y —por lo mismo— el relato no debe servirse de giros y estilemas parecidos a los que se emplean en la literatura infantil/juvenil (Ejemplos: “Qué bien lo pasaba Sonia cuando…”; “bonito joyero”, o el énfasis del “totalmente deslumbrantes” aplicado a las joyas).

Hay cierta confusión en el texto entre escribir un cuento con un protagonista infantil, y escribir un cuento infantil. Y son cosas distintas. Son géneros distintos. Este relato admite un tono dulce, ya digo. Pero en ningún momento debe hablarle al lector como se le hablaría a un niño, puesto que el cuento es un cuento para adultos (si fuera un cuento infantil tendría que responder a otros códigos que no están presentes en la escritura), y deja asomar entre líneas —lo acabamos de ver— una verdad inconfortable, y enteramente adulta.

En la misma dirección, el segundo aspecto mejorable se refiere al punto de vista. La promesa es un relato contado por un narrador cuasi-omnisciente; es decir: un narrador que tiene acceso por igual a la conciencia de la madre y a la conciencia de Sonia. Aun así, la protagonista de la historia es Sonia. La voz y la mirada del narrador están colocadas sobre ella en la mayor parte del relato. Y sin embargo, la acción termina (acertadamente) en un momento revelador… Pero revelador para la madre (que a lo largo del argumento ha sido un personaje secundario), y no para Sonia, a la que —tal como digo— hemos percibido hasta ahora como protagonista.

Como se trata de un narrador cuasi-omnisciente, este cambio final en la posición del foco no es formalmente incorrecto. Pero sí resulta abrupto, poco elegante, porque se hace manifiesto que el narrador tiene que saltar desde Sonia hacia su madre con el único objetivo de que pueda haber un final de la historia.

La solución a este problema sería cambiar el punto de vista. En ese caso utilizaríamos un narrador equisciente sobre Sonia (que en el desenlace de la acción vería cómo a su madre se le revela finalmente el conflicto en el que ella ha estado sumida).

O bien —segunda posibilidad, más fácil— se puede mantener el narrador cuasi-omnisciente, pero dando a la madre un protagonismo levemente más acusado en el transcurso del argumento. En este caso ya no habría un salto final del punto de vista hacia un personaje secundario, sino un nuevo movimiento del foco, uno más, integrado —ahora sí— en la serie de todos los otros desplazamientos del foco que habríamos estado observando a lo largo de la narración misma.

Poco más se podría añadir.

Salvo —obviamente— felicitar de nuevo y de verdad a la autora, no sólo por el premio, sino por la inteligencia y la sensibilidad del relato.

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Comentarios

Hay un comentario

  • 19.05.2016
    Ajo Kano dice:

    Bonito y buen comentario del mes. Lo único que podría añadir es que tristemente el final se sabe desde la tercera oración del segundo párrafo y le resta mucha fuerza al desenlace del cuento con un párrafo largo que ya se intuye dónde acaba.

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