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“El mundo seguiría girando sin Shakespeare o Mozart, pero ¿quién querría vivir en un mundo así?”

Por Javier Morales, el 11 de noviembre de 2016, en entrevistas

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El escritor Rubén Abellá.

El escritor Rubén Abella.

Decidió hacerse escritor en la adolescencia, tras leer ‘Mientras agonizo’, de Faulkner. “No entendí casi nada, pero quedé deslumbrado por el poder de su lenguaje”, asegura en esta entrevista Rubén Abella, el profesor de noviembre del blog de la Escuela de Escritores. Autor de varias novelas, la última ‘California’ (Menoscuarto), ha trabajado también con éxito el género hiperbreve. Con ‘No habría sido igual sin la lluvia’ ganó el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos. Ha impartido cursos y conferencias en universidades de todo el mundo. Aquí nos habla de su pasión por la literatura y su trabajo como profesor de escritura creativa.

¿Cuándo y por qué empezaste a escribir?

Siempre me recuerdo escribiendo. De niño me encantaba hacer redacciones en el colegio. Luego, de adolescente, empecé a escribir cuentos y a participar en concursos que nunca ganaba. Usaba la máquina de escribir de mi padre, un cacharro estrepitoso y medio desvencijado, con algunas letras borradas por el uso. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero en mi mente sigo asociando la escritura con el golpeteo de las teclas y el tintineo del carro al pasar de línea. No empecé a escribir en serio hasta los 30 años, con mi primera novela: La sombra del escapista.

En cuanto a por qué escribo, dice António Lobo Antunes, y yo estoy de acuerdo, que a esa pregunta cada escritor puede dar 15 o 20 respuestas verdaderas, aunque seguramente ninguna sincera del todo, pues lo cierto es que nadie sabe de verdad por qué escribe: es como preguntarle a un manzano por qué da manzanas. Yo escribo, esencialmente, porque me lo pide el cuerpo. Y porque miro a mi alrededor y hay un montón de cosas que no me cuadran. Y porque me intriga hasta dónde puede llevarme lo que escribo. Y porque hay pocas cosas más bellas que el lenguaje. Y porque quiero hacer sentir a los demás la conmoción que siento yo cuando leo. Y porque si no escribiera, no sabría qué hacer al levantarme por la mañana… Podría seguir dando porqués, pero el primero es el bueno.

¿Por qué enseñar a hacerlo?

Por la misma razón que se enseña solfeo a quien quiere tocar el violín o técnicas de interpretación a quien aspira a ser actor. Los conocimientos de quien enseña allanan el camino del alumno y pueden ahorrarle años de duro —y a menudo infructuoso— aprendizaje en solitario.

¿Hay algún escritor a quien consideres tu maestro? ¿Fuiste alumno de algún taller de escritura?

Decidí hacerme escritor de adolescente al leer Mientras agonizo, de William Faulkner. No entendí casi nada, pero quedé deslumbrado por el poder de su lenguaje. Así aprendí que en literatura uno no tiene que comprenderlo todo, que hay cosas esenciales que ocurren bajo los radares de lo inteligible, a un nivel más profundo. También me ha marcado mucho Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Lo abra por donde lo abra, siempre logra emocionarme.

Hice un taller de escritura hace muchos años, cuando estudiaba en la universidad de Tulane de Nueva Orleans. En él, por primera vez, sometí mis ficciones al juicio de los otros —incluido, claro, el profesor— y descubrí lo mucho que me quedaba por aprender, no solo sobre el oficio de escribir, sino también sobre la vida. Fue una experiencia crucial, que arrojó luz sobre mi ignorancia y me echó a andar hacia el escritor y el hombre que algún día quiero llegar a ser.

Uno puede ser un buen escritor, pero un mal profesor. Los hay que son malos en ambas cosas, como escritores y profesores. ¿Qué cualidades se necesita para enseñar a escribir?

Para enseñar escritura uno debe ser, por encima de todo, un buen lector. En esencia, nuestro trabajo consiste en bucear en los textos de los alumnos y detectar sus virtudes y sus posibles puntos flacos. El objetivo de los cursos y talleres es, en buena medida, que los alumnos aprendan a hacer esa labor por sí mismos, no solo con sus propios textos, sino también con los de sus compañeros. Es decir, el buen profesor de escritura enseña sobre todo a leer bien, a entender los mecanismos internos de la creación literaria, lo que hace que, por ejemplo, las palabras emocionen, causen angustia o den consuelo.

También es importante ser consciente de que los alumnos no son tú, de que no están obligados a escribir y leer como tú lo haces. La escritura es un territorio de libertad y los alumnos deben encontrar su propia forma de ser escritores.

¿Qué les exiges a los alumnos que van a tus clases?

Les pido compromiso. También honestidad y paciencia. Y respeto. Mucho respeto. Hacia sí mismos y hacia sus compañeros. El curso es un barco en el que debemos remar todos. Dependemos los unos de los otros para no hundirnos y seguir avanzando. Durante el curso les pido trabajo. Al final, los mejores resultados posibles.

¿Alguna vez te has equivocado en cuanto a las expectativas que tienes sobre un alumno, para mejor o peor?

Intento empezar los cursos desde cero, sin expectativas sobre alumnos concretos. No todos los alumnos tienen los mismos objetivos, ni la misma relación con la escritura. Mi objetivo primordial es que escriban y se encuentren a gusto haciéndolo, que escribir se convierta en algo importante para ellos.

¿Qué te aporta la enseñanza de la escritura y qué te disgusta de ella?

La enseñanza, tal y como yo la vivo, es un intercambio necesariamente desigual. Lo importante, para mí, son los alumnos. Son ellos los que tienen que aprender y progresar. Mi meta es que crezcan como escritores, que expandan su visión, que tiendan puentes seguros entre sus ideas y el lenguaje, entre sus emociones y las palabras con que las expresan. Ese es el reto. Por supuesto yo también gano algo en ese intercambio. Me nutro del entusiasmo de los alumnos, de su visión, de su energía. Pero repito, en este intercambio ellos han de ganar más que yo. Si no, es que algo falla.

Has escrito microrrelato y novela, ¿alguna preferencia en cuanto a géneros?

Son géneros muy distintos. Usando una comparación atlética, la novela es al maratón lo que el microrrelato es a los 100 metros lisos. Es decir, precisan musculaturas narrativas distintas. La novela es una guerra de trincheras que requiere paciencia y mucha disciplina. El microrrelato, sin embargo, es un ataque por sorpresa. La novela es un combate de boxeo que se gana por puntos. El microrrelato ha de ganarse por KO. Son géneros con reglas propias, que buscan efectos diversos en los lectores. Para mí la elección de uno u otro depende de la historia que quiero contar. Hay historias que te piden cien palabras. A otras les hacen falta cien mil.  El secreto está en saber escucharlas.

¿Para qué sirve la escritura?

La grandeza de la escritura reside en buena parte en su gloriosa inutilidad. En términos prácticos la escritura, al igual que la música, el cine o la pintura, no sirve para mucho. El mundo seguiría girando sin Shakespeare, Mozart o Miguel Ángel. Pero ¿quién querría vivir en un mundo así? Yo no, desde luego.

A la hora de escribir, ¿cuál es tu método de trabajo? ¿Cuáles son tus rutinas y tus manías?

Cada libro es un mundo. Baruc en el río nació a partir de una frase que se me metió en la cabeza mientras nadaba: “Todo empezó con el perro”. California se puso en marcha con una escena concreta, un hombre casado que, antes de hacer un viaje de negocios, decide meter dos preservativos en el neceser.

Antes de sentarme a escribir necesito saber cómo empieza la historia y cómo quiero que termine. Eso, por supuesto, puede cambiar durante la escritura. Pero saber hacia dónde me dirijo me ayuda a construir de forma coherente la trama y me ahorra muchísimo trabajo de revisión. Para mí escribir implica un equilibrio —siempre precario— entre la razón y el instinto, entre la magia y la lógica, entre la cabeza y el corazón. Uno tiene que pensar mucho para lograr conmocionar al lector.

En cuanto a mis manías, puedo pensar y tomar notas en cualquier sitio, pero escribir, escribir en serio, solo lo hago en casa y por las mañanas. A partir de la hora de comer la imaginación ya no me funciona con la misma eficacia. Suelo escribir el primer borrador de mis libros a bolígrafo, por lo general en un cuaderno Moleskine grande rayado. La mayor parte de ese magma inicial nunca llega a la pantalla del ordenador. El cuaderno, sin embargo, me da una comprensión global —y yo diría que espacial, tridimensional— del proyecto que tengo entre manos. Soluciono muchos problemas narrativos paseando, o en el metro —el ritmo casi hipnótico de los trenes me ayuda a enhebrar ideas—, o al acostarme, en esos momentos mágicos en que uno pende entre el sueño y la vigilia.

Un libro que odies por encima de todos.

No odio ningún libro. Hasta de los peores he aprendido algo. Además, si un libro me parece muy malo, lo dejo y punto. No sigo leyéndolo hasta odiarlo. Sería una pérdida de tiempo y energía.

Otro que ames por encima de todos.

Amo muchos libros por encima de todos. A los ya citados añadiría, por el orden en que me vienen a la cabeza: Ragtime, de E. L. Doctorow; La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera; Las horas, de Michael Cunningham; El gran cuaderno, de Agota Kristof; Cazadores en la nieve, de Tobias Wolff; Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal; Crónicas de motel, de Sam Shepard; Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, de Álvaro Mutis; Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy…

¿Qué le dirías al lector de esta entrevista que quiera convertirse en escritor?

Que lea mucho. Que viva con intensidad. Y que venga a vernos a la Escuela de Escritores.

Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario

En la lección de la semana pasada del blog Rubén Abella daba las claves para participar en el Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario. El texto no debe tener más de 500 palabras. Cuando lo tengas, envíalo a la Escuela de Escritores para participar en el concurso de este mes. El ganador podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela y el relato se publicará en las páginas de este blog, en El Asombrario / Público.

Para enviar el texto pincha aquí.

Todos los cursos de la Escuela de Escritores.

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