Félix Sabroso hace borrón y cuenta nueva con su primera novela

El director de cine y guionista, Félix Sabroso. Foto: Jau Fornés

El director de cine y guionista, Félix Sabroso. Foto: Jau Fornés

El director de cine y guionista, Félix Sabroso. Foto: Jau Fornés

El famoso director y guionista de cine y teatro Félix Sabroso estrena parcela creativa en su vida. Publica su primera novela, ‘En la piscina vacía’, un ‘thriller psicológico’ que esconde una realidad distorsionada. El autor reconoce que la novela, junto a su película de próximo estreno, ‘El tiempo de los monstruos’, responde a un giro en su vida tras el fallecimiento de la persona que más cerca estaba de él, Dunia Ayaso.

«Sentí que había llegado la hora de la verdad y que había muchas cosas que tenía que cambiar y muchas a las que tenía que decir no». Félix Sabroso está que no para; en noviembre estrenará su nueva película, El tiempo de los monstruos, y ahora anda metido en jornada laboral, con horario y todo, en Globomedia como coordinador del equipo de guionistas y directores de la segunda temporada de la teleserie Anclados, que empieza a grabarse en octubre: 18 capítulos que probablemente arrancarán en antena en enero. Entre medias, toca hablar de su libro, su primera novela, En la piscina vacía (Suma de Letras), en la que tanta ilusión ha depositado, pues escribir un libro, a él que ha estrenado una docena de películas y obras de teatro, siempre le ha producido un respeto especial.

«Esta novela es el fruto de un proceso largo; se parece en partes a muchas cosas que he ideado desde que comencé a gestar la idea de realizar ficción, a los 20 años. Hay elementos de una primera historia que escribí para cine, pero que nunca rodé; hay elementos de otra historia que quería rodar en cine, pero que era de difícil producción y nunca se hizo. Han ido confluyendo historias que me habían surgido en distintos momentos de mi vida. Y, a la vez, el hilo conductor, el fondo temático, tiene mucho que ver con la suma de lo vivido con Dunia, de lo aprendido en mi experiencia vital, en cumplir edad, en mi forma de relacionarme con los demás. La novela ha venido a darle sentido a muchas líneas que estaban ahí, inconclusas…».

Félix Sabroso nos viene a hablar de una nueva etapa de su vida -que la novela adelanta como una premonición-, marcada por el fallecimiento de Dunia Ayaso, su pareja de viaje vital y profesional, en febrero del año pasado. Una relación que tanto le ha marcado que Félix, cuando se refiere a Dunia, mezcla los tiempos verbales y a menudo sigue conjugando el presente.

«Empecé a escribir la historia hace dos años y medio, y recuerdo que, ya acabada, se la leí a Dunia, tres o cuatro meses antes de que ella se fuese. A ella le encantó; estuvo muy cerca de mí en el proceso de escritura. La verdad es que responde a un estado de las cosas… Al final, también, inconscientemente, creo que estábamos cerrando una etapa; esas cosas se saben sin saberlas, la sensación de que parecía que todo se cerraba ante mí, la sensación de meterme a escribir una novela por pérdida de confianza en escribir un proyecto cinematográfico que fuese financiado, o porque me aburría mucho la idea de tener que esperar años para poder realizarlo. Todas esas esperas eran tan agotadoras e infructuosos esos momentos, que pensé: una novela es un acto muy libre, la creación en su estado más puro, que no depende de nadie más que de mí; lo puedo desarrollar sin tener que estar dependiendo de productores, financiaciones…».

«Luego, sin embargo, ha resultado más costoso de lo que yo esperaba. La envié a un agente y a dos o tres editoriales. Probablemente no elegí adecuadamente por mi falta de experiencia en el mundo editorial; igual no respondía a sus líneas de trabajo y contenidos editoriales, y, de repente, paré un poco. Me dije: ay, ya, esto no es para acumular más frustración; ya lo he vivido con el cine, había fallecido Dunia, no estaba por la labor de seguir recibiendo muchos noes. Yo creía en el libro, pero entendía cómo está el patio, todo es muy complicado, hay que pactar demasiado con la comercialidad, todo es muy trabajoso. Y me dije: voy a parar un poco. Y mientras rodaba El Tiempo de los monstruos, por mediación de mi hermana, que colabora con una editorial, Penguin Random House, llegué al editor adecuado, al sello apropiado dentro de ese gran grupo. Llegué a Suma de Letras, me entendí estupendamente con ellos y aquí estamos».

Y eso te ha pasado a ti teniendo un nombre, ¿qué no les pasará a otros? Quizá esperaban de ti otra cosa, algo más lúdico, no este ‘thriller psicológico’…

No sé lo que esperan de mí, sinceramente. Quizá sí me siguen asociando, por algunas películas y por el teatro, con tramas más ligeras, más con comedia.

Puede ser, puede ser… Mira, me sigue pasando con el cine. La Isla Interior es un drama duro, El tiempo de los monstruos es inclasificable, Los años desnudos es una película que apunta más a drama que a comedia. Pero la gente me sigue situando en las primeras películas. Puede ser o que no me he tomado suficientemente en serio o que no me he hecho respetar, como dice mi madre. (Risas).

¿Cómo es ‘El tiempo de los monstruos’?

No se parece a ninguna. Tiene elementos de thriller, pero es una apuesta muy personal, que también suma con la novela una especie de retrato de mi visión de lo humano y de las relaciones humanas, y de lo sarcástico y de un mundo que parece que se curva hacia abajo, en decadencia, pero al que apuntalamos todo el rato y entonces no acaba de desmoronarse nunca. Eso está en la novela y en la película. Son proyectos que se dan bastante la mano; incluso hay transferencias entre los dos. Hay personajes en la película que dicen frases que están incluidas en la novela. Conviven mucho.

Dices que ‘En la piscina vacía’ viene a cerrar una etapa. ¿Hay algún paralelismo del personaje de la editora con Dunia?

No eres el primero que me lo dice, así que debe de ser que algo hay. Yo creo que Dunia y yo estamos muy presentes en la novela, porque nuestro viaje juntos en la vida ha sido tremendo; hemos sido amigos, amantes, hermanos, compañeros de trabajo; nos hemos querido y nos hemos odiado, el uno para el otro ha supuesto lo que necesitaba para crecer y también el elemento en discordia para cambiar cosas. Como hemos compartido tanto, ha sido muchas veces una especie de contienda dura que nos ha obligado a fijar nuestra mirada en lo humano y en la realidad. Eramos muy conversadores; estábamos hasta las tantas hablando de lo que nos rodeaba y de nuestra interpretación de la realidad, incluso juzgándonos a nosotros mismos si nuestra interpretación era excesivamente crítica o apocalíptica. Todo eso nos ha hecho agudizar mucho la percepción de la realidad; no es que vayamos de psicólogos de la vida, pero es verdad que ése ha sido nuestro nutriente natural. Nuestras referencias han sido nuestro entorno, nuestros amigos, nuestras propias experiencias y las de la gente que nos rodea. La influencia de Almodóvar, por ejemplo, también es innegable, pero el nutriente de nuestra propia vida era tan enriquecedor, y pasaban tantas cosas interpretables… Además, resultaba muy saludable para nosotros convertir cosas que a lo mejor nos hacían sufrir o nos decepcionaban o dolían en trabajo, en temas de inspiración. En ese sentido, creo que la novela sale muy sólida en la percepción de las cosas, porque en eso Dunia y yo nos hemos ejercitado mucho a lo largo de nuestra vida. Una de nuestras riquezas siempre ha sido estar muy bien rodeados de gente. Y gente que me sigue acompañando. Yo no hubiera podido salir adelante después de la muerte de Dunia sin gente que ha estado muy cerca, como Pedro Almodóvar, Javier Cámara, Antonia San Juan…, y tantos otros…

El director de cine y guionista, Félix Sabroso. Foto: Jau Fornés

El director de cine y guionista, Félix Sabroso.

Sin quererlo, como que esta novela vaticinaba un Félix nuevo…

Creo que he escrito una novela para reproducir cosas que iba a hacer; soy cero esotérico, no me gusta la magia ni hablar con esa terminología, pero es verdad que hay cosas que se han ido realizando… No sé, el inconsciente es muy poderoso, y algunas veces yo podía tener un dibujo mental de lo que quería que fuese mi vida, y aquí salía en forma de frustración, y ahora se reproduce en la realidad de una forma más positiva, como, por ejemplo, mi relación con Jau (su novio).

Veo en el protagonista un retrato de una especie humana que en la sociedad occidental 2015 se reproduce con facilidad, es oportunista e incluso habría que catalogarla en peligro de expansión… Por ejemplo, por su inmadurez y ‘peterpanismo’.

Sí, este personaje recurre al joven como elemento catalizador de sus cambios; pero también hay una especie de voracidad narcisista, el impulso adolescente tan unido al narcisismo. Habla de un modelo de sociedad que yo creo que empieza a desvanecerse, con una forma de entender la figura del creador, del artista, muy del siglo XX, en la que la creación artística tiene mucho de acto neurótico, de mirar la realidad de forma trastocada, de elucubración enfermiza. Muchas veces decimos que se ha bajado mucho el listón, que se ha estupidizado el discurso artístico en función de gustar a más gente, pero también podríamos analizar hasta dónde, en el otro modelo, estábamos dejando de pactar con el receptor, dejándole fuera de juego.

Ahora todo es más participativo, ¿no? Hay muchas más maneras de conocer el ‘feedback’ del público…

Es verdad que hay muchos ejemplos estúpidos de la creación artística que llegan a un estado de confortabilidad para el público que no es aconsejable, pero en paralelo surgen cosas my interesantes, de receptores activos; creo que estamos viviendo un momento en que podríamos trazar un panorama de la realidad desde una perspectiva muy negativa, pero también todo lo contrario. Podemos decir: ay, el cine se encuentra en un momento crepuscular; pero, al mismo tiempo, yo creo que nunca ha habido tantas plataformas de exhibición de lo audiovisual como hay ahora, que cambian los modelos de consumo, que hay mucha gente viendo mucho cine en sus casas.

Otro rasgo muy del protagonista, un escritor de ‘best-seller’, y de mucho personaje público hoy día: la ansiedad y un sentimiento vago pero persistente de culpabilidad permanente.

Sí, sí, eso de la ansiedad tiene que ver bastante conmigo… Y luego está lo que en Norteamérica llaman «el síndrome del impostor», el de alguien que alcanza el éxito y tiene la sensación de culpabilidad, de no estar donde le corresponde, de que está fallando a alguien, y eso genera también una especie de distorsión de la realidad, de estado de locura; gente que no se pone en valor, que alcanza grandes metas, pero que, como su origen o su entorno educacional no se corresponden con eso, tienen la sensación de que están engañando a alguien, y piensan que tarde o temprano los van a pillar, de que lo que están haciendo en realidad no vale, y eso provoca un continuo estado de ansiedad… Yo creo que mucha gente ha llegado muy lejos en nuestra sociedad sólo por irse superando a sí mismos, que esa especie de ansiedad de ambición se sitúa incluso por encima de su propio talento.

Y la incapacidad de comunicarse. A pesar de la multiplicación de vías para comunicarse, la incapacidad para conectar con el otro…

Sí, es que la novela en eso es muy escéptica y despiadada con lo humano, y habla de la incomunicación, porque muchas veces las altas cotas de éxito en una sociedad que apuesta mucho por eso configuran un escenario que no es el estado natural de las cosas, no es el estado natural donde la gente se desarrolla de manera natural, te despegas de lo humano y eso debe de producir mucha soledad…

Te voy a leer cuatro trozos de tu novela que me han llamado especialmente la atención, y quiero saber si en ellos hay realmente algo de ti o sólo responden a la confección ficticia del personaje… Leo: «Me castigaba y me toleraba al mismo tiempo. Siempre supe hacerlo, combinar indulgencia y autorreproche, mi cóctel favorito».

Pues sí, pues sí, soy yo… Soy una especie de vividor con culpa; puedo ser muy excesivo y pasarme mucho, pero luego también me castigo mucho.

«También soy así. Cuando la cago insisto hasta la gran cagada y remato…».

Sí, pero eso es fruto de la ansiedad, eh… Es lo de superarse a sí mismo hasta en la cagada. ¿Cómo explicarlo? Es como que tú caminas hacia un error, y aunque lo vislumbras, hay algo que está por encima de ti que te lleva hasta el final, sin la prudencia de retenerte. Pero (y Félix ralentiza mucho su discurso aquí)… no soy yo… ya… así… Estoy curándome, estoy curándome… Pero he tenido muchos errores de esos, de suma concatenada de errores a los que veo venir, pero sigo y sigo y sigo, porque es como si me hubieran dado en el culo como a una jaca, y no puedo parar… Ansiedad…

Esta frase me ha tocado: «Coqueteábamos con una intimidad basada en la repetición de los encuentros, pero no en la profundidad de las cosas».

Yo creo que en el oficio nuestro de lo artístico abunda eso, pasa mucho… Pero a medida que voy cumpliendo edad… No sé… Quizá escribí cosas para que pasaran… También es verdad que ha llegado la hora de la verdad en mi vida, en un montón de cosas… Quiero decir: he puesto bastante en jaque, he tenido mucha valentía, y creo que eso tiene mucho que ver con la muerte de Dunia, he puesto mucha valentía para afrontar cómo eran las cosas y para hacer bastante borrón y cuenta nueva con lo que no me gustaba. Le atribuí con mucho dolor a la muerte de Dunia una pérdida que tenía que ver con no haber resuelto cosas; a veces tengo hasta la culpa de no haber podido gestionar cosas juntos… Todo eso me hizo afrontar la vida diciendo: No. Es la hora de la verdad, acabo de cumplir 50 años, he perdido a Dunia en el camino, he hecho muchas cosas que no han llegado a buen puerto, he cometido muchos errores, y a partir de ahora ya no voy a tener tanta manga ancha con lo que yo veo que no está bien.

No te bloqueaste tras perder a Dunia, sino todo lo contrario…

No, no, la verdad es que me abrí; después de la muerte de Dunia me abrí a entender lo que estaba pasando porque fue muy, muy doloroso.

Leo en la página 45: «No suelo captar con facilidad la ternura con la que soy habitualmente tratado y, en caso de reconocerla, no sé muy bien qué hacer con ella. Suelo exigirla con mi actitud, darla por hecho y una vez obtenida puedo llegar a resultar cínico y despreciativo. Luego, haciendo uso de una simpática culpa, obtengo el perdón y se me vuelve a querer siempre: soy un entrañable cabrón».

¡Yo no soy ése! (Risas). Te lo juro. Es el personaje, que ha llegado mucho más lejos que yo, en el éxito y en la locura. Yo no he tocado ninguno de esos dos territorios. Pero los he visto desde la puerta… Este tío es un perfecto cabrón… Y yo soy un hombre… amable (Sonrisas).

Para terminar, leo en la novela que describes a Madrid así: «Madrid ha transformado su escenario ya casi del todo a mucho peor: La ciudad está invadida por la mediocridad. Luz fluorescente sobre souvenirs groseros, bares ‘low cost’, compraventa de oro, prostitutas que nunca querrían serlo, chinos al mayor y ausencia. Percibo la ausencia en cada milímetro de esta ciudad que nos dio a todos tanto y a la que, sin embargo, no lloramos suficiente cuando la lobotomizaron ante nuestras indolentes miradas». ¿Realmente sientes la ciudad, tú que vives al lado de la Plaza Mayor, de esta manera?

Yo creo que hay todo eso, pero que convive con otro Madrid más positivo. Yo creo que sí es verdad que en las ciudades europeas, por la cultura del main stream, la invasión de grandes superficies y cadenas, la desaparición de cines y teatros antiguos y cafeterías míticas a cambio de los bares low cost y las tiendas de chinos, se está perdiendo la identidad; eso es verdad que ha pasado, y tiene algo que ver con lo peor del concepto globalización aplicado a los centros de las ciudades… La lobotomización ante nuestras indolentes miradas… Y Madrid es como una señora a la que nadie acaba a querer del todo, porque casi todos somos de otros sitios, nadie la defiende a muerte. Se ha ido transformando y no hemos sido ciudadanos madrileños activos a la hora de decir: oye, no, esto no, no le hagas esto a esta plaza, no hagas esto con los cines de la Gran Vía, no pueden desaparecer de la arteria principal de la ciudad para que los grandes grupos abran sus tiendas… Este hombre de la novela es hiperbólico y neurótico, y todo lo lleva a un terreno muy exagerado, es la mirada de una persona que está enloqueciendo… Es novela, no un tratado científico, ni un documental, ni un reportaje. Pero sí tengo que reconocer que tuve unos años de sentimiento pesimista-apocalíptico con todo, me parecía que se degradaba mucho la cultura, el pensamiento, las ciudades, las personas, Occidente… Y yo ahora me he dado cuenta de que las cosas no se desmoronan tanto, que son como un telón de Matrix, al que apuntalamos para seguir viviendo; nada se destruye, y, además, aparecen otros fenómenos positivos con los que se convive, nuevos y buenos. Ahora relativizo más.

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