Galileo versus Sandro Rey

Ilustración: Liliana Peligro.

Ilustración: Liliana Peligro.

Ilustración: Liliana Peligro.

El autor acude al teatro, a ver la obra ‘La vida de Galileo’, de Bertolt Brecht y Ernesto Caballero, y se tira de los pelos al comprobar que magos, videntes, curanderos y pitonisas siguen teniendo su público y su espacio casi 400 años después de que la religión obligara al científico a abjurar de sus comprobaciones de que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Que no nos hagan comulgar con ruedas de molino, que parece que es tendencia.

Una vez a un perro, dice la leyenda, se le volvió un anciano y le dijo: «Eppur si muove», que significa, en román paladino, «y, sin embargo, se mueve». El perro, claro está, no debió entender nada, pero el anciano -a la sazón, su dueño- era el galáctico Galileo Galilei, fundador de la ciencia moderna y víctima de la Iglesia Católica de la época: le acababan de obligar a retractarse de la idea de que la Tierra gira alrededor del Sol. Se comprende que aceptara: el otro camino podía acabar en la hoguera. Pero, como bien supo su perro, se retractó de mentirijillas. Vaya crack.

Galileo, que introdujo el método científico que seguimos utilizando (esa mezcla de razón pura y contraste con la naturaleza) y la matematización de este conocimiento (porque «el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático»), el gran Galileo, que descubrió que todo sigue su inercia, y el relieve de la Luna, y las manchas solares y las lunas de Júpiter, fue perseguido por un hombre de infausto recuerdo, el cardenal Belarmino (martillo de los herejes), obligado a abjurar del heliocentrismo (que había inaugurado Copérnico) y finalmente detenido en su domicilio hasta la fecha de su muerte, cansado y ciego. Pero «eppur si muove», y vaya si se mueve y se sigue moviendo… Aquí sigue la Tierra bailando su danza eterna alrededor del Sol. Nosotros vamos montados encima como quien viaja en una enorme nave espacial.

Se acuerda uno ahora del viejo Galileo porque cada mañana sale el Sol y también porque cada tarde, en el teatro que tiene uno enfrente de casa, el Valle Inclán, se representa La vida de Galileo de Bertolt Brecht, en versión de Ernesto Caballero y con Ramón Fontseré (el joglar al que ya hemos visto encarnar a Dalí o a Pujol) encabezando un nutrido reparto en el que el perro legendario no aparece, pero sí mi amiga Marta Betriu -un saludo- que está fenomenal y que en un parlamento de la obra hace un chiste con el bar de enfrente del teatro, el clásico Portomarín lavapiesero donde se toma la caña de después. La obra, muy bien: uno de estos montajes contemporáneos donde los antiguos visten de riguroso negro y con gafas de aviador; más de dos horas de teatro, que se dice pronto, en las que no se pierde comba y nadie parece preocupado por no actualizar el Twitter. A mí solo me sobró las aparición metateatral del propio Brecht, como un trasunto del sabio pisano, y la proyección en el suelo de fórmulas matemáticas posteriores a la época galileana, como límites o derivadas: los de ciencias nos damos cuenta. Todo transcurre en un escenario circular, rodeado de público, en cuyas tablas se proyectan cosas hermosas (la faz de la Luna) y que, en ocasiones, gira lentamente como los orbes celestes

Una obra que te pone de los putos nervios cuando ves cómo la aristocracia veneciana y vaticana se niega a aceptar los hechos tal cual son y se dejan llevar por los prejuicios que transmiten las escrituras, tanto las sagradas como las aristotélicas. Porque en aquellos tiempos aún precientíficos valía más la autoridad de los antiguos que lo que la propia naturaleza enseñaba mediante la observación y el experimento. Aunque hoy suene extraño, entonces parecía lo más lógico y, de hecho, este fue uno de los primeros escollos que tuvieron que superar los primeros científicos, muchos de los cuales, por cierto, eran magos. Pero una de las bondades de esta obra, y del gran teatro, es que trata temas universales que aún hoy nos preocupan porque, aunque parezca coña, en muchas cosas seguimos ahora igual que el pobre Galileo hace cuatro siglos.

Porque aunque la Iglesia haya perdido progresivamente toda su potestas para imponer su forma de explicar el funcionamiento de la naturaleza en beneficio del conocimiento comprobado (al menos hasta que se demuestre lo contrario) de la ciencia, todavía hay un porcentaje desolador de estadounidenses que creen en la creación bíblica del Universo, un porcentaje no desdeñable de españoles que creen que es el sol el que gira alrededor de la Tierra, eso por no hablar del auge del fundamentalismo islámico, con el que no sé ni por dónde empezar. Y todo esto sin contar a los homeópatas que tenemos que sufrir y que nos tratan de convencer contra toda evidencia de que el agua pura y dura cura, los seguidores del reiki que manipulan unas misteriosas energías corporales cuya existencia una niña de 11 años puede refutar (lo hizo Emily Rosa en 1998 y lo publicó en revistas científicas) y otro sin fin de supercherías y creencias disparatadas que van del pelazo de mago Sandro Rey en las madrugadas televisivas a los criminales curanderos que desaconsejan la quimioterapia y llevan a sus seguidores a la muerte.

Lo jodido es que, en ocasiones, estos iluminados se equiparan a sí mismos con el propio Galileo, luchando contra un establishment intelectual opresor, cuando de lo que aquí se trata es de aportar pruebas, no de ser la maldita vanguardia del underground.

Ah, y luego están los jueces y partidos, que tienen serios problemas para diferenciar realidad y ficción, como en el caso de esos titiriteros de la ETA.

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Comentarios

  • Rabocopter

    Por Rabocopter, el 13 febrero 2016

    La realidad es que la iglesia no persiguió nunca a la «ciencia» como decís, muy al contrario siempre tuvo un gran interés por ella, no es de extrañar que el Renacimiento se diese en una sociedad católica y no en una budista, por ejemplo. Más bien al contrario, la condena de Galileo se debió a una cuestión política entre su mecenas y el nuevo gobierno eclesiástico una vez que el mecenas de Galileo empezó a perder poder político.

    La condena de Galileo fue una excusa que encerraba una realidad política de la que poco se habla realmente.

    Galileo era católico, nació católico y murió católico.

    Pero bueno… seguid contándole a la gente que la Iglesia perseguía a los «científicos», total… se creen cualquier cosa.

  • Diego

    Por Diego, el 13 febrero 2016

    Cuanta violencia querido autor, me gustaría saber qué sentido tiene todo lo que está diciendo en ese artículo, sin ir más lejos, en cómo puedes comparar a aquellos que matan con la quimioterapia a aquellos que quieren curar sin ella.
    En cuanto a la historia de que los magos eran después científicos o al contrario, tengo que decirle que me ha gustado, porque hoy en dia ese mundo como otros, está mitificado y visto así resulta muy agradable.
    En último lugar, por decir algo, está la comparación de ETA con todo anteriormente expuesto,…poco rigor pero como yo, así que nada , te saludo Sergio.

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