Gallo Nero, la pequeña editorial ‘gourmet’

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Donatella Iannuzzi, editora de Gallo Nero.

En cuatro años, Gallo Nero se ha convertido en un sello de referencia para el lector más exquisito, ese lector que no se conforma con las novedades, sino que quiere descubrir obras y autores que el tiempo y, en muchas ocasiones, las deficientes traducciones han soterrado en el olvido. En Gallo Nero podemos encontrar desde Pasolini, Fellini y Boris Vian a Robert Crumb y Allen Ginsberg. Una selección ‘gourmet’. Entrevistamos a Donatella Iannuzzi, su fundadora.

Han pasado ya más de cuatro años desde que Donatella Iannuzzi decidiera crear y dar forma a Gallo Nero, una editorial construida a medida de alguien joven, pero de dilatada experiencia en el mundo de la edición, que, como ella misma se define, es ante todo una gran lectora. Interesada principalmente en la novela generacional de finales de los años 50, Donatella Iannuzzi ha conformado un catálogo tan ecléctico como sublime en el que es posible encontrar a Pasolini con su Nebulosa, las entrevistas a Hunter. S. Thompson, a Boris Vian con su Manual de Saint Germain-de-Pres, la Rue de l’Odeon de Adrianne Monnier o el Testimonio en Chicago de Allen Ginsberg. Junto a todos ellos, una colección dedicada a la novela gráfica, en la que destaca Robert Crumb y Piccola, y otra colección creada en homenaje a la histórica editorial Adelphi dirigida por Roberto Calasso y donde Malcolm Lowry y Federido Fellini destacan con todos sus honores.

Gallo Nero se presenta en su web como una editorial que publica literatura sin ningún límite geográfico ni temporal; o sea, una editorial ecléctica, indefinible.

Esta frase refleja sobre todo el espíritu del principio; no digo que el espíritu o la idea haya cambiado, Gallo Nero sigue sin tener límites geográficos ni temporales y, evidentemente, sigo publicando lo que me gusta, pero sí es cierto que con el tiempo la editorial ha ido adquiriendo más forma. Al fin y al cabo, todas las editoriales, con el paso del tiempo, terminan por adquirir personalidad propia, en cierta manera se independizan del editor. En cuanto a mi caso y respecto al inicio, ahora tengo el ojo para ver con más claridad lo que puede y no puede estar en el catálogo; la experiencia me ha dado la capacidad de diferenciar el libro que yo compraría como lectora y el libro que puede funcionar, dentro de mi catálogo, como producto editorial.

Sin límites geográficos, pero no editas autores en castellano…

Es verdad, pero no se trata de un planteamiento excluyente, más bien es un planteamiento práctico. Para poder publicar autores españoles se necesita una estructura de edición y de trabajo en el texto, muy diferente y más complejo al trabajo con traducciones, puesto que requiere un equipo más numeroso, no basta con un solo editor. Si quisiera publicar un autor español estaría obligada a dedicarme a su obra en exclusiva a lo largo casi de un año y esto es, obviamente, inviable. A todo esto, se suma que actualmente lo más complicado es introducir en el mercado y vender autores españoles, una dificultad que aumenta si no se tiene un estructura más amplia de la que posee Gallo Nero.

Me sorprende y, a la vez, me resulta preocupante esta dificultad que muchos editores comentan de introducir y promocionar autores españoles, sobre todo, autores noveles.

Es complicado; en el mercado editorial español triunfa, no sé en qué proporción, las traducciones y si son traducciones de autores conocidos, las ventas son aún mayores. El factor diferencial lo marca el grado de conocimiento que tienen los lectores de los autores y para que un autor español encuentre un lector es necesario mucho trabajo, por ello antes mencionaba la necesidad de inversión en la maquinaria de marketing y de prensa. Si la editorial no tiene las posibilidades de invertir en dicha maquinaria, es ridículo que trate de publicar autores españoles, ya no sólo para la editorial, sino para el propio autor.

Hace algunos meses publicaste Nebulosa de Pasolini, un autor conocido y reconocido, pero extremadamente controvertido. ¿Una apuesta segura o una osadía?

Pasolini forma parte, dentro de mi catálogo, de aquellos autores que he leído siempre y cuya presencia era, al menos para mí, indiscutible. En el caso de Pasolini, además, se añaden dos cuestiones: En primer lugar, su narrativa refleja parte de la época que mi catálogo está intentando contar, es decir, los años cincuenta, con el cambio generacional y el boom económico, y, en segundo lugar, Nebulosa comparte rasgos con la literatura generacional y, en particular, forma parte de esa literatura que refleja el cambio y el choque generacional de la segunda posguerra, una época que me interesa especialmente recuperar y explicar a través de mi catálogo.

Seguramente, uno de los problemas, como nos comentaba en ‘El Asombrario’ Sergio del Molino, es que Pasolini es “un autor que ha envejecido muy mal”.

Puede, pero no me lo planteé así y tampoco me planteé su aceptación y sus ventas, porque cuando se trata de publicar autores que dan carácter al catálogo, no me pongo cuestiones económicas. Además, tampoco se puede pasar por alto el hecho de que Pasolini, a pesar de “haber envejecido mal”, es un autor conocido y, por tanto, ofrecía una mayor seguridad respecto a otros autores, también porque, a pesar de todo, tiene gancho con la prensa. Dicho esto, evidentemente su publicación tenía algo de riesgo, la suya como la de otros autores que, como te decía, están para dar personalidad al catálogo; se trata de un riesgo calculado, es decir, se busca recuperar la inversión, pero no siempre se busca un caballo ganador. Hay libros que hacen catálogo, libros que la editorial necesita tener para adquirir personalidad y ser reconocida por ella.

También es cierto que Pasolini parece estar viviendo un revival, basta pensar en la película de Abel Ferrara, por ejemplo.

Es normal que precisamente vuelva Pasolini en estos días porque es cuando se está comprobando que se ha hecho realidad aquello que él estaba previsualizando en los años sesenta y setenta. Pasolini, pero no sólo él, forma parte de ese grupo de escritores que han avanzado hipótesis, desde la literatura, de la sociedad futura y nos han ofrecido indicios que nos alertaban precisamente de la situación que hoy vivimos.

En Jot Down, hablando del libro de entrevistas a Hunter. S. Thompson que publicaste, comentabas que te gustaba que tus libros fueran voces políticas. ¿Quiere Gallo Nero tener también una voz política?

Actualmente, ninguna editorial tiene una voz política muy clara, principalmente porque la edición ha cambiado mucho en el sentido de que ya no se editan libros para poder cambiar la sociedad. Este es un hecho que hemos asumido todos o casi todos los editores: un libro ya no cambia una sociedad, el libro ya no forma la opinión de la gente, son otros los canales que conforman e intervienen en la opinión pública. Sin embargo, casi como un residuo nostálgico, sí me gusta pensar que a lo mejor uno de mis libros pueda caer en manos de alguien que, tras leerlo, adquiera consciencia de una realidad o de unos aspectos de la realidad que antes no tenía presentes y que, por tanto, intente cambiar algo en su círculo más cercano de realidad.

¿Nostalgia por un tiempo y una realidad cultural hoy por hoy inexistentes?

Esta mirada de añoranza tiene que ver sobre todo con mi manera de concebir lo político. Para mí el concepto de política es bastante más amplio de lo que suele aludir la palabra en sí misma y cómo es interpretada; lo político no es sólo lo que tiene que ver con la sociedad en su generalidad, es político todas aquellas pequeñas revoluciones que sufre la persona, esos replanteamientos que le llevan a cambiar de idea, a actuar, a tratar de modificar su entorno. Todo aquello que te lleva a cambiar, a modificar tu camino es político porque, a fin de cuentas, la política es revolución, aunque sea en el ámbito más personal.

En la presentación de la editorial se lee “publicaremos lo que nos gusta”. ¿Eres antes lectora que editora y, por tanto, el valor literario se impone al valor económico, a las cuentas?

Soy lectora y editora, pero esto no quiere decir que las cuentas no tengan importancia. Los pequeños editores miramos las cuentas; es más, diría que las miramos más nosotros que los editores de sellos que están en nómina de un gran holding editorial. Por un lado, las cuentas hay que mirarlas siempre, puesto que tú, como editora, eres el garante de la supervivencia de la empresa, del futuro de la editorial, pero, por otro lado, las cuentas no deben estar por encima de la cuestión literaria, es necesario encontrar un equilibrio entre los libros que son apuestas medio seguras y que encajan perfectamente en el catálogo y los libros más arriesgados pero que imprimen carácter al sello. A lo largo de un año, no todas mis publicaciones pueden ser de riesgo, debo alternar entre títulos más generalistas que me ofrezcan una cierta seguridad y títulos más arriesgados. Dicho esto, evidentemente, tanto los unos como los otros son libros que yo leería y por los que apuesto, sea como editora sea como lectora.

¿Podríamos decir que las pequeñas editoriales buscan un margen de beneficio menor respecto a los sellos de los grandes holdings?

En parte, podría decirse que es así, pero también es cierto que lo del beneficio es relativo en cuanto muchos de mis libros son apuestas a largo plazo, es decir, son libros que en un primer momento no ofrecen grandes beneficios, pero que tienen un impacto muy importante en la marca de tu editorial cuyo beneficio sólo se puede ver con el tiempo.

Es decir, libros con un valor simbólico que dan prestigio a la editorial.

Me refiero a esos libros que hacen catálogo, es decir, libros que no van a vender de forma significativa, pero que van a sostener el catálogo.

Para que funcione el fondo de catálogo de una editorial es necesario que las librerías mantengan un fondo de libros, cosa que, como tú misma has comentado en otras ocasiones, cada vez es menos frecuente.

La ausencia de librerías con fondo de catálogo complica y mucho la situación. Ahora hay librerías que funcionan sólo con el servicio de novedades y, por tanto, ciertos títulos tienen más dificultades de llegar a los lectores puesto que se busca la inmediatez: o un libro funciona o no funciona, esta es la regla. Ante esta situación, la marca de la editorial tiene mucha fuerza porque es la manera en la que el lector, independientemente de si el libro está en vitrina o no, irá a buscarlo; el catálogo en su conjunto debe respaldar tu apuesta, porque la visibilidad es pequeña, sobre todo en ciertas librerías.

A veces se tiene la sensación de que la visibilidad es un privilegio de unos pocos.

Piensa que yo saco una media de diez novelas al año, mientras que hay sellos que cada mes ofrecen a sus lectores cuatro novedades; ante esto, mi libro está completamente desprotegido.

Ante esta situación, ¿eliges las librerías en las que quieres estar o tratas de estar en todos los lugares posibles, incluso en las grandes superficies donde los títulos más comerciales son los que predominan?

El editor quiere llegar a todas las librerías posibles porque lo que necesito y busco es la visibilidad, pues solamente la visibilidad supone el 50% de las ventas. Si el libro no está no se vende y, por tanto, yo quiero estar en las más grandes superficies y, a la vez, en el más pequeño de los bares-librerías. Me parece incomprensible no querer estar en determinados sitios, puesto que la gran preocupación de los editores independientes es precisamente la visibilidad que nos puede llegar a quitar la coalición de grandes grupos editoriales que agrupan en sí sellos muy potentes.

Un debate abierto actualmente es de la conversión del libro en objeto, es decir, cuando el diseño del libro se impone al contenido, al texto y a su autor.

Yo no puedo negar que, por lo que se refiere a mis libros, tengo un diseño de colección muy reconocible y con una estética que podríamos definir como moderna; este es el contenedor que busca ofrecer un contenido de forma atractiva. Creo que siempre hay cierta dicotomía entre contenedor y contenido, pero bien es cierto que ahora mismo, con la gran competencia a nivel visual, es importante el contenedor. Un librero no sólo pondrá en el escaparate un libro que le interese por contenido, sino también que le guste como objeto, nunca pondrá en su escaparate un libro visualmente feo. La estética es importante, aunque no estoy segura de que sea precisamente la estética la que determine un mayor o menor número de ventas; al contrario, creo que la estética del libro es un cuchillo de doble filo: se corre el riesgo de que el libro termine por percibirse como objeto y que, por tanto, el precio ya no se corresponda a lo que el cliente se quiere llevar. El precio del libro no es sólo la cubierta, el precio aglutina la impresión, los derechos de autor, la posible traducción…

En el diseño de las portadas actuales, la imagen adquiere un papel fundamental: las ediciones meramente tipográficas han desaparecido.

Sí, la imagen, al menos aquí, es imprescindible y, de hecho, aquí en España, un libro tipográfico ya no vende, no resulta atractivo. En Francia y en Italia, sin embargo, las portadas meramente tipográficas, es decir, donde solamente aparece el título y el autor, todavía resisten y conservan un prestigio y, lo que es más importante a nivel de mercado, son libros que siguen vendiendo, siguen atrayendo al público.

En más de una ocasión has afirmado tu rechazo a la idea de editorial independiente, pero, exactamente, ¿qué es una editorial independiente?

Sinceramente no lo sé. Afortunadamente es un concepto que actualmente se está desinflando, pero que tuvo un momento de éxito, fue un concepto muy utilizado por todos, aunque nadie sabía exactamente qué significaba. Fue un concepto que apareció para referirse al fenómeno de las nuevas y pequeñas editoriales, pero que no tuvo en cuenta que detrás de cada pequeña editorial hay un mundo propio. Además, habría que preguntarse: ¿qué significa, verdaderamente, ser independiente? Y sobre todo, ¿independiente de qué? Yo me defino como un sello pequeño que intenta construir un catálogo coherente y que intenta construirse a sí mismo: Gallo Nero es un sello que está en pleno crecimiento. Creo que, al final, el concepto de “independiente” ha sido más útil a la prensa que a las propias editoriales o, mejor dicho, a las editoriales nos resultó útil el concepto en un primer momento porque lo explotamos, pero no creo que sea beneficioso a largo plazo.

Generalmente se interpreta por “editorial independiente” una editorial que no forma parte de un gran holding editorial.

Sí, así entiendo yo el concepto de “independiente”, pero no creo que implique nada más que esto. Es una falacia decir que los sellos pequeños somos absolutamente libres y autónomos; a pequeña o gran escala, todos buscamos rentabilidad, todos dependemos de esta misma rentabilidad. Aquello que diferencia una pequeña editorial de la de un sello de un gran grupo son los objetivos a nivel económico: mientras la primera busca recuperar gastos y no aspira a altos beneficios, el segundo busca obtener sustanciosos beneficios. A esto se suma que en una pequeña editorial, el editor imprime su personalidad y su personal gusto literario, mientras que si se forma parte de un gran holding es difícil sustraerse de las exigencias de la empresa; sin embargo, ha habido casos de editores que, desde estas grandes empresas, han conseguido impregnar el sello que dirigían con su personalidad y de forma muy marcada; pienso, en concreto, en Constantino Bértolo.

Otra gran diferencia es que el editor de las pequeñas editoriales tiene una visibilidad y una presencia extraordinariamente mayor respecto a los de los sellos que componen los ‘holdings’ editoriales.

Esto es inevitable; en mi caso, soy yo quien dirige y da visibilidad a la editorial, pero esta circunstancia no es de por sí buena, es decir, es positivo poder defender en público tu propio proyecto editorial, darle voz y visibilidad, pero la sobre-exposición es siempre negativa, puesto que se corre el riesgo de que la personalidad del editor termine por sobreponerse a la propia editorial, que el nombre del editor tenga, al final, más eco y más reconocimiento que el sello al que representa. Aparte de esto, la visibilidad que hemos adquirido los nuevos editores es positiva en cuanto ha puesto en primer plano el oficio del editor, muy silenciado, y lo ha acercado al lector, que ahora con las redes sociales puede contactar directamente con él, mantener un diálogo y un intercambio de ideas.

En una ocasión, comentabas la necesidad de una unión entre las pequeñas editoriales para hacer frente a los grandes holdings, ¿a qué tipo de unión te refieres?

En otro países existen asociaciones en torno a las cuales se reúnen las pequeñas editoriales para promocionarse mutuamente, ya que comparten unos objetivos comunes. En Italia, por ejemplo, existe una asociación de este tipo que cada año organiza una feria, Piú libri, Piú liberi, en la que las pequeñas editoriales tienen la posibilidad de exponer y presentar su catálogo a la vez que se celebran conferencias y distintos actos vinculados con la literatura. Una asociación de este tipo sólo conllevaría ventajas: en primer lugar, en relación a la venta directa en determinados acontecimientos, como la Feria del Libro de Madrid, donde nosotros dependemos de la asociación de editores y, en segundo lugar, nos daría la posibilidad de compartir y afrontar cuestiones y problemáticas que no comparten las grandes empresas editoriales. En Madrid, el gremio de editores intentó formar la Asociación de pequeños editores, pero el proyecto no funcionó; de todas formas, personalmente, creo que una asociación de este tipo no debe nacer dentro del gremio de editores, creo que debe tratarse de una asociación libre y privada.

Y debería ser también transversal a nivel geográfico, es decir, no limitarse a las editoriales de una única ciudad.

Exacto, debería ser una asociación de ámbito nacional que implicara, principalmente, hacer grupo en todo lo referente a la exportación, es decir, exportar un bloque, un único catálogo potente en el que todos los editores pequeños participáramos con algunos de nuestros títulos. Asimismo, una asociación de este tipo nos permitiría organizar una feria donde exponer sin depender del Gremio; lo ideal sería que los editores se convirtieran a la vez en creadores de eventos y actividades culturales, imitando en parte el modelo que se ha implantado en Colombia y en otros países de Hispanoamérica, donde la feria es una combinación de venta directa de libros y de actividades verdaderamente culturales, como conferencias con ponentes muy valiosos. A todo esto, se sumaría la vertiente política de la asociación, puesto que desde ahí se podría combatir contra la ley del libro, el impuesto social y otras cuestiones que nos atañen. Aquí todo está bloqueado, aquí lo que vale es lo que dice el Gobierno o el Gremio, los pequeños editores no tenemos voz ni espacio desde donde hacernos oír.

En Madrid se organiza cada año una Feria del Libro, pero tú planteas la posibilidad de una feria cultural, ¿buscas otro modelo de feria para las pequeñas editoriales?

La Feria de Madrid me gusta puesto que llevo participando en ella desde hace ya muchos años. Aunque cada año es criticada, creo que a la Feria de Madrid no se le puede pedir mucho más, puesto que no es una feria profesional, en el sentido en que su espíritu no es el de configurarse como un espacio en que se paga entrada para visitar diferentes stands, para escuchar conferencias y acudir a actividades culturales. La Feria de Madrid es la reunión de stands de libreros para la venta directa de libros; luego se añaden algunas actividades culturales que son secundarias y que, indudablemente, podrían ser mejores. La Feria de Madrid es una fiesta del libro abierta a todo, no tiene en efecto nada que ver con la idea de feria de la que antes te hablaba, aunque seguramente si envolviéramos la Feria de Madrid de alta cultura estaríamos cerrando las puertas a muchos lectores. No se trataría de reemplazar, sino de poder organizar una feria profesional, pero la ausencia de dinero es un gran obstáculo.

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