El hashtag de la semana #EntreRitaYFidel

Rita Barberá en Valencia con Mariano Rajoy en 2011. Foto: Partido Popular Comunidad Valenciana.

Rita Barberá en Valencia con Mariano Rajoy en 2011. Foto: Partido Popular Comunidad Valenciana.

Rita Barberá en Valencia con Mariano Rajoy en 2011. Foto: Partido Popular Comunidad Valenciana.

Me sorprende esa necesidad de enaltecimiento de la figura del fallecido, como si tener una mala opinión de él abriese la puerta entre ambos mundos y se nos fuese a aparecer el finado, a los pies de la cama, a pedirnos explicaciones. También me sorprende tanta hipocresía en las declaraciones políticas. Todos tenemos luces y sombras, pero tampoco descubro nada si apunto que algunos han preferido pasar más tiempo en la sombra. Y es el caso, salvando todas las distancias del planeta, de Fidel Castro y Rita Barberá.

La nostalgia embriaga. Entras como en una especie de ensueño, de fase hipnótica de confusión, que altera el relato de la historia en nombre de una reminiscencia distorsionada por el tiempo, la anestesia, el impulso y la evocación romántica, que suele ser mucho más frágil y teatralizada que la que responde a la mera capacidad cerebral de almacenar un recuerdo. Entregarse a la nostalgia, sin detenerse en la esencia del estímulo, es como beberse una botella de absenta: en breve, el pensamiento se convierte en alucinación.

Estoy convencido de que eso sucede cuando alguien de gran calado social fallece. Su entorno y afines entran en una especie de niebla espesa que les impide ver más allá de sus propias narices. Comprendo el dolor y sentimiento de los familiares, porque es algo lógico y atávico, y participo del respeto, no ya como un rasgo de educación sino como una declaración de sumisión a la propia muerte. Lo que me sorprende es esa necesidad de enaltecimiento de la figura del fallecido, como si tener una mala opinión de él abriese la puerta entre ambos mundos y se nos fuese a aparecer el finado, a los pies de la cama, a pedirnos explicaciones. Todos tenemos luces y sombras, pero tampoco descubro nada si apunto que algunos han preferido pasar más tiempo en la sombra.

A veces el tiempo te regala momentos históricos que un observador debe disfrutar en silencio. Esta semana ha sido uno de esos momentos. En España hemos asistido, con pocos días de diferencia, a la muerte de una líder política, Rita Barberá, alcaldesa de Valencia durante 24 años consecutivos, y al fallecimiento de Fidel Castro, líder político universal, icono del siglo XX y mandatario de Cuba durante casi 50 años. Y les aseguro que la absenta que ha corrido por las mentes de unos y otros a la hora de rendir homenaje o valorar la figura de ambas personas –con sus evidentes distancias- ha sido inquietante.

Solo hay un argumento indiscutible. La muerte de Fidel Castro es un acontecimiento universal, con implicaciones globales, es una muerte inmortal, mientras que la de Rita Barberá es estrictamente local. El fallecimiento de uno tiene connotaciones históricas y el otro, puntuales. A partir de ahí, la manera en la que han reaccionado aquellos que se pusieron de pie o se ausentaron de la cámara para despedir a una y que con la muerte de Castro se deshacen en puntualizaciones o halagos nostálgicos es digno de valoración.

Ambos personajes –repito, con sus abismales diferencias- han mantenido en su trayectoria una ética y conducta muy discutible. Cada uno en su ámbito de acción e influencia y con el beneplácito del propio sistema. Pero la nostalgia, de unos y otros, embriaga la razón y les hace actuar en los márgenes del sentido común. Soy de los que no celebran la muerte. Me parece una falta de respeto a la propia muerte. Ante seres deleznables, como Pinochet, Ceausescu o Husein, me hubiese gustado más celebrar su condena por los crímenes cometidos, verles ingresar en prisión y poder creer en una justicia universal que asistir a su muerte, ya sea natural, por fusilamiento o por linchamiento. Puede que sea un sádico, pero ver cómo un criminal cumple condena por sus crímenes me tranquiliza mucho más que su muerte. Porque su muerte nos iguala y su condena nos diferencia. No celebré la muerte de Barberá y tampoco la de Castro. Sí hice algún chiste blanco, como muchos otros en redes sociales, y puedo reconocer que a su entorno más cercano no les haga ninguna gracia ese festival del humor. Siempre he pensado que el único límite que le impondría al humor sería la oportunidad. No hay nada menos gracioso que un chiste inoportuno. A veces es solo una cuestión de horas lo que convierte un chiste en una broma, corrosiva o negra, o en algo ausente de gracia, tan incómodo que hasta resulta un desperdicio de ingenio.

Pero más allá de eso, me sorprendió ver a un Congreso de los Diputados de pie derecho, manteniendo un minuto de silencio, por un personaje imputado en serios delitos de corrupción, que estaba viendo la condena y la cárcel cada vez más cerca, de ética cuestionable, que actuó más veces como un emperador romano que como una alcaldesa, que llegó a burlarse de los familiares de las víctimas del accidente de metro de Valencia y que su propio partido, el Partido Popular, dejó caer para no verse salpicado de fango. De más fango. Me molestó ese reconocimiento a una persona que ni era admirable ni ejemplar. Pero de igual manera me resultó impostada la reacción de los diputados de Unidos Podemos, que abandonan el hemiciclo erigiéndose como imagen de la decencia cuando, dos días después, valoran a Fidel Castro como, palabras textuales de Alberto Garzón, una persona que “desafió lo establecido empujado por un sueño: un mundo más justo”, ignorando que un país que llena sus cárceles de presos políticos, que ha perseguido y condenado la homosexualidad hasta hace dos días, es de todo menos justo. Y todo eso mientras personajes como Rafael Hernando aprovechan el micrófono para insinuar que a Rita Barberá la matamos entre todos a disgustos, acosándola. Manda cojones los litros de absenta.

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Comentarios

  • Casandra Lange

    Por Casandra Lange, el 11 diciembre 2016

    De Fidel se valora que desafiara al imperialismo, que eliminara el analfabetismo,bajara la mortalidad infantil de 42 % a 4%, que lograra un médico por cada 130 personas,creara la mayor facultad de Medicina del mundo graduando 1500 médicos extranjeros año, enviara 30.000 médicos a colaborar en varios países del mundo, lograra un país sin problemas de drogas,100 % de escolarización, mas medallas olímpicas de latinoamérica, etc.

  • Casandra Lange

    Por Casandra Lange, el 11 diciembre 2016

    Si el autor del artículo no ve diferencias entre la historia de Fidel Castro y Rita Barberá tiene un problema, me parece.

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