La delirante historia de Fitzcarraldo

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Mientras desembarca su nuevo proyecto, ‘Queen of the desert‘, con Nicole Kidman, James Franco y Robert Pattinson, repasamos una de las más grandes cintas de Werner Herzog, uno de los padres del nuevo cine alemán y uno de los cineastas que mejor han reflejado las aristas de la megalomanía. Seguimos así con el visionado ‘cinco estrellas’ vía Filmin, plataforma digital que permite recrear el mejor cine de autor de todos los tiempos. 

‘Fitzcarraldo‘ (Werner Herzog, 1982)

“Fitz arrasó” es el nombre que el autocorrector del móvil me impuso cuando fui a escribir el título del filme en el bloc de notas. ¿Alguno duda todavía de un futuro dominado por las máquinas? “Diles que vean Her, de Spike Jonze”, me apunta Anais mientras se desnuda por mi lado preferido de la cama. Efectivamente, el chiflado Fitz arrasó una montaña en el Amazonas peruano en el siglo XIX para pasar un barco por ella. El filme sobre Fitz arrasó, además, en prestigiosos reconocimientos. Entre otros, el Mejor Director en el Festival de Cannes.

Fitzcarraldo se llama así porque los peruanos no son capaces de pronunciar Fitzgerald, su nombre real. Él es Klaus Kinski, y Claudia Cardinale su pareja Molly, encargada de poner en orden sus delirios y un burdel. El melómano Fitzgerald se autodefine como un “conquistador de lo inútil”. Ahora quiere erigir un Teatro de la Ópera en Iquitos, pero antes había intentado construir un ferrocarril transamazónico. Terco y lúcido, usará los raíles de su fracaso para la tarea de izar el Molly Aida por la montaña. “¡No eres un loco, eres el tipo más cojonudo que he conocido!”. Dice al cocinero Huerequeque mientras el barco avanza por la pendiente en medio de “la tierra donde Dios no acabó la creación”, gracias a la idea del borrachín de aprovechar el mismo motor del barco para jalar de la nave. “¡Pero falta una cosa!”. “¿Qué cosa?”, contesta Huerequeque. «¡Carusso! ¡Enrico Carusso!”, contesta el de los ojos saltones colocando el disco en el gramófono.

Rodado en tierras ignotas para el cine, Fitzcarraldo debe mucho de su belleza al fotógrafo Thomas Mauch. Esas panorámicas de la selva han seguido inspirando años después nuevas historias delirantes. Este filme de narrativa clásica que no tiene necesidad de parecer moderno quizás sea de los últimos ejemplos de un gran cine europeo que fue quedando obsoleto con las nuevas formas de distribución y exhibición, cada vez más acaparadas por las grandes distribuidoras USA. Un cine enorme sin pantallas es como decir un cielo enorme sin estrellas. Entonces lo hicimos delicadamente. De la calle nos llegaba el clamor del gentío en la cabalgata de carnaval.

***

A la mañana siguiente, Anais escrutaba su rostro frente al espejo del baño con una toalla blanca enroscada en la cabeza como única prenda sin darse cuenta de que yo la observaba mientras escribía la segunda parte de esta crónica. ¡Pasar un barco por encima de una montaña en la selva amazónica es un descomunal desafío en aquellos tiempos sin FX! Herzog decidió filmar sin maquetas ni trucajes, así pasó dos años y cinco meses en la linde de la selva entre los ríos Camisea y Urubamba. Había que estar ahí. Usó dos barcos gemelos de 340 toneladas de peso, uno que trepara montaña arriba y otro que descendiera ladera abajo. El director muniqués contó el día a día del rodaje en el libro Conquista de lo inútil (Blackie Books, Barcelona, 2010).

Varios centenares de colaboradores hicieron falta para culminar la proeza, peruanos, brasileños, alemanes, norteamericanos, algunos enloquecieron durante el proceso, otros murieron, muchos desertaron. Entre estos, tribus enteras de indígenas, lógicamente desconfiados, generosos. La selva es la protagonista, descrita por Herzog como un animal más odioso que deslumbrante, como un monstruo indomable de belleza terrible. El conjunto es un acercamiento privilegiado a la relación del genio con la naturaleza, al tiempo que una descripción de las contradicciones inherentes a esa naturaleza suya tan germana, entre brillante y obtusa.

El muy recomendable libro es, además, ejemplo del poderoso estilo literario del alemán. La escritura es actriz principal del relato. Entre avionetas que aterrizan en pistas cubiertas por la maleza; crecidas y decrecidas de ríos; viajes relámpago a Nueva York y Los Ángeles para procurar financiación; moscas como sapos, sapos como loros, loros como ratas, ratas como serpientes, serpientes como tigres, tigres como hombres, Herzog nos regala párrafos de gran belleza. El que sigue está fechado en Camisea el 11 de febrero de 1981. Le pido a Anais que os lo lea en voz alta. Se ha tumbado boca abajo en la cama, ha cruzado los pies y lanzado la toalla de la cabeza sobre la silla. El sol de la mañana filtrado por el tragaluz del techo ilumina el dormitorio como un HMI.

Espera en un banco de arena que normalmente está firme pero que ahora está tan empapada que los bordes ceden al peso. El barco, con más de cien indios a bordo, aún no estaba en posición. En el walkie-talkie que me conecta con los leñadores al otro lado del río, donde cortan con motosierra una serie de árboles enormes para que caigan uno tras otro como fichas de dominó, o eso esperamos, he captado de pronto una comunicación de Estados Unidos, de Kansas City. Una mujer hablaba con su marido, que hacía una ruta con su camión, y la conversación sonaba extraña y artificial, sobre todo por la mujer, que hablaba como si estuviera en un anuncio de televisión, pero era una charla privada y yo la escuchaba desde lo más profundo de la selva. He pensado meterme y saludar, pero mi transmisor es demasiado débil para eso. Vignati ha llegado de la selva, el pelo enredado y lleno de moscas, dando manotazos a su alrededor, y le hemos quitado los bichos de las greñas.

Árboles cayendo todo el resto del día. El ruido de los gigantes al desplomarse es el verdadero acontecimiento. El más colosal de todos ha suspirado, después ha gritado, luego se ha tirado un pedo y por último ha crujido con una violencia monstruosa. Mucho más tarde seguían chasqueando ramas enormes, hasta que se han callado por completo. Una colonia de murciélagos ha salido volando, confundida, y también un enjambre de abejas, unos pájaros y una nube de pequeños insectos voladores. Unas oruguitas delgadas han salido huyendo combadas, estirando bien la parte superior hacia delante, apresurando el galope de oruga.

Un vapor se desprende ahora de la selva como después de mil años de lluvia. El río fluye ensimismado, sin plan. Una sombra se ha elevado de la selva y ha oscurecido el cielo. La luna, tímida, hoy no se anima a mirar desde el horizonte. Esta noche he amarrado mi barca a estrellas magras y vacilantes. Los frutos desconocidos de un árbol desconocido han caído como un restallido en el suelo húmedo fuera de mi choza cuando la oscuridad ha sido completa.

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