La novela, una muerte menos

David Foster Wallace. Foto: ©Steve Rhodes

David Foster Wallace. Foto: ©Steve Rhodes David Foster Wallace. Foto: ©Steve Rhodes

No se lo tomen al pie de la letra, pero la muerte de la novela que algunos pronostican desde hace años me resulta tan improbable como la de quienes vaticinan el próximo fin del capitalismo. La capacidad de adaptación, de fagocitar todo lo que les rodea -géneros y demás en el caso de la novela, ideas y hasta personas en el caso del capitalismo- permite la supervivencia literaria de la novela y la económica del capitalismo. Marx, el último ilustrado según Sebreli, ya vaticinó la superación del capitalismo como resultado de la dialéctica de la historia. Como sabemos, el intento se quedó en algunas dictaduras, también en más derechos para las clases trabajadoras occidentales que ahora ven con espanto cómo se deslizan esos derechos en hacia el sumidero de la historia. Y aquí seguimos. La muerte del capitalismo es deseable, siempre que el sistema que lo sustituya sea mejor, lo cual no es difícil. Me apenaría la muerte de la novela, pero no creo en las predicciones literarias, son menos fiables que la de los economistas, que ya es decir.

De novela y ficción habló el martes pasado Javier Cercas en la Fundación Juan March (no se pierdan su archivo sonoro de la March, es una joya). Ante un salón de actos abarrotado, con el mismo talento con el que cuenta sus historias por escrito, Cercas explicó por qué se hizo lector y escritor de novelas. Y para ello se remontó a su infancia en un pequeño pueblo de Extremadura (Ibahernando), un paraíso que perdió a los cuatro años con el traslado de su familia a Gerona. A partir de ese momento nunca ha dejado de ser un desarraigado, como la mayoría de los escritores que se precien. Para recuperar su infancia se refugió en la lectura, primero como lector convencional de novelas y, más tarde, a partir de la adolescencia, como “lector vampiro”, ese lector que no solo lee, sino que quiere ser el libro, como Don Quijote. De ahí a la escritura solo hay un paso.

Cercas habló de Don Quijote y de cómo la idea de esta novela de novelas -que ya contiene lo que otros escritores desarrollarán más tarde- nos la robaron los ingleses. En España no se le hizo demasiado caso hasta mucho después y, como Cercas, dudo de que hoy en día al autor manchego se le concediese el Premio Cervantes. Sterne y compañía sí que supieron apreciarla.

¿Era Don Quijote un loco o un sabio? Nunca lo sabremos. A Cercas le gustan las novelas cuyo desarrollo depende de un hilo del que pende una pregunta. Intrigados, tiramos del hilo, pero la respuesta nunca llega. ¿Por qué un soldado republicano salvó la vida del falangista Sánchez Mazas?, se preguntó en Soldados de Salamina (Tusquets). Tampoco lo sabemos.

La propia vida es una pregunta sin respuesta y mientras vivimos tratamos de darle un sentido a nuestra existencia. Por eso no creo en la muerte de la novela, ni aquí ni al otro lado del Atlántico. Después de la muerte de David Foster Wallace, en Estados Unidos se sienten huérfanos, esperan al nuevo Mesías. La vida de Wallace fue una lucha encarnizada en contra de la depresión y la búsqueda permanente de una nueva voz que superara el postmodernismo y el realismo, una nueva voz que explicase los tiempos que nos ha tocado vivir. Merece la pena adentrarse en la vida de este titán de las letras en David Foster Wallace. Todas las historias de amor son historias de fantasmas (Debate), una biografía escrita por D.T. Max, la primera sobre el autor de La broma infinita. EEn España tuvimos la suerte de contar con Bolaño, otro genio desarraigado. Pero el problema, aquí, es distinto. Las editoriales que antaño fueron referentes y una puerta a nuevas voces han diluido sus propuestas. Las nuevas son tan pequeñas y tan centradas en la traducción que tampoco se arriesgan. Curiosamente es en el mundo del cuento donde hay una pequeña luz. Quizás, el problema con las novelas no es que no existan, es que la mayoría de las buenas ni siquiera llega a publicarse. Y mientras en España, parte de Europa y Estados Unidos  le damos vueltas a la muerte de la novela, en Inglaterra las escriben, dijo Cercas, lo que me recuerda a la famosa frase del viejo Marx: “Hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar la historia, pero ha llegado el momento de cambiarla”.

Coincidencias. El mismo día de la conferencia de Cercas, por la mañana,  leí una hermosa pintada sobre el futuro de la novela en el muro digital de Ernesto Calabuig: “Cansado de quienes dan la extrema unción a la novela desde hace decenios con la seriedad y el luto del sacerdote. Cansado de quienes se dicen cansados de la ficción. Las malas novelas nacieron muertas, las grandes novelas explotan de vida ante los ojos del lector, se publicasen ayer o hace unos cuantos siglos. Comunican inteligencia, talento y vida. Son, como dirían los alemanes (en el contexto de la salud de los niños) «gesund, lebendig und munter» (saludables, vivas y despiertas)”. Celebremos, pues, que en este mundo en el que tantas cosas desaparecen, aún nos quedan las novelas. Incluso las buenas novelas.

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