La tentación de lo salvaje

Fotograma de Grizzly man de Werner Herzog.

Fotograma de Grizzly man de Werner Herzog.

Fotograma de Grizzly man de Werner Herzog.

Ser salvaje. Fotograma de ‘Grizzly man’, de Werner Herzog.

«Ser salvaje no es un lujo, sino una necesidad del espíritu humano».

Edward Abbey

POR JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ

La idea del “buen salvaje” fue uno de los mitos que se trajeron de América los conquistadores españoles. En su imaginario, poblado de lecturas de libros de caballerías, algunos de los topónimos americanos salen de la imaginación del Amadís de Gaula o Las Sergas de Esplandián. “California” o “Patagonia” son derivaciones de personajes y lugares de las fantasías caballerescas que, como señaló Martín de Riquer, impresionaron de tal modo a aquellos hombres que realidad y ficción se confundían. La idea de un nuevo paraíso, los mitos de ciudades de oro y ríos que manaban leche y miel empujó a Ponce de Leon a buscar la Fuente de la Eterna Juventud en la actual Florida, aventura donde pereció a causa de un flechazo. O El Dorado, en plena selva amazónica, que acabó, para variar, en matanza. Cristóbal Colón conoció en uno de sus viajes a un indígena taíno con quien conversaba y al que se refiere como “el filósofo desnudo”, a causa de su sabiduría natural. Como es sabido, muchos siglos después, Jean Jacques Rosseau le sacaría mucho partido a esta idea.

Huir, salir de uno mismo, entablar un vínculo místico o implantar una utopía en la naturaleza es un sueño que a veces acaba en pesadilla. No es difícil detectar que esta atracción es un impulso que regresa de modo recurrente, aunque el que huye de lo “civilizado” no llegue a comerse una serpiente viva o un bocata de escarabajos, como el irlandés que protagonizó el popular programa El último superviviente. La tentación por lo salvaje es el retiro de Jeremiah Johnson, harto de los horrores de la Guerra Civil americana y cuyas aventuras, narradas por Sidney Pollack y John Millius, poblaron la educación sentimental de mi generación. Algo de aquella película mítica se deja ver en El renacido de González Iñárritu, cuya agónica y violenta historia se basa, en realidad, en la vida del legendario trampero Hugh Glass, que se arrastró por el suelo durante dos meses en los que recorrió 175 kilómetros hasta encontrar ayuda después de haber sido atacado por un oso en el río Yellowstone y abandonado por sus compañeros, creyendo que su muerte estaba dictada. En los libros que testimonian la experiencia de perderse en la naturaleza hay nostalgia, neojipismo y alguna dosis de locura. Y sobre todo muchas huidas. Siguiendo las enseñanzas de Henry D. Thoreau, Sue Bell relata en Un año en los bosques (Errata Naturae), sus experiencias como apicultora en las montañas Ozarks, situadas en el Medio Oeste. Dejó su trabajo de bibliotecaria y se marchó con su marido, quien la abandonó al poco tiempo. La lectura resulta muy grata. Descubrimos a una mujer valerosa, de gran sensibilidad y con un sentido del humor que, en ocasiones, recuerda a Entre limones, de Chris Stewart. Por contraste, en Mis años grizzly, Doug Peacock narra sus extenuantes y gélidas caminatas en busca de osos. Excombatiente y boina verde en la guerra de Vietnam, Peacock es un inadaptado bebedor. Se arma hasta los dientes y se adentra en los bosques. Mitad John Rambo, mitad ecologista, su primer impulso, marcado por su experiencia en la jungla vietnamita, va tornándose en una fascinación neolítica por los osos. Saboteador y naturalista autodidacto es un referente, al igual que Gary Snyder —“el Thoreau de la Generación Beat”—, del conservacionismo norteamericano. Gracias a su instintiva prudencia y sentido común, Peacock no termina sus días como el protagonista de Grizzly Man, el frustrado actor Timothy Treadwell, quien junto a su novia acaba devorado por un oso al que tenía en gran estima. La obsesión enfermiza de Timothy termina con un primer plano del gigantesco grizzly que lo mataría horas después, y la voz del cineasta Werner Herzog, autor del documental. Timothy veía en esa bestia a un amigo compasivo y puro. Herzog solo ve en la mirada del oso la indiferencia de la naturaleza. Ahí está la clave. Detrás de la búsqueda de lo salvaje hay una huida y el encuentro con lo indiferente, que también anida en lo más profundo de nosotros. No obstante, presumo que en una ecoaldea se repiten los pequeños infiernos vecinales propios de cualquier urbanización burguesa.

En su película Hacia tierras salvajes, Sean Penn recrea la peripecia real de Emile Hirsch, un chico brillante que decide abandonarlo todo. Su periplo por las viejas comunas jipis californianas, sus encuentros con extraviados y colgados son, en mi opinión, lo mejor del film. Su final, como el de Timothy, se produce en Alaska. La naturaleza es traicionera para los chicos de asfalto cuya única defensa es un viejo manual de herboristería. La huida de la civilización es el sueño de una carencia que, en la mayor parte de los casos, tropieza con las propias neurosis del que huye. O la que aqueja a los habitantes de tierras inhóspitas. Esa desnaturalización la describe con gran belleza y maestría Michel Onfray en Estética del Polo Norte (Gallo Nero). Los lugares salvajes no son escasos en tierra firme, pero ahí está el océano. Eso debió de pensar el biólogo francés Alain Bombard, decidido a cruzar el Atlántico en una zodiac a fin de demostrar que los náufragos podían sobrevivir alimentándose de jugos de peces y dosis homeopáticas de agua salada. Su odisea la narra en Náufrago voluntario (Terra Incognita). Bombard partió del puerto de Marsella en el Hereje —buen nombre para una barca hinchable— y en su primera etapa cruzó el Mediterráneo hasta Canarias. Frente al inmenso Atlántico, el compañero que debía acompañarlo en el viaje decidió quedarse en tierra. Ya había pasado suficiente miedo durante un encuentro con una inmensa ballena blanca a la que sorprendieron cara a cara en medio de la noche. En su delirante odisea, detenido en el Mar se los Sargazos, Bombard escuchó sonidos, voces, violines, sirenas de ambulancias… 65 días después de su partida alcanzó tierra en las Islas Barbados con 25 kilos menos, desnutrido, anémico y deshidratado. Y no me resisto a mencionar Escritos de juventud (Abada Editores), en el que Andrei Tarkovski demuestra que la literatura perdió a un gran escritor en beneficio del cine. Absorto en la naturaleza de Siberia y conmovido por la condición humana, confirma que también lo salvaje alberga la otredad. Se trata de la vieja idea kantiana de lo sublime, aquello que nos sobrecoge pero atrae sin remedio. Pero no hace falta irse al Lago Baikal para experimentar la fragilidad ante la naturaleza. Basta pasar una noche de invierno al raso, en medio de un bosque. Al amanecer, un humilde petirrojo picoteará, indiferente, tu cuerpo rígido.

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Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) es escritor y periodista. Doctor en Ciencias de la Información, entre otras obras es autor de Cuentos del jíbaro, Diario del hombre pálido, Piel roja y La pecera.

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Comentarios

  • manu

    Por manu, el 03 abril 2017

    Hola, en la película Into the Wild (Hacia tierras salvajes) Sean Penn recrea la peripecia real de Christopher McCandless.

    Emile Hirsch es el actor principal del film.

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