#LaEraPostBowie

Carteles de la exposición sobre Bowie en Londres. Foto: Sarah Stierch

Carteles de la exposición sobre Bowie en Londres. Foto: Sarah Stierch

Carteles de la exposición sobre Bowie en Londres. Foto: Sarah Stierch

Día 3 del año 1 de la era d.B. (después de Bowie). Paco Tomás repasa las sensaciones que le han producido el fallecimiento del artista que nos abrió tantas puertas y el sentido de despedida que intuyó al ver el domingo por la noche los vídeos ‘Blackstar’ y ‘Lazarus’ (el resucitado) de su último trabajo, recién lanzado.

No creo en las estrategias burlonas del destino. Las escucho con la distancia escéptica del que disfruta de la historia aunque no le conceda la más mínima verosimilitud. De ahí que aún se revuelva la razón cada vez que me cuestiono las razones que me empujaron el pasado domingo, por la noche, a sentarme delante del ordenador y volver a ver Lazarus, el último clip de David Bowie. Confieso que la intención primigenia fue hallar un enlace desde el que poder ver la ceremonia de los Globos de Oro pero, no sé por qué, acabé viendo los casi diez minutos de Blackstar y continué con Lazarus, el corte uno y tres de su último trabajo. Los únicos vídeos –¿habrá dejado más grabados?- de un álbum que salió a la venta en todo el mundo el día 8 de enero, día de su nacimiento. Sólo dos días de distancia.

Cuando apareció The Next Day, tras diez años sin entrar en un estudio, lo primero que sentí ante esa portada (la cubierta de Heroes oculta tras un cuadrado blanco en el que podía leerse el título del álbum) y al escuchar el primer sencillo (Where are we know?) era que Bowie se estaba despidiendo. Me invadió una sensación amarga y melancólica, como de un Berlín de los setenta. Se lo comenté a algunos amigos pero tampoco me otorgaron especial atención. Era lógico. Vaticiné, en los tempranos ochenta, que Madonna sería una artista de one hit wonder tras escuchar Holiday.

Esa sensación de cielo nublado volvió a encapotar las primeras horas del 11 de enero de 2016 cuando aún creía estar habitando el día anterior. A esas horas, y ante Lazarus, el resucitado, frente a ese clip que transita entre la furia y el lamento, entre la angustia y la pantomima, de nuevo sentí su adiós. Bowie, vestido con un mono oscuro que podría evocarnos al que Ziggy Stardust se hubiera puesto si en Marte el tiempo fuese más relativo que aquí, se escondía de nuestra mirada en la oscuridad de un armario. Se va, pensé. Pero me desautoricé. Uno no se pasa tres años despidiéndose. Es absurdo. Y me resté toda credibilidad.

Desperté ese mismo día, aunque creí habitar el día siguiente, y Bowie ya no estaba. Con su muerte se clausura una época. Como dijeron Nacho Canut y Alaska, empieza una nueva era d.B. (después de Bowie). Llegué a él con carácter retroactivo y a medida que iba descubriendo lo que hizo en los primeros años 70 más sentido adquiría todo. Porque el Bowie de los 70 seguía siendo moderno en los 80 y lo continuará siendo mañana. El artista que nos descubrió la diferencia, que nos demostró que existía la alternativa y que nos entregó los interrogantes para que formulásemos la pregunta. Y como ya dije en otro artículo –aunque me resulte pedante citarme a mí mismo-, hay personas que cuando preguntan, en el fondo, ya están cerrando una puerta. Pero hay otras que, sin embargo, están deseando abrirla. David Bowie abrió la nuestra. Por eso su influencia va más allá de sus seguidores. Bowie es un símbolo, como lo puede ser Lennon, y eso le convierte en inabarcable.

Todos somos hijos de Bowie. Hasta aquellos que no lo han escuchado nunca. Porque seguramente la música que disfrutan ahora, el artista al que admiran hoy, la estética que lucirán mañana, lleva consigo una parte de Bowie. La cultura de finales del siglo XX y principios del XXI está creada por Bowie y homenajeada por el resto. Como el profeta de una religión sin dogmas, Bowie logró desvelar el dilema al reunir en una misma persona creación y evolución. Y con Blackstar cierra un evangelio. Como hizo John Huston con Dublineses. Dejándonos interrogantes con los que seguir abriendo puertas.

De repente, pienso en mi sobrina. Tiene un año. Crecerá en un mundo sin David Bowie. Sólo deseo tener la oportunidad de poder presentárselo, como hicieron conmigo, hace algo más de 30 años, en un banco de una plaza de un barrio madrileño demasiado aburrido para un grupo de adolescentes a los que les gustaba soñar. Aunque, en un futuro, sin que ella se dé cuenta, tal vez sin escuchar nunca una canción suya, ya esté viviendo un mundo distinto: el mundo que, en un tiempo, habitó Bowie.

Hoy es el tercer día del primer año de la era d.B. Siéntanse héroes como si solo tuviesen un día para soñar.

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Comentarios

  • Roman lokati

    Por Roman lokati, el 13 enero 2016

    Fantastico articulo….Lo de meterse en el armario…Es genial.. Es verdad. Era su despedida.

    Felicidades Por este articulo…todos somos hijos de Bowie…yo Vivi 4 años en Brixton….

  • Xavier Gomez

    Por Xavier Gomez, el 13 enero 2016

    Precioso…

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