Lekuona, muerto en la Guerra Civil con 24 años, el primer vanguardista vasco

Detalle de una de las obras de Lekuona.

Detalle de una de las obras de Lekuona.

Detalle de una de las obras de Lekuona.

A España llegaron tarde las vanguardias, pero a finales de los años 20, tendencias y corrientes aparentemente contradictorias explotaron con fuerza. Nicolás de Lekuona fue uno de los primeros artistas vascos en coger el tren de la modernidad. Su obra tuvo una fuerza y una visión de lo nuevo que hoy todavía sorprende. La galería Guillermo de Osma, en Madrid, expone 60 obras que la familia del artista, muerto en un bombardeo de la Guerra Civil con sólo 24 años, pone a la venta por primera vez.

Nicolás de Lekuona (Villafranca de Orio, Guipúzcoa 1913 – Frúniz 1937) es para Adelina Moya, su biógrafa, su comisaria y prácticamente su descubridora, el primer vanguardista vasco. Esta catedrática de Historia del Arte demostró ya hace unos años que la vanguardia artística existió en el País Vasco y que Lekuona, un joven inquieto que tuvo acceso a la cultura de los novísimos de entonces, fue uno de sus representantes. Lekuona tocó todos los palos artísticos, pero destacó en la fotografía y en el collage donde exploró los nuevos medios logrando composiciones interesantísimas. “La utilización del fotomontaje en el caso de Lekuona parece acercarse muchas veces al cine, no sólo en sus métodos de edición (corta-pega y montaje), sino también al ser una versión barata y fácil de hacer algo parecido a lo que hace el cine”, escribe Ismael Manterola en el catálogo de la exposición de Guillermo de Osma.

La obra de Lekuona ha sido rescatada ya hace unos años gracias a varias exposiciones, entre ellas las antológicas que le dedicaron el Museo de Bellas Artes de Bilbao (1982), el Museo Artium de Vitoria (2003) y el Reina Sofía de Madrid (2004).

El joven Lekuona es, en los inicios del siglo XX, un artista debutante al que le desborda la curiosidad. Fotografía a sus seis hermanos, las toallas de gruesa felpa de su casa; a su madre, a su tía. A caballo entre el surrealismo y el constructivismo, Lekuona hace arte para la vida. Experimenta con todo, con la ciencia, con el álgebra, con la poesía y se siente cercano e íntimo en la búsqueda de lo desconocido con su amigo el escultor Jorge Oteiza. Lekuona estudia en la Escuela de Artes y Oficios de San Sebastián. Allí vive la proclamación de la República y visita dos de las exposiciones que abrieron el camino para el afianzamiento del “arte nuevo” en España.

En San Sebastián, Lekuona pudo ver la obra de Miró, Picasso, Juan Gris, Solana, Bores, Maruja Mallo, Ponce de León, y apreciar la arquitectura de García Mercadal, Sert y Torres Clavé. Cuando la ciudad se le queda chica, se traslada a Madrid para estudiar en la escuela de aparejadores. Allí, en 1932, encuentra a “un centenar de personas de primer orden», en palabras de José Moreno Villa, «trabajando con la máxima ilusión, a alta presión”. Lekuona venía de un ambiente ya caldeado por la renovación artística de Iturrino, Juan Echeverría, Paco Durio y Darío Regoyos agrupados en la Asociación de Artistas Vascos [En una carta este último escribía: “Sé que organizan ustedes una exposición sin madrileños, sin sevillanos ni valencianos. ¡Qué delicia! En fin, que en dicha exposición habrá extranjeros y algún vascongado solamente. De modo que habrá arte gracias a tan buena medida”].

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En un Madrid en plena ebullición entre los partidarios del dadaísmo, el expresionismo y el surrealismo, donde Alberti y García Lorca son los reyes de la vibrante vida intelectual de la República, el joven Lekuona frecuenta la tertulia del café Pombo y bebe los vientos por Ramón Gómez de la Serna. Encuentra su sitio entre sus colegas vascos Jorge Oteiza, Joaquín Gurruchaga, José Sarriegui, Narciso Balenciaga y Antonio Odriozola. Le atrae la nueva visión fotográfica y encuadra sus fotografías como si fuera Rodchenko o Moholy-Nagy; pinta con Benjamín Palencia y sube al cerro de Vallecas con el escultor Alberto.

Escorzos, contrapicados. Unos primeros planos excesivos. Nada había de espontáneo en sus retratos. Cuando fotografía a su amigo, Joaquín Gurruchaga le hace aparecer sentado en medio de un mar de sillas con una perspectiva geométrica muy moderna y apura la escena haciéndole posar con el libro de Les enfants terribles de Cocteau. Y si captura una calle nevada lo hace como si fuera el Nueva York de Stieglitz. Dejó algunos autorretratos, muchos de ellos como una máscara, alguien capaz de adoptar múltiples identidades, y en ese surrealismo que le atraía se mimetizaba en mago, con sombrero de copa y capa, dando de beber a una calavera.

Experimentó también con los negativos de las fotografías, las calquídeas, donde dibuja y escribe directamente sobre el cliché, muy en la línea de lo que hizo Man Ray. Y pinta figuras amorfas, en una estética próxima al arte puro y muy lejos de la obra burguesa de su paisano, el muy reverenciado Vázquez Díaz. Para Adelina Moya, “la variedad de influencias en la obra de Lekuona parece compartir algunas pretensiones de los artistas europeos de no ceñirse a una línea determinada, renunciando así a lo que el arte tradicional llamaba estilo, en consonancia también con la posibilidad de desdoblamientos de personalidad”.

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En el fotomontaje, es un caso único en el arte español, “con las más inspiradas poéticas de aquella efímera vanguardia, al lado de los creadores centroeuropeos», como recordó Juan Manuel Bonet durante la antológica del Reina Sofía: «Estuvo en un cruce de caminos y en una unidad de una mirada moderna sobre las raíces del 98 y la vanguardia de la fotografía y el fotomontaje». Lekuona recorta fotografías de deportistas, bailarinas, nadadoras, desnudos femeninos, piernas, brazos, y las pega creando composiciones de gran originalidad. Admirador de Cocteau, trabaja muchos de sus collages con cabezas cortadas, ensangrentadas. Algunas son un autorretrato oculto, la influencia dadaísta que gusta de calaveras y cadáveres.

Cuando Lekuona regresa a San Sebastián en 1935, comienza a trabajar con el arquitecto Florencio Mocoroa, diseñando viviendas funcionales muy cercanas a la arquitectura del GATEPAC (Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea). En la exposición de Guillermo de Osma hay varias planos-maquetas de aquellas casas que nunca llegó a construir. La Guerra Civil le pilla en la zona nacional y ha de incorporarse al frente como camillero. Un 11 de junio de 1937, en la retaguardia de Frúniz, a pocos kilómetros de la masacrada Guernica, Lekuona es alcanzado por una bomba de las que lanzaban los bombarderos Savoia-Marchetti, los gavilanes italianos. Tenía 24 años. Adelina Moya siempre recuerda que «Lekuona murió muy joven, pero dejó una obra interesante y un testimonio insustituible de lo que se hacía en España en los años treinta, un arte vivo».

‘Nicolás de Lekuona’. Galería Guillermo de Osma. Claudio Coello, 4. Madrid. Hasta el 9 de mayo.

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Comentarios

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 27 abril 2015

    Interesante artista y artículo.

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