Los cuadros de José Guerrero que empezaron a gritar

José Guerrero, Black Cries, 1953, óleo sobre lienzo, 130,5 x 238 cm, Colección Lisa Guerrero. Depositado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, Madrid.

José Guerrero, Black Cries, 1953, óleo sobre lienzo, 130,5 x 238 cm, Colección Lisa Guerrero. Depositado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, Madrid.

José Guerrero, Black Cries, 1953, óleo sobre lienzo, 130,5 x 238 cm, Colección Lisa Guerrero. Depositado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, Madrid.

José Guerrero, exilado cultural de una España ramplona y gris, desembarcó en la olla a presión que era entonces Nueva York y comenzó a pintar de una forma diferente. Esos trabajos de sus años americanos (1950-1966) pueden verse ahora en las 80 piezas de la exposición ‘The Presence of Black’ que conmemora el centenario del nacimiento del pintor en la recuperada Casa de Las Alhajas de Madrid.

“Para marcharse a Nueva York hay que ser más valiente que el Cid Campeador”, decía el poeta Jorge Guillén hablando de su amigo José Guerrero cuando éste cogió el petate y los pinceles y se fue a la entonces capital del arte. En 1950 el pintor (Granada, 1914-Barcelona 1991), acompañado de su mujer, la periodista norteamericana Roxane Whittier Pollock, se estableció en la ciudad de los rascacielos. El contacto con el expresionismo abstracto le noqueó: “Recuerdo el shock que me produjo la primera exposición de Pollock… Era como ir ardiendo interiormente. Un fuego que me iba estimulando a pintar… Eran obras tan nuevas como jamás había visto yo en Europa. Me van a hacer falta cinco años, le decía a Roxane, para reponerme de este cambio de vida, de ambiente, de arte”.

The Presence of Black recuerda que en este mismo lugar donde se exhiben ahora, la Casa de las Alhajas de Madrid, se mostraron obras de Guerrero en 1980, un descubrimiento para una nueva generación de artistas defensores de la recuperación del gusto por la pintura, por la experimentación con los campos de color.

Hablando de su experiencia estadounidense, los textos que se conservan en el archivo José Guerrero hablan de ese enfrentamiento con un arte de escala tan diferente al europeo, de la “espontaneidad y brío al no tener que recurrir al pasado”, del desafío de la pintura de Pollock, o los inmensos espacios de las telas de Rothko; de los blancos y negros de Kline, o “los andamios negros” de Motherwell. De aquellas mixturas, bebieron sus colores violentos, estridentes, tonos ardientes, sofisticados. Aquel pintor, hijo de chófer y criada, al que en Granada llamaban «el amigo negro» por ir siempre vestido de luto por algún familiar, inventó el negro mucho antes que Kline o Motherwell. “El negro mío está vivo, vibra, es transparente, no es un negro muerto”, proclamaba con autoridad.

En Nueva York, Guerrero investiga en varios frentes. Aprende grabado en el Atelier 17, se apasiona por la pintura mural, lo que llamaría “frescos portátiles” realizados con materiales como uralitas, ladrillos, cemento, y a la vez trabaja en grandes lienzos. Yolanda Romero, comisaria de la exposición y directora del Centro José Guerrero de Granada, habla de este periodo como el de la abstracción biomórfica: “Todavía hay en sus pinturas figuras reconocibles, amebas, cruces, formas ovoides”. También se deja seducir por los recuerdos granadinos y pinta Lavanderas (1950), un homenaje a su madre, con tres mujeres-huevo lavando ropas negras en un río.

1954 es el año clave en su carrera americana. Miró le abrió las puertas y él las cruzó. “La directora del Ars Club de Chicago vino a Nueva York con la idea de hacer una exposición de dos españoles en Chicago. Visitó varios estudios y entre ellos el mío. En aquella época había sólo dos pintores abstractos españoles que eran Esteban Vicente y yo. Debo decir que él se negó a exponer conmigo, tal vez porque no se considera como pintor español. Entonces la señora Shaw decidió que la exposición sería de Miró y mía… Una de las mayores emociones de mi vida”. Fue su espaldarazo y la galerista Betty Parsons, representante de lo más granado del arte americano -Rothko, Reinhardt-, lo acoge en su seno: “Era el comienzo de mi brecha”.

José Guerrero, La brecha de Víznar, 1966, óleo sobre lienzo, 196 x 238 cm, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, Granada.

José Guerrero, La brecha de Víznar, 1966, óleo sobre lienzo, 196 x 238 cm, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, Granada.

José Guerrero, Albaicín, 1962, óleo sobre lienzo, 178 x 168 cm, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, Granada.

José Guerrero, Albaicín, 1962, óleo sobre lienzo, 178 x 168 cm, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, Granada.

Ansiedad, dudas, la personalidad de Guerrero, al tiempo que crece, se destruye íntimamente. Él transforma la action painting, quiere meter la energía dentro del cuadro, darle la vuelta. Utiliza colores deslumbrantes, únicamente tres por lienzo pero con cuánta genialidad, combinados con los toques del negro vivo. Sus exposiciones son un éxito y el Museo Guggenheim compra Signs and Portens, un lienzo descomunal de un amarillo espectacular.

“Los cuadros empezaron a gritar, se volvieron pura inquietud y ansiedad”. Ahí empezó su mal del alma, la negrura más profunda. Fobias, ansiedad, despertares en medio de la noche. Todas las dudas, el desarraigo, lo que siempre calló, le estallaron como el tapón de una gaseosa. Cuentan que entró en una profunda depresión. Guerrero se psicoanalizó durante cuatro años para alejarse de sus miedos y comprender muchas cosas. Recuperó la infancia, su memoria española que da título a muchos lienzos: Albaícin, Sacromonte, Calvario, La chía –el recuerdo del personaje de la Semana Santa granadina que abría el paso de la cofradía del Santo Entierro anunciando la muerte-. Y cruces, muchas cruces, aparecen en sus obras. Es la visión de Andalucía en el lienzo.

El espacio de la Casa de las Alhajas, recuperado para exposiciones por la Fundación Montemadrid (www.fundacionmontemadrid.es), es perfecto para apreciar la evolución de las pinturas de Guerrero. Asomarse a la balaustrada desde el segundo piso donde están las obras de los años 60 y observar las del piso inferior fechadas en los 50 permite comprender de un vistazo las diferencias entre una etapa y otra. Tonos que gritan, líneas que asoman o, como escribió Jorge Guillén, “Cielos de amanecer en esta orilla, / colores no, matices, transiciones / intensamente delicadas».

En los años sesenta Guerrero regresa a España. Forma parte de su cura psicoanalítica enfrentarse con lo que dejó atrás. Vuelve a Granada, busca en conversaciones con su madre los recuerdos olvidados. Poco a poco todo fluye y Juana Mordó se convierte en su galerista. En 1965 se traslada a España con su mujer y sus dos hijos. Se integra en el grupo de Cuenca con Fernando Zóbel, Gustavo Torner, Eusebio Sempere, Gerardo Rueda y Manolo Millares.

Cartel realizado con motivo de la exposición The Presence of Black: New Paintings en la Galería Betty Parsons de Nueva York, 1958, Archivo José Guerrero.

Cartel realizado con motivo de la exposición The Presence of Black: New Paintings en la Galería Betty Parsons de Nueva York, 1958, Archivo José Guerrero.

José Guerrero, Lavanderas, 1950, óleo sobre lienzo, 50,5 x 65 cm, Colección familia Guerrero.

José Guerrero, Lavanderas, 1950, óleo sobre lienzo, 50,5 x 65 cm, Colección familia Guerrero.

En un viaje posterior a Andalucía acompañando a su mujer y al fotógrafo David Lees, que realizaban un reportaje para Life sobre los lugares de Federico García Lorca, José Guerrero dibuja numerosos apuntes del barranco donde fue fusilado el poeta. El pintor había conocido a Lorca (“Tira los pinceles y vete a Madrid”, le aconsejó), su recuerdo de la Guerra Civil que pasó en Ceuta no era traumático, pero la vista de aquellos paisajes fue reveladora. Un puñetazo en toda la mandíbula. Aquella impresión la materializó en La brecha de Víznar, 1966, una línea negra que atraviesa el lienzo, una vagina blanca que grita, un cuadro muy trabajado, “muy cansado”, decía. Había abierto una brecha, una ventana, e inauguró un camino que repetiría varias veces, en 1980 y en 1989.

En los últimos años, su pintura cobra un nuevo ritmo. Le interesa resaltar los bordes que enlaza a veces entre un cuadro y otro. En su taller alinea los lienzos, los ve como un conjunto, un todo. Reconciliado consigo mismo, volvió a Nueva York, pero desde entonces toda la familia regresarían a pasar los veranos cerca de Nerja. La presencia del negro está más viva que nunca. Sus pinturas encadenan el tema del arco como motivo. En España encadena varias exposiciones. En 1991, en un viaje para visitar a su hija en Barcelona, el cáncer que sufría desde hacía años le pegó la estocada final.

‘The Presence of Black, 1950-1966’, puede verse hasta el 26 de abril en La Casa de las Alhajas (en la plaza de San Martín de Madrid), recuperada por la Fundación Montemadrid. La muestra ha sido organizada por el Centro José Guerrero, el Patronato de la Alhambra y el Generalife, la Diputación de Granada, Acción Cultural Española y Fundació Suñol, además de Fundación Montemadrid.

José Guerrero, Signs and Portents, 1956, óleo sobre lienzo, 175,9 x 250,2 cm, The Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York.

José Guerrero, Signs and Portents, 1956, óleo sobre lienzo, 175,9 x 250,2 cm, The Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York.

José Guerrero, Tierra roja, 1955, óleo sobre lienzo, 174 x 142 cm, Colección Tony Guerrero. Depositado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, Madrid.

José Guerrero, Tierra roja, 1955, óleo sobre lienzo, 174 x 142 cm, Colección Tony Guerrero. Depositado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, Madrid.

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Comentarios

  • Nely García

    Por Nely García, el 02 febrero 2015

    Impresionantes obras entre las que más me impactan son, Signs and Portents y la brecha de Viznar.

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