Los pasillos de Bruselas donde se nos pierde el tiempo

Trabajos en el Parlamento Europeo. Foto: Matthias Ripp / Flickr Creative Commons.

Trabajos en el Parlamento Europeo. Foto: Matthias Ripp / Flickr Creative Commons.

Trabajos en el Parlamento Europeo. Foto: Matthias Ripp / Flickr Creative Commons.

Dos días en la Comisión Europea, el Consejo Europeo y el Parlamento Europeo para conocer más de cerca la política ambiental, sus proyectos y desafíos, en las instituciones del Viejo Continente. Pocas veces como en Bruselas los tópicos se me han confirmado tanto. ¿Recordáis los hombres de gris de la novela ‘Momo’? Aquí vas a encontrar una eurocrónica distinta.

La pasada semana estuvimos en Bruselas un grupo de 18 profesionales de la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), invitados por la Comisión Europea para conocer mejor las instituciones que gobiernan buena parte de nuestra vida cotidiana y explicarnos su política ambiental, eso que se suele decir de proyectos y desafíos, planes y retos, dentro de su política de acercamiento a los ciudadanos para que no les vean como entes desconectados de la realidad y la gente. Dos días en la Comisión Europea, el Consejo Europeo y el Parlamento Europeo (751 diputados; en esta legislatura, el más joven, un danés de 26; el mayor, un griego de 92).

A pesar de los esfuerzos de los profesionales relacionados con la comunicación y la organización del viaje, para los que sólo puedo tener buenas palabras por su trabajo y dedicación, al regresar a Madrid el sabor que me queda resulta inevitablemente agridulce. Pocas veces como en Bruselas los tópicos se me han confirmado tanto. Esta eurocrónica tiene sentido aquí, en El Asombrario, un medio libre, independiente, que investiga formatos y maneras de contar.

¿Recordáis los hombres de gris de la novela Momo, de Michael Ende, publicada en 1973, mucho antes de que este conglomerado de 28 países tomara la forma actual? Los hombres de gris de Momo estafan a los ciudadanos robándoles el tiempo…

Pues esa es la sensación que me traje de la capital de Europa.

Esos edificios -con mucho cristal, pero oscuros; enormes pero agobiantes, con una pésima distribución de los espacios; modernos, pero poco acogedores- están habitados por miles de seres humanos trajinando sin parar como si se tratara de un intrincado y denso hormiguero para poner de acuerdo a 28 países en avanzar juntos, con mucha frustración y decepción tras maratonianos negociaciones que duran muchos días y noches, semanas y meses y años. Ha sido en lo único en lo que no puedo dar la razón a los prejuicios: No siento como envidiable su trabajo, por muy bien dotado económicamente que esté; lo que me llegó fue la sensación de que resultan jornadas espesas y agotadoras, metidas en la grisura de las decenas de pasos en el procedimiento para alcanzar cualquier norma; entes regulados persiguiendo regulaciones comunitarias, cebados por una maquinaria gigantesca (la Comisión Europea cuenta, por ejemplo, con 33.000 funcionarios; su presupuesto para 2014 ha sido de 142.000 millones de euros, un 1% del PIB europeo) que como una telaraña multiplicada ralentiza todo.

Sesión en el Parlamento Europeo. Foto: Martín Álvarez-Espinar / Flickr Creative Commons.

Sesión en el Parlamento Europeo. Foto: Martín Álvarez-Espinar / Flickr Creative Commons.

Nos reunimos con una decena de españoles especialistas de la Comisión Europea y diputados del Europarlamento para hablar de medio ambiente. Nos detallaron los procedimientos y «trílogos» para alcanzar acuerdos; cómo se han compuesto los intrincados puzzles de complejas directivas sobre hábitats, agua y residuos; cómo pueden dedicar meses a debatir sobre a qué denominar zumo y a qué llamar sangría. Pueden ser asuntos importantes, no digo que no; sobre todo de cara a defender intereses comerciales de cada país, y del conjunto europeo frente a terceros. No digo que no, pero cuando en esa misma visita te enteras en vivo y en directo de que Bruselas no va a entrar en la regulación sobre alimentos transgénicos ni sobre el fracking, el nuevo perverso as de la manga de la industria de los combustibles fósiles, sino que las decisiones en esos campos las van a dejar en manos de cada Estado miembro; cuando los propios expertos ponen en duda la homogeneidad de criterios en las estadísticas de vertederos o tasas de reciclaje de residuos de los distintos Estados miembros; cuando compruebas que la Red Natura 2000, una de las joyas de la Corona de la protección ambiental del Viejo Continente, apenas cuenta con presupuesto; cuando te enteras de que para medir los tratamientos de residuos urbanos los Estados miembros pueden aplicar hasta cuatro criterios distintos; cuando te percatas de tanta insistencia en regular los tratamientos de residuos sólidos urbanos, pero sólo suponen el 10% del total… Entonces te remites a Momo. Y sientes algo así como que todo ese gigantesco andamiaje está montado para emitir cientos de normas para normalizar lo accesorio y robarnos el tiempo a los ciudadanos, regulando desde la altura que deben tener las peluquerías a cómo debe presentarse el aceite en la mesa de los restaurantes, pero que las decisiones realmente importantes se toman en otro lado, van por otro camino.

Regreso de Bruselas a Madrid con la inevitable visión de haber contemplado una gran escenografía que tiene el mérito de crear un foro de 28 países para hablar, en vez de pelearse, para comerciar en vez de hacer la guerra; quizá ya eso sea bastante, pero siempre que lo asumamos, que lo veamos así, y no de otra manera, con otra ilusión.

Y por decisiones importantes entiendo: Una voz única para condenar a Israel y aprobar el Estado Palestino; una regulación con unos máximos y unos mínimos del IVA cultural para que no suceda lo de ahora, que tenga Francia un 5%, Alemania un 7% y España un 21%; una voz común para hablar de inmigración y cooperación con el Sur y no sólo de pesca y de cuotas lácteas; un criterio sólido para creerse de verdad su política ambiental y de apoyo a las energías renovables, en vez de dar nuevo impulso a los pleistocénicos intereses de los combustibles fósiles dejando la puerta abierta al fracking; una credibilidad en materia de salud pública decidiendo algo en común sobre los transgénicos y no sólo sobre cómo comercializar insectos comestibles llegados de Asia o América; una solvencia que venga de evitar que el primer ministro de un país, Luxemburgo, con muchos rasgos de paraíso fiscal, sea ahora el presidente conservador de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; una eficacia que reaccione a los constantes engaños en ciudades como Madrid para evitar tomar medidas contra la contaminación atmosférica, a pesar de que ellos mismos calculan que más de 400.000 personas mueren prematuramente cada año en la UE a consecuencia de la mala calidad del aire que respiramos; una coherencia que emane de evitar que un hombre con intereses familiares en la comercialización del petróleo, ministro de Medio Ambiente de un Gobierno que ha frenado en seco las energías renovables en España -y la propia Comisión ha mostrado públicamente su preocupación por este volantazo en la política española-, y casado con una terrateniente sea el comisario de Acción por el Clima y Energía, Miguel Arias Cañete…

¿Cómo creerse así esos palacios de cristal envueltos en la niebla bruselense?

Nos roban el tiempo. Porque, como nos alertó el eurodiputado Josu Juaristi, de Izquierda Unitaria, ¿de qué nos sirven tanta regulación, objetivos para 2020 y para 2030, si luego con el TTIP pueden entrar por la puerta trasera y en secreto -por más que, una vez más, representen con calculado marketing la liturgia de la transparencia- el fracking con la tecnología estadounidense, o los transgénicos o mutilaciones en los derechos laborales, ya de por sí muy recortados en las nuevas regulaciones de Estados europeos entregados al neoliberalismo como España?

Tras la visita a las instituciones europeas, releo un artículo sobre el TTIP escrito por Julio González en eldiario.es: «El Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (conocido por el acrónimo en inglés TTIP) es un tratado que se está negociando en la actualidad entre los Estados Unidos y la Unión Europea para ‘aumentar el comercio y la inversión entre la UE y los EE UU, haciendo realidad el potencial sin explotar de un auténtico mercado transatlántico que genere nuevas oportunidades económicas de creación de empleo y crecimiento mediante un mejor acceso al mercado y una mayor compatibilidad reglamentaria y marcando una pauta en materia de normas mundiales’. A pesar de esta literatura de marketing, «la negociación se produce con bastante opacidad entre la Unión Europea -a través de la Comisión Europea- y los EE UU. La Comisión Europea tiene un mandato negociador que contiene información reservada que, pese a estar hoy publicado, no deja de plantear dudas y problemas. Para el Estado hay dos riesgos esenciales: por un lado, la difuminación absoluta en el marco del TTIP y la eventual imposibilidad de aplicar políticas distintas a los enunciados neoliberales que laten en el TTIP. Las características de un tratado como éste, dependiente además de la Unión Europea, harían materialmente imposible su modificación en el caso de que nuevas mayorías pidieran su modificación. En segundo lugar, la privatización de la justicia, al someter todas las discrepancias sobre las inversiones exteriores a procedimientos arbitrales privados. Los cinco riesgos mayores para la ciudadanía europea serían los siguientes: 1. Pérdida de derechos laborales, ya que EE UU sólo ha suscrito 2 de los 8 Convenios fundamentales de la OIT. 2. Limitación de los derechos de representación colectiva de los trabajadores. 3. Olvido del principio de precaución en materia de estándares técnicos y de normalización industrial. 4. Privatización de servicios públicos, por el establecimiento de una lista reducida de aquellos que no se pueden privatizar. 5. Riesgo de rebaja salarial, teniendo en cuenta el efecto que pudiera tener el NAFTA -y los sueldos más bajos de México- y el eventual acuerdo transasiático».

Desde los grupos de izquierda en el Europarlamento insisten mucho en que «necesitamos una Europa diferente, no ésta de la austeridad y la brecha social y política, esta Europa que se desmorona; buscamos una Europa de los pueblos y las personas».

Después de esto, ¿cómo no venir con la sensación de una gran escenografía de edificios de cristal pero opacos, envueltos en esa niebla-oscuridad-llovizna permanente de Bruselas?, ¿cómo no se va a ir la cabeza a los hombres grises del Banco del Tiempo de Momo?

Podría añadir aquí alguna de las múltiples direcciones web que tan amablemente nos facilitaron para obtener información actualizada «sobre cualquier aspecto de las instituciones de la UE«, sobre la Estrategia de crecimiento Europa 2020, o el calendario de actividades de la UE, o la Política del Agua, o la Gestión de residuos, o la Reforma de la Política Agrícola Común después de 2013, o la Política regional de Cohesión 2014-2020, o para encontrar respuesta «a todas sus preguntas sobre la UE, servicio de Información Europa Direct»… Pero soy consciente de que sería alimentar el bucle del robo del tiempo…

Prefiero dejaros dos temas musicales que no sé si tendrán algo o mucho o nada o bastante que ver con el Consejo Europeo y la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, pero…, no sé, me inspiran: Society, de Eddie Vedder, y Década, de León Benavente, que dice: «Lo que está claro es que algo tiene que cambiar, o se irá todo a la mierda».

PD: La crónica carece de más entrecomillados con declaraciones, porque el viaje se realizó con el acuerdo de APIA de respetar el off the récord. Pero no quiero concluir esta crónica rara sin incluir tres afirmaciones de la eurodiputada del PSOE Iratxe García-Pérez, que, por un momento, me despertaron de la somnolencia bruselense: «Juncker representa la política de derechas y recortes que tanto daño ha hecho en Europa y sobre todo en España». «Respecto a Miguel Arias Cañete, es la primera vez que los socialistas españoles no votan a un comisario español, como nos ha criticado el PP, pero porque ha sido la primera vez que el Gobierno ha presentado un candidato sin ningún tipo de consenso ni de acuerdo ni siquiera de conversación. Alguien que no ha hecho bien su trabajo en España tampoco lo va a hacer bien en Europa. Haberle votado habría sido señal de un patriotismo muy mal entendido». «La delegación socialista española en el Parlamento Europeo es contraria al fracking, sin ningún tipo de matiz».

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Comentarios

  • Ignacio.

    Por Ignacio., el 09 diciembre 2014

    Vaya, realmente el euroescepticismo se está convirtiendo en una tendencia más empalagosa que los cupcakes. Creo que los progresistas españoles tenemos una relación ciertamente perversa con la UE y sus instituciones : tenemos sueños húmedos pensando en que nos librarán o al menos nos protegerán de la caspa que nos ahoga en nuestro país cuando en realidad no son más que un potente entramado administrativo destinado a sustentar el #todoporlapasta, auténtico lema europeo : mercado interior y libre circulación de bienes, servicios y personas -si se portan bien-. A ningún europeo de la parte de Europa que sí funciona por sí misma se le ha ocurrido jamás pensar que sus problemas se resolverán en Bruselas; para eso están sus parlamentos y sus gobiernos. La decepción española con Europa, tan naïf, no es más que el reflejo de nuestro propio fracaso y nuestras tristes limitaciones a la hora de construir un país moderno.

  • Paloma Ctrl

    Por Paloma Ctrl, el 10 diciembre 2014

    Especialmente interesantes me parecen los apuntes finales 😉

  • Ignacio.

    Por Ignacio., el 11 diciembre 2014

    Cierto. Muy reveladora la recién descubierta fe ecológica de la portavoz de El Bello Sánchez en el Parlamento Europeo. Si es cierto que los socialistas españoles en Europa están tan en contra del fracking como dicen… ¿porqué el gobierno andaluz busca aprobar una simple moratoria de esa práctica depredadora y no su prohibición?. Los políticos españoles no sólo nos engañan, sino que además se ríen a carcajadas de nosotros (y la burocracia europea no tiene nada que ver con eso).

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