Mariana Enríquez, colección de mujeres siniestras

La escritora Mariana Enríquez. Foto: Nora Lezano.

La escritora Mariana Enríquez. Foto: Nora Lezano.

La escritora Mariana Enríquez. Foto: Nora Lezano.

En la trama de sus relatos, las tradiciones del gótico, el fantástico y el policial ‘noir’ aparecen enhebradas con la agenda negra argentina y latinoamericana de una manera muy singular, como la violencia de género en esa poderosa inversión alegórica que es su último libro, ‘Las cosas que perdimos en el fuego’ (Anagrama). Hablamos con la escritora y periodista argentina Mariana Enríquez de adolescentes locas, personajes góticos, brujas, ocultismo, cementerios… Hablamos con ella de terror urbano y de la alianza entre la condición femenina y lo ominoso, lo siniestro.

Por ANA LLURBA

¿Cómo es la relación entre la Enríquez periodista, cronista, y la escritora de ficción?

La relación es más bien conmigo como ciudadana; yo no hago periodismo político ni social –no me gusta, lo hice al principio, cuando empecé a trabajar y lo abandoné– así que no uso historias con las que me relaciono como periodista sencillamente porque como periodista hace tiempo que no me relaciono con esas historias. Tampoco me siento más cercana porque trabaje en un medio o tenga amigos periodistas: la influencia surge del cotidiano. Rara vez les pido detalles a mis amigos periodistas. Si los necesito, los saco de recortes, como cualquier otro escritor. Para mí son dos cosas muy diferenciadas.

¿Qué referentes literarios, qué tradiciones, qué autores te indujeron a indagar en esos “espectros de la realidad”, esos territorios de la ficción donde el terror ilumina las zonas más mórbidas de la actualidad social?

Básicamente Stephen King; creo que es el que mejor lo hace y además por ser una influencia muy temprana en mi vida –lo leí de chica– es muy importante. Después vinieron muchos más: Shirley Jackson, Peter Straub, China Miéville, J.G. Ballard, Ramsey Campbell… Eso en cuanto a los autores que articulan actualidad y horror. No creo que me influencien siempre, pero sí en algunos relatos puntuales. También Flannery O’Connor, Robert Aickman, Cormac McCarthy, las hermanas Brönte y Silvina Ocampo son muy importantes para mí. Mis influencias y gustos son muy variados y para nada se limitan al terror. Pero quizá hay dos tradiciones, el gótico en sentido amplio y cierta ciencia ficción urbana muy pesimista que son fundamentales en mi escritura.

¿Qué escritores contemporáneos, relativamente noveles (anglosajones e hispanoamericanos) te parecen relevantes en el terror y el gótico actuales? ¿Y qué editoriales?

De las editoriales no sé nada, soy pésima siguiendo colecciones. Sencillamente tomo lo que me gusta y no me fijo en mucho más. Entre los anglosajones me gusta mucho Laird Barron, Alan Moore, Richard Gavin, Joe Hill (especialmente en cuentos y como guionista de cómics), Neil Gaiman (mucho más como guionista), China Miéville, Kelly Link, Helen Oyeyemi y Peter Straub. Aunque yo no reduciría a ninguno de ellos a un género. Por ejemplo, Helen Oyeyemi: en su ficción reelabora el mito, el folklore y el cuento de hadas, es imposible de encasillar. De hecho, me gustan los escritores que resultan difíciles de encasillar pero de alguna manera se tocan con el policial negro, o el cuento de hadas, o el fantástico, o el terror o el gótico. No creo en los compartimientos. Conozco mucho menos autores iberoamericanos –especialmente conozco pocos españoles, que llegan a cuentagotas a Argentina–. Sé que hay una escena importante, pero sus libros no están acá. Entre los argentinos, me gusta Diego Muzzio, que hace una especie de gótico histórico muy interesante, además de Iván Wielikosielek, un escritor cordobés poco difundido. Elvio Gandolfo me parece bestial (aunque de ninguna manera lo reduciría a un género) y la novela corta Distancia de rescate de Samantha Schweblin es muy inquietante. Hay muchos más en Argentina y sería injusta si continuara nombrando. Mi favorito total actual, de todos modos, es sueco: John Ajvide Lindqvist. Me vuelve loca.

Los géneros ¿son una valla de contención?, ¿o un portal interdimensional?

Un portal. O ninguna de las dos cosas. Me parece que trabajar un género constantemente puede resultar aburrido. Al mismo tiempo creo que en el terror, el fantástico y toda esa valija se está escribiendo el material más poderoso y desprejuiciado que se puede leer hoy. Al menos, para mi gusto. Quizá tenga que ver con que, de entrada, el autor sabe que se lo menospreciará un poco.

Tus relatos suelen estar protagonizados por mujeres jóvenes o chicas adolescentes (como en ‘La hostería’, ‘Los años intoxicados’ o ‘El patio del vecino’), que experimentan algún tipo de transición, y que suelen ser sociópatas, atormentadas por deseos volátiles e imprevisibles. Al igual que ‘Carrie’ de Stephen King, o ‘Merricat’ de ‘Siempre hemos vivido en el castillo’ de Shirley Jackson, ¿te interesa la alianza entre la condición femenina y lo ominoso, lo siniestro? ¿Te interesa explorar este aspecto en tu narrativa?

Creo que las adolescentes, en algún momento de esos años de transición, están irremediablemente locas. Son las fans en los conciertos que parecen ménades, las chicas sin miedo que andan juntas tan desafiantes, vestidas como mujeres grandes, la relación que tienen con el sexo, de cierta desdicha incomprensible, la fan que grita y llora y se lastima. El arquetipo también incluye a la chica anoréxica que le reza a Ana y Mia, a la que se toma un litro de gin antes de salir a bailar y la que se pone en peligro deliberadamente, por gozo, por abandono. Hay algo de contagio en esa locura y esa situación de enjambre que también me fascina: una especie de delirio a la Salem. Las jóvenes brujas de la mano girando en una rueda de conjuros y sangre, y una total ausencia de compasión. Me gusta pensar, literariamente sobre todo, que es el momento también más místico, el de la luna, la sangre, las brujas y el nacimiento de una hermandad. Donde, sin duda, las adolescentes siempre están al borde de la locura. En ese sentido está presente Carrie, pero también las mujeres de Angela Carter y las de Silvina Ocampo. Y las mujeres reales como Mary Shelley –que tenía solo 18 cuando empezó a escribir Frankenstein–. Es un arquetipo que incluye también Alejandra, la protagonista de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, a Regan de El exorcista y las chicas del clan Manson, a Bertha Mason en Jane Eyre (y en la novela de Jean Rhys). A las escritoras anónimas que escriben fan fiction hipersexuado y a veces violenta en la web. Hasta a las médiums espiritistas, que me fascinan. Hay algo del cuerpo y sus cambios intempestivos que es violento y bestial en la primera juventud y que, de alguna manera, no cesa nunca en la vida de las mujeres. Se aquieta, quizá.

Este catálogo de arquetipos de “adolescentes locas” es fascinante. Y sobre todo me encanta tu habilidad para entrar y salir de los géneros, de referentes populares o más sofisticados (de ‘El exorcista’ a Jean Rhys y Silvina Ocampo, por ejemplo). Además de ‘The King’, ¿qué leías, qué pelis se te quedaron ‘adentro’ en tu infancia y en tu adolescencia? ¿Qué lecturas, o más especificamente qué libros detonaron tus ansias de escribir? ¿Recuerdas qué fue lo primero que escribiste, en plan “pecado de juventud”?

Dividamos “chica” en dos. De niña era obsesiva de la mitología y los cuentos populares –especialmente de aparecidos, como suelen ser– y tenía algunos libros fetiche: La historia interminable, de Michael Ende, Mujercitas, El jardín secreto, de Frances Hogdson Burnett, los cuentos de Ray Bradbury y de Cortázar. Después, y hasta ahora, me puse muy pero muy groupie de los poetas románticos, simbolistas y decadentes. En las ediciones de poemas que tenía, siempre había pequeñas biografías y para mí Keats, Shelley, Byron, Rimbaud, Baudelaire, de Nerval eran estrellas de rock. Sigo pensando lo mismo, los amo, son mis novios imaginarios –mi mamá solía leerme Las flores del mal en convalecencias de enfermedades infantiles, me acuerdo–. Un poco más grande ataqué la biblioteca familiar, que no tenía límites impuestos y recuerdo una colección que se llamaba Club Bruguera, que fue mi educación literaria. Los leí por orden, porque estaban numerados. Ahora no me acuerdo pero seguro estaban Capote, Cortázar, Borges –un cuento como La casa de Asterión me cambió la vida, me dio ganas de escribir como pocas cosas–, D.H. Lawrence, José Donoso (de mis favoritos), Poe, García Márquez, Joseph Conrad, Henry Miller, William Burroughs, Pavese, Onetti (otro de mis favoritos), Marsé, Faulkner. Cumbres borrascosas, de Emily Brönte, que es sin duda la novela más importante en mi formación como lectora, Rulfo, Henry James (a quien adoro desde que leí, de muy chica, Otra vuelta de tuerca, otra del canon de las mujeres desequilibradas) y, aunque no estaba en la colección, de la misma época es mi descubrimento asombrado de Sobre héroes y tumbas, una novela que no es muy valorada pero que, para mí, fue fundamental primero porque tiene un texto de terror puro como Informe sobre ciegos, pero además por el recorrido que hace por la ciudad, cómo la “embruja” de alguna manera. Muchos cuentos de Cortázar me produjeron la misma sensación: tiene muchos de terror, como Circe, La puerta condenada o textos de gótico romántico como Final de juego. Hasta mi adolescencia, esas fueron mis lecturas, desordenadas. A lo mejor debería sumar el teatro de García Lorca y Shakespeare: Macbeth y La casa de Bernarda Alba me daban terror.

No soy muy cinéfila. Me gustan mucho muchas películas y cineastas (desde Apocalypse Now! hasta Gus Van Sant o Todd Haynes o la nouvelle vague), pero siempre fue, para mí, más importante la música. En el cine soy muy ingenua, entro fácil en el pacto de verosímil, no tengo grandes experiencias epifánicas. No recuerdo una película que me haya marcado especialmente en la infancia. En la adolescencia fue Mi mundo privado (Mi Idaho privado en España), de Gus Van Sant.

En plan pecado de juventud escribí un poema simbolista espantoso y nunca más escribí poesía. El segundo pecado, Bajar es lo peor, una novela, la publiqué en 1995.

En tus cuentos, aparecen diferentes espacios icónicos de Buenos Aires, como el Riachuelo o los alrededores de la estación de trenes de Constitución. Estos adquieren una presencia ominosa, siniestra, que los realza no como lugares geográficos sino como guaridas donde anidan potenciales leyendas urbanas. ¿Cuáles son tus favoritas?, ¿qué relación ves entre este género ‘exploitation’ y su potencial para la ficción?

Si, el espíritu de los lugares –tengo mi costado de gusto intenso por la psicogeografía–. Incluso ya el Riachuelo no es un lugar ominoso, se está limpiando, las riberas están muy lindas, pero es una idea infantil del lugar, asociado a otras sensaciones, otra época y otro momento del río. Me gustan mucho las leyendas urbanas, son los cuentos de aparecidos de la ciudad y, como tales, tienen todo el potencial literario que tiene cualquier narración oral. No sé si tengo una favorita, en Buenos Aires hay muchas relacionadas con casas malditas: cualquier leyenda de casa embrujada me gusta. También me llaman la atención las creepypastas de Internet: nunca leí ninguna que me diera miedo o me guste, todavía, pero hay ahí un potencial tremendo. Internet es el otro lugar donde vivimos además de la ciudad y creo que las historias orales que circulan por ambos espacios tienen un potencial sugestivo y literario tremendo.

Además de tus libros de ficción, has escrito ‘Alguien camina sobre tu tumba’ (Galerna, 2014), tus hipnóticas crónicas sobre tus visitas a cementerios alrededor del mundo. El tema de nuestra relación con la muerte parece fascinarte más allá de su potencial para la ficción, ¿de dónde viene tu interés?

No me gusta sobreanalizarlo. Creo que tiene un componente estético –los cementerios y ceremoniales de la muerte en general me parecen muy hermosos–, algo de exorcismo al miedo a la muerte, claro, y cómo no, también, el contexto de haber crecido durante la dictadura argentina donde la ausencia de los cuerpos muertos eran el horror; donde el horror era la desaparición del muerto físico y, en consecuencia, de su tumba. Por eso, creo, las tumbas, la presencia del lugar ritual del duelo, me consuelan y me tranquilizan.

¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Partís de imágenes, anécdotas que después van tomando forma? ¿O te sientas a escribir cuando ya tienes la historia más o menos cerrada en tu cabeza?

Es diferente: en cuentos, en general, tengo una historia cerrada que siempre muta porque esa es la naturaleza de la escritura, pero suele estar redondeada, en lo posible. En textos más largos, en novelas, tengo sobre todo a los personajes y sus historias: la trama es más débil y va tomando forma. La forma también va tomando forma. Eso suele suceder en algunos cuentos, también; de todos modos, cuando lo escribo no me divido tanto, sale todo en conjunto. En textos de no ficción, trabajo con mucho material, con mucha investigación, soy un poco obsesiva. Casi nunca trabajo así en la ficción.

Sabemos que estás escribiendo una novela, ¿nos podrías dar pistas de hacia dónde vas?, ¿seguirás en el universo del terror urbano actual?

Lo que puedo contar es que tiene elementos de horror pero no solamente (tiene una parte policial, además, al fin incorporé elementos de ocultismo –otra de mis muchas obsesiones–), que no sólo es urbana, tiene largos tramos en diferentes espacios incluso semirurales (y fuera de Argentina), y que, fundamentalmente, volví a los protagonistas varones, que me encanta escribir y a quienes extrañaba. Ah, y va a ser larga.

Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) es periodista, subeditora del suplemento ‘Radar’ del diario Página/12 y docente. Ha publicado las novelas ‘Bajar es lo peor’ (1995), ‘Cómo desaparecer completamente’ (2004), ‘Chicos que vuelven’ (2010) y ‘Las cosas que perdimos en el fuego’ (2016), las colecciones de cuentos ‘Los peligros de fumar en la cama’ (2009) y ‘Cuando hablábamos con los muertos’ (2013), los relatos de viajes ‘Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios’ (2013) y el perfil ‘La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo’ (2014).

Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980) vive desde 2008 en Barcelona, donde estudió Teoría Literaria en la Universidad Autónoma. Con ‘Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr’ (Siltolá, 2015) consiguió el I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas. Coordina Honolulu Books.

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