Martín Gijón: regreso a la novela negra

Susana Martín Gijón.

Susana Martín Gijón.

Susana Martín Gijón.

El autor regresa a la novela negra de la mano de Susana Martín Gijón y su ‘Vino y pólvora’. Una novela policiaca de prosa eficaz y con un armazón muy bien tramado. 

Cuando era joven leí mucha novela negra, sobre todo a los clásicos de la literatura norteamericana. Algunos de sus autores, como Raymond Chandler, formar parte de mi particular panteón literario y su novela El largo adiós me parece una de las mejores del siglo XX. Quizás por mi tendencia a llevar la contraria, aunque ahora el género goza de una excelente salud, no suelo frecuentarlo, salvo excepciones, como el de mi paisano Eugenio Fuentes, el del fallecido Henning Mankell o el del irlandés John Banville cuando escribe con el seudónimo de Benjamin Black.

Estos días, sin embargo, me alegro de haber regresado a la novela negra de la mano de Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981) y su Vino y pólvora (Anantes), la tercera de una saga que la autora define como el trébol de cuatro hojas, ambientada en Mérida y que tiene como protagonista a la policía de origen africano Annita Kaunda.

A Martín Gijón podríamos emparentarla con los autores de la novela negra mediterránea, los Camillieri, Márkaris, Andreu Martín, Eugenio Fuentes en Extremadura y su detective Cupido, entre otros, con el eco aún cercano de Vázquez Montalbán. La novela negra o policíaca mediterránea se diferencia de la nórdica en la forma de abordar el crimen, en líneas generales es menos violenta y pone más el foco en la psicología de los personajes.

Gracias a una prosa eficaz y un ritmo bien modulado, las casi 400 páginas de Vino y pólvora se devoran. Queremos saber qué ocurre con las tres historias principales que se entrelazan en la novela: la investigación del asesinato de Luis Flores, un bodeguero extremeño; la desaparición de Mihaela, una niña rumana; y la visita de Annika y su familia a Italia, donde habrá un encuentro con la mafia calabresa. Martín Gijón va trenzando con sabiduría estas tres historias y a medida que avanza la novela vamos conociendo un poco más a Annika, la policía negra de la Comisaría de Mérida. De hecho, esta ciudad, como la Barcelona de Montalbán, se convierte en un personaje más de la historia.

En Vino y pólvora, como se le pide a una buena novela policíaca, la trama está bien amarrada. La autora nos la va desvelando poco a poco, sabe crear la tensión necesaria para que sigamos leyendo. ¿Quién será el asesino del magnate extremeño? ¿Qué ha pasado con la niña? Pero estas preguntas tan solo son un anzuelo porque lo que le interesa a Martín Gijón, creo, es otra cosa. Y esa otra cosa es mostrarnos el mundo en el que vivimos. La autora posa su mirada en las zonas de sombra de nuestra sociedad, en las personas más vulnerables, en los inmigrantes, las mujeres maltratadas, los niños, y nos alerta de la corrupción, el poder y el servilismo.

A pesar de la dura realidad que retrata, se trata de una novela optimista, en la que Martín Gijón nos reta a saber más sobre nosotros mismos, sobre el mundo que nos rodea. La solución a la injusticia pasa por afrontar pequeñas causas, como hace Annika en su trabajo como policía, en el que ha tenido que combatir tabúes y prejuicios y en el que no falta un jefe que antepone todo con tal de salvar el culo.

Decía que Mérida es uno de los protagonistas de la novela de Martín Gijón. Y precisamente la capital extremeña es el lugar que eligió el poeta Elías Moro (Madrid, 1959) para vivir y donde ha desarrollado su carrera como escritor. Autor de libros de poemas como Contrabando o Casi humanos, entre otros, Moro tiene una larga trayectoria también como autor de piezas breves, a mitad de camino entre el aforismo, las greguerías, el microrrelato y el poema en prosa. En el último, Morerías (Ediciones Liliputienses) vuelve a demostrar su brillantez en este género difícil, donde es común caer en obviedades o en chistes y ocurrencias más o menos ingeniosas. Al contrario, sí tienen las “morerías” (casi podrían ser ya un subgénero) de Elías la capacidad de aportar hondura a lo aparentemente superficial. Y lo hace con ironía, chispa y humor. Lo mundano, lo cotidiano, adquieren una nueva dimensión: “En la sopa caliente la cuchara encuentra su/sauna preferida”; “El café es una infusión vestida de luto”; “El silencio es música dormida”; “La duda es la termita de la verdad”; “La pereza es una de las formas más cómodas de la rebeldía”; “Los peces, a veces, sueñan con toallas”; “El abrazo es un afecto con paréntesis”. Y no sigo porque han de leer este libro breve, pero de digestión lenta.

Después de probar cada una estas “morerías”, en las que se dan la mano el juego lingüístico y la paradoja, la evocación y la nostalgia, nos quedamos con un buen regusto en el paladar, como si estuviéramos catando un buen vino y necesitáramos tiempo para captar todas sus texturas.

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