Más Sorolla: No hay pincel que contenga tanto sol

Joaquín Sorolla. El bote blanco. 1905. Colección particular.

Joaquín Sorolla. El bote blanco. 1905. Colección particular.

Joaquín Sorolla. El bote blanco. 1905. Colección particular.

‘Sorolla en París’, la exposición en el museo-casa del pintor en Madrid, recorre aquellos años en que el valenciano visitó por primera vez esa ciudad con 23 años. La muestra viene precedida por el éxito. Ha sido vista anteriormente por 350.000 personas en el Kunsthalle de Múnich y en el Museo de los Impresionistas de Giverny, el lugar donde Monet pintó sus Nenúfares.

“No es impresionismo, pero es terriblemente impresionante. Ni Turner ni Monet pintaron nunca unos rayos de sol tan cegadores como los cuadros de Sorolla». El político y escritor francés Henry Rochefort se llenaba de elogios -«No conozco pincel que contenga tanto sol»- ante la obra de Joaquín Sorolla (1863 -1923), el artista valenciano que a principios del siglo XX había conquistado París con todos los honores. Sorolla acababa de descubrir la ciudad avanzadilla de la modernidad, o como decía su amigo el pintor Aureliano Beruete, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, “abrió sus ojos al movimiento iniciado entonces en la pintura moderna”.

Deslumbrado por París, Sorolla visitó talleres, galerías y conoció la obra de dos pintores naturalistas, Jules Bastien-Lepage y Adolph Menzel, con los que se sintió plenamente identificado. Eso era él, decía, un naturalista: “Brotó el chispazo de la pintura que llevaba dentro. Había visto mucho de Lepage y su modo de hacer era algo mío”. Desde entonces, el pintor se dedica a producir óleos con la ambición de los premios. Presenta sus obras en las Exposiciones del Bellas Artes de Madrid, en Chicago, Suecia, Noruega y, cómo no, en París. Es impresionante contemplar hoy su cuadro gigantesco Cosiendo la vela (1896). Una obra de “ese natural hermoso” con la luz filtrada a través del emparrado del patio, formas unidas por el color que, hasta el fin de sus días, Sorolla defiende como la única razón de ser de su pintura. Minuciosidad y transparencia que recrea en Los pimientos (1903), de la Hispanic Society de Nueva York, en un realismo tan parecido al de Manet.

Joaquín Sorolla. Clotilde y Elena en las rocas. Jávea. 1905. Colección particular.

Joaquín Sorolla. Clotilde y Elena en las rocas. Jávea. 1905. Colección particular.

Joaquín Sorolla. Desnudo de mujer..1902. Colección particular.

Joaquín Sorolla. Desnudo de mujer. 1902. Colección particular.

Por la correspondencia de Sorolla, un compulsivo escritor de cartas, conocemos sus afanes, la acogida de sus obras. Buscaba el reconocimiento internacional y lo logró con ¡Triste herencia!, que obtuvo en 1900 el Grand Prix en la Exposición Universal de París. Ese cuadro de gran formato de Sorolla, a quien el pintor Boldini llamó «el diablo español», acabó por fijar el éxito absoluto del pintor en Francia. Pero los niños enfermos y tullidos del asilo de San Juan de Dios que se bañaban bajo la vigilancia del fraile no eran ni mucho menos los pequeños llenos de vida que acostumbraba a dibujar el pintor valenciano. Sorolla escribe a Clotilde, su mujer: «Aquí el cuadro que produce más entusiasmo es ¡Triste herencia!, es el amo según me cuentan, pero a mí el que más me gusta es Comiendo en la barca…».

Sorolla, muy cerca, por edad, de la generación que revolucionó el arte contemporáneo, la de Van Gogh, Gauguin, Seurat y Cézanne, nunca se alineó con ellos. Joaquín Sorolla, «un pintor, pintor», fue un artista arraigado en su contexto valenciano, mediterráneo y español. Ni impresionista ni naturalista. Realista. Tomás Llorens recordaba a menudo cómo todavía hoy «muchos españoles se sorprenden cuando se les dice que entre 1900 y 1910 Sorolla gozaba de mayor reconocimiento internacional que Picasso». Tuvo una inmensa popularidad en su época y entró en declive cuando el siglo XX cambió de rumbo tras las dos guerras mundiales. Logró una pintura moderna a partir de la tradición. Reconcilió lo antiguo con lo nuevo, exploró al máximo la pintura de la luz y el color manteniéndose lejos de cualquiera de los ismos que surgieron en el siglo pasado.

La influencia de Velázquez es también decisiva en la pintura de Sorolla. En su casa-museo se observa en el estudio una gran fotografia gastada por el tiempo que reproduce el Inocencio X, su inspiración para el retrato de Aureliano de Beruete, del Museo del Prado, o su Desnudo de mujer (1902), una Venus del espejo, imagen de su amor por Clotide. La luz y la composición dominan su pintura, y desde principios de 1890 ya empieza a destacar como retratista, algo que parece sorprender al propio pintor: «¡Yo, pintor de retratos!». Realizó más de 400 y los grandes personajes de la vida cultural, social y política posaron para él: Unamuno, Ortega, Juan Ramón Jiménez, Baroja, Azorín, Blasco Ibáñez, Marañón, Ramón y Cajal, Alfonso XIII…

En 1908, Sorolla expone en Londres. Le presentan como «el más grande de los pintores vivos». Todos le agasajan. «Anoche», escribe a Clotilde, «estuve en la Royal Academy; fue un banquete magnífico y estuve atendido con gran esmero, presidió el príncipe de Gales, hablé con él y estuvo muy cariñoso». Fue en Londres donde conoció al millonario norteamericano, el hispanista Archer Milton Huntington, quien le propone llevar su obra a la Hispanic Society of America, de Nueva York, una institución creada por el magnate para la difusión de la literatura y el arte español. Otro millonario, Thomas Fortune Ryan, le encarga pintar su retrato y el de su amante, que el pintor tituló con cierta sorna Retrato de la amiga de Mr. Ryan (1913). En Washington pintó el retrato del entonces presidente de Estados Unidos, William Howard Taft, y de su esposa. En febrero de 1909 se inaugura en Nueva York su exposición Joaquín Sorolla at The Hispanic Society of America. Presentó 356 obras, ante las que desfilaron 170.000 visitantes.

El indiscutible Sorolla es el del mar. Los reflejos del agua, las manchas de color. Su estancia en Jávea -“sublime, intensa, lo mejor que conozco para pintar mar y montaña ¡pero qué mar!”– le inspira algunas de sus mejores obras. El color cristalino de las aguas gracias a las rocas del fondo saca lo mejor de sus pinceles. Ha investigado los matices de la luz, los trazos a grandes manchas que en ocasiones como en El bote blanco (1905) son casi puntillistas. Ha pintado almiares a la manera de Monet y se identifica con el francés: “Monet dijo que la pintura en general no tenía suficiente luz. Estoy de acuerdo con él. Los pintores nunca podemos plasmar la luz del sol como realmente es. Tan solo puedo acercarme a la realidad”. Dos cuadros de esa época, del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, La hora del baño. Niña en la playa (1904) y Verano (2904), demostraron la vitalidad de un pintor que traslada al mismo escenario años después los niños de su ¡Triste herencia!

Joaquín Sorolla. Una investigación. 1897. Museo Sorolla.

Joaquín Sorolla. Una investigación. 1897. Museo Sorolla.

Joaquín Sorolla. Los pimientos. 1903. Hispanic Society of America.

Joaquín Sorolla. Los pimientos. 1903. Hispanic Society of America.

Pinta a su familia con mimo y delicadeza. La más bella maternidad, una obra maestra, se exhibe en su museo. Madre (1895-1900), con Clotilde y su hija Elena, es una sinfonía de blancos que inundan el lienzo. Clotilde siempre está en su obra. En los autrorretratos en los que plasma la dedicatoria “A Clotilde de su Sorolla”; en los retratos que hace de su mujer de cuerpo entero: Clotilde con traje gris (1900), o el soberbio Clotilde con traje negro (1906), tan cercano al retrato de Madame X de su amigo John Singer Sargent.

Pasan los años. Mientras, en París, los artistas discutían sobre las vanguardias, experimentaban con el cubismo y el fauvismo. Las vanguardias tomaban posiciones y el ruido de sables de la Primera Guerra Mundial se escuchaba cada vez con mayor estruendo. Sorolla trabaja sin descanso para cumplir su acuerdo con Huntington de decorar con los murales de Visión de España la Hispanic Society de Nueva York. El pintor se deja las pestañas en este encargo (desde 1912 hasta 1919) por el que, paradójicamente, no pasará a la historia de la pintura. Por entonces empiezan a manifestarse los primeros signos de su enfermedad que acabará con su vida en 1923, mientras descansaba en Cercedilla, cerca de Madrid, en la casa de su hija María. Valencia le despide como a un general y el mundo lo hace de su pintura.

‘Sorolla en París’. En el Museo Sorolla hasta el 19 de marzo de 2017. Paseo del General Martínez Campos, 37. 

Joaquín Sorolla. Verano. 1904. Museo de Bellas Artes de La Habana.

Joaquín Sorolla. Verano. 1904. Museo de Bellas Artes de La Habana.

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Joaquín Sorolla. Elena entre rosas. 1907. La Habana Museo Nacional de Cuba.

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Joaquín Sorolla. Antonio García en su laboratorio. Hispanic Society of America.

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