Matar rejuvenece: Erich Priebke o la longevidad de los nazis prófugos

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El autor sigue los pasos de uno de los últimos nazis muertos de viejos tras haber confesado sus crímenes. En este caso el de Erich Priebke (en la foto) que falleció en Italia a los 100 años y que confesó ser el máximo responsable de la selección y muerte de 350 personas.

A Gregorio Adames

Todos, al menos los más afortunados, nos convertiremos en ancianos adorables. Los abuelos, casi por definición, son incapaces de hacer nada malo. Incluso los pedos se les caen por incontinencia, no por obscenidad. La Tercera Edad parecería incompatible con el epicentro de la maldad del siglo XX que fue el Tercer Reich. Sin embargo, si nos fijamos en las edades con las que murieron algunos nazis prominentes como el escritor Ernst Jünger (102), el Doctor Heim (refugiado en Egipto, y del que ni se sabe con certeza que esté muerto) o el kriminaldirektor de la Gestapo Hans Hoffmann (cónsul de la RFA en Málaga, muerto pasados los 90, y director del colegio alemán de Marbella, que lleva su nombre), la maldad tiene efectos antioxidantes. ¿Cuánto habría vivido Adolf Eichman si el Mossad no le hubiera encontrado? ¿Murió realmente Josef Mengele de un infarto mientras nadaba en una playa brasileña ya pasados los setenta? ¿Y Klaus Barbie de muerte natural a los 88?

No hay duda de que los servicios secretos exteriores de Israel han hecho que esta estadística sea un poco menos impresionante, aunque no deja de llamar la atención. ¿Y Hitler? Bueno, Hitler. Muchos sostienen, tal vez alocadamente, que escapó a la Patagonia a través de España con ayuda del Vaticano, y que hizo negocios inmobiliarios en Mar del Plata (Argentina), tras unos años de clandestinidad cerca de Bariloche, en la inaccesible estancia San Ramón.

Así me lo contó el periodista Abel Basti, a quien visité con cierta frecuencia durante los cerca de dos años que viví en la ciudad patagónica que fue lugar de acogida preferente para los nazis que escapaban de una Europa tomada por los Aliados: Bariloche. Y no fue un hecho casual. El propio Basti documentó cómo en los años veinte, en pleno ascenso aún silencioso del nazismo, Hitler despachó al que posteriormente sería jefe de los servicios secretos del Ejército, el almirante Wilhem Canaris, a la región, en busca de un lugar parecido a los Alpes para que, en caso de perder la guerra que tenía pensado desatar varios lustros después, pudieran sentirse como en casa y salvo. Por cosas como esta, el nazismo, y la II Guerra Mundial en general, nunca se agotarán como tema.

Yo vivía junto al barrio Belgrano, el de los alemanes, y comencé a visitar los lugares y residencias que señalaba la guía de Basti, Bariloche nazi (autoedición del autor, que puede comprarse en su web personal, donde se ofrece más información y documentos sobre sus teorías). Entre ellos, la propia hacienda San Ramón, o las residencias personales y temporales de los mencionados Eichmann o Mengele. Todos ellos famosos, sobre todo, por su espectacular secuestro en Argentina y juicio (con las famosas crónicas, Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt para el New Yorker) en Israel el primero, y por la narración de las atrocidades del segundo con sus experimentos en los campos de exterminio.

Quedé interesado, no obstante, por el nazi respetado, el buen alemán de la ciudad, el que creía haber burlado a los ochenta y pocos el destino de algunos de sus correligionarios: Erick Priebke, de cuya muerte y polémico funeral en Italia, a los 100 años, acaban de dar cuenta diversos medios. Hasta 1995, pasaba en la pequeña ciudad por un honorable representante de la comunidad germana, presidente del colegio alemán, el amigable anciano adorable que, en las fiestas de graduación pronunciaba con duro acento el memorable discurso de felicitación a los alumnos. ¿Qué pasó ese año para que la ciudad que lo acogía desde finales de la década de 1940 quedara conmocionada y el interesado fuera deportado a Italia acusado de crímenes de guerra?

Creyéndose a salvo, el ex oficial de las SS había confesado en un documental y ante unos periodistas de la ABC su participación en uno de los hechos más escabrosos de la ocupación alemana de Italia. En 1944, tras un atentado de los partisanos en el que murieron 33 soldados alemanes, Hitler ordenó el asesinato de diez italianos por cada uno de los suyos. Priebke fue uno de los máximos responsables en la selección y ejecución de 350 personas en unas cuevas a las afuera de la ciudad, en las fosas Ardeatinas. “Cumplía órdenes en plena guerra”. La misma explicación de Eichamann durante su juicio en Jerusalén, y, dada su rutinaria vida de ciudadano honorable en Bariloche, caben pocas alegaciones a su tesis de la burocracia criminal inconsciente, esa “banalidad del mal” que tanta polémica trajo tras la publicación de los mencionados reportajes de Arendt. Mariano Mansilla, un veterano corredor de seguros de la ciudad con el que solía almorzar de vez en cuando, me enseñó algunas cartas que se había intercambiado con Priebke, hasta entonces amigo suyo, tras el arresto domiciliario de éste después de la petición de extradición de Italia. Insistía en sus razones: “Sólo cumplía órdenes”.

Lo cierto es que hay mucho de hipocresía en estas denuncias tan tardías. Tanto Perón como Franco (y Harry Truman) conocían de qué eran responsables directos o indirectos esa “materia gris” por la que se dieron codazos. Herbert Von Braun en Estados Unidos, Hans Hoffmann o Léon Degrelle en España o Ronald Richter (a cargo de un delirante proyecto nuclear en la propia Bariloche que dejó en ridículo a Perón) y Priebke en Argentina, fueron más que bienvenidos: protegidos. No sólo la Patagonia se parecía a los Alpes, como había atestiguado Canaris años antes, sino que sus dirigentes también se parecían a los suyos. Basten recordar la ambigüedad del régimen de Franco respecto a la entrada en la II Guerra Mundial (que, como hemos sabido recientemente, sólo los sobornos ingleses impidieron) o el hecho de que Argentina declarara la guerra al III Reich en ¡marzo de 1945!

La trayectoria de Priebke desde el final de la II Guerra Mundial hasta su llegada a Argentina es, como la de casi todos los nazis prófugos, confusa. Aunque hay varias verdades que se dieron en muchos de ellos, y también en este caso: el Vaticano ayudó, primero dándole un trabajo en el Tirol como contable de algunas parroquias, y luego facilitando su salida hacia Argentina desde el puerto de Génova con documentación falsa, a él y a su familia, en 1948. La ocupación norteamericana en Europa se consolidaba y el conocimiento público del Holocausto hacía insostenible la situación de los altos mandos responsables, de una forma u otra, de todo aquello. Era tiempo de escapar a lugares más remotos.

Bariloche apenas tenía entonces diez mil habitantes. Situada junto al lago Nahuel-Huapi, su paisaje, sin duda, debió de recordar a Priebke a su país natal. Rodeado de montañas y riscos nevados, a casi 2000 kilómetros de Buenos Aires, parecía un buen lugar para pasar desapercibido, o al menos, para no ser reconocido como un criminal nazi. La ciudad contaba, además, con la ventaja de contar con una extensa comunidad alemana desde el siglo XIX, gentes que que habían emigrado a una región que se encontraba hace dos siglos en un punto estratégico para el comercio mundial, cerca de la ruta que los barcos mercantes debían recorrer tras pasar el cabo de Hornos, antes de la construcción del Canal de Panamá.

Primero consiguió un trabajo de jefe de camareros en uno de los principales y céntricos hoteles de Bariloche. Sus empleados lo recuerdan en este documental como severo y organizado, cumplidor y con buenos modales. Si hubieran dicho que además escuchaba a Wagner, habría sido un arquetipo perfecto.

Pronto emprendió por su cuenta y regentó durante años un colmado en la calle que comunica el centro de Bariloche con el barrio alemán, calle que yo crucé a diario entre 2005 y 2007. Cuando conocí su historia, siempre pasaba por el que fuera su local con interés, mirando con detenimiento, como si pudiera encontrar entre aquellos remozados escaparates alguna respuesta. Allí cortó quesos y vendió panes, era amable con sus conciudadanos, mostraba su preocupación por la ciudad, hasta el punto de que su prestigio social lo encumbró a la presidencia del colegio alemán, llamado con el nombre del pionero italiano Primo Capraro, colegio, por cierto, al que pensaba llevar a mi hija, nacida en 2007, si seguía en la ciudad.

Priebke fue reclamado por Alemania e Italia, aunque fue a este último país al que finalmente Argentina concedería la extradición, por ser evidentes e incontestables las pruebas de su participación directa en un crimen de guerra como el de las fosas Ardeatinas. Allí fue condenado a cadena perpetua, pero gracias a su edad consiguió permanecer en arresto domiciliario hasta su muerte, el pasado día 10 de octubre, a los 100 años. Si en sus delirantes excursiones al Himalaya, Himmler y su Gestapo no consiguieron pruebas de elixires que proporcionaban la vida eterna, la longevidad de muchos nazis destapa una posibilidad asombrosa y lúgubre: que matar rejuvenece.

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Comentarios

  • Keyserlingk

    Por Keyserlingk, el 23 octubre 2013

    Apasionante artículo. Sólo me gustaría romper una lanza en defensa del pobre Jünger, que es un buen ejemplo de longevidad, pero no de nazismo convencido. Supongo que le perjudica el escaso encaje que tiene hoy en día su pensamiento, una mezcla de conservadurismo, ecologismo decimonónico y amor a la patria. Estas inclinaciones resultaban atractivas para los nazis, que manipularon y utilizaron sus escritos como lo hicieran con la música de Wagner o las ideas de Nietzsche. Pero, al contrario de los otros dos, Jünger podía quejarse y así lo hizo, prohibiendo a los nazis que publicasen nada suyo y rechazando ocupar cargos en el régimen.
    Posiblemente, bajo un enfoque corto de miras y estrictamente ideológico, Jünger podría haber sido tomado por un nazi ejemplar si no fuese por su radical rechazo al racismo proclamado por ese movimiento. Este rechazo le colocó en una posición crítica con el régimen hasta el estallido de la guerra, cuando fue movilizado a la francia ocupada, donde llevó una vida más de bohemio que de militar y frecuentó los círculos que conspiraban contra Hitler dentro del ejército alemán.
    Sobre todo esto se ha escrito mucho. Por ejemplo, un análisis interesante de sus diarios:

    http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1944&pag=1&size=n

  • Manuel

    Por Manuel, el 23 octubre 2013

    No coincido con la tesis fundamental del artículo: la especial longevidad de los criminales nazis. Este colectivo es muy grande (hablo de los supervivientes a la guerra) y muchos de ellos disfrutaron de una buena posición económica -que es bien sabido que ayuda a mantenerse más años en este mundo-. De ellos nos llega el nombre de un puñado de longevos y de otros muchos muertos. No podemos aumentar la cifra con especulaciones (¿cuánto hubiera vivido si…? o ¿seguirá vivo a pesar de que los datos indican lo contrario?) ni colocar a alemanes que murieron longevos pero no pueden ser considerados nazis (como el caso de Ernst Jünger: http://es.wikipedia.org/wiki/Ernst_J%C3%BCnger). Por lo demás interesante historia.

  • Jesus Casquete

    Por Jesus Casquete, el 23 octubre 2013

    Rico artículo con informaciones de primera mano, enhorabuena! Sin embargo, la masacre coprotagonizada por Erich (que así se escribe su nombre) Priebke no ocasionó 350 muertos, sino 335. Cinco de más, tal y como se lamentaba Priebke en una entrevista publicada por el Süddeutsche Zeitung justo una semana antes de su fallecimiento. Esto lo explico en un artículo que hoy mismo aparece en este mismo periódico, en la sección de Euskadi (http://www.eldiario.es/norte/vientodelnorte/destino-ceniciento-nazi-Priebke_6_188691148.html).
    Por lo demás, tampoco considero contrastado que Ernst Jünger fuese un nazi. Fue un conservador romántico, antiilustrado, antiindividualista, glorificador de la «camaradería de trincheras», entre otras cosas. Los nazis le leyeron con fruición, en particular su libro Tempestades de acero; intercambió alguna carta con Hitler y no cabe duda de que influyó mucho en ellos. Pero de ahí a decir que era un nazi puede haber un abismo. Y en ese abismo hay no poco desprecio de Jünger hacia los nazis.

  • Antonio García Maldonado

    Por Antonio García Maldonado, el 23 octubre 2013

    Gracias a todos por vuestros comentarios sobre mi artículo. Coincido totalmente con que Jünger no debe estar sin matices en el mismo saco. Al fin y al cabo, odiaba a Hitler, como deja ver en sus diarios de la guerra, Radiaciones. Allí lo llama Kniébolo y lo critica sin matices. Pero era un soldado de la Whermacht, y por tanto, del nazismo, porque Estado y partido se fundieron en uno, pese a que el Ejército siempre miró con desconfianza de los apparatchks nazis, pero por eso Hitler acaba con las SA de Röhm. Aún así, acepto que Jünger no es Eichman o Mengele. Pero, ¿no era o fue nazi? No lo tengo claro.

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