‘Las Furias’ brutalmente negativas de Miguel del Arco

El director y dramaturgo Miguel del Arco. Foto: Vanessa Rabade.

El director y dramaturgo Miguel del Arco estrena ‘Las Furias’, su primera película. Foto: Vanessa Rabade.

Dos meses después de reabrir el Teatro Pavón y de lograr prestigio y éxito en teatro, el ‘kamikaze’ Miguel del Arco estrena su primera película, ‘Las Furias’, una tragicomedia sobre una familia que tendrá que recordar cómo se puede ser feliz utilizando la palabra. ‘El Asombrario’ ha hablado con él de furias, familias, ministros y el IVA. «Aunque tengas la tienda hecha una mierda, el escaparate tiene que ser muy bonito. Eso ha sido para los políticos españoles la cultura». Y quizá con esa familia esté también reflejando un país en el que cuesta mucho pactar, donde se grita mucho pero se dice poco.

La diosa Gea estaba harta de Urano, su esposo, y por eso le dio a Cronos, hijo de ambos, una hoz para que castrara a su padre. Las gotas de sangre de Cronos cayeron a la tierra y así nacieron las Furias, unas criaturas con cabeza de perro, alas de murciélago y serpientes en lugar de pelo que se dedican –aún hoy– a perseguir a aquellos que dañan a sus propias familias. Como en nuestra sociedad ya nadie es politeísta pero las familias siguen igual que hace milenios –rodeados por las Furias–, Miguel del Arco ha vuelto a recordarnos que los clásicos no mueren, entre otras cosas, porque algunos dramaturgos se encargan de darles la vuelta como a un jersey reversible.

Es un año intenso para él: en septiembre reabrió el teatro Pavón bajo el nombre de Pavón Teatro Kamikaze, con el objetivo de “tener un espacio abierto y flexible, que los espectadores se puedan quedar para hablar unos con otros sobre teatro, sobre cultura o sobre los temas que ha levantado la función”. Tamaña empresa no ha debido ser suficiente porque también se pasa al cine y estrena como director hoy viernes 11 de noviembre Las Furias, su primera película. Por delante, una ficha artística verdaderamente impecable: Emma Suárez, Mercedes Sampietro, Gonzalo de Castro, Bárbara Lennie… Detrás, su director, tan suicida como siempre.

Comencemos por la primera escena de la película: una niña pequeña le pregunta a su abuelo, encarnado por el poderoso José Sacristán, si las furias existen. Él responde que sí. ¿Qué responde el creador de estas furias contemporáneas?

¿Existen las ‘furias’?

Sí, no como elemento real, pero creo en esas energías brutalmente negativas que hacen que alguien pierda la razón y actúe en contra de los demás. También, y fundamentalmente, en contra de uno mismo.

La película trata el tema de la familia. Todos tenemos una, ¿cuánto valor te ha hecho falta para abordarlo?

Valor ninguno, ha sido luego, a posteriori, cuando he tenido la necesidad de sentar a mi padre y a mi madre y decirles “esto que cuento no tiene nada que ver con vosotros, no es biográfico”. Un dramaturgo, y en este caso un guionista, tiene que ser capaz de no tener una familia terrorífica para poder hablar sobre eso. Al igual que no hace falta asesinar a nadie para contar la historia de un asesino. La familia son ese conjunto de pulsiones que tiene mucha gente por separado y que friccionan de alguna manera porque todos queremos ser protagonistas de nuestra vida y la familia es algo corporativo, que se forma en conjunto. No me ha hecho falta valor ninguno. Meterte en el rodaje de una película sí es de tener valor, por la resistencia que exige, pero para hablar de ello he disfrutado mucho de los personajes, de la escritura y del guión.

“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. ¿En qué manera es feliz o infeliz la familia protagonista de ‘Las Furias’, los Ponte Alegre?

Todas las familias son felices e infelices al mismo tiempo y todas tienen puntos en los que se encuentran. Los Ponte Alegre tienen una cierta disfunción para encontrarse porque tienen una gran inteligencia, pero muy corta inteligencia emocional en muchos casos. En la película aprenden a ser felices juntos. Aprenden o recuerdan, yo creo que es una cuestión más de recuerdo, porque han sido felices, se quieren mucho, pero de repente se les olvida la manera de hacerlo. Utilizan la palabra porque tienen un verbo fácil, fluido, son personajes muy inteligentes y tienen una buena educación, tienen un background que es importante. Sin embargo, utilizan la palabra casi como arma arrojadiza, como arma de destrucción masiva, lanzándola, pero no para que la gente pueda dialogar. Llega un momento en el que el silencio se produce y ellos aprenden a escuchar. Consiguen así esa empatía y recuerdan cómo utilizar las palabras, no para atacar, sino para decir lo que están pensando o lo que sienten. Esa locuacidad forma parte del ruido que tienen que deshacer para decir algo que realmente les gustaría.

Al final puede más el amor…

Aunque sea por un momento. No sabemos qué va a suceder después y dejamos abierta la puerta a que el amor les salvará. Yo intento pensar que eso es así.

¿En qué momento fuiste consciente de la necesidad de incluir humor?

Esa mezcla de tragedia y humor siempre está en mí, porque creo que está en la vida. Cuando uno se tropieza y se cae el otro se ríe y el que se ha caído se da una hostia del tres. Esa imagen siempre funciona porque permite desahogar, crear válvulas de escape. No es que diga “tengo que desahogar porque esto me ha salido muy trágico”, me sale solo. Hay gente a la que esta mezcla le parece un poco peligrosa, pero es territorio de la vida. La vida es que tú estás enterrando a una persona y te encuentras con una banda de borrachos que viene de celebrar una despedida de soltero. Eso es lo que hay.

¿Qué puede aportar esta película al teatro que haces?

Son vasos comunicantes. La película me ha aportado una gran alegría en la escritura, el proceso ha sido muy placentero, me ha gustado mucho. Después de un rodaje me ha parecido que los ensayos de teatro no son tan intensos: que son un paseo. Al rodaje le dedicas muchas horas y en teatro yo tengo la posibilidad de llegar al día siguiente para solucionar lo que no me ha terminado de gustar, mientras que en el cine lo que seas capaz de rodar en el día es lo que te comes el resto de tu vida. He aprendido a bregar con mi frustración, a renunciar a cosas, a decir: “Hasta aquí he llegado, tenía muy interiorizada esta historia con 18 planos y sólo he podido hacer 4 y tengo que contar sólo con eso”. Esa rapidez mental me viene bien para todo.

El personaje de José Sacristán está enfermo de Alzheimer, pero recuerda versos de obras que ha interpretado. ¿Cuáles recordarías tú, en el caso de perder la memoria?

Seguro que habría también mucha mezcla de tragedia con comedia. Habría mucho Shakespeare. En Hamlet cuenta el suicidio de Ofelia al final del cuarto acto y abre el quinto con dos enterradores haciendo chistes sobre la muerte. Eso me parece que es absolutamente vital. Harold Bloom tituló su libro sobre Shakespeare La invención de lo humano y me parece que nadie ha entrado tan formidablemente sobre la condición del ser humano como él. Sí creo que recordaría versos de Shakespeare; de todas formas, tengo muy mala memoria.

La película tiene elementos tremendamente trágicos, tremendamente griegos…, pero también pasiones tremendamente españolas.

El otro día un miembro del jurado internacional de la Seminci me dijo que después de ver Las Furias había entendido mucho mejor lo que pasaba en España. Me quedé shockeado porque el funcionamiento de una familia siempre se puede extrapolar a lo que es el funcionamiento de una empresa, de un país… y él lo explicaba diciendo que había visto reflejado un país en el que cuesta mucho pactar, donde se grita mucho pero se dice tan poco, donde se retuerce mucho el lenguaje… En España hemos hecho cosas muy trágicas en el pasado. Me parece no sé si trágico, pero sí triste el tener una clase política que no es capaz de conectar para ponerse de acuerdo en cosas básicas como una ley de educación, algo que también ocurre con la cultura, con ese desprecio tan profundo y visceral que hay. Ese desprecio, ese desinterés viene porque es algo que no da réditos a corto plazo y la política ahora se centra en conseguir cosas a muy corto plazo que actúen como escaparates. Aunque tengas la tienda hecha una mierda, el escaparate tiene que ser muy bonito. Eso ha sido para ellos la cultura. Esto, cuando había dinero, se traducía siempre en grandes estructuras carentes de contenido. Es la idea de los políticos sobre la cultura: construir un enorme teatro aunque no sepa que voy a hacer en él y que luego no se tenga dinero ni para pagar la calefacción.

Ahora que hay un nuevo Gobierno, ¿quién sería para ti un buen Ministro de Cultura?

Yo estaba muy ilusionado con Ángel Gabilondo, un hombre que estuvo a punto de conseguir un consenso en educación y no pudo porque a determinados actores políticos no les interesaba que el PSOE se apuntara ese tanto. Me parece que era un tipo con una gran capacidad de diálogo y con un gran interés. El de ahora…, pues ha sido la cara amable después del…, no sé ni cómo llamarlo, del desastre de Wert, pero claro, ser la cara amable después de Wert es facilísimo. A ver qué tiene que decir Méndez de Vigo sobre el IVA, por ejemplo. Eso es un asunto completamente urgente, eso sí que es una tragedia. Por ejemplo, con este proyecto del Pavón Teatro Kamikaze, si no bajan el IVA no aguantamos un año más.

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