Nathalie Poza, la actriz que es Babel y es Madrid

La actriz Nathalie Poza en la película 'No sé decir adiós'

La actriz Nathalie Poza en la película ‘No sé decir adiós’

La actriz Nathalie Poza en la película 'No sé decir adiós'

La actriz Nathalie Poza en la película ‘No sé decir adiós’

La escritora se mira hoy en su sección mensual ‘Espejos y espejismos’ en la actriz. Sonia Fides frente a Nathalie Poza, una de las actrices más completas y creíbles en teatro, cine y televisión en nuestro país. “Es inmensa desde lo mínimo, uno de esos árboles que le sigue el juego al viento sea cual sea su fiereza o su quietud. No es fácil vivir tantas vidas sin importar el límite que impliquen sobrepasar; sin embargo, Nathalie Poza hace de la palabra infinito un inesperado sinónimo de la palabra posible”.

No es fácil encontrar los subtítulos para definir a una marioneta que paradójicamente no se deja manejar. Han de ser otros quienes nombren lo específico, el estigma que la diferencia. Tenía que ser Anne Carson la ventrílocua que moviera mi boca para empezar a hablar de Nathalie Poza, tan inconcreta como tangible, tan inabarcable como cercana. Tan ecléctica como exacta. En ella todo conforma una contradicción que se extiende como un eficaz sudario sobre la memoria. Su voz es un alfiler que siempre encuentra la carne, que se olvida de los huesos, que le corta el paso a esa niña mimada que es la sangre.

Es inmensa desde lo mínimo, uno de esos árboles que le sigue el juego al viento sea cual sea su fiereza o su quietud, la faquir que no le teme a los excesos.

No es fácil vivir tantas vidas sin importar el límite que impliquen sobrepasar; sin embargo, Nathalie Poza hace de la palabra infinito un inesperado sinónimo de la palabra posible.

Las estaciones aún no se han definido, parece que detestan ser nombradas, quizás por eso deba mirarme en un espejo sin imagen fija. En un espejo de entrañas sin azogue y sin pronósticos. Un espejo sin final, una casa en la que habitan los demonios y los héroes. Un espejo en el que saber perder es un oficio incómodo, pero fructífero. Está claro que Nathalie Poza sabe perder cuando es otra y que su derrota es una victoria para quien mira. No hay dolor más exacto que el que no sale de la boca ni silencio tan demoledor como el que no se espera. Callar es un arte, la foto que nuestra muerte le entregará a Dios. Y en eso Poza es una experta, y lo es aunque Dios no la nombre todavía.

Nathalie Poza es el verso que busca entre su casi pelo blanco Patti Smith, porque la verdad más hermosa es la que nuestros ídolos imaginan sin llegar a aprehender nunca. También el último movimiento que hubiese deseado vislumbrar Sam Shepard antes de que el demonio le privara de dormir mil sueños en todos los moteles del mundo. Es áspera como el inicio de un fruto y dulce como la semilla que calmará el hambre de la tierra. Es la verdad que ordena la oscuridad. La coleccionista de las miserias que otros inventan para salvar el mundo. El párrafo que mejor explica lo que nos hace seres humanos. Es la copa que choca contra la vida sin que suene estridente. Pero es además el ruido voraz que nos expulsa de la rutina. La oración que acabaría con la quietud de Jesucristo. Nathalie Poza hubiese sido sin duda el sueño Chabrol, porque no hay extremo que no desee acercar hasta su cuerpo, porque sabe que la carne no sirve para nada si no se destroza frotándola sobre las certezas que la vida no está dispuesta a revelar. Porque ha masticado el corazón de todas las mujeres del mundo.

Es la canción que hubiese salvado a Nick Drake, el epitafio que imaginó Lou Reed antes de dejar de ser ese pequeño monstruo de feria al que todos llamamos padre mientras nos hacíamos mujeres y hombres. Es la Electra que amasó Marianne Faithfull. Es Babel y Madrid. Nueva York y la escalera de incendios del Hotel Chelsea. El cuadro que Pollock se dejó entre los dedos.

Como decía antes, cuando empecé a hablar de Nathalie, las estaciones no quieren definirse, y ya hace falta echarse por los hombros un jersey de lana. Mientras lo hacemos, un padre estará a punto de morir en la habitación de un hospital y una hija caminará a través de la noche. Sus pasos serán lentos porque el abismo escupe contra algunas mujeres como si ese gesto de mala educación las hiciese indestructibles. Y Dios la nombrará su hija predilecta y tocará su pelo porque los milagros son, a diferencia de lo que cuenta la Iglesia, pequeños gestos. Y la llamará Carla cuando todos escuchen, pero al cerrar sus ojos pronunciará su verdadero nombre. Y le ofrecerá todas las mentiras del mundo para que las transforme. Y bendecirá a su madre. Y encenderá la luz al final del pasillo como si fuese el progenitor que nunca le fallará a su prole.

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