Opiniones sobre la felicidad, de Cheever y Camus a Pedro Ugarte

El escritor John Cheever.

El escritor John Cheever.

El escritor John Cheever.

De las preguntas clásicas que nos hacemos los humanos, las que nutren la filosofía y la literatura, quizás una de las más repetidas y constantes tenga que ver con la felicidad, con su significado y sus posibilidades. El filósofo y matemático británico Bertrand Russell, en los años treinta, se preguntaba si aún era posible ser feliz. Poco tiempo después, otro de mis autores de cabecera, Albert Camus (su novela El primer hombre es para mí como una Biblia), escribía: “Los hombres mueren y no son felices”. Tal vez Camus lleve razón, aunque eso no quita para que sigamos buscándola. Algo de eso es lo que hacen los personajes de ‘Nuestra historia’ (Páginas de Espuma), el nuevo volumen de relatos del escritor bilbaíno Pedro Ugarte.

Presentamos el otro día en la Librería Alberti, en Madrid, como el primer round en torno a un ciclo sobre el cuento que ha organizado la editorial Páginas de Espuma en colaboración con la Alberti. Y allí comenté que, como la literatura lleva siempre a la literatura, en realidad a la vida, lo primero que pensé después de leer Nuestra historia fue en otro libro de relatos, Hombres felices, publicado también en Páginas de Espuma antes del verano. En una entrevista que le hice a su autor, Felipe Navarro, para esta Área de Descanso, me habló de cómo los personajes de su libro indagan en la conquista de la felicidad, inmersos en los avatares de la vida diaria. “Uno a estas alturas sí puede concluir que las tareas cotidianas, banales, exigen esfuerzos heroicos. Decidir acometerlos es colocarse en camino a una nueva posibilidad de felicidad”, aseguró.

Aunque el abordaje narrativo y el estilo son diferentes – “el arte de la fuga”, la digresión, en el caso de Navarro, la contención y la construcción de la escena en el caso de Ugarte– en ambos libros, Hombres felices y Nuestra historia, nos encontramos ante lo que llamaría una “metafísica de lo cotidiano”. Como ocurre con los relatos de Hombres felices, en Nuestra historia se plantea una suerte de heroísmo de lo cotidiano. El héroe no es Ulises regresando a Itaca, sino esforzados padres y madres de familia intentando llegar a fin de mes, viendo cómo su vida se disuelve como un azucarillo en los problemas que nos acechan en el día a día.

En Días de mala suerte, el relato que abre el libro y que es toda una declaración de intenciones de lo que nos vamos a encontrar después, el narrador ve cómo su vida familiar peligra después de que unas desacertadas decisiones económicas le hayan colocado en el precipicio. En otro relato, El hombre del cartapacio, Ugarte sitúa a su narrador en los avatares, absurdos en tantas ocasiones, del mundo laboral. Como un Joseph K, pero con sentido del humor, el protagonista de esta historia es incapaz de entender los entresijos de la empresa moderna, de sus rituales y de sus leyes invisibles cuya comprensión nos acaban colocando o sacando del sistema. La visita de un alto cargo a una empresa y la sospecha de que va a haber cambios desbarata la vida de sus empleados. Solo Jorge, el narrador y protagonista, parece ser el único en no comprender del todo la situación. “Me hubiera gustado saber en qué consiste exactamente ocuparse del abrigo de un director general”, asegura con un humor desolado Jorge. Un entrañable personaje comparable al Gregorio de la novela Juegos de la edad tardía, de Luis Landero.

Esa inocencia, pérdida de la inocencia más bien, ante lo que podríamos llamar “el sistema”, volvemos a encontrarla en Voy a hacer una llamada. Un relato en el que Ugarte reflexiona en torno a la amistad. Porque la amistad, como la familia, es una de las columnas sobre las que se asienta nuestra vida, en las que se fundamenta nuestra felicidad. En otro cuento, La muerte del servicio, unos amigos se reúnen después de 20 años, porque ya sabemos desde Gil De Biedma que de todo hace 20 años. El paso del tiempo, los lazos perdurables de la infancia, cómo nos modulan los años y nuestras elecciones vitales, son parte de la historia subterránea de este relato. Cito al narrador: “Al principio, aprender cosas se convierte en una experiencia embriagadora. Uno accede a pliegues desconocidos de la vida e interpreta su propia juventud como una forma de poder. Pero luego, con los años, añora el tiempo en que todo era sencillo, tiempos en los que la moral de un niño, el bien y el mal, el premio y el castigo, aún tenían sentido e interpretaban con claridad un mundo sin mentiras ni doble fondo. Ahora no estaba seguro de sentirme en paz. No estaba seguro de si lo que había ocurrido en todos estos años era lo correcto”.

Destellos de una prosa con un aliento metafísico de lo cotidiano, como decía al principio, que me recuerdan a Cheever, aunque sin su peso moral. Por ejemplo, en el citado Voy a hacer una llamada, el narrador describe así a su amigo Edgar, una especie de “conseguidor”: “El pelo de Edgar era rubio platino y algo en su mirada hablaba de un mundo consistente, lógico y seguro, donde los problemas, en general, tenían solución, y los proyectos, en general, salían adelante”. O esta otra, que leemos en Opiniones sobre la felicidad. “Se acercó hasta mí, y sentí en mi nuca un aliento indefinible, una mezcla de tabaco reciente y odio antiguo”. O esta otra, de Enanos en el jardín: “Pensé que la fabricación de aquellos grotescos enanos destinados a poblar el césped de miles de chalés era la metáfora de algo, de algo que prefería ignorar”.

Como en los de Cheever, también en los relatos de Ugarte los matrimonios pasan por crisis, las parejas viven en conflicto, en un malentendido que se agudiza con los años: “De Elsa yo sabía lo que puede saber un hombre de su esposa: algo menos cada día. Y como llevábamos más de diez años de casados, estábamos a punto de convertirnos en unos perfectos desconocidos”, dice el narrador al comienzo del relato Enanos de jardín, en el que una pareja emprende un viaje a Fuerteventura para tratar de rejuvenecer su relación. Sin embargo, en Ugarte estas crisis no son irresolubles, como en el caso de Cheever, y es capaz de iluminar las zonas de sombra.

Y ya que hablamos de Cheever, por el tema que aborda, las relaciones familiares y la rivalidad entre hermanos, Caín y Abel, quizás en este sentido el relato más revelador sea el último, Opiniones sobre la felicidad, un cierre perfecto para el libro y en el que invita al lector a armar su propia visión sobre el sentido de la vida. “Opciones sobre la felicidad, eso es lo que diferencia a las personas”, leemos.

A diferencia de la prosa sonajero de la que se ha quejado siempre Marsé, de la prosa hueca en la que dentro no hay nada, la prosa de Ugarte está al servicio de sus historias, de sus personajes, a los que trata con suma empatía. Siempre he pensado que es imposible convertirse en un escritor sin esa cualidad y, como el maestro de todos, Chéjov, Ugarte nunca juzga a sus personajes, incluso es capaz de sentir piedad hacia ellos, como en Mi amigo Böhm-Barwerk, un insoportable aristócrata venido a menos que disfraza su soledad de una seguridad y soberbia impostada.

Una prosa que nos regala fragmentos como estos. “Los recuerdos tienen menos densidad que los sentimientos», dice el narrador de Enanos en el jardín, «por eso la vida de los viejos es infinitamente más leve, más ligera; por eso los viejos se van diluyendo poco a poco, mientras que la vida de los jóvenes tiene la consistencia de los metales pesados”.

La mayoría de los personajes de Nuestra historia habitan entre esos dos polos, entre la levedad y la consistencia, en esa etapa amplia y elástica que llamamos la mediana edad y en la que cada uno de nosotros hace lo que puede con las situaciones que le ha tocado vivir.

Balzac nos dijo que la novela es la historia privada de las naciones. Pues bien, si los humanos del futuro quieren saber cómo era la vida en estos inicios de siglo, quiénes somos, estoy seguro de que no acudirán a sesudos manuales de historia sino a libros como el de Pedro Ugarte. Para conocernos, tendrán que leer y comprender esos libros, tendrán que averiguar por qué sus páginas eran capaces de convocarnos una tarde de un luminoso lunes de septiembre en la cueva de una librería madrileña en torno al fuego para narrar nuestra historia.

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Comentarios

  • Pedro Ugarte

    Por Pedro Ugarte, el 02 octubre 2016

    John Cheever es uno de los nombres referenciales de la literatura breve norteamericana, y una lectura constante, al menos en mi caso. Encantado de ver mi nombre junto al suyo, aunque sea debido a la generosidad de un buen amigo.
    Un abrazo.

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