Paseo con perro por maravillosos libros con perro

Foto: Manuel Cuéllar.

Foto: Manuel Cuéllar.

La Literatura es un tiempo de perros, nos dice Ana Esteban. La escritora nos regala otra extraordinaria crónica de sus ‘Sitios de paso’. Mientras paseamos con su Álex, nos realiza un delicioso recorrido por extraordinarios ‘libros perrunos’ que nos pueden ayudar a entenderles mejor, desde ‘La vida oculta de los perros’, de Elizabeth Marshall Thomas, al King de John Berger o el Mr. Bones de Paul Auster. Y Jack London y Steinbeck. Y ‘Mi perra Tulip’ de Ackerley y los cuentos de Chéjov…

Son más de las ocho y media de una tarde de septiembre. Como casi todos los días, voy con Álex hasta el río; Madrid tiene un río de juguete que solo fluye abriendo y cerrando esclusas. En el paseo los dedos del sol aún tocan las copas de los chopos, pero hace un par de semanas que éstos ya no tiemblan de calor. El verano se muere en esas hojas que desprenden y hay un viento fresco que está jugando entre sus ramas y que, como si tuviera boca y pudiera murmurarlo, dice: el verano se muere. Álex trota más de diez pasos por delante, nervioso, y yo lo sigo silbando a cada rato para que me espere, para que no corra tanto. Entonces regresa, solo un poco, hace el paseíllo y me mira sonriente pero no me atiende, y se da la vuelta y reanuda su trote para llegar cuanto antes. Para quien no lo sepa: los perros se ríen. Ya lo dijo Elizabeth Marshall Thomas en La vida oculta de los perros, pero Alexandra Horowitz, en su ensayo En la mente de un perro, dice que no solo se ríen sino que también hablan. Pueden oler la tristeza, el miedo o el paso del tiempo, ese tufillo tan literario. Nos observan constantemente, tratando de entendernos. Ningún otro animal fija en nosotros su mirada como lo hacen ellos; parece que quisieran traspasarnos. Horowitz afirma que piensan y que tienen su propio punto de vista acerca de las cosas, lo que el biólogo alemán Jakob von Uexküll llamó umwelt, el automundo de los animales. Así que si pudieran, los perros escribirían, seguro.

En agosto hizo seis años que llegó Álex en forma de regalo. Tenía los ojos increíblemente azules y era tan pequeño que no podía subir los peldaños de una escalera si no le ayudabas un poco; luego creció durante los dos años siguientes sin tener ninguna consideración hacia el tamaño de mi casa. Nos observamos, constantemente. Procuro conservar ante él mi autoridad, porque si quisiera podría contar por ahí las confidencias que le hago o todas mis debilidades, como el perro Mr. Bones observa y cuenta las de su amo Willy en la novela Tombuctú de Paul Auster; o igual que King airea las miserias de sus viejos dueños en King. Una historia de la calle, de John Berger; o como Flush desvela los pormenores de su vida junto a su dueña, la poeta Elizabeth Barrett, en la novela homónima de su amiga Virginia Woolf. Hay que tener cuidado: la literatura está llena de perros narradores.

Yo hablo mucho con Álex. A veces, por la calle, algunas personas también hablan con él. Le dicen cosas bonitas, siempre le están diciendo lo guapo que es. Afortunadamente esto no le impresiona, aunque tampoco veo en él ninguna señal de agradecerlo. En esas ocasiones adopta un gesto desafecto y ausente y continúa con sus olfateos, y soy yo la que tiene que dar las gracias como si me lo dijeran a mí. Pero desde que estamos juntos soy invisible, todo el mundo le mira a él; a su modo, es famoso. Yo le digo que en los libros los perros famosos hablan, que incluso se meten en la cabeza de sus amos y los reinterpretan. Le digo que hay hasta perros filósofos que analizan el mundo y el tiempo que les ha tocado en suerte, como Berganza y Cipión en El coloquio de los perros de Cervantes. “El verdadero sentido», dice Cipión, «es un juego de bolos, donde con presta diligencia derriban los que están de pie, y vuelven a alzar los caídos, y esto, por la mano de quien lo puede hacer. Mira, pues, si en el discurso de nuestra vida habremos visto jugar a los bolos, y si hemos visto por esto haber vuelto a ser hombres, si es que lo somos”. Como todo en Cervantes, parece que hubiera sido escrito ayer. Otros perros se atreven incluso a buscar el significado del hombre como especie; es lo que hace Orfeo en Niebla de Unamuno, llegando también a conclusiones lamentables: “¡Qué extraño animal es el hombre, nunca está en lo que tiene delante! […] No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo”. Francamente, yo no sé si Álex me daría a mí algún significado; estoy casi segura de que en su mundo las personas solo somos animales dominantes de reacciones imprevistas. Si él leyera, solo con ver la prensa –cualquier día, hoy mismo- llegaría a conclusiones como esta.

Como vivimos en la ciudad y Álex depende de mí para expansionarse, con el buen tiempo hacemos muchos planes juntos. Es un perro europeo, así que espero que un día él también pueda entrar conmigo a los bares como los perros franceses, o viajar en metro o autobús como los perros berlineses. John Steinbeck viajó por todo el país con su perro en una caravana y lo contó en Viajes con Charley en busca de Estados Unidos. Le he prometido a Álex que haremos algo así, pero por el momento no tenemos caravana ni presupuesto. En uno de los parques que frecuentamos veo de vez en cuando a una señora que pasea sola a un Pomerania; tienen los dos un aire muy distinguido. Y le digo a Álex: mira, ahí está la dama de Chéjov, y el parque, que como toda la ciudad suele estar un poco sucio, se nos antoja un balneario. Como Cervantes, Chéjov siempre se mofó de la condición humana, y los perros que aparecen en cuentos como Camaleón son una inmejorable excusa para ello. Al contrario que nosotros, ellos proyectan en los libros sus numerosas virtudes: lealtad, alegría, valentía y fortaleza, y ese incomprensible amor que nos profesan. Sus epopeyas están en clásicos como La llamada de lo salvaje y Colmillo Blanco de Jack London, poniendo en cualquier infancia la obstinada fijación de tener un perro en casa. En otras historias como El fiel Ruslán de Gueorgui Vladímov, la heroicidad del perro es superar las circunstancias adversas de un cruel periodo histórico.

En el río la noche cae de improviso y los parterres exhalan un aliento frío. Es otra señal inequívoca del fin del verano. Mientras charlo con alguien, Álex juega con sus colegas y a ratos desaparece en recodos oscuros, inquietándome un poco. Las personas con perro empatizamos unos con otros de una manera especial y somos algo estrafalarios, intercambiamos información de piensos y cacas y miramos complacidos cómo los chuchos se revuelcan por el barro mientras contamos sus mejores anécdotas. En el encantador libro La dificultad de ser perro, Roger Grenier compila las de algunos escritores y sus mascotas. Pero quizá nadie describe mejor la familiar comunión entre perros y humanos que J.R. Ackerley en Mi perra Tulip. Tras 16 años de convivencia con su peculiar compañera, Ackerley consigue comprender “el ansia y la crispación a la que están sujetas sus vidas, tan enredadas emocionalmente con el mundo de los hombres, cuyo cariño se esfuerzan todo el tiempo por alcanzar, cuya autoridad esperan que obedezcan sin cuestionamiento y cuyas intenciones sólo pueden a medias dilucidar o entender”.

Como refleja Konrad Lorenz en Cuando el hombre encontró al perro, hay un lazo inquebrantable y atávico que nos liga al él porque lleva siglos junto a nosotros compartiendo en cada época nuestra manera de vivir, buena o mala, sin pedir nada a cambio. La literatura de todos los tiempos habla de ello. Del ansia y la crispación de estar junto a nosotros, como dice Ackerley. Yo sé que si alguna vez nos perdiéramos el uno del otro y pasaran incluso años, al volver a encontrarnos Álex vendría a mí sin dudar del mismo modo que Argos no dudó cuando presintió llegar a Ulises, porque durante todo ese tiempo habría estado siempre así, alerta y ansioso, esperándome.

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Comentarios

  • Nuria

    Por Nuria, el 26 septiembre 2015

    Reconozco que el artículo me ha provocado una sonrisa cómplice. Tengo junto a mí ahora mismo a dos cánidos observándome fijamente. Creo que quieren decirme que lea los títulos que mencionas para que pueda comprenderles mejor. Empezaré por el de Paul Auster. Es un autor que me encanta.
    Un saludo de mi parte y de parte de Tuka y Jake.

  • Miguel

    Por Miguel, el 26 septiembre 2016

    Olvidó «Chico no sabe que es perro», escrito hace años por la actriz -ya fallecida- Mayrata O’Wisiedo.

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