Pilar Adón, escritora: «Es absurdo que la especie más inteligente esté acabando con su hábitat»

La escritora Pilar Adón.

La escritora Pilar Adón.

La escritora Pilar Adón.

Dora y Violeta Oliver son las protagonistas de ‘Las efímeras’ (Galaxia Gutenberg), la última novela de Pilar Adón (Madrid, 1971), una escritora en la que la naturaleza está presente como un personaje más. Estas dos hermanas conviven con el resto de personajes en una comunidad que ha decidido llevar un modo de vida basado en la contención, la austeridad y la autosuficiencia, en el que es fácil encontrar los ecos de David Thoreau, uno de los padres de la ecología. Charlamos con ella de literatura, medioambiente y reciclaje; que por algo es también licenciada en Derecho Medioambiental.

Tras Joaquín Araújo, seguimos en la sección El Asombrario Recicla con nuestra serie de entrevistas a escritores preocupados por el medioambiente. Hoy es el turno de Pilar Adón, una de las autoras más interesantes del actual panorama narrativo español, que confiesa que el escritor norteamericano Thoreau ha tenido gran influencia en su vida y en su obra, y que insiste aquí en la necesidad de leer más sobre naturaleza.

¿Cómo nace tu preocupación por el medioambiente?

La preocupación ha estado siempre ahí. Quizá en la actualidad seamos más conscientes de la situación del planeta, pero siempre se ha oído hablar de los bosques que se queman, de la contaminación de los ríos, de la basura mal gestionada… Recuerdo una escena de la película Sexo, mentiras y cintas de vídeo en la que Andie MacDowell se mostraba preocupadísima por las montañas de basura que generamos cada día y se preguntaba qué íbamos a hacer con ellas. Yo tenía unos 18 años cuando vi esa película, y poco más tarde, cuando ya estudiaba Derecho, me apunté a Greenpeace y empecé a pedir firmas y a intentar hacer algo. En una ocasión le pedí a un profesor de Derecho Canónico que me firmara no sé qué petición y, muy amablemente, me dijo que no. Luego me especialicé en Derecho Medioambiental y fui voluntaria un tiempo en varias asociaciones, pero no terminó de interesarme la labor que hacía allí. Me gustaba más salir al terreno que estar en una mesa leyendo directivas europeas.

El cambio climático es una de las grandes amenazas que tenemos los humanos. ¿Crees que la sociedad y los políticos están lo suficientemente concienciados como para intentar atajarlo?

Todavía hay quien lo niega, así que la respuesta es no. Se suele decir que vivimos en un cortoplacismo absoluto que no nos deja pensar en lo que puede suceder pasados unos años y que, por tanto, no podemos ponernos cortapisas en la actualidad, frenar el consumo, buscar alternativas, apoyar productos menos contaminantes… Pero lo cierto es que los cambios ambientales los estamos viviendo en un espacio de tiempo muy breve. Están dándose en un proceso muy rápido que estamos sufriendo en una sola generación, en muy pocos años. Aun así, no parece que estemos dispuestos a dar un giro. Como especie, estamos acabando con nuestro hábitat, lo que es absurdo. Somos la especie más inteligente del planeta, y nos estamos cargando el único espacio en el que podemos sobrevivir. No parece una actuación muy inteligente.

¿Y los escritores?

Aquí creo que debemos hablar desde una perspectiva puramente individual. Sí que es misión del político administrar bien los recursos y manejar las parcelas de poder que le cedemos voluntariamente para que nos represente y lleve a cabo las tareas que le hemos encomendado. A eso se compromete. Ese es su trabajo y debe hacerlo lo mejor posible. El escritor también tiene un trabajo que también ha de hacer lo mejor posible, y cuyo resultado es el texto final. El compromiso del escritor es con su obra. Ahora bien, a un nivel personal, todo dependerá de cómo se enfrente cada uno a la situación. Cada uno en su esfera personal puede hacer mucho. La búsqueda de información, el deseo de mejorar las cosas o, al menos, de no empeorarlas. Todo ello en un plano que va más allá de su esfera puramente creadora, ya que no se le puede exigir a ningún escritor que se centre en un determinado tema o que haga una labor de denuncia continua. Si así fuera, las exigencias podrían ser infinitas. Hay muchísimos asuntos que denunciar y el escritor ha de tener la libertad de centrarse en ellos o no hacerlo en absoluto.

¿En qué medida puede la literatura contribuir a denunciar la crisis ecológica que vivimos?

Hay ensayos o libros de denuncia como el clásico Primavera silenciosa de Rachel Carson cuyo propósito es precisamente ése, el de poner de manifiesto cómo están las cosas aportando datos, fechas, estadísticas e informes, y que ayudan a tomar conciencia de la situación. Hace un tiempo leí Plástico. Un idilio tóxico, de Susan Freinkel, en el que se nos explica cómo el consumo masivo de los plásticos está llevando a la destrucción del paisaje y de medios que son esenciales para la vida. También hay excelentes novelas gráficas, como Climate Changed, de Philippe Squarzoni, sobre el cambio climático, o Rural, de Étienne Davodeau, un reportaje en cómic sobre la agricultura ecológica y sobre cómo una pareja construye una granja durante años, hasta que todos descubren que una autopista va a pasar justo por allí. Y luego encontramos libros que hablan de la naturaleza y que nos muestran lo que estamos destruyendo y lo que estamos perdiendo. Pienso en los libros de Thoreau y de Emerson y, más recientemente, de autores como Robert Macfarlane o Sara Maitland, publicados por la editorial Alba. El año pasado se publicaron libros interesantísimos sobre el paseo, sobre el hecho de caminar, y llevamos unos años viendo cómo se publican nuevos libros y traducciones de Thoreau. Creo que necesitamos leer sobre la naturaleza y sobre cómo movernos por ella. Todos estos libros nos llevan a la comprensión de lo que sucede, a la interiorización y, posteriormente, a la acción con el cambio de conductas.

Eres una gran admiradora de la obra de Thoreau. ¿Qué nos puede enseñar el pensador y escritor norteamericano?

Llegué a Thoreau hace muchos años, concretamente a Walden, porque siempre me ha interesado la vida de los seres que se aíslan, que se van, que desaparecen y llevan una existencia de ermitaños. Walden fue mi libro durante muchísimo tiempo. Además de ser un magnífico texto, fue una aspiración. Un ideal. Cuando años después leí Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer, ese ideal se atenuó un poco. Me di cuenta de que éramos muchos los que queríamos perdernos por las montañas, pero también de que perderse por las montañas es peligroso cuando no sabes ni encender un fuego. Así que todo empezó a quedarse más en el plano de lo literario y menos en el de lo vivencial. O en el de la aspiración real. Thoreau es un autor en el que se conjugan elementos encontrados, y él los hace armonizar: lo teórico y lo práctico, lo utópico y lo real, lo soñado y lo objetivo, los ritmos de la naturaleza y los ritmos de la producción y el beneficio. Él expone lo que ve, lo que conoce y lo que busca, y lleva a la práctica sus ideas sobre cómo hacer de su vida algo más genuino y más auténtico.

Acabas de traducir ‘El árbol’ (Impedimenta), un clásico de John Fowles en el que el autor británico reflexiona en torno a la relación entre la literatura y la ecología. ¿Qué conexión encuentras tú entre ambas?

John Fowles hace declaraciones fascinantes y muy valientes en El árbol. Por ejemplo, dice que en más de una ocasión ha recibido el rechazo y la antipatía de sus oyentes tras declarar en una conferencia que podía sentirse más inspirado por sus experiencias con la naturaleza, con los árboles, que por otros autores o por influencias más puramente literarias. Su inspiración derivaba de la naturaleza. En un viaje que hizo a Uppsala para hablar de sus novelas, mostró más interés por visitar el jardín de Linneo que por ver los ejemplares de la biblioteca, una de las más famosas de Europa. La naturaleza que él buscaba era una naturaleza desordenada, caótica, opuesta a la que encontraba en el jardín trasero de la casa familiar, donde su padre dirigía las ramas de sus frutales de la manera más estudiada posible para que le dieran una estupenda cosecha cada temporada. En ese sentido, me identifico con las aspiraciones de Fowles: la naturaleza que me interesa es la enrevesada, la que no se puede controlar, las de las plantas silvestres que arañan las piernas cuando se camina entre ellas. Es la naturaleza que me interesa para mis personajes, que se pierden por ella.

¿Cómo ha influido en tu escritura la preocupación ambiental?

La naturaleza siempre ha estado presente en lo que he escrito, pero nunca se ha tratado de una naturaleza ajardinada ni domesticada, sino de la naturaleza que conocí de pequeña: la tierra a la que hay que sacarle cada fruto y cada alimento con mucho esfuerzo, que no está ordenada ni limpia ni pensada para nosotros, y que nos precede. Con frecuencia tendemos a adjetivarla y a otorgarle características humanas, pero la naturaleza no es cruel ni es despiadada ni está ahí para que la explotemos ni para que nos deleitemos en su belleza ni para que nos sintamos elevados espiritualmente ante su contemplación. Simplemente está. Esa presencia de la naturaleza en lo que escribo deriva más de mi experiencia entre árboles y rocas que de la pura preocupación ambiental. Hay quien ha dicho que en algunos de mis cuentos la naturaleza es un personaje más, que actúa con el mismo poder con el que actúan los demás personajes y que influye en su comportamiento.

Nuestra vida cotidiana es importante a la hora de contribuir a la conservación de la naturaleza. ¿Qué costumbres sueles tener en este sentido? ¿Qué importancia concedes al reciclaje?

Reciclo todo lo que puedo. Separo la basura. Reutilizo papel y todos los materiales a mi alcance. Intento coger poco el coche. Normalmente voy a pie y en metro. Y siempre que hay un producto ecológico, lo prefiero a otro que no lo sea. Como dices, nuestros comportamientos diarios son esenciales. Podemos influir por ejemplo en la producción de bienes comprando los productos que son más respetuosos con el medio y no comprando los que no lo son. A partir de ahí, creo que podemos cambiar algunas cosas.

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Comentarios

  • javier

    Por javier, el 16 junio 2016

    No es absurdo, ningún ser vivo defiende su especie, sino su progenie. Y los que destruyen el hábitat creen estar preservando su progenie del resto con las que tiene que disputárselo. La disputa es por la supervivencia inmediata y ningún ser vivo actúa conforme a los intereses a largo plazo de su propia especie, sino que evalúa el impacto inmediato de sus acciones y el beneficio para sí y sus descendientes directos. Y esto sólo si eres un animal social. Por eso no es absurdo aunque la racionalización nos debería llevar a diferentes escenarios, pero la naturaleza explica perfectamente el impacto de cualquier especie en un medio, y es cualquier cosa menos absurdo.

    • Andrés Esteban

      Por Andrés Esteban, el 16 junio 2016

      Tienes razón Javier, pero solo en cuanto a que la especie de dos patas únicamente piensa en como el impacto de sus actos repercutirá para el y sus allegados, pero te falta añadir que en ese momento está evaluando el impacto económico , porque solo nos movemos por la ambición y es ahí donde se convierte en absurdo.Cuando un transatlántico se hunde en el océano desde el último empleado de máquinas hasta el capitán y del pasajero de litera hasta los de camarotes de lujo se hunden con el barco, vamos que nadie se salva, apliquemos a nuestro hábitat y quizás entiendas lo absurdo de nuestro comportamiento.
      Por cierto la naturaleza solo mide el impacto de nuestros actos, las demás especies no explotan el ecosistema. Saludos.

  • Andrés Esteban

    Por Andrés Esteban, el 16 junio 2016

    Solo me gustaría dejar una pregunta : Porqué nos consideramos los mas inteligentes del Planeta?. Quizás deberíamos mirar la vida de los seres de cuatro patas y aprender algo de ellos… Humanidad?

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 16 junio 2016

    Interesante entrevista. El libro tiene buena pinta.

  • Niltsiar

    Por Niltsiar, el 16 junio 2016

    Una duda: tienes hij@s? Lo demás es poco mas que postureo ecoguay.

  • xavimik

    Por xavimik, el 16 junio 2016

    No sé a qué especie se refiere pero una inteligente,sin más,nunca destruiría su propio habitat.De hecho,ningún ser vivo de no estar enloquecido lo hace.Así que si se refiere por casualidad a la humana,está todo dicho.

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