Pilar Pequeño, lo frágil y bello en tiempos de rabia

Membrillos © Pilar Pequeño

Bodegón. Plato con ciruelas y uvas. © Pilar Pequeño

Bodegón. Plato con ciruelas y uvas. © Pilar Pequeño

En tiempos de rabia, siempre es bueno hacerle un sitio a la ternura. Pilar Pequeño se consolida como la gran fotógrafa actual de bodegones. Su nueva exposición en Madrid nos muestra la serenidad y armonía de las magnolias y los membrillos. Pero en sus imágenes late lo temporal de la explosión de vida. El tiempo huye. Y ella lo expresa con belleza hiriente en la placidez, con flores que se sumergen en el agua, sin saber que eso significa su abismo y su fin

Me comentaba una amiga recientemente que hemos llegado a un punto en la evolución de nuestras apresuradas y egoístas sociedades capitalistas que la gente necesita o puñetazos en la mesa o abrazos. Dar cauce con la protesta seria y sólida a la indignación y la rabia. O la ternura. En El Asombrario intentamos hacer las dos cosas. Y hoy en esta Ventana Verde, abierta a horizontes más allá de la resaca del deporte y la política, queremos reivindicar la vida, la ternura, la fragilidad, la belleza, lo frágil y efímero de la belleza, a través de la nueva exposición de fotografías de Pilar Pequeño, a quien El Asombrario ya le dedicó otro artículo hace un año.

Me viene a la cabeza también lo que me comentaba la escritora Ángeles Caso hace unas semanas con motivo de la presentación del Manifiesto ciudadano en Defensa de los Parques Nacionales: «En este país estamos alcanzando un grado de zafiedad tal que hemos llegado al absurdo de no poder hablar de lo bello y lo delicado; en el discurso dominante del pelotazo y la corrupción, consideran cursi todo lo delicado».

Y ahí (aquí) está afortunadamente Pilar Pequeño. Sin despistarse en su carrera, sin mirar a fatuidades ni tendencias, coherente en su línea sosegada y profunda de naturalezas de frutas y, sobre todo, flores, y últimamente también paisajes. Acaba de inaugurar exposición en la Galería Marita Segovia , una especie de loco bazar de objetos valiosos que mezcla con disparatado buen gusto antigüedades con rompedoras obras contemporáneas, butacas francesas del siglo XIX con guerreros, pintura del siglo XVIII con Hernández Pijoan. Las nuevas composiciones de Pilar, bodegones de flores y frutos que se van sumergiendo en agua, resultan estremecedoras en la fragilidad de la que nos hablan. Peonías y jazmines envían mensajes sobre lo efímero de la vida y la belleza. Porque admirando esas plantas medio inmersas, somos conscientes de que ese canto vital es pasajero, que la putrefacción llega inevitable. Pilar Pequeño detiene esa extrema belleza de pétalos y sépalos para que veneremos lo que la naturaleza pone, con toda su parsimonia y maestría, a nuestro alcance, pero nosotros, a menudo, perdidos en las prisas, ni tenemos tiempo de admirar la perfección de una rosa por la mañana. Pilar atrapa esa fugacidad de vida y de luz en las diminutas gotas de agua que se quedan posadas sobre una corola, y, como en un homenaje a la obsesión por la luz de Antonio López en su serie del membrillo, logra con su cámara una imagen cerrada de estos frutos, contundentes en su forma, aterciopelados en su textura, que se van hundiendo en el agua.

Membrillos © Pilar Pequeño

Membrillos © Pilar Pequeño

Malvarrosa. © Pilar Pequeño

Malvarrosa. © Pilar Pequeño

Jazmín. © Pilar Pequeño.

Jazmín. © Pilar Pequeño.

«La Naturaleza es la protagonista absoluta de la obra de Pilar Pequeño, un trabajo en el que la belleza reina sobre todas las cosas, pero en el que encontramos método, estrategia creativa y coherencia», escribe de ella Rosa Olivares en su libro 100 fotógrafos españoles (Editorial Exit). «Plantas y frutos que componen todo un catálogo botánico, siempre en unos formatos fuera del tiempo, a la justa medida de unas imágenes intimistas y delicadas que parecen exigir nuestra calma y nuestro silencio para poder acceder a sus secretos».

En la presentación de la exposición en Marita Segovia, una buena amiga de Pilar Pequeño, la periodista María Ángeles Sánchez, me subrayaba precisamente eso, la coherencia de la artista, su capacidad para mantenerse, como la naturaleza, fiel a la estrategia de la maduración natural, sin experimentos ni conservantes ni colorantes. Porque ella, como lo que capta, madura acorde a las leyes naturales. Y así, ha sabido pasar de lo analógico a lo digital, del blanco/negro al color, con absoluto respeto a sí misma, sin rupturas ni estridencias. Algo que puede contemplarse bien en su actual exposición, donde ha querido traer una pequeña muestra de trabajos anteriores, como ese plato de uvas y ciruelas en negro sobre grises (2006), bello casi hasta no poder resistirlo, y ese Ginkgo de 1995 que ha evolucionado del B/N a los amarillos de una rama similar en 2013.

Casi 20 años separan ambas fotografías y palpitan con el mismo alma, sin traiciones. Me comentaba también María Ángeles Sánchez: «Recuerdo aquella visita que hice a su estudio y vi por primera vez sus fotos en color: me eché a llorar de la emoción, de cómo Pilar había sabido atrapar el color, que no era un pegote, sino algo que surgía poderoso y armónico de un mundo de sombras. No era algo superficial, algo posado; sino algo que surgía natural y pausado desde lo más profundo».

Dice Luis Revenga en el catálogo de la exposición: «Suele buscar y recoger flores humildes y las transforma en sí misma vertiéndose en ellas, transmitiéndoles poesía, música y sueños, viviendo con cada una de ellas en su obra, en perfecta armonía, la extraordinaria aventura de vivir». «Plantas, flores, frutas, Resplandores. Diaria melodía». «Plantas, flores, frutas. Siempre fue así en la tradición clásica del bodegón o naturaleza muerta española. En España es uno de los géneros clásicos que más altas cotas de perfección ha adquirido a través de los siglos. Los autores que más prestigio alcanzaron expresándose así siempre procuraron transmitir con sus obras serenidad, bienestar y armonía».

Y en todos ellos no se nos escapa ese aliento de fragilidad, de pérdida en cualquier momento; hemos de disfrutar -parecen advertirnos- el instante bello, porque en cualquier momento puede comenzar a corromperse.

Lo dice la propia artista: «En estos paisajes cercanos me estoy fotografiando yo, en un permanente mirar hacia dentro».

Es una mirada pictórica. Texturas como de óleo. Le digo a Pilar que algunos de sus bodegones se acercan a la belleza de Juan de Arellano, más recargado en sus flores, y Sánchez Cotán, para mí el más grande pintor de bodegones español. Ella me dice que sí, pero que prefiere la austeridad de tonos, texturas y composiciones de Zurbarán, su gran maestro.

Peonia. ©Pilar Pequeño

Peonia. ©Pilar Pequeño

Plumbago. © Pilar Pequeño

Plumbago. © Pilar Pequeño

Membrillos, granadas, higos adquieren en Sánchez Cotán y Zurbarán texturas místicas, merecedores de oración. Con Pilar Pequeño también.

«La vida es insaciable / usa los indefensos cuerpos; pudre / ese ramo de rosas que trajimos / del jardín; nos arranca / y nos hace partir desnudos hacia / las parvas de la muerte… «, ha escrito Antonio Gala, otro hombre herido por la vulgaridad rampante, en Enemigo íntimo.

Vida en flor que se convierte en plegaria.

Éxtasis de la vida que nos recuerda que el tiempo huye…

En esta ocasión, Pilar Pequeño expone con otros dos artistas en su misma línea de naturaleza viva/naturalezas muertas. Comparte espacio con los dibujos de flores de Marta Chirino, que rebasa la mirada analítica del ilustrador científico y la convierte en poesía del trazo a lápiz, y la escultura en bronce de Rafael Muyor, que también nos habla a través de sus hojas transformándose en hojarasca del irreversible paso del tiempo, tan leve y continuo que siempre nos pilla desprevenidos. Forman los tres desde 2003 una especie de colectivo en el que entrelazan la amistad con una mirada común sobre el poder de la naturaleza más sencilla, irreprochable en su humildad de pétalos y sépalos. Tanta belleza de estigmas que a veces aguijonea y se convierte en oración de vida y muerte. Corola y cáliz, apartadlo de mí.

En el catálogo de otra muestra de los tres organizada por el Ayuntamiento de Alcobendas (Madrid) en 2011, Óscar Muñoz Sánchez subrayó la fuerte carga simbólica de los óleos -perdón, a veces me abstraigo, y me creo que son pinturas-…, de las imágenes de Pequeño: «Ante esas flores que flotan indolentemente en el agua es fácil pensar en la Ofelia de Shakespeare y en la muerte trágica y abrupta que sobreviene en plena juventud».

«Qué cerca está la flor / de la muerte. Qué corta la primavera / desde la tierra prometida sube. / No cerca, sino dentro / de la muerte, la flor perfuma y vibra» (Antonio Gala, Enemigo íntimo).

Plantas / Flores /Frutas. Exposición de Pilar Pequeño, Marta Chirino y Rafael Muyor. PhotoEspaña 2014. Lagasca, 7. Madrid. Hasta el 25 de julio. www.galeriamaritasegovia.com

Vinagreras. © Pilar Pequeño.

Vinagreras. © Pilar Pequeño.

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Comentarios

  • Ana

    Por Ana, el 27 mayo 2014

    Fragilidad, ternura, sencillez, humildad, belleza.
    Una invitación a disfrutar de tantas ocasiones inadvertidas, a compaginar la indignación con la búsqueda activa de la felicidad, muchas veces a nuestro alcance en lo pequeño y, sin embargo, valioso.

  • Krrlimo

    Por Krrlimo, el 27 mayo 2014

    Al ver las sugerentes fotos recordé las pinturas de Manuel Quintana Martelo.
    http://quintanamartelo.com.mialias.net/?page_id=120

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