XX Premio Luis Valtueña: niños terminales y veneno en el campo

Foto: Pablo Piovano, segundo finalista del Premio Luis Valtueña de fotografía.

Foto: Pablo Piovano, segundo finalista del Premio Luis Valtueña de fotografía.

Foto: Pablo Piovano, segundo finalista del Premio Luis Valtueña de fotografía.

Fotografía de Pablo Piovanno, segundo finalista del Premio Luis Valtueña, que refleja los efectos de los pesticidas químicos utilizados para fumigar en una zona de Argentina. Pincha aquí para ver el reportaje completo.

La fotografía humanitaria, frente a otro tipo de fotografía, se distingue porque debe hablar de lo humano, ha de tener sentimientos antes de disparar y lograr conmover después, para que el espectador quiera cambiar la realidad”. Así es como define lo que buscan con los Premios Luis Valtueña el vicepresidente de Médicos del Mundo, Felipe Noya. En su XX edición, destaca el blanco y negro en los trabajos seleccionados, la temática que afecta a los niños y niñas y que todas son historias muy particulares. Empezando por la serie ganadora, ‘La casa de la luz’, diez imágenes que el fotógrafo Sergei Stroitelev seleccionó de un trabajo de meses en el hospital infantil para enfermos terminales de su San Petersburgo natal.

En contra de lo imaginado, los retratos y las instancias de este centro médico son cálidas, hermosas y brillantes. “No se trata de llegar y sacar fotografías. Yo he ido, he jugado con los niños, hablado con los padres y los médicos, y luego he tomado fotografías”, explica el autor para El Asombrario horas antes de que se abra para el público la exposición en CentroCentro. “No quería documentarlo sin más, quería transmitir los sentimientos que hay en el lugar”, continúa Stroitelev, que comenta que, aunque su trabajo fotográfico ha acabado, mantiene el contacto con los padres de esos niños. “Ellos también padecen la enfermedad, aunque sean sus hijos quienes estén enfermos. Por eso en el hospital no solo se trata la salud de los niños, también apoyan y cuidan a los padres”. Unos cuidados que cuando no son suficientes y la niña o el niño mueren, son vividos por todos los habitantes del centro. “Se enciende una vela y hay una ‘habitación de la tristeza’ donde los padres y el equipo médico puede despedirse del niño o de la niña que nos ha dejado”. Una vela que se ha encendido 18 veces en 2015 y que se ha encendido por dos de los cinco niños que Sergei retrata en este trabajo que le ha valido el Premio Luis Valtueña. “Es todo sobre el amor”, concluye con una tierna sonrisa el artista ruso.

Fotografía de Sergei Stroitelev de la serie The House of Light ganadora del Premio de fotografía Luis Valtueña.

Fotografía de Sergei Stroitelev de la serie The House of Light, sobre una casa para niños terminales en San Petersburgo ganadora del Premio de fotografía Luis Valtueña. Pincha aquí si quieres ver el reportaje completo.

Sobre niños también trata el proyecto del primer finalista, el fotógrafo español César Pastor Castro. Su serie nos presenta el día a día de Nacho, un niño que padece la enfermedad de Hurler. Conoció su caso hace algo más de dos años por casualidad, mientras realizaba otro trabajo fotográfico en el pueblo del menor, el toledano municipio de Pulgar. Desde entonces, empezó a indagar y a conocer más de qué trata esta patología que afecta a uno de cada 175.000 nacimientos y que deja secuelas muy graves. “Quería documentar el día a día. Nacho es totalmente dependiente y no puede hacer nada por él mismo, rara vez se muestra eso cuando se habla de las enfermedades raras”, explica Pastor Castro. Así, podemos ver imágenes duras del pequeño con máscara de oxígeno o llorando en sus sesiones diarias de fisioterapia, pero también podemos ver hermosas escenas de cariño con su madre María Ángeles, o soplando las velas de una tarta de cumpleaños. Una celebración que va más allá de la cotidianidad, ya que cuando le diagnosticaron la enfermedad le dieron una esperanza de vida de cuatro años. “Hay casos documentados que superaron los diez años, pero son muy pocos”, comenta el fotógrafo, que con su trabajo tiene como meta que las personas empaticen con un problema que “le puede tocar a cualquiera”.

Aunque el 28 de febrero, Día de las Enfermedades Raras, se podrán ver muchos reportajes en los medios de comunicación sobre estas patologías, César Pastor apuesta por hacer reportajes dedicados “que sobrepasen los dos minutos de televisión” para que reivindiquen más ayudas para estas personas. Una meta que comparte con otros fotógrafos en el colectivo Social3200, que busca retratar historias como las de Nacho, “diferentes, con otros puntos de vista y realidades silenciadas que necesitan ser contadas”. A veces aunque sus protagonistas no lo sepan. Preguntado por lo que dijeron los padres del niño al conocer que era primer finalista de los premios de Médicos del Mundo, el fotógrafo cuenta que se sorprendieron mucho. “Dijeron que ellos no tenían nada comparado con los refugiados, porque su lucha es tan continua que no ven el gran reto que afrontan día a día”. Por eso igual de protagonistas en el proyecto Hurler, la ecuación del gran Utrilla, es Nacho, como su madre, su padre, su doctor y su maestro.

Veneno y esperanza

Hace 20 años que Argentina llegó a una acuerdo con Monsanto donde selló el destino del país. Con un documento de 136 folios, muchos en inglés y sin traducción, se abría la puerta a los cultivos transgénicos, a los químicos para fumigar y a 13 millones de personas afectadas de forma directa. Sobre esta realidad silenciada por muchos medios de comunicación trata el trabajo del segundo finalista de los Premios Luis Valtueña, Pablo E. Piovanno. “Me llamaron médicos de pueblos afectados por las fumigaciones para contarme que los casos de problemas de piel o respiratorios se disparaban y que el número de casos de cáncer, deformaciones en recién nacidos y abortos espontáneos se había duplicado y triplicado en la región”, explica el fotógrafo, que lleva tres años visitando pueblos y hablando con sus habitantes. “Argentina se ha convertido en estas dos décadas en un territorio de experimentación”, sentencia Piovanno, al considerarse que el 60% del suelo está afectado por los agroquímicos y que el 80% de los productos agrícolas tienen entre dos y tres agrotóxicos (algunos, como la patata, pueden llegar a contener 14). Por lo que, aunque se viva lejos de los campos de cultivo fumigados, sigue la exposición al riesgo de herbicidas, insecticidas y fungicidas. “El veneno te va a buscar”, sugiere, fijándose en fotografías como la de Fabián Tomasi, un trabajador de la fumigación aérea con una neuropatía tóxica severa y que ahora es un ejemplo viviente del problema.

Ese silencio mediático que el fotógrafo argentino intenta romper se basa en dar a conocer el problema fuera de sus fronteras y así lograr presión internacional. “Voy a ir a Finlandia con estas imágenes y me han becado en Londres”, comenta Piovanno, que reconoce que en los tres años que lleva realizando este proyecto ya se ha conseguido que mucha gente se movilice: reclamaciones de grupos ecologistas, estudios médicos y hasta el cierre de una planta de Monsanto. Las fotografías de Piovanno muestran las secuelas de tantos años de consumo involuntario y contacto directo con los agrotóxicos, un negocio en Argentina a mano de 25 compañías que además son responsables de la tala de bosques autóctonos y del desplazamiento y desaparición de muchos pueblos originarios. Una denuncia contra la avaricia, la pasividad y el enriquecimiento a toda costa de terratenientes, multinacionales y políticos. “Quien tiene el control de las semillas tiene el control de nuestra salud. Y quien controla eso controla nuestra libertad”, concluye el fotógrafo.

Fotografía de Toby Binder, tercer finalista del Premio Luis Valtueña de fotografía por su reportaje Los niños y niñas de Peace Village

Fotografía de Toby Binder, tercer finalista del Premio Luis Valtueña de fotografía por su reportaje Los niños y niñas de Peace Village. Pincha aquí para ver el reportaje completo.

Más esperanzadora es la serie de fotografías del tercer finalista, Toby Binder. Los niños y niñas de Peace Village es una historia de solidaridad que refleja el hacer de una ONG alemana que trata de dar tratamiento médico en el extranjero a menores que por las circunstancias de su país no pueden. Ejemplo de ello es Angola y Afganistán, de donde proceden la mayoría de los 300 niñas y niños que cada año traslada y da tratamiento la organización. Allí, los conflictos bélicos enquistados dejan sin oportunidad de recibir atención médica a millones de personas, muchos de ellos menores. Ante la imposibilidad de huir de la región -pues solo los que tienen recursos pueden plantearse el largo viaje para ser refugiado-, muchas personas solo ven como una posibilidad para seguir viviendo que les faciliten atención médica en el extranjero.

Binder acompaña con su objetivo a los niños desde que llegan al aeropuerto hasta que regresan a sus casas. Muchos niños llegan solo con lo puesto, exhaustos por viajes larguísimos, enfrentándose a una realidad desconocida. Otros están tan enfermos que no pueden ni caminar y tienen que bajar de los aviones en brazos de los voluntarios de Peace Village. Con ellos mantienen una relación de cercanía que les hace más fácil el tratamiento o la operación y que, en ocasiones, se alarga hasta un año. Por eso las fotografías de Binder muestran a niños que llegan temerosos, pero que vuelven con una sonrisa de esperanza en su cara.

Homenaje a los cooperantes asesinados en Ruanda

Esta edición no es una edición cualquiera de los premios para Médicos del Mundo, ya que se trata de la número 20. Por este motivo, quienes visiten la muestra en la tercera planta del Palacio de Telecomunicaciones de Madrid (CentroCentro Cibeles) y que estará abierta hasta el 5 de marzo podrán encontrar una retrospectiva de los premiados en los anteriores años. Un ir y venir del color al blanco y negro, de temas como los desahucios a la salud mental. “La evolución del premio es la evolución de la propia acción humanitaria y de la acción social”, comenta para El Asombrario Felipe Noya. Unos premios que nacen como homenaje a los cooperantes asesinados en Ruanda en 1997 y que lleva el nombre de uno de ellos, del fotógrafo Luis Valtueña. Noya reconoce que la mirada del fotógrafo es especial, que tiene una sensibilidad necesaria para transmitir lo que pasa. Por eso, una de las medidas es hacer que uno de los premiados les acompañe sobre el terreno en un proyecto. “Las fotografías nos siguen obligando a reaccionar”, comenta el vicepresidente y traumatólogo, que confiesa que con cada tema premiado se les ocurren 50 proyectos que llevar a cabo.

Fotografía de César Pastor, primer finalista del Premio Luis Valtueña

Fotografía de César Pastor, primer finalista del Premio Luis Valtueña por el reportaje ‘Hurler, la ecuación del gran Utrilla’ que trata de poner el acento sobre las enfermedades raras. Pincha aquí para ver el reportaje completo.

¿Es igual hoy la seguridad de los cooperantes que la de hace 20 años? Desde Médicos del Mundo lo tienen claro: “A Luis lo asesinaron con un AK-47 de los supuestos rebeldes ruandeses por ser un testigo incómodo. Puede que haya cambiado la forma del peligro, porque ahora quienes amenazaban a los cooperantes suelen ser grandes ejércitos que con una bomba destruyen una ciudad entera. Incluidos los hospitales. El contexto cambia, pero la realidad sigue siendo la misma. Y con premios como este solo perseguimos una cosa: que haya más testigos incómodos”.

La exposición del Premio de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña se puede ver en Centro Centro hasta el 5 de marzo.

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