¿Quién no ha soñado con irse a una isla desierta?

La escritora Cristina Matas.

La escritora Cristina Matas.

La escritora Cristina Matas.

La escritora Cristina Matas.

Y más con la que está cayendo… Huir de la realidad para volver a ella de otra manera, como si nos hubiéramos sumergido en el océano. Es lo que hace la narradora Cristina Matas en ‘Una isla desierta’ (El pez volador), una colección de micros concebidos a partir de una viñeta de un periódico en la que aparecen una náufraga, una palmera, una isla, una lagartija y el mar… ¿O ya somos todos náufragos en tierra firme?

El mar Mediterráneo, de donde procede la autora, con su luz, con su grisura (los turistas) e incluso su negrura, por la que deslizan los inmigrantes que tratan de llegar a Europa. Escritora del Taller de Clara Obligado, Matas nos trae unos relatos divertidos, exprimidos hasta la mínima expresión para multiplicar sus significados, donde se abordan temas como el amor, la soledad, el instinto de supervivencia o la relación entre el autor y sus personajes. Un estupendo debut literario.

¿Cuál ha sido el proceso de escritura de ‘Una isla desierta’?

Los relatos surgieron de un personaje: la náufraga. Una náufraga de viñeta que se convirtió en un recurso para muchos cuentos. Fue bien saber con qué contaba para explicar una idea; a su vez, los elementos a los que me había limitado también generaban situaciones de las que se podía sacar partido. Escribí más de cien relatos con la misma ubicación y los mismos personajes. Organizamos los cuentos como en Casa de muñecas, de Patricia Esteban Arlés, y Fenómenos de circo, de Ana María Shua; en los dos casos se trata de colecciones de micros en los que la acción se desarrolla en un mismo ámbito. Se organizan por estancias o por tipos de fenómenos. Emulándolas escogí los relatos en los que predominaba uno u otro personaje para ordenarlos por capítulos. Además, el orden general sigue básicamente el orden en el que fueron escritos. Hay una línea de tiempo que descubrí al revisar todos los textos juntos. Al principio, el personaje, un simple dibujo, tiene muchas historietas. Luego, como en la vida misma, va entrando en carnes y se hace más abstracto.

En la solapa del libro, declaras tu inclinación por los relatos cortos o muy cortos. ¿Qué te atrae del género breve?

Camila Paz, la editora de la Colección El pez volador, me dio, cuando preparábamos la presentación de Una isla desierta, una cita, una manera de expresar la gracia de lo breve que es de Jorge Drexler: “Cuando se comprime mucho un texto o una idea surgen contenidos inesperados”. Me divierte trabajar con la expectativa de hallar lo imprevisto.

El título nos lleva irremediablemente a dos novelas fundamentales, ‘Robinson Crusoe’ y ‘La isla del tesoro’. ¿Las tuviste en cuenta a la hora de escribir los micros?

A través de la escritura he contactado con informaciones de las que no era consciente, restos de experiencias, conversaciones, lecturas; los míos son textos de reciclaje, sin duda las islas conocidas en la realidad y en la ficción se delatan en este libro.

Sin embargo, tu abordaje es muy original. Y tratas muchos temas: el turismo como amenaza, el amor, la inmigración, por supuesto la soledad… Todo en un tono alegre y festivo. Utilizas la fantasía para hablar de la realidad.

Como suelo partir de una idea, me vino muy bien tener los elementos con que desarrollarla, la idea de cada micro sería del mundo real, el resto todo inventado, un juego. El tono lo dieron los personajes, me permitió acercarme a la poesía con llaneza. Por lo visto, en una isla desierta de las de viñeta todo es liviano. No está la isla como para andar con tacones por allí.

Hay también una reflexión en torno a la escritura, a su proceso: la creación, la relación entre los personajes y el autor, cómo se cuenta la historia.

Después de algunos relatos parecía que la náufraga tenía comentarios que hacer al autor, así surgió el personaje Autor que, aparte de en el primer relato, Génesis, no aparece más que al ser nombrado, para quejas o peticiones. Los personajes son rebeldes y plantan cara. Aunque sea un libro de micros por sus características, cada decisión marca los siguientes relatos, proporciona matices, define, excluye posibilidades. La escritura se ha desarrollado a través de los límites, y gracias a ellos. Límites en cuanto a cantidad de personajes, espacio, limites en la forma, en el vocabulario. Se han querido usar pocos recursos en todos los aspectos, quizá para poder hablar de cualquier tema sin ser estridentes. Al revisar la colección de textos me preocupaba la cuestión de la anécdota, que los textos no tuvieran suficiente historia, me encajó perfecto lo que dice Violeta Rojo en su Manual para reconocer mini-cuentos sobre este punto. Habla del “caso”, lo que queda cuando se quitan los accesorios a la exposición de una ocurrencia ordinaria o extraordinaria, natural o sobrenatural. Me quedé mucho más tranquila.

Y una omnipresencia del mar, concretamente del mar Mediterráneo, teñido de negro por las muertes de inmigrantes.

Me hubiera gustado un mar sin nombre, el Mediterráneo se coló, es el mar amado, por el que se sufre, en que se disfruta, del que se conocen los mitos. El mar donde todo sucede, el horror de la guerra, la navegación amable, el turismo. No podía dejar de tratar estos temas.

Otro autor con el que emparentaría tus relatos es Cortázar, por esa aparente ligereza que tenía en sus cuentos para hablar de las cosas serias.

Ojalá se haya infiltrado algo de las lecturas a Cortázar. He querido escribir con palabras fieles a la verdad que estaba contando, ya andan por ahí bastantes palabras “alternativas” para enredarlo todo. Alguien me convenció de que debía omitir todo aquello que no fuera estrictamente necesario para el relato en favor de la intensidad. Que los micros se desarrollen en una isla desierta de viñeta ha condicionado el lenguaje, he descrito situaciones sencillas expresadas con sencillez.

De alguna manera, ¿somos todos náufragos, aunque vivamos en tierra firme?

Ahora pienso que más que náufragos somos supervivientes o que los náufragos somos unos cuantos que hemos sobrevivido y disfrutamos de una soledad en la que todo es posible.

Hay un interesante diálogo entre los cuentos y las imágenes de Myriam Cea. ¿Cómo ha sido vuestra colaboración?

En la presentación del libro, Myriam dijo que habíamos hecho un trabajo analítico, intenso, conceptual y que además lo hicimos disfrutando de sentirnos libres; me parece una buena manera de explicar cómo fue la colaboración. Me siento coautora con ella del libro como objeto, ella se puso los límites necesarios, supo leer los textos, irse a lo esencial. En mi memoria quedan las tardes felices de significados y dibujos, temas y ilustraciones. Se le ocurrió la idea buenísima de una línea como horizonte, una línea que recorre todo el texto y ayuda a su cohesión, una línea que de un solo trazo refuerza el texto. Myriam sumó al libro su don para expresarse gráficamente.

Eres escritora en el Taller de Clara Obligado. ¿Cómo ha sido y es tu experiencia? ¿Qué les dirías a quienes quieren escribir pero no se deciden?

Encontrar a Clara Obligado fue una gran alegría, como las de hallar algo imprevisto cuando se escribe. Un imprevisto de gran alcance, ella es capaz de llevar de la mano a cada uno a un lugar distinto, mi escritura no hubiera sido de no trabajar en el Taller con ella. No me imagino la escritura sin la lectura atenta de compañeros y maestros.

¿En qué andas trabajando ahora? ¿Otro libro de cuentos?

¿Una colección de cuentos? , ¿textos que se puedan reunir bajo un título que no sea cuentos dispersos? La inspiración me encontrará trabajando.

Más información sobre el Taller de Escritura Clara Obligado. 

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