Rafael García Maldonado: “Quiero escribir historias como las de Pérez-Reverte pero con la prosa de Lobo Antunes”

El escritor Rafael García Maldonado. Foto: Miguelón.

Rafael García Maldonado (Málaga, 1981) entró en el universo Asombrario de forma casual. Tras leer una carta abierta del torero Sebastián Castella en la que argumentaba a favor de los toros, se sentó a escribir y de ese impulso nació uno de los artículos más visitados de esta revista (más de 31.ooo lectores lo compartieron en Facebook). Aunque tras ese texto latía la voz de un científico farmacéutico, que ejerce su profesión en su pueblo malagueño, también rezumaba un nutrido poso humanista con datos históricos, referencias filosóficas y literarias. Porque además de “boticario”, a García Maldonado le gusta identificarse como lo que es ya por derecho propio, un sólido novelista. Hemos querido conocer mejor al autor de uno de nuestros best seller asombrarios.

García Maldonado cuenta con dos obras a sus espaldas: El trapero del tiempo (Almuzara, 2013) y la recién publicada Tras la guarida (Playa de Ákaba, 2015), que además en febrero saldrá en edición de Anantes. Ambas cuentan con críticas elogiosas y una creciente comunidad lectora.

¿Esperaba el éxito de su carta abierta antitaurina?

No, no lo esperaba. Pero no pude evitar escribirlo, se leyese o no. Me pareció una tomadura de pelo, una barbaridad esa carta de Sebastián Castella, presumiendo de que era «matador profesional», que existía un ataque a la libertad y todas las tonterías injustificables que componen el argumentario de los taurinos. La tauromaquia no se sostiene ya, es una aberración bárbara y cruel que causa gran sufrimiento a mamíferos con una gran sensibilidad al dolor y al estrés. Escudarse en la tradición demuestra una gran indigencia intelectual, ya que también eran tradiciones la quema de brujas y lo es la ablación del clítoris en Somalia. Nadie en su sano juicio pediría mantener la Inquisición por tratarse de algo tradicional en España. En el artículo hablo de todo eso, y me consta que les ha molestado muchísimo. Pero si lo pensamos bien es lógico este pataleo de los taurinos: saben que su chiringuito se acaba, que la sociedad ya va por otro lado, que hay un progreso moral que no puede aplaudir ver cómo un animal grita de dolor mientras se desangra en un coso, por muy bonitos que sean los trajes de los matadores y muy amanerados sus desplantes.

¿De dónde le viene esa empatía con los animales?

He tenido muchos animales y tengo perro desde que era un crío, y quien haya tenido esta compañía bendita sabe que un animal, un mamífero sobre todo, merece un trato digno, compasión y respeto. Mis referentes en la conciencia animalista (aunque no me gusta esta palabra, que se ha pervertido) son, como siempre, los ilustrados. Los máximos exponentes del pensamiento racional y empirista francés e inglés. El debate nuestro de la tauromaquia y toda la barbarie alrededor de los toros se superó en Inglaterra hace ya varios siglos. Allí también había corridas, pero poner la razón por encima de la barbarie acabó con ello. El padre del utilitarismo inglés, el filósofo Jeremy Bentham, uno de los intelectuales más brillantes de la Europa post ilustrada, se dirigió al Parlamento británico a principios del siglo XIX para decir una frase inolvidable: “La pregunta no es ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?”.

¿Se traduce eso en sus libros de alguna forma?

Por supuesto. En mi obra, en mis novelas y relatos, suele haber perros, que es el animal que más y mejor conozco. A mis más queridos personajes les doy siempre esa compañía noble y leal. Tanto es así que en mi última novela, policiaca, que actualmente concursa a un premio, es el tema principal. A través de la desaparición del perro de un psiquiatra se descubren muchas cosas, entre ellas a un criminal en serie obsesionado con crímenes medievales y una banda clandestina de peleas y tráfico de perros peligrosos y de caza. Escribí esta novela entre otras cosas porque me di cuenta de que por un perro en peligro o maltratado sería capaz de matar.

¿Qué temas le gustan para escribir?

Yo en mis novelas siempre trato lo mismo, aunque aparentemente no tengan nada que ver en trama y estilo, como es el caso de El trapero del tiempo y Tras la guarida. Escribo sobre las posibilidades de conservar la dignidad, la felicidad y la lucidez en un mundo hostil e incomprensible. Mis personajes son en parte como yo, están fascinados con la idea de vivir, de sentir… Están asombrados con su existencia, pero a su vez están permanentemente inadaptados, sufren, y tienen como defensa una guarida física y otra psicológica donde sobreviven de las ofensas de la vida. Son personajes compasivos y empáticos, sí. Mis personajes saben que su mundo, el mundo de la razón, la cultura y el humanismo se termina, pero ellos siguen peleando.

¿Es usted pesimista entonces?

En absoluto. Todo podría ser peor de lo que es, y yo sé que soy un privilegiado, uno de los que no olvidan la primera frase del Gran Gatsby, en la que el personaje recuerda que su padre le advirtió que no todo el mundo tuvo sus facilidades en la vida. Vivimos mejor que nunca, eso está claro. No hubiese preferido vivir en ningún otro momento de la historia; ninguno es mejor que éste para estar enfermo, viajar, ser pensionista, pobre, homosexual o mujer. Ninguno.

¿Y para ser escritor?

Escribir es el acto menos pesimista que existe, es la negación de la muerte, es el anhelo de ser, de permanecer de alguna forma para siempre en este mundo, aunque no nos guste demasiado. Cuando, como es mi caso, buscas ratos libres de cualquier sitio para poder coger la pluma es que eres un optimista. El pesimista no se levanta siquiera de la cama o ve Sálvame.

¿Cómo se le ocurrió la historia de ‘Tras la guarida’?

Tras la guarida surge en Sevilla, en una taberna del pueblo de mi mujer, Mairena del Alcor. A menudo digo que un escritor es alguien que mira y escucha, que aprehende. Siempre me ha gustado escuchar y hablar con los mayores, algo que hago a diario en mi trabajo en la botica. En esa taberna sevillana un anciano me contó una historia maravillosa: su padre, primer alcalde franquista de un pueblo cercano, escondió en una cabaña al último alcalde republicano durante cinco años. Al parecer había sido un hombre cultísimo, un poeta burgués, médico, y la fascinación que creó en el pueblo no la olvidó nadie, ni siquiera el alcalde primero del Movimiento, que lo adoraba también. Ahí saltó la chispa, la historia que yo he ficcionado llevándola a mi territorio mítico: Majer.

¿Majer? ¿Por qué un territorio mítico y no uno real?

Sí, un territorio mítico. Ismael, el narrador de Moby Dick, escribió que sólo los sitios que no salen en los mapas existen realmente. Allí es donde puedo hacer y contar lo que me apetezca, sin que nadie pueda decirme que esto o aquello no ocurrió y que tal o cual personaje no tenía esas características y no se comportó de una manera o de otra. Majer me permite crear un mundo a la medida de mis mitos, referencias, amores y odios. Y cuando hablo de mitos hablo de Onetti, que tenía a Santamaría, o a Faulkner, que tenía Yoknapatawapha, dos de los que supongo que más me han influido, junto con Conrad, Mann, Dumas y Cervantes.

Sus dos novelas son muy distintas formalmente, pero a la vez se parecen mucho en lo esencial.

Mi estilo va cambiando, pero ya creo que lo voy definiendo mejor, voy teniendo una voz más propia: he pasado de una primera novela muy extensa, realista y con varias historias, a una corta y hecha con monólogos interiores, con un tremendismo barroco y estilísticamente más rica, más intensa. La tercera es policiaca. Son completamente diferentes y a la vez la misma, porque, como decía antes, yo escribo siempre sobre lo mismo. Pero tengo un reto a medio plazo, quiero escribir buenas historias, épicas, que lleguen al corazón humano y lo conmuevan, que tengan muchos lectores, como hace Pérez-Reverte, pero hacerlo con la prosa preciosista y compleja de Lobo Antunes.

¿Apunta alto, no?

Apunto alto, claro, pero tengo 34 años. Si no soy ambicioso ahora estaría muerto. No sólo como escritor, sino como profesional, o como persona.

Ser boticario en un pueblo, estar fuera del mundillo literario, ¿le ha favorecido o perjudicado?

Me ha favorecido, por supuesto. Mis historias se nutren de mis vivencias, de la realidad, del trabajo diario en un entorno sanitario donde la enfermedad, el sufrimiento y la muerte están a la orden del día. Esto te da una lucidez y una madurez extraordinarias, que luego intento vertir en mis historias. Si me pregunta si me ha perjudicado en la industria editorial no formar parte de ese mundo, la verdad es que no lo sé. Supongo que sí. A mí me han tratado mucho mejor los escritores consagrados que los jóvenes, han sido más generosos. Pero no vivir de la literatura sino para la literatura, tener una profesión alimenticia, te da una libertad tremenda a la hora de escribir.

¿Qué escritores vivos recomienda?

Diría varios, pero ahora mismo estoy fascinado con el portugués Lobo Antunes, del que acabo de terminar el último libro que me quedaba de él, El orden natural de las cosas, complejísimo y maravilloso. En España hay muchos que me gustan, sobre todo Antonio Muñoz Molina. También Lorenzo Silva, del que he aprendido mucho del género negro; Andrés Trapiello, al que debo ser escritor de diarios, y Pérez-Reverte, autor injustamente tratado por culpa de sus ventas, y que ha hecho mucho por entusiasmar y crear nuevos lectores. A los jóvenes los he leído menos, pero me ha gustado especialmente el último de Sergio del Molino.

¿Ningún autor de relatos? ¿No lee cuentos?

Los escribo pero apenas leo relato, y sé que hay buenos escritores de relato y cuento en España. Escribo relatos como desahogo de escritor, pero el cuerpo de momento no me pide esas lecturas.

Es un género que, por el tiempo escaso que tenemos, se amolda mejor al ritmo de vida; sin embargo, no acaba de consolidarse en España.

Es cierto. La gente trabaja muchas horas y tiene poco tiempo libre. No puedes pedirle a alguien que viene de trabajar doce horas en un Burger King que se ponga en casa a leer a Joyce. Entiendo que para este tipo de lector pueda ser mejor el relato. Lo que sí hay en lengua castellana es un magnífico nivel de periodismo literario y cultural, y yo es lo que leo en mis escasos tiempos muertos. Pienso en Jorge Bustos, Manuel Jabois, José Antonio Montano, Antonio Lucas y Eva Díaz Pérez, entre otros. Eso es literatura pura y dura, breve, no ficción y en un periódico, pero literatura.

La tecnología ha facilitado mucho la vida, pero ¿no ha dificultado la tarea a escritores y lectores?

Es una cuestión de voluntad. La tecnología está bien para el que sepa usarla. Yo creo que hasta la fecha sé hacerlo. Uso las redes sociales, claro, y me vienen bien para promocionar mis escritos y para opinar sobre todo lo que nos pasa. Pero cuando estoy en mi biblioteca, cuando escribo, el móvil está en silencio. Ciertamente hay ya una patología que algún día deberá definirse, que es esa en la que uno vive como un pretexto para rellenar el muro de Facebook y generarse afectos fáciles pero de cuya consistencia dudo, la verdad. Ese reto lo tiene nuestra generación. Hay que saber aislarse, estar solo, desconectar. La soledad sonora. La guarida.

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Comentarios

  • Nely García

    Por Nely García, el 12 enero 2016

    La tauromaquia no se sostiene en el siglo XXI, y el escritor debe de plasmar aquello que percibe sin pensar en las consecuencias. Me gustan los libros de Pérez Reverte porque me introducen en situaciones de épocas diferentes ficticias, y al mismo tiempo creíbles. Pienso que cada autor debe de ser fiel a sí mismo, perseverando en mejorar su desarrollo creativo.
    Las nuevas tecnologías son una ayuda que no todos sabemos utilizar de forma correcta, pero a la hora de crear la soledad se convierte en una aliada indispensable.

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