Ramón Salazar vuelve con una película onírica de olvidos, sexo y perdón

El director Ramón Salazar. © Roberto Villalón.

El director Ramón Salazar. © Roberto Villalón.

Es el autor de una de esas películas españolas que se escriben con mayúsculas y que no te cansas de ver, ‘Piedras’ (2002). Y ha sido el encargado de adaptar en guiones las novelas del superventas para adolescentes Federico Moccia. Pero desde 2005, desde ‘20 centímetros‘, Ramón Salazar no se ponía tras la cámara. Regresa ahora con un trabajo valiente y onírico, ‘10.000 noches en ninguna parte‘, que ha llegado a los cines este fin de semana, el 9 de mayo. Una película distinta, tanto por el proceso de creación (cuatro años) como por el resultado. No tiene pinta de ser el bombazo de ‘Ocho apellidos vascos’, pero sí de enamorar a un público que busca obras de autor, que se salgan del molde.

Cuatro años ha tardado en completarse ‘10.000 noches en ninguna parte, porque Ramón Salazar ha querido aplicar en ella un método que ha desarrollado para actores, donde trabajan sus papeles a través de biografías de los personajes. Sin guion cerrado. Sin que los intérpretes conozcan al detalle los entresijos de toda la trama y todos los personajes. «Solo había una copia de guion, en mi casa, los actores iban allí, lo leían una vez y el resto del trabajo lo componían desconociendo las biografías de los demás actores». Así, con este planteamiento, le resultó complicado encontrar financiación en un mundo donde los trabajos de creación y comunicación están cambiando rápida y radicalmente, y, sin embargo, el dinero se sigue moviendo en estructuras e inercias rígidas y con fecha de caducidad. Quizá los andamios capitalistas despierten alguno de estos días a nuevas realidades. «Cuando exponía el proyecto así tal cual, me miraban como a un loco; no conseguimos financiación directa ni ningún tipo de ayuda, así que nos lanzamos mi socio, Roberto Butragueño, y yo a producir la película por partes. Decidimos empezar por el final, por la parte de Berlín…».

Para embarcarse en proyecto tan onírico -en todos los sentidos, en su gestación y en su resultado-, a Ramón Salazar le ha venido muy bien el beneficio logrado gracias a la adaptación al cine de los best-seller adolescentes de Federico Moccia: Tengo ganas de ti (2012) y Tres metros sobre el cielo (2010), dirigidas por Fernando González Molina.

«10.000 noches en ninguna parte tiene una idea muy clara: el tridente del personaje en Madrid, París y Berlín. Lo que le había pasado en la infancia al protagonista. Y ese concepto de la memoria, esa madre y ese hijo que no recordaban o no querían recordar lo que había ocurrido. En base a eso, este personaje necesitaba escapar a esas otras ciudades; en una recupera la infancia y en otra la adolescencia. Pero para que te hagas una idea, Andrés rodó Berlín sin saber lo que había pasado al principio. Porque yo en Berlín quería que estuviera totalmente liberado».

La película arranca con textura y tempo de falso documental, con una cena de amigos casi a tiempo real.

«La cena con la que empieza es una cena real, una improvisación de cinco horas. En el guion era solo media página, donde se hablaba de la presentación de los personajes y del objetivo: el sueño de esa familia unida que arrastra el personaje».

Luego, interesante contrapunto, viraje de 180 grados y 10.000 noches en ninguna parte adopta un tono plenamente lírico/onírico; muy ayudado por unos excelentes trabajos de montaje -«la estructura vino dada por un año y medio de montaje», explica Ramón Salazar- y fotografía -«como no teníamos dinero para luz adicional ni grandes focos, siempre hemos rodado en los momentos del día propicios para contar con la luz adecuada a la película; sobre todo, la hora bruja, que son esos 20 minutos mágicos de amanecer o de atardecer».
Y atención especial a la música. La BSO está compuesta por Najwa Nimri, que también figura en el reparto, junto a Iván Valdés; incluye un tema de The Cinematic Orchestra, de esos que te ocupan todo el cerebro y te estrujan las vísceras: To build a home, tema obsesivo de la película; recomendamos seguir leyendo, escuchando el tema.

El montaje, muy laborioso, logra sumergirnos en un universo hipnótico… Eso sí, que el espectador se acomode bien en la butaca por dos razones: porque es preciso que entre con todas las consecuencias, que se deje llevar; y porque provoca cierta desazón e incomodidad. Desde luego, no es Ocho apellidos vascos, sino 10.000 noches… de insomnio….

Madrid, París, Berlín. Madrid se presenta como ciudad oscura y claustrofóbica. París es la luz, el juego, la infancia que le robaron al protagonista. Y Berlín es la libertad, el sexo libre…

Para ser un proyecto autofinanciado, os lo habéis montado a lo grande.

«Desde luego no es una película low cost. Planificábamos, en vez de una semana de rodaje en Berlín, un mes de estancia, para poder desarrollar los personajes allí de alguna manera. Los actores, en vez de su maleta, llevaban la del personaje, e iban todo el mes vestidos como personajes… A medida que contábamos con un material determinado, parábamos para premontar, para ver qué material había y qué material necesitábamos en la siguiente ciudad. Éramos una familia de nueve; nunca hemos pasado de nueve; porque eso nos permitía no tener que pedir permisos para rodar en las ciudades. Cuando un equipo llega a 10 personas, pasas a necesitar un permiso oficial. No llegar a 10 y no colocar la cámara en un trípode en el suelo. Hemos rodado con la 5D. Sabiendo que íbamos a viajar por Europa y sin permisos, necesitábamos ir ligeros, y esta cámara nos permite acariciar al actor, prácticamente tocarlo sin problemas de distancia de foco».

Lo que el espectador va a ver en la pantalla es algo distinto, envolvente, con un trabajo de interpretación excepcional. Del protagonista (Andrés Gertrúdix) -«necesitaba un actor que casi no hablara, que lo dijera casi todo con la mirada, y que estuviera dispuesto a acompañarme en este viaje durante tres años»-; esos ojos que anhelan construirse una identidad, unas referencias y un hogar. De la madre (Susi Sánchez) -«hice un trabajo con madre e hijo en torno al olvido, a velar todos los recuerdos»-. De Najwa Nimri, que cuenta con un largo monólogo que pasará a la historia por cómo lo dice; momento cumbre; solo por él merecería ya la pena ver la película. De Lola Dueñas metida en una especie de cuento de Hansel y Gretel. Del difícil personaje de la hermana (Rut Santamaría), la única que parece recordar, la única que parece madura y encarar de frente los problemas, el pasado y el presente.

– Ya que es una película de sueños y pesadillas. Dime un sueño que tengas, Ramón.

– Me encantaría que fuera un poco más fácil y tuviéramos un poco más de apoyo los que queremos hacer un cine que se salga de lo convencional; algo que habíamos conseguido hace unos años y hemos perdido. Las televisiones, cuando ven que algo funciona, van de carril y ya solo quieren eso y lo explotan hasta el extremo. Las televisiones (principales financiadoras del cine español) se rigen mucho por fenómenos y quieren que esos alicientes luego estén en todas la películas.

– Miedo da entonces el fenómeno ‘Ocho apellidos vascos’. Nos espera una racha de chistes en torno a las identidades regionales… Y dime una pesadilla que te persiga.

– Sueño mucho con el vacío, y con volver a trabajar en El Pasaje del Terror; cuando tenía 18 años, trabajé varios veranos en él en mi tierra, Málaga. Empecé siendo el Drácula oficial, pero luego hice todos los personajes. Y un sueño recurrente es que no me va bien en el cine y tengo que volver allí. Me levanto horrorizado. Estuve cinco veranos, ahorrando dinero para venirme a Madrid.

– ‘10.000 noches’ va también de huidas y perdones. ¿Pedir perdón es suficiente?

– Yo creo que es el primer paso. Es un paso enorme reconocerlo, sentirlo y decirlo, es abrir la puerta hacia el verdadero perdón. Esta película va sobre eso, sobre el perdón de dos personas metidas en el olvido de una herida muy grande y que plantea un viaje hacia la curación.

– ¿Y la huida es una estrategia válida?

– Claro, de hecho yo creo que antes de pedir perdón, siempre huimos. Yo personalmente he aprendido a pedir perdón, pero reconozco que en momentos de mi vida he huido antes que pedir perdón.

– Te da miedo que la gente no entienda tu película o le parezca dura, más con los tiempos que corren…

– No me da miedo, porque el proceso que hemos hecho con ella ha sido tan alucinante… Creo que igual que se ha tomado su tiempo para realizarla, sé que necesitará su tiempo para encontrar su público. Luego tendrá sus ventanas de distribución, que no terminan con los resultados de taquilla del primer fin de semana. Es de largo recorrido. La experiencia que hemos tenido hasta ahora con la película es que quien la odia, la odia desde el minuto 1, pero a la gente que le gusta la quiere de una forma muy apasionada.

Dibujo de Ramón Salazar.

Dibujo de Ramón Salazar.

– Ha llegado el momento de que me hagas un dibujo.

– Hostia, no me digas. Aquí me has pillado… ¿Respecto a la película?

– No, no tiene por qué; lo que te salga. Es el formato de estas entrevistas. Luego sale mi texto, la foto que te haga Roberto y tu dibujo. ¿No le haces tú encerronas a tus actores?, pues entonces… Esto es algo parecido…

(Risas).
(Concentración).

Un minuto después, Ramón termina y firma. Y habla:

– Es la estructura con la que explicaba la película a todos los actores. El tridente del que te hablaba al principio.

– ¿Y lo entendían?

– Sí.

– Vale. Gracias, Ramón. Y suerte con una película tan valiente.

Aquí puedes ver el trailer de la película

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