Martín Giráldez dispara contra la literatura española actual… ¿O no?

El escritor Rubén Martín Giráldez.

El escritor Rubén Martín Giráldez.

El escritor Rubén Martín Giráldez.

Libelo, sátira, poética reconvertida en novela, artefacto… Estos son algunos de los apelativos utilizados para definir ‘Magistral’, la nueva novela de Rubén Martín Giráldez. Etiquetas genéricas de lado, no cabe duda de que ‘Magistral’ es un revulsivo, un texto que viene a incomodar, incluso a “violentar”, como reconoce el propio autor, al lector. Nadie se salva en este discurso en primera persona de los ataques del narrador: un escritor reconocido que, sin embargo, se da cuenta de su falibilidad y de la falta de su talento. Encumbrado. ¿Merecidamente? La duda del narrador le lleva a dirigir un extenso parlamento contra todos, lectores, críticos, editores, agentes y, sobre todo, la literatura española actual, a la que se tacha de fácil, inconsistente, y se la define como una literatura que ha ‘monigotado’ el lenguaje, que lo ha reducido a la nada.

Nadie se salva de su vehemencia. Contradictorio, generalizador y, a la vez, poseedor de la lucidez del loco, de la lucidez de aquel que en su locura dice aquello que no queremos escuchar. Magistral redobla la ironía, se dice lo que no se dice para, luego, afirmarlo nuevamente; en su redoble irónico, el texto sitúa al lector a la par del autor: ambos, como diría Michel Leiris, se enfrentan al cuerno de la literatura, de esa literatura que se define por el riesgo que supone cada una de las palabras que la componen.

“El castellano es hoy un idioma monigotado”, afirma el narrador, pero ¿es el castellano un idioma monigotado o quienes lo utilizan lo convierten en monigotado? Te lo pregunto porque si hay algo que demuestra ‘Magistral’ es que el castellano ofrece amplias posibilidades.

Yo, Rubén Martín Giráldez, pienso que el castellano está lleno de posibilidades. Lo que el castellano es un idioma monigotado lo dice el narrador. Yo no creo que no se esté utilizando un castellano interesante, justamente con Magistral demuestro lo contrario: las posibilidades de un idioma vivo. Pero como las tesis del narrador son muchas veces incoherentes, contradictorias, dice sí y no a la vez, no debe sorprender esta afirmación. El encanto del narrador es precisamente su carácter incoherente, es alguien que quiere entretener a través del habla y no quiere que el lector lo abandone, se parece al protagonista de la novela El Charlatán, de René-Louis des Forets: alguien que dice algo y, páginas después, se desmiente para sostener otra idea.

¿No te da la impresión de que se leen las opiniones de tu narrador como si fueran tuyas? ¿Que se ha equiparado a Rubén Martín Giráldez con el narrador?

Sí, puede, pero el narrador no soy yo. El narrador es quien dice que el lenguaje está estropeado y que ya no sirve para nada por el mal uso que se le ha dado y por la falta de ambición de los autores y, por tanto, considera que hay que utilizar otros idiomas. Yo pienso todo lo contrario: creo que hay que enriquecer el castellano, por un lado, tirando de lo popular y, por el otro lado, recuperando usos del castellano de Quevedo o de Gracián, es decir, volver atrás y salvar algunas expresiones que tenemos. Por esto, a veces pienso que Magistral es, por una parte, una novela en contra de la RAE, criticando la incorporación de algunos términos que no creo que deban incluirse en el diccionario, pues no me parecen frescos ni expresivos y que apuntan a usos que, creo, terminarán por quedar inservibles y, por otra parte, una novela en contra del elitismo que propone la pureza lingüística.

Hablas de lengua española, pero si en literatura la forma es contenido, lo que define ‘Magistral’ no es solo la elección de los términos, sino la construcción estilística, sintáctica y formal (me refiero a la incorporación de la obra de Ben Marcus). 

El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor; de hecho, creo que todo lenguaje o, mejor dicho, todo uso de lenguaje es autobiográfico. Yo empecé a escribir diarios cuando era muy joven sin ninguna pretensión de publicarlos, pero motivado por la idea, algo inocente, de que los diarios servían para contar la verdad y para contarlo todo. Pensaba el diario como una forma de confesión, tenía como referentes a San Agustín, a Rousseau…

¿Hasta llegar a Trapiello?

El Trapiello autor de diarios me interesa de hecho mucho. A partir de esta primera idea de diario como expresión de un todo y de la verdad absoluta, en parte motivada por la no publicación, se unió la idea de la escritura como exposición de uno mismo, idea que recogí del texto de Michel Leiris La literatura como tauromaquia y de la introducción que Bataille hace de este texto. Intento que el arte de escribir sea tan peligroso como ponerse frente al cuerno del toro o, como decía Leiris, quiero intentar que la obra reproduzca al menos la sombra del cuerno del toro. Y, además, me interesa particularmente Leiris porque hace una especie de cartografía de sí mismo a través de las palabras: parte del uso y de los significados de algunas palabras para radiografiarse a partir de ellas.

Con todas las diferencias que hay con Leiris, pienso en Natalia Ginzburg y en cómo en ‘Léxico familiar’ construye su historia familiar a partir del léxico de los miembros de la familia.

No tenía este libro presente, pero la idea de partida es precisamente este. Raymond Roussel tiene un breve ensayo, Como escribí algunos libros míos, donde reflexiona sobre este tema y observa de qué manera la musicalidad de ciertas palabras conducen a otras palabras y cómo son las propias palabras y su elección aquello que le ha llevado a escribir sus obras. Mi idea de escribir, aunque pueda resultar algo esotérico, es la idea de escribir al dictado; como decía hace unos días Don DeLillo y como dicen muchos otros, en este sentido yo no invento nada, cuando escribo no sé lo que voy a escribir a continuación: tengo una idea, tengo un personaje y, contemporáneamente al acto de escritura, voy conociendo hacia qué direcciones me llevan tanto las ideas como el personaje. Los juegos de palabras, el soniquete, los chistes malos… son aquello que te llevan a desarrollar el concepto.

Es decir, la construcción narrativa se basa en la constante remisión de una palabra a otra hasta alcanzar el concepto.

Y a partir de este remitir, se trata de ir descubriendo al narrador de Magistral. En el momento de construir el personaje, el punto de partida era evitar la figura de un narrador rencoroso al estilo de Bernhard o Dostoievski, ese narrador cabreado que sí que era el de Menos joven, y construir un personaje que lo ha logrado todo, alguien que no puede sentir frustración al haberle sido reconocido su talento, un talento que, sin embargo, él cree no tener. El narrador es un escritor que ha sido consagrado, pero que no reconoce tener el talento que le atribuyen y, por tanto, su discusión consigo mismo es en torno a un dilema: ¿confesar la falta de talento o no?

No confiesa su aparente falta de talento, pero titula una de sus obras ‘Magistral’.

Al inicio la novela iba a llamarse Regüeldo, pero al final decidí titularla Magistral porque me parecía la última provocación posible del narrador, si bien era consciente de que, como me dijo mi editor, el título iba a ser algo a lo que se iban a poder aferrar los detractores para sus críticas. La elección del título era una forma de exponerse y, de hecho, los críticos podrían decir que el libro no tiene nada de magistral, afirmación que me puede fastidiar, aunque, si te soy sincero, a mí me fastidia poco porque el título es algo que he puesto conscientemente, ante todo, porque me parecía necesario: quería que desde el título se explicitara esa exposición de la que te hablo, sabiendo que el propio título, como el texto, podía llevar a la identificación, que no es tal, del narrador con el autor.

Como te decía antes, corres el riesgo de que las tesis del narrador te las planteen a ti y que el título se piense como la calificación que tú das a tu novela.

Lo dice todo el narrador, desde el propio título. Además, el propio narrador explica que el calificativo “magistral” proviene de la crítica, pues es la crítica que lo ha elevado a ese nivel. Cuando el narrador escribe su novela Magistral, que no corresponde con el texto que el lector tiene entre manos, puesto que es un texto al que se hace referencia pero que en ningún momento aparece, es la crítica quien lo define como un excelente autor. Y, en este sentido, quien pone en duda el valor de la novela es el propio autor, que empieza a analizar cuáles son los fallos de Magistral, fallos que coinciden en parte de la relectura de mi propia novela Menos joven.

Asumiendo la separación entre autor y narrador, ¿podríamos leer ‘Magistral’ como un intento de poética?

La intención principal de Magistral es hacer posible que una poética sea una novela. Al principio, mi idea era la de escribir una sátira como las de Juvenal, pero en prosa y, de hecho, una de las primeras frases de Magistral proviene de la Sátira Primera, donde Juvenal habla de la vocación de sátiro, tema que también aborda Magistral.

Una sátira que, como afirmabas en una entrevista, desvinculas de la tradición lúdica del Oulipo y del surrealismo.

El Oulipo y el surrealismo reúnen obras de valor, pero no me interesan particularmente. Me interesa Artaud y los surrealistas disidentes, aquellos que estuvieron muy poco en el grupo de Breton, pienso en Bataille, en Leiris, en el propio Artaud… Respecto a la sátira, el carácter satírico de Magistral se ve en el hecho de que las tesis que apoya el narrador no son solo las que apoyo yo, sino que son unas tesis que el propio narrador va desmintiendo a lo largo de la novela. En este sentido, Magistral es una sátira y, a la vez, es un libelo escrito por el narrador, es un panfleto en el que se dice que el lenguaje español está agotado y, sin embargo, si Magistral es un texto conseguido, lo que se demuestra es lo contrario: Magistral es una celebración del español, demuestra que el español está fresco y está vivo

Es decir, ¿’Magistral’ es tesis y antítesis al mismo tiempo?

Yo creo que sí. Algunas críticas se han preguntado cómo es posible decir que es necesario abandonar el español porque está agotado y utilizar el inglés, pero en verdad Magistral sostiene todo lo contrario. Yo leo literatura norteamericana porque la traduzco, pero mis referentes son principalmente franceses o italianos, como es el caso de Manganelli y su Encomio del tirano, que volví a releer para poner un epígrafe.

La frase de Manganelli que citas como epígrafe resume en parte la novela: lo que se ve de ‘Magistral’ es solo una parte, tras el primer sustrato hay mucho más.

Efectivamente, y creo que el disfrute que puede despertar Magistral reside precisamente en este aspecto que comentas. Y creo que es a partir de aquí que se explican las pullas en contra del elitismo, puesto que buscaba que Magistral ofreciera una lectura para todo tipo de lector, aunque puede que esto no lo haya plenamente conseguido. Yo defiendo la idea de que la literatura debe ofrecer una lectura para todo tipo de lector, pero sé que mis padres, que no tienen estudios, no van a poder leer o disfrutar Magistral, aunque sí creo que es posible hacer una lectura llana, sin buscar otros planos de lectura. Luego, evidentemente, otro tipo de lectores puede explorar los distintos planos que ofrece el libro y las referencias que se realizan, aunque mi ilusión sería que estas referencias fueran prescindibles para la lectura.

Dices que diriges pullas en contra del elitismo, pero, por el contrario, el narrador sostiene que la literatura fácil es la literatura de trama, complaciente con el lector. Critica la literatura no de riesgo, la literatura que, podríamos definir, como anti-intelectualista, la literatura que no es compleja.

Sí, es cierto, y también es cierto que yo, siendo absolutamente sincero, soy contrario al anti-intelectualismo, no comparto en absoluto el rechazo de lo intelectual y su desprecio. Asimilamos intelectualismo a pedantería y no debería ser así, pero me da la sensación de que llevamos en España bastantes años, a lo mejor unas dos décadas, con esta idea, es decir, rechazando lo intelectual en nombre de la facilidad. Se da por supuesto que hay que ponérselo fácil al lector, pero personalmente creo que, si se lo pones fácil, el lector disfrutará menos; debe haber y debe imponerse una exigencia. Entiendo la escritura como un acto hedonista, como un jolgorio, pero un jolgorio serio y, en este sentido, puedo ser intelectualista. Y sospecho que llegará el momento, si no ha llegado ya, de que el anti-intelectualismo se desvanezca

¿En qué sentido?

En el sentido de que llegará un momento en el que dejaremos de ver las obras que exigen y que tienen un punto dificultoso como algo prohibitivo. Si no me equivoco, decía Manuel Vilas que el escritor hace una obra como un servicio público: el escritor es aquel que presta un servicio al lector para hacerlo disfrutar y para producirle placer que no forzosamente debe implicar facilidad y diversión.

¿Y cuál debe ser el papel de la crítica, una de las dianas de ‘Magistral’?

Para mí la crítica tiene que hacer dialogar al lector con su amor propio y creo sinceramente que lo peor que puede hacer un crítico es decir a los lectores: “Ojo, esta novela es muy buena, pero no es para todos los públicos”. Con frases de este tipo lo que hace el crítico es decir que ciertas obras las disfruta él porque tiene unas determinadas lecturas y un determinado bagaje cultural, pero no las pueden disfrutar todos y, por tanto, disuade a los posibles lectores de acercarse a determinadas obras y a determinadas lecturas. Creo que vuestro papel como críticos es decir a los lectores: “Esto es buenísimo, leedlo”, y, sobre todo, decir que la dificultad no es un escollo, no es algo negativo.

¿Crees que literatura y la crítica han pecado de paternalismo, ofreciendo obras fáciles y complacientes y excluyendo a los lectores de determinada sobras supuestamente complejas?

El pontificar y el carácter paternalista, así como lo aforístico, me dan muchísimo asco. Creo que Magistral está construido en contra del paternalismo, algo que hemos compartido, como dices tú, autores y críticos: si bien es cierto que si España está como está es principalmente por su sistema educativo, creo que la crítica y los autores han perpetuado la idea de que la lectura es solo para unos pocos. Fíjate, cuando aparece una novela y decimos que es muy buena, de inmediato hay reticencias por parte del lector de a pie, a quien deberíamos dirigirnos todos los autores.

Una reticencia que, a lo mejor, se explica por el hecho de que al lector de a pie se le ofrece reiteradamente esa narrativa sencilla a la que alude tu narrador.

Reticencia que se debe en parte a la idea de que lo difícil es un escollo. Algunos de los lectores de Magistral me han comentado que han tenido que buscar muchas palabras en el diccionario, pero la no comprensión de todas las palabras no debe ser un escollo para la lectura. Casi siempre que escojo una palabra que sé que no se va a entender de buenas a primeras es porque se va a entender por el contexto y, además, muchas veces la elección de determinadas palabras está motivada por motivos de sonoridad o escatológicos. Y, por tanto, pienso en un lector que, aun no comprendiendo la palabra, no se detiene en buscarla, sino que deja que sea el propio texto el que le permita entenderla. Cuando leía a Blanchot, a mí me pasaba esto; yo siempre digo que a Blanchot no lo entiendo por completo, es uno de mis autores de referencia, pero sé que no lo comprendo y aun así he podido disfrutar de sus novelas y de sus ensayos.

¿Crees que una novela que puede plantear la no comprensión completa habría podido ser publicada en otra editorial que no fuera Jekyll and Jill?

Esta novela está escrita en particular para Jekyll and Jill y solo la podían publicar ellos: el juego de maquetación solo lo podían hacer ellos, no se me ocurre que otra editorial hubiera podido hacerlo.

Me hablas de la maquetación, pero yo te planteo acerca de esa dificultad a la que aludías y ese no comprender que definen, en parte, ‘Magistral’.

Yo creo que Magistral hubiera tenido cabida en muchas editoriales. Dejando de lado la maquetación, el texto en sí es una poética que se puede leer como novela, ¿no crees que hubiera tenido cabida en cualquier editorial? Al fin y al cabo, El encomio del tirano o El Charlatán son algo parecido. Es verdad que hay un mercado que busca la novela amable, pero me parece que Magistral, sin ningún juego ulterior, podía haber encajado en el catálogo de editoriales como Anagrama, Mondadori o Seix Barral… Piensa en César Aira, publicado por Mondadori. Ahora mismo estoy leyendo El náufrago, aparentemente la peripecia es la experiencia del náufrago, pero en verdad son divagaciones sobre estos temas.

Y fíjate tú cuáles son los sellos que me has mencionado… Todos son sellos que podríamos definir como literarios.

Mi respuesta vuelve a ser que sí, pero si mi respuesta fuera que no, es decir, si mi respuesta fuera que Magistral, por no ser plenamente satisfactoria para el lector o, mejor dicho, por no ser complaciente con el lector, sería rechazada por algunos sellos, entonces volvemos al tema de antes: es porque hemos creado un caldo de cultivo en el que el lector debe leer una novela y quedarse como si hubiera comido un pan.

Un caldo de cultivo que tú mismo has dado antes por bueno afirmando su existencia.

Es verdad, y por eso estoy contento con Magistral, sobre todo teniendo en cuenta los comentarios de los lectores: hay exigencia, el lector a lo largo de la novela puede no sentirse cómodo, de hecho el narrador da más de una hostia al lector como también se la da a los críticos, a los editores, a los agentes… Pero cuando se cierra la novela, ésta produce satisfacción.

¿El placer de ‘Magistral’ residiría en sentirse atacado, violentado por el narrador y por enfrentarte a una novela que, como tú decías, es ambiciosa, ante todo, para ti?

Porque si la novela no es un reto y no es ambiciosa para el autor no creo que pueda producir satisfacción al lector. Es cierto que se piensa que hay un lector que busca lo fácil, pero esto no debería servir como excusa al escritor; además, decir que alguien busca lo fácil dice muy poco de la persona. ¿Hay alguien que rechace la idea de ser ambicioso en algún sentido? ¿Si tú tienes hijos no quieres que tengan espíritu crítico? El anti-intelectualismo no deja de ser el apagón del espíritu crítico. En el ámbito literario, de lo que se trata es de tener el espíritu crítico, un espíritu que te lleva a leer un texto cuya tesis no compartes y, aun así, reconocer sus méritos y su valor. Esta musculación de tratar de responder a unas tesis literarias que no me interesan es, en parte, aquello que me ha llevado a escribir y es algo que me produce placer.

Un tema de ‘Magistral’ es la falibilidad: el narrador se enfrenta a otros autores y se da cuenta de su carácter falible, se da cuenta de no poseer ese talento que se le ha atribuido.

Me parecía difícil sostener un narrador que se considere infalible, por ello incorporé la figura de un escritor que ha desactivado todo lo que el narrador ha escrito y, a partir de allí, el narrador empieza a reflexionar en torno a la falta de criterio y se refiere en concreto a la literatura española peninsular. Pero es el narrador el que habla y habla desde una poética muy definida: la de la generalización.

¿La crítica constante a la literatura española actual se desactiva a partir de tu propia obra, que no deja de ser una novela española actual?

Yo creo que sí. Convertí la literatura española actual en objeto de las críticas del narrador, primero de todo, para que el ataque fuera más doloroso. El narrador de Magistral que, en un primer momento, se sitúa por encima de todos y, luego, se da cuenta de la falacia al leer otras obras que son superiores a las suyas. Se da cuenta de que el crítico y el lector español son aquellos que lo han consagrado como genio, pero que es una consagración banal, no sólo porque se da cuenta de la falta de ese talento que otros le reconocen, sino porque sabe que él ha sido consagrado como habría podido serlo cualquier otro.

‘Magistral’ realiza una dura crítica a la crítica, en primer lugar por encumbrar a autores y definirlos como genios aunque no lo sean.

Una de las cosas que dice el narrador y que yo suscribo completamente es que un crítico no puede decir que una obra, me da igual cuál, es una gran novela y, luego, utilizando los mismos argumentos alabar otra novela que, sin embargo, está mal escrita y no tiene valor alguno. En Magistral parto de una idea propia: falta el espíritu crítico en el ejercicio de la crítica literaria.

Puede que falte espíritu crítico, pero también puede que intervengan otros factores, en absoluto literarios, en el momento de juzgar una obra.

Esto también puede ser, aunque es un tema que me interesa menos. Puede que en un primer momento mi interesara realizar una crítica en contra del mundillo, pero luego pensé que muchos autores ya lo estaban haciendo. Cuando estaba escribiendo Magistral, se publicó Mala puta y leí Alabanza, de Alberto Olmos, así que decidí que debía tomar otra dirección. El mundillo literario no me interesa mucho, no tengo nada en contra de él, pero tampoco participo de él. Mi experiencia personal es bastante limpia y espero que así sea en el futuro: hace años envié un manuscrito a Alpha Decay, les gustó y me lo publicaron; seguí haciendo cosas hasta que conocí a los editores de Jekyll and Jill, nos entendimos perfectamente y publiqué Menos Joven y ahora Magistral… Mi experiencia es bastante ideal y alguien podría decirme que hay mucha gente que quiere publicar y no puede. Y es verdad; además, yo no creo que el tiempo pone a cada uno en su lugar, me parece una tontería. Puede darse la posibilidad del manuscrito descubierto cien años después y que es una genialidad, pero son excepciones. Lo que suele pasar es lo contrario: hay novelas geniales que no se publicarán nunca.

El caso de Kennedy Tool y su novela ‘La conjura de los necios’, publicada gracias al tesón de su madre, es una excepción…

Efectivamente, es una excepción, hay millones de autores que nunca verán sus obras publicadas siendo una genialidad. Por esto me revienta mucho la figura del lector enemigo, que he encontrado en algunos blogs y que, en parte, representa el narrador de Magistral. Se trata de aquel lector que dice que en España no se escribe bien o que los escritores españoles no valen nada. Falso. Muchas de las cosas que se escriben son mierda, y es así, pero hay cosas que se publican que son muy buenas y creo que no nos tenemos que quedar con el término medio: hay que publicar cosas muy buenas o no publicar.

Y, sin embargo, de lo que se publica, hay una gran masa que no tiene calidad alguna.

Es esa literatura amable de la que hablábamos, una literatura que toma por tonto al lector. Lo erróneo es generalizar y me parece que decir que la literatura española está muerta es una tontería: o no se está publicando o quien lo dice no ha leído aquello que merecería ser leído.

Puede que uno de los problemas sea que muchas veces aquello que hace más ruido es aquello que menos lo merece.

Yo leo muy poca literatura española y reconozco que hace años yo mismo tenía algunos prejuicios. Es cierto que me ha pasado ojear obras de autores españoles y no encontrar nada que me interesase especialmente, pero, a diferencia de mi narrador, yo no puedo generalizar. Hay que ser humilde y reconocer que si uno ha leído cinco novelas que no le han gustado no significa que toda la literatura española actual no merezca, ante todo porque o yo no he leído las que debería o yo tengo otro gusto literario, lo que no implica que esas obras desmerezcan.

Magistral se presenta el miércoles 22 de junio a las 19.30 h. en la librería La Calders, de Barcelona.

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Comentarios

  • josé aurelio rodríguez

    Por josé aurelio rodríguez, el 22 junio 2016

    Cuándo le preguntas por Trapiello, el propio Trapiello dice que «Salón de pasos perdidos» es una novela. El la define como «novela en marcha». Durante mucho tiempo pensé que su diario era «real», pero él mismo insiste en calificarlo de novela.

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